EL VITALISMO

EL VITALISMO

El vitalismo. Es la doctrina filosófica caracterizada por una afirmación y exaltación de la vida en toda su magnitud y con todas sus consecuencias. A los filósofos que coinciden en calificar a la vida como la realidad principal, interesados en conocerla y comprenderla, se les agrupa bajo el rubro de vitalistas, pero entre ellos no hay uniformidad doctrinal debido principalmente a las diferencias en la manera de concebir la vida. Aún cuando cada filósofo vitalista tiene su propio concepto acerca de la vida, son dos los que predominan: el biológico y el biográfico. El primero concibe a la vida en su dimensión natural, esto incluye la obediencia y respeto hacia las leyes naturales, así como su aplicación práctica con el fin de obtener una mayor vitalidad que beneficie al ser humano en su existencia. El segundo la considera como la existencia humana en cuanto es vivida. Si bien esta concepción filosófica tiende al acercamiento a la ecología como conciencia vital, a diferencia de lo que interpretaciones desviacionistas recientes sugieren, no tiene relación alguna con una «defensa de la vida», sólo por ser vida, expresada en movimientos tales como el animalismo, el antiabortismo, el antimilitarismo, el pacifismo o el vegetarianismo, algunos de los cuales perciben la vida de una forma incongruente con la realidad. De este modo, defender la vida de un homicida o de un feto con defectos genéticos, sólo por que se trata de seres vivos, estaría en oposición fundamental al vitalismo de Friedrich Nietzsche, quien habla sobre extirpar los elementos perjudiciales para la vida como un todo («Los débiles y los malogrados deben perecer: principio primero de nuestro amor por los hombres». El Anticristo), defendiendo así las condiciones que impulsan una vida sana y superior, en lugar de defender cualquier clase de vida. Igualmente, defender la vida de un animal que es presa natural de otro animal, contradice las leyes que sustentan la propia vida. El vitalismo, así, más que suponer una «defensa de la vida», supone una defensa de la vitalidad.

Origen

El vitalismo surgió de la mano de una serie de pensadores que se caracterizan por una especie de irracionalismo, como reacción a los varios movimientos revolucionarios socialistas de la segunda mitad del siglo XIX. Principales referentes del vitalismo

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Wilhelm Dilthey

Wilhelm Dilthey (1833-1911) Filósofo alemán para quien la vida es el existir humano que se vive; es un vivir histórico, en cuanto que la historicidad es lo esencial del vivir humano. La posición de Dilthey se entiende mejor si se tiene en cuenta estas dos circunstancias: La razón ilustrada tenía el carácter de atemporal, general y abstracta; además, al fundarse en las ciencias naturales, sólo conocía lo repetitivo y constante. Dilthey no está de acuerdo; él centra el interés en lo concreto, lo único e individual; por tanto, lo que más le interesa es la crítica de la razón histórica y no de la razón teórica. Dilthey se encuentra con tres oposiciones con las que discrepa:

  1. . entre naturaleza y cultura;
  2. . entre génesis y estructura;
  3. . entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu (conocidas actualmente bajo el término de ciencias humanas).

En la posición historicista la oposición entre naturaleza y cultura no es aceptable porque el hombre no es un ser que se enfrenta con la naturaleza, y ésta, a su vez, se nos da a través de la cultura. Tampoco está de acuerdo con la oposición entre génesis y estructura, porque el mejor conocimiento de un fenómeno no se obtiene acercándose al proceso del desarrollo para lograr explicaciones objetivas, sino más bien mediante la comprensión psicológica y subjetiva de sus aspectos genéticos. Como consecuencia de estas dos oposiciones, las ciencias se dividen en ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. La filosofía de los siglos XVII y XVII se dedicó a justificar la existencia de las ciencias del primer grupo.Ahora, dice Dilthey, la tarea de la filosofía es fundamentar las ciencias del espíritu. Entre las ciencias del espíritu la principal es la historia, como lo era la física en las ciencias de la naturaleza. El conocimiento que ofrece la física consiste en explicaciones causales y matemáticas de hechos que previamente se aislaron mediante el método experimental. En la ciencia típica de la vida, o sea, en la historia, el auxiliar principal no es la matemática, sino la psicología. Es mediante ésta que el hombre se comprende a sí mismo; en otras palabras, no es lo explicativo, sino lo descriptivo lo que nos hace comprender la vida. Para iniciar el problema del conocimiento, es decir, de la creencia en la realidad exterior, hay que partir, siguiendo el ejemplo cartesiano, de una base firme; a ésta. Dilthey la llama «el principio fenoménico». Según este principio, sólo en el acto de conciencia se da el enfrentamiento entre el yo y el objeto. Penetrando en el contenido del principio fenoménico advertimos que todo lo que está presente para un sujeto se halla bajo la condición de ser un hecho de su conciencia. Toda cosa exterior se nos da únicamente como enlace de hechos o fenómenos de la conciencia. El espacio y las cosas que flotan en el espacio sólo existen para mí en la medida en que todo esto es un hecho de mi conciencia. La estructura de la experiencia en que surge el mundo exterior consta de dos elementos: una impulsión y una resistencia, es decir, la conciencia de un movimiento volitivo y la conciencia de la resistencia con que éste tropieza. El hombre es un sistema de impulsos que marchan de la necesidad hacia la satisfacción. Para confirmar lo anterior, Dilthey lo ejemplifica así: cuando un niño trata de obrar satisfaciendo sus impulsos, al ver entorpecida su intención adquiere la conciencia del impedimento y de desagrado. En esta forma, poco a poco va aumentando para él la realidad del mundo exterior.

Fragmento:

Así como las lenguas, las religiones, los Estados permiten reconocer, mediante el método comparativo, ciertos tipos, líneas evolutivas y reglas de transformación, de igual modo puede mostrarse también lo mismo en las ideas del mundo. Estos tipos cruzan la singularidad condicionada históricamente de las formas particulares. Están siempre condicionados por la peculiaridad de la esfera en que surgen. Pero el querer deducirlos de ella era un grave error del método constructivo. Sólo el método histórico comparativo puede aproximarse a la exposición de dichos tipos, de sus variaciones, evoluciones y cruces. La investigación tiene que mantener, por tanto, frente a sus resultados, permanentemente abierta, toda posibilidad de perfeccionamiento. Toda exposición es sólo provisional. Nunca es más que un instrumento para la visión histórica más profunda. Y siempre se une al método comparativo histórico la preparación del mismo mediante la consideración sistemática y la interpretación de lo histórico desde ella. También esta interpretación psicológica e histórico-sistemática de lo histórico está expuesta a los errores del pensamiento constructivo, que propendería a establecer una relación sencilla en cada esfera de la ordenación, por decirlo así, un afán de cultura que domina en él. Resumo lo averiguado hasta aquí en un principio capital, que la consideración histórica comparada confirma en todos sus puntos. Las ideas del mundo no son productos del pensamiento. No surgen de la mera voluntad del conocer. La comprensión de la realidad es un momento importante en su formación, pero sólo uno de ellos. Brotan de la conducta vital, de la experiencia de la vida, de la estructura de nuestra totalidad psíquica. La elevación de la vida a la conciencia en el conocimiento de la realidad, la estimación de la vida y la actividad volitiva es el lento y difícil trabajo que ha realizado la humanidad en la evolución de las concepciones de la vida. Este principio de la teoría de las ideas del mundo recibe su confirmación cuando tenemos a la vista el curso de la historia en su conjunto, y mediante este curso se confirma a la vez una importante consecuencia de nuestro principio, que nos retrotrae al punto de partida del presente estudio. El desarrollo de las visiones del mundo está determinado por la imagen del mundo, de la valoración de la vida, de la orientación de la voluntad, que resulta del mencionado carácter gradual de la evolución psíquica. Tanto la religión como la filosofía buscan firmeza, eficacia, dominio, validez universal. Pero la humanidad no ha avanzado un solo paso por este camino. La lucha de las ideas del mundo entre sí no ha llegado a una decisión en ningún punto capital. La historia realiza una selección entre ellas, pero sus grandes tipos quedan en pie unos junto a otros, independientes, indemostrables e indestructibles. No pueden deber su origen a ninguna demostración, y ninguna demostración puede disolverlos. Los estadios particulares y las formas especiales de un tipo pueden refutarse, pero su raíz en la vida perdura y sigue actuando y crea siempre nuevas formas. Wilhelm Dilthey, Teoría de las concepciones del mundo.

Friedrich Nietzsche

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Friedrich Nietzsche (1844-1900) Para este filósofo alemán, la vida tiene un sentido biológico-cultural, es decir, la vida es impulso natural y es vivencia. En su tercera etapa filosófica, denominada «zaratústrica», después de objetar la manera tradicional de entender la vida y la voluntad, propone su especial visión de la vida y sus teorías sobre la Voluntad de Poder y del Superhombre. La actividad crítica de Nietzsche se puede resumir en tres puntos: crítica a la moral, crítica a la metafísica, y crítica a las ciencias positivas. En su crítica a la moral, Nietzsche se refiere a la moral occidental de naturaleza judeocristiana con la que difiere por dos razones. Por una parte, dicha moral contiene un conjunto muy amplio de normas y leyes con las cuales se impide la exuberancia de la vida, se inhiben los impulsos vitales y el desarrollo. Por otra parte, la base filosófica de esta moral postula la existencia de un mundo inteligible, un plano de existencia ultra-terrenal del que no tenemos certeza, por lo que se trata de una «moral de ultramundos», es decir una «moral antinatural». La crítica de la metafísica tradicional se basa también en el hecho de que, de un modo u otro, nos conduce a mundos irreales. En efecto, dicha metafísica, de naturaleza platónica, nos habla de la separación entre el ser aparente (o fenoménico), que es el único que podemos percibir, y el ser real (o nouménico) que no es posible percibir. La metafísica tradicional, influenciada por el cristianismo, generalmente da un mayor valor a esa parte del ser que está fuera de nuestro alcance, por lo que desvaloriza la otra parte y desvaloriza a la vida misma (Ver: Nihilismo). El cristianismo fue desde el comienzo, de manera esencial y básica, náusea y fastidio contra la vida que no hacían más que disfrazarse, ocultarse, ataviarse con la creencia en «otra» vida distinta o «mejor».

Friedrich Nietzsche, El Nacimiento de la Tragedia,

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La crítica a las ciencias positivas no se basa en un ataque directo a las ciencias sino a la tendencia ideológica que han adoptado y a su metodología, en especial a la matematización. Mediante este recurso no adquirimos conocimiento de las cosas, solamente captamos sus relaciones cuantitativas. Además, las ciencias positivas pretenden explicarlo todo mediante leyes, pero una ley de la naturaleza no es algo que conozcamos; conocemos únicamente sus efectos y su relación con otras leyes, de las cuales igualmente no tenemos conocimiento. Según Nietzsche, la vida humana debe ser entendida en su totalidad, es decir, en su dimensión natural, como un complicado conjunto de instintos, impulsos, pasiones y capacidades; pero también debe verse en su aspecto de vivencia existencial, o sea, como proyecto constante de superación y de creación, como ansia de sobresalir para no ser uno más del rebaño. La voluntad de poder es voluntad de vivir, pero de vivir la vida total en todas sus dimensiones. Para esto la voluntad de poder tiene que transmutar los valores, con la conciencia de que lo único bueno es lo que favorece, fortalece y eleva el desarrollo de la vida. La voluntad de poder debe estar dispuesta a ayudar a los débiles y a los fracasados para que rápidamente sucumban y perezcan; favorecer su predeterminación fundamental a perecer por la carencia de impulsos vitales. Por esta razón, Nietzsche no está de acuerdo con la moral cristiana, a la cual califica como moral de esclavos. Esta moral es conveniente para los incapaces y los dominados, es una moral que exalta las debilidades y los vicios presentándolos como virtudes y los extiende por el mundo, lo que es perjudicial para la vida. Para la clase dominante la moral que vale es la moral de señores, de acuerdo con la cual el superdotado no tiene obligación de someterse a las normas de los son más débiles que él. El superhombre de Nietzsche puede entenderse en dos sentidos: individual y colectivo. El superhombre, en sentido colectivo, se refiere a la creación de una nueva cultura, a nuevas tablas y jerarquías de valores fincadas sobre una mejor afirmación de la vida. El superhombre en sentido individual se refiere a personas con voluntad de poder, con capacidad de superarse a sí mismas y a las de su grupo, con rebeldía para no someterse a las leyes igualitarias que las masas imponen al mundo por considerar injusto el hecho de que alguien pueda ser más capaz que otro.

Fragmentos:

Cuando no se sitúa en la vida su propio centro de gravedad, sino en el «más allá», en la nada, se despoja a ésta de su esencia. La gran mentira de la inmortalidad personal le quita al instinto todo lo que tiene de razón, de naturaleza. Desde ese momento, todo lo que hay en los instintos de beneficioso, de favorecedor de la vida y de garante del futuro, despierta desconfianza. El sentido de la vida se convierte entonces en vivir de manera que ya no tenga sentido vivir. ¿De qué sirve, pues, el sentido comunitario, la gratitud a los orígenes y a los antepasados? ¿Para qué colaborar, confiar, impulsar y favorecer cualquier forma de bien general? Todas estas actitudes son tentaciones, desviaciones al «camino recto» (…) Todo individuo, como poseedor de un «alma inmortal», ocupa el mismo nivel jerárquico que los demás (…) Cualquier beato desequilibrado tiene el derecho de imaginarse que por él se transgreden a cada paso las leyes de la naturaleza. Nunca maldeciremos con suficiente desprecio una acentuación como ésta de toda suerte de egoísmo que llega hasta lo ilimitado y hasta la desvergüenza (…) La «salvación del alma» equivale, hablando en plata, a afirmar que el mundo gira en torno a mí.

El Anticristo.

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A los despreciadores del cuerpo quiero decirles mi palabra. No deben aprender ni enseñar otras doctrinas, sino tan sólo decir adiós a su propio cuerpo – y así enmudecer. «Cuerpo soy yo y alma» – así habla el niño. ¿Y por qué no hablar como los niños? Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo. El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Instrumento de tu cuerpo es también tu pequeña razón, hermano mío, a la que llamas «mente», un pequeño instrumento y un pequeño juguete de tu gran razón. Dices «yo» y te enorgulleces de esta palabra. Pero más grande que esto, aunque no lo creas, es el cuerpo y su gran razón: que no dice yo, pero obra yo. Lo que el sentido siente, lo que la mente percibe, nunca es un fin en sí mismo. Pero sentido y mente intentarán persuadirte de que ellos son el fin de todas las cosas: así de vanidosos son. Sentido y mente son instrumentos y juguetes; tras ellos se encuentra todavía el ser. El ser busca con los ojos de los sentidos y escucha también con los oídos de la mente. El ser está siempre buscando y escuchando, compara, amansa, conquista, destruye. Rige, y también rige sobre el «yo». Detrás de tus pensamientos y sentimientos, hermano mío, hay un amo poderoso, un sabio desconocido. Se llama «el ser». En tu cuerpo habita, es tu cuerpo. Hay más razón en tu cuerpo que en tu mejor sabiduría. ¿Y quién sabe acaso, para qué necesita tu cuerpo precisamente de tu mejor sabiduría? Tu ser se ríe de tu «yo» y de sus orgullosos saltos. «¿Qué son para mí esos saltos y esos vuelos del pensamiento?, se dice. «Un rodeo hacia mi meta. Yo soy las andaderas del «yo» y el apuntador de sus conceptos.» El ser le dice al «yo»: «¡siente dolor aquí!» Y el «yo» sufre y reflexiona sobre cómo dejar de sufrir – y justo para ello debe pensar. El ser le dice al «yo»: “¡siente placer aquí!” Y el «yo» se alegra y reflexiona sobre cómo seguir gozando a menudo – y justo para ello debe pensar. A los despreciadores del cuerpo quiero decirles una palabra. Su despreciar constituye su apreciar. ¿Qué es lo que creó el apreciar y el despreciar, el valor y la voluntad? El ser creador se creó para sí el apreciar y el despreciar, se creó para sí el placer y el dolor. El cuerpo creador se creó para sí la mente como una mano de su voluntad. Incluso en vuestra necedad y en vuestro desprecio, despreciadores del cuerpo, servís a vuestro ser. Yo os digo: también vuestro ser quiere morir y se aparta de la vida. Ya no es capaz de hacer lo que más quiere: – crear algo por encima de sí. Eso es lo que más quiere, ése es todo su ardiente deseo. Sin embargo, ya le es demasiado tarde para eso: – por ello vuestro ser quiere hundirse en su ocaso, despreciadores del cuerpo. ¡Hundirse en su ocaso quiere vuestro ser, y por ello os convertisteis vosotros en despreciadores del cuerpo! Pues ya no sois capaces de crear por encima de vosotros. Y por eso os enojáis ahora contra la vida y contra la tierra. Una inconsciente envidia hay en la oblicua mirada de vuestro desprecio. ¡Yo no voy por vuestro camino, despreciadores del cuerpo! ¡Vosotros no sois para mí puentes hacia el superhombre!

Así hablaba Zaratustra. V.

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Hay predicadores de la muerte: y la tierra está llena de seres a quien hay que predicar que se alejen de la vida. Llena está la tierra de superfluos, corrompida está la vida por los demasiados. ¡Ojalá los saque alguien de esta vida con el atractivo de la «vida eterna»! «Amarillos»: así se llama a los predicadores de la muerte, o «negros». Pero yo quiero mostrároslos todavía con otros colores. Ahí están los seres terribles, que llevan dentro de sí el animal de presa y no pueden elegir más que o placeres o autolaceración. E incluso sus placeres continúan siendo autolaceración. Aún no han llegado ni siquiera a ser hombres, esos seres terribles: ¡ojalá prediquen el abandono de la vida y ellos mismos se vayan a la otra!. Ahí están los tuberculosos del alma: apenas han nacido y ya han comenzado a morir, y anhelan doctrinas de fatiga y de renuncia. ¡Querrían estar muertos, y nosotros deberíamos aprobar su voluntad! ¡Guardémonos de resucitar a esos muertos y de lastimar a esos ataúdes vivientes! Si encuentran un enfermo, o un anciano, o un cadáver, enseguida dicen: «¡la vida está refutada!» Pero sólo están refutados ellos, y sus ojos, que no ven más que un solo rostro en la existencia. Envueltos en espesa melancolía, y ávidos de los pequeños incidentes que ocasionan la muerte: así es como aguardan, con los dientes apretados. O: extienden la mano hacia las confituras y, al hacerlo, se burlan de su niñería: penden de esa caña de paja que es su vida y se burlan de seguir todavía pendientes de una caña de paja Su sabiduría dice: «¡tonto es el que continúa viviendo, mas también nosotros somos así de tontos! ¡Y ésta es la cosa más tonta en la vida!» – «La vida no es más que sufrimiento» – esto dicen otros, y no mienten: ¡así, pues, procurad acabar vosotros! ¡Así, pues, procurad que acabe esa vida que no es más que sufrimiento! Y diga así la enseñanza de vuestra virtud: «¡tú debes matarte a ti mismo! ¡Tú debes quitarte de en medio a ti mismo!» – «La voluptuosidad es pecado, – así dicen los unos, que predican la muerte – ¡apartémonos y no engendremos hijos!» «Dar a luz es cosa ardua, – dicen los otros – ¿para qué dar a luz? ¡No se da a luz más que seres desgraciados!» Y también éstos son predicadores de la muerte. «Compasión es lo que hace falta – así dicen los terceros. ¡Tomad lo que yo tengo! ¡Tomad lo que yo soy! ¡Tanto menos me atará así la vida!» Si fueran compasivos de verdad, quitarían a sus prójimos el gusto de la vida. Ser malvados – ésa sería su verdadera bondad. Pero ellos quieren librarse de la vida: ¡qué les importa el que, con sus cadenas y sus regalos, aten a otros más fuertemente todavía! – Y también vosotros, para quienes la vida es trabajo salvaje e inquietud: ¿no estáis muy cansados de la vida? ¿No estáis muy maduros para la predicación de la muerte? Todos vosotros que amáis el trabajo salvaje y lo rápido, nuevo, extraño, – os soportáis mal a vosotros mismos, vuestra diligencia es huida y voluntad de olvidarse a sí mismo. Si creyeseis más en la vida, os lanzaríais menos al instante. ¡Pero no tenéis en vosotros bastante contenido para la espera – y ni siquiera para la pereza! Por todas partes resuena la voz de quienes predican la muerte: y la tierra está llena de seres a quienes hay que predicar la muerte. O «la vida eterna»: para mí es lo mismo, – ¡con tal de que se marchen pronto a ella! Así hablaba Zaratustra. X.

Henri Bergson

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Henri Bergson (1859-1941) Para este filósofo judío-francés, la vida es impulso vital universal que lucha contra la materia porque aquél quiere progreso y ésta lo retarda. Para Bergson, el objetivo principal de la filosofía es la captación de la realidad, pero principalmente de la vida. Comienza por establecer la diferencia radical entre ciencia y filosofía, que, según él, deriva del distinto camino que sigue cada una para llegar a la realidad. Las ciencias se valen del análisis, operación propia del intelecto. El análisis se hace mediante conceptos; pero como éstos son rígidos, el conocimiento logrado por el análisis intelectual estatifica los objetos, los paraliza y, por tanto, los deforma. Sin embargo, el acceso a la realidad por este camino es muy útil, porque la finalidad no es conocer los objetos sino, utilizarlos. Por lo tanto, el pensamiento de Bergson es utilitarista. La filosofía sí tiene interés por llegar a conocer la realidad; por esto recurre a otra operación de nivel superior, supraintelectual, que se llama intuición, con la cual capta la realidad con su esencia íntima. La intuición, según Bergson, es producto simultáneo del intelecto, el instinto y la voluntad. Mediante la intuición, el hombre simpatiza con los objetos y esto permite que sean captados en su interioridad, o sea, en aquello que tienen de inexpresable. Gracias a la intuición accedemos a la esencia misma de la vida que es la duración. La clave para entender los dos modos distintos de comprender la realidad está en la diferente temporalidad con que existen lo fenoménico y lo esencial de la realidad. Los fenómenos o las apariencias se mueven en el tiempo de la física; la esencia de la realidad, sobre todo, la vida, se mueve en la duración. El tiempo de la física, como sabemos, tiene tres dimensiones que bien pueden separarse y por lo mismo estratificarse. Esto quiere decir que al aspecto fenoménico del objeto lo podemos captar en su dimensión de presente, de pasado o de futuro. Por el contrario, la temporalidad que estamos llamando duración es un acaecer en que están presentes todos los instantes. La duración, con su carácter de real, es la esencia misma de la vida. El yo, la conciencia continuamente se convierten en otro distinto; pero sin que se anule el pasado. Éste sigue actuando sobre el presente y aun en el futuro desempeña allí su papel. Esto naturalmente no es el tiempo de la física, sino que es la duración concreta, real y heterogénea. La duración real se fundamenta en la memoria; pero entendida ésta no como una facultad del alma, sino como la estructura radical de la conciencia. Para facilitar la comprensión de la vida en su duración real, se vale Bergson de una comparación. Imaginemos una bola de nieve que va rodando. En cada momento aumenta su volumen porque se agrega una nueva capa, pero sin perder las anteriores. Así sucede en la duración vital. Se trata de una realidad en la que el pasado no se pierde, sino que perdura y va adquiriendo nuevas etapas de madurez. Dice Bergson que el motor de este progreso o evolución creadora es un impulso universal que él llama el «elán vital».

José Ortega y Gasset

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José Ortega y Gasset (1883-1955) Para el filósofo español la vida se maneja en dos sentidos: en la primera etapa predomina el biológico, mientras que en la segunda predomina el biográfico-histórico. Para facilitar la comprensión de la vida, Ortega y Gasset nos presenta siete categorías o conceptos explicativos; pero él aclara que cuando habla de la vida no se refiere a la «otra vida», o a la vida del físico o del místico, sino a ésta, a la mía, a la vida humana:

  1. Vivir es encontrarse en el mundo. Pero entendido éste no como naturaleza, sino como el mundo que vivo yo y del cual tengo conciencia.
  2. Vivir es estar ocupado en algo. En sentido estricto, yo consigo en ocuparme con todo aquello que hay en el mundo y el mundo consiste en todo aquello de que me ocupo y nada más.
  3. Finalidad. Vivir es estar ocupado en algo gracias a una finalidad en vista de la cual ocupamos nuestra vida; por esto, nuestra vida es posibilidad y es problema.
  4. Decisión y libertad. La vida no es algo que se me dé ya hecho, sino que es algo que yo, antes de hacer, decido libremente. Posibilidades. El vivir consiste en hallarse en un mundo que no es cerrado, sino que ofrece posibilidades.
  5. Circunstancia. Con este vocablo designa Ortega y Gasset el entorno en que se desarrolla cada vivir humano. Dicho entorno o mundo consiste en un conjunto limitado de posibilidades y dentro de ellas hay que decidir. El mundo del hombre es circunstancial, y dentro de la circunstancia ha de decidirse el hombre.
  6. Temporalidad. Si el vivir consiste en decidir, quiere decir que la vida es futurización, o sea, se requiere la temporalidad.

Esta nota del vivir es lo que permite considerar a la vida como perspectiva, esto es, como una realidad móvil, dinámica y cambiante. El conocimiento integral de la vida no se obtiene por medio de la razón pura de los racionalistas, sino a través de la razón vital. Con la primera no se puede porque la desprenden de la totalidad de la vida, la consideran sola, aparte. La razón vital, por el contrario, funciona desde el sujeto en su totalidad. La razón vital es la razón que propone Ortega y Gasset, en sustitución de la razón pura cartesiana de la tradición filosófica. Esta razón integra todas las exigencias de la vida, nos enseña la primacía de esta y sus categorías fundamentales. No prescinde de las peculiaridades de cada cultura o sujeto, sino que hace compatible la racionalidad con la vida. Además, la razón vital se identifica con razón histórica porque, a partir del sujeto tal como se encuentra en toda su circunstancia, está funcionando desde determinada realidad social e histórica. Asi pues, la razón vital tiene que concretizarse como razón histórica.

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