Tercer viaje de Pizarro

Tercer viaje de Pizarro

Tercer viaje de Pizarro. Salen de Panamá el 20 de enero de 1531, constaba de tres barcos, tres religiosos y una mujer española llamada Juana Hernández.
Pizarro llega a Tumbes y funda San Miguel de Piura (15-07-1533), la primera ciudad española en el Perú. Es un nombre mestizo: San Miguel (europeo) y Piura (autóctono). Mientras que en el Tahuantinsuyo, el inca Atahualpa acababa de vencer a su hermano Huáscar, encontrándose con un poderoso ejército.
El 24 de setiembre de 1532 parten a Cajamarca con 177 hombres, 60 caballos y armamento, con Pizarro al mando. Posteriormente se da la entrevista de Cajamarca, donde es capturado Atahualpa y condenado a muerte, con la pena del garrote al cambiar su nombre con el nombre de Juan Pizarro y es ejecutado el 26 de julio de 1533.
Con este hecho, el Imperio incaico quedó abandonado a su suerte, la codicia y el poder, provocando una gran desorganización que permitió el rápido dominio del invasor chapetón.

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Miniatura que representa la llegada de Pizarro al Perú Pizarro aprovechó su estancia en la península ibérica para visitar Trujillo, su ciudad natal, donde se reunió con sus hermanos Gonzalo, Hernando y Juan, a quienes convenció para que se sumaran a la empresa conquistadora. Con ellos preparó su tercer y definitivo viaje por la conquista del Perú, pero le fue difícil reunir los 150 hombres que le exigía una de las cláusulas de la capitulación. Sin embargo, logró burlar los controles de las autoridades y en enero de 1530 zarpó con dos buques que transportaban a menos de 150 hombres. Tras un viaje sin contratiempos, arribó a Nombre de Dios, donde se encontró con su socio Almagro que, como era de esperarse, recibió con desagrado la noticia de las pocas prerrogativas conseguidas para él en la capitulación, en comparación a los títulos y poderes otorgados a Pizarro. A este disgusto se sumó la actitud prepotente de Hernando Pizarro, el más temperamental de los hermanos Pizarro. Almagro pensó incluso a separarse de la sociedad, pero Luque logró, una vez más, reconciliar a los dos socios. De Nombre de Dios, los tres socios y sus hombres pasaron a la ciudad de Panamá. Allí lograron reunir tres naves a las que proveyeron con todo lo necesario para realizar la “entrada” definitiva al Perú. El 21 de diciembre de 1530 los expedicionarios oyeron misa en la iglesia de La Merced de Panamá. Eran 180 de a pie y 37 de a caballo (datos de Jerez). Estaban ya listos para embarcarse, pero tuvieron que esperar unas semanas para dar cumplimiento a las disposiciones que exigía que la expedición llevara oficiales reales. Pizarro partió finalmente de Panamá el 20 de enero de 1531, con dos navíos. Después de 13 días de navegación, llegó a la bahía de San Mateo, donde decidió avanzar por tierra. Sus huestes caminaron bajo las inclemencias del clima tropical, la creciente de los ríos y las enfermedades exóticas, a una de las cuales denominaron bubas, por los tumores que les brotaban en la piel. La expedición encontró algunos pueblos abandonados, y en uno de ellos, Coaque, encontraron algo de oro, piedras preciosas y telas que enviaron a Almagro, que se había quedado en Panamá para proveer de todo lo necesario para la expedición, como en anteriores ocasiones. Al llegar a Portoviejo se encontraron con Sebastián de Benalcázar, que estaba al mando de 30 hombres bien armados, todos los cuales se sumaron a la expedición de Pizarro.

El inicio de la invasión

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Mapa que muestra la ruta de la expedición encabezada por Pizarro durante la conquista del Imperio incaico, desde el inicio de su Tercer Viaje, hasta la llegada al Cuzco, la capital de los incas.

Primera fase

  • Conquista de la isla de Puná Pasando por el golfo de Guayaquil, Pizarro llegó a la isla de Puná, que planeó usarla como cabeza de puente para el desembarco en Tumbes. El curaca o cacique de la isla, llamado Tumbalá, entró en tratos con Pizarro, ofreciéndole su ayuda en su proyectado avance hacia Tumbes. Y es que entre Puná y Tumbes existía una continua guerra; incluso, en la isla había unos 600 prisioneros tumbesinos, esclavizados por los puneños. Los españoles recibieron regalos e instrumentos musicales por parte de Tumbalá, quien, aparentemente, se ofrecía así como su aliado. En Puná, Pizarro se enteró del violento fin que tuvo Alonso de Molina y otros soldados españoles que se habían quedado entre los indios en el curso de su segundo viaje. Se dice que los españoles hallaron en la isla un lugar que tenía una cruz alta y una casa con un crucifijo pintado en una puerta y una campanilla colgada y que luego salieron de dicha casa más de treinta chiquillos de ambos sexos, diciendo en coro «Loado sea Jesucristo, Molina, Molina». Los indios contaron entonces que Molina había llegado a Puná huyendo de los tumbesinos y que se había dedicado a adoctrinar a los niños en la fe cristiana: luego, los isleños lo convirtieron en su caudillo durante la guerra librada contra los chonos y tallanes, peleando en varios combates, hasta que, en cierta ocasión, hallándose de pesca a bordo de una balsa, fue sorprendido y ultimado por los chonos. Llegó por entonces a Puná el curaca Chilimasa de Tumbes, que se entrevistó secretamente con Pizarro; éste hizo que Chilimasa y Tumbalá se amistaran e hicieran las paces, lo que no fue sino una farsa, pues ambos ya no peleaban entre sí, sino que se hallaban sometidos a la voluntad del inca Atahualpa, a través de un noble quechua que ejercía como gobernador de Tumbes y Puná. Ambos guardaban también un secreto plan para exterminar a los españoles, siguiendo las directivas del inca. Los españoles, como era su costumbre, empezaron a cometer una serie de atropellos contra los nativos, demostrando una sed insaciable por los metales preciosos y abusando de las mujeres. Tumbalá se preparó para realizar el exterminio de los españoles, pero Felipillo, el intérprete tallán de los españoles (uno de los muchachos recogidos de la balsa tumbesina por Ruiz), se enteró del plan y lo puso al tanto de Pizarro, que ordenó entonces apresar a Tumbalá. En plena lucha entre indios y españoles, arribó a Puná el capitán Hernando de Soto, procedente de Centroamérica, posiblemente a fines de 1531. Soto trajo consigo cien infantes y unos caballos, refuerzo significativo que decidió el triunfo español sobre los indios. Pizarro, para ganarse el apoyo de los tumbesinos, les entregó a algunos de los jefes de Puná que habían sido tomados prisioneros y puso en libertad a los seiscientos tumbesinos esclavizados que se hallaban en la isla. Como señal de agradecimiento, Chilimasa fue a visitar a Pizarro y ofreció sus balsas para facilitar el transporte de bagajes de los españoles. Sin embargo, Chilimasa escondía otra intención, como veremos enseguida. Pizarro permaneció en Puná hasta abril de 1532, cuando emprendió el avance hacia la costa tumbesina.

Segunda fase

Desembarco en Tumbes La navegación de los españoles hacia Tumbes duró tres días. Estando todavía en alta mar, Pizarro ordenó que se adelantaran las cuatro balsas que Chilimasa le había cedido para transportar los equipajes, en las cuales iban tripulantes indios y tres españoles en cada una de ellas. Fue entonces cuando los indios procedieron a realizar la estratagema ideada por Chilimasa para exterminar a los españoles. La primera balsa que llegó a tierra fue rodeada por los indios y los tres españoles que en ella iban fueron atacados y arrastrados hasta un bosquecillo, donde fueron descuartizados y echados sus pedazos en grandes ollas con agua hirviente. La misma suerte iban a correr otros dos españoles que llegaban en la segunda balsa, pero los voces de auxilio gritadas a tiempo hicieron efecto, ya que Hernando Pizarro, con un grupo de españoles a caballo, arremetió contra los indios. Muchos de estos murieron a manos de los españoles y otros huyeron a los bosques. Los españoles, que no entendían el motivo de la belicosidad de los tumbesinos, a quienes habían considerado como aliados, encontraron a la ciudad de Tumbes completamente arrasada y comprobaron que no era una gran ciudad de piedra, como había informado el griego Candía, lo que desilusionó a no pocos. Hernando de Soto con su tropa persiguió a los tumbesinos levantados durante toda la noche y en la mañana: cayeron sobre sus campamentos, sorprendiéndolos y matándolos. Al día siguiente continuó la persecución. El cacique Chilimasa con las debidas garantías para su vida, se presentó ante Hernando de Soto, quien lo llevó donde estaba Pizarro. De la conversación con Chilimasa, Pizarro se enteró que Tumbes había sido arrasada por orden del inca Atahualpa, en castigo por haber apoyado a Huáscar, en el contexto de la guerra civil incaica. Los tumbesinos fueron obligados a rendir vasallaje a Atahualpa, quien ordenó a Chilimasa realizar una comisión especial, para demostrar su lealtad: ganarse la confianza de los españoles, para luego, una vez en pleno desembarco, matarlos a todos. Sin embargo, como ya vimos, este plan fracasó, al igual que el plan similar de Tumbalá. Otra conversación importante fue la que sostuvo Pizarro con un principal venido del interior. Al respecto Pedro Pizarro, dice: «…pues preguntando al indio qué era el dijo que era un pueblo grande donde residía el Señor de todos ellos, y que había mucha tierra poblada y muchos cántaros de oro y plata, y casas chapeadas con planchas de oro; y cierto el indio dijo verdad, y menos de lo que había…»; les informó también sobre valles más fértiles. Además de lo anterior, informó a Pizarro sobre la situación Inca. Todos estos informes entusiasmaron a Pizarro, quien decidió continuar con la conquista. El 16 de mayo de 1532 Pizarro abandonó Tumbes donde dejó una guarnición española al mando de los oficiales reales. Las huestes de Pizarro, que sumaban unos 200 hombres, avanzaron con dirección a Poechos, divididos en dos grupos. La vanguardia estaba al mando del mismo Francisco Pizarro, acompañado por Hernando de Soto. La retaguardia, al mando de Hernando Pizarro, salió de Tumbes poco después, avanzando lentamente porque en sus filas había enfermos.

Los españoles en Poechos

Poechos era una localidad habitada por indios tallanes y gobernaba por el curaca Maizavilca, un indio muy astuto y rechoncho. Éste recibió cordialmente a los españoles y para ganarse más la voluntad de Pizarro, le regaló a su sobrino, un muchacho que fue bautizado como Martinillo y que se convirtió en intérprete. En Poechos, Francisco Pizarro tuvo noticias de Atahualpa, que se estaba desplazando de Quito a Cajamarca. Además, tuvo detalles de la guerra que sostenía con Huáscar. Decidió enviar a Hernando de Soto a Caxas, con la finalidad de recopilar información sobre Atahualpa. Soto se tomó un tiempo en esto, lo que causó la preocupación de Pizarro. En tanto, llegó a Poechos la retaguardia de conquistadores que venía con Hernando Pizarro. Por entonces se habían levantado los indios de Chira y Tangarala (Tangarará), obligando a los españoles de Hernando de Soto, a atrincherarse en la huaca Chira y enviar un mensaje a Pizarro en demanda de ayuda. Francisco Pizarro dejó a Hernando Pizarro en Poechos, y se dirigió a la huaca Chira para auxiliar a sus compañeros de armas. Allí castigó severamente a los curacas: «Trece curacas fueron muertos a garrote y quemados sus cuerpos».

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  • La fundación de San Miguel

Luego de apaciguar a Chira, Pizarro se dirigió a Tangarala (Tangarará), en donde fundó la villa de San Miguel de Tangarará (actual Piura), el 15 de agosto de 1532 (según el cálculo hecho por el historiador José Antonio del Busto). Se eligió ese lugar pues era muy fértil y se hallaba regularmente poblada de indios; estaba a la margen derecha del río Chira, a unas 6 leguas de un lugar llamado Amotape y a 40 km del mar. Fue la primera ciudad española fundada en el Perú. Tiempo después, en 1588, su sede fue trasladada a donde se halla actualmente. Como su teniente de gobernador fue nombrado el contador Antonio Navarro y como alcaldes ordinarios al asturiano Gonzalo Farfán de los Godos y al castellano Blas de Atienza. Francisco Pizarro hizo el primer reparto de tierras y siervos indios entre los españoles que quisieron afincarse en la villa. Este primer reparto incluyó además de Piura, Tumbes, repartimiento que fue concedido a Hernando de Soto.

El orejón espía

El cronista Pedro Pizarro, que había quedado con Hernando Pizarro en Poechos, describe la presencia de un espía de Atahualpa en dicha localidad: un orejón o noble inca, al que llama Apo (que en realidad es un título, que significa “señor”). Betanzos afirma que se llamaba Ciquinchara y que era un orejón natural de Jaquijahuana. Disfrazado de un rústico vendedor de pacaes, Ciquinchara se adentró en el campamento de los españoles sin levantar sospechas. Pero Hernando Pizarro, maliciando de su presencia, lo empujó y le dio de puntapiés, armándose entonces un alboroto entre los indígenas, lo que aprovechó Ciquinchara para escabullirse e ir donde el Inca, a quien dio un informe. Particularmente, llamaron la atención del orejón tres españoles: el domador de caballos, el barbero que con su arte “rejuvenecía a los viejos” y el herrero que forjaba espadas. El orejón opinó ante Atahualpa, que cuando se procediese a exterminar a los españoles, se conservaran a estos tres, pues serían de gran utilidad para los incas. Fue pues, en los parajes piuranos, que Pizarro tuvo por primera vez noticia de Atahualpa y de la guerra civil que éste enfrentaba con su hermano Huáscar, el cual, tras ser derrotado, se hallaba cautivo.

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Viaje de Piura a Cajamarca

Antes de entrar a la sierra, Francisco Pizarro tomó una serie de precauciones, que según Villanueva, fueron:

  1. Que su hermano Juan Pizarro, con cincuenta de a caballo, se instalase en Piura, alerta ante las huestes de Atahualpa, haciendo gran actividad de espionaje;
  2. Y que, con las demás gente su hermano Hernando Pizarro se instalara en Tangarala;
  3. El repartimiento de Tumbes, que era el más ambicionado, lo entregó a Hernando de Soto, cumpliendo la promesa que le hiciera a Hernando Ponce de León cuando le fletó dos navíos en Panamá;
  4. En Tangarala puso como su teniente gobernador a Antonio Navarro, contador del rey de España;
  5. Además, dejó en Tangarala a cincuenta y cinco vecinos españoles, que se quedaron a poblarla Villanueva Sotomayor, lib. cit.

Luego de dictar las disposiciones anteriores y de reforzar su retaguardia, se dirige a Cajamarca por el Caminos del Inca (Cápac Ñam), en donde sabía se encontraba Atahualpa. Jerez dice que Pizarro salió de San Miguel de Piura el 24 de septiembre de 1532 con «sesenta y dos de caballo y ciento dos de pie». Camino a Cajamarca, un noble orejón se entrevista con Pizarro para hacerle saber que el Inca «tiene la voluntad de ser su amigo, y esperalle en paz en Caxamarca». Luego de esto el indio retornó a Cajamarca a informar a Atahualpa y a entregarle los regalos que envió con él Francisco Pizarro y para decirle «que se apresuraría en llegar a Caxamarca y ser amigo del Inca». Para no ser hostigado por ambos bandos de la confrontación intestina, Pizarro pregonaba indistintamente que era partidario de Huáscar o de Atahualpa, según se presentase el caso. Las tropas de Atahualpa acababan de derrotar a las de su hermano Huáscar en Huanacopampa, el cual había sido hecho prisionero. Según María Rostworowski, «El consenso de cronistas de acuerdo en señalar las crueldades ordenadas por Atahualpa contra los deudos, mujeres e hijos de Huáscar. Todos fueron ahorcados y se persiguió en las casas de los difuntos Incas a los que habían pertenecido al linaje de Huáscar. El mayor ensañamiento se cumplió con los miembros de la panaca de Tupac Yupanqui, matando a todos los miembros que se pudieron hallar» (Historia del Tahuantinsuyu). Mientras esta represión tenía lugar, Atahualpa permanecía en Huamachuco festejando los triunfos de sus generales y se preparaba para dirigirse a Cajamarca. En esto llegaron mensajeros enviados por los curacas de Payta y de Tumbes avisando de la llegada de unos extraños personajes que habitaban unas casas flotantes y montaban unos enormes animales. Atahualpa retrasó su marcha a Cajamarca para ver a los recién llegados y dio a sus generales la orden de ir a Cajamarca con Huáscar, lugar donde se reuniría con ellos. En la llacta de Cinto, el curaca informó a Pizarro de que Atahualpa había estado en Huamachuco y de que se dirigía a Cajamarca con cincuenta mil hombres de guerra. Continuando su camino hacia Cajamarca, los españoles llegaron a una bifurcación del camino. Uno de ellos llevaba a Chincha y el otro a Cajamarca. Algunos españoles opinaban que sería mejor ir a Chincha y postergar el enfrentamiento con Atahualpa. Sin embargo, Pizarro decide ir a Cajamarca, por varias razones que explica Villanueva Sotomayor:

  1. Recuerda las recomendaciones de Hernán Cortés: «lo primero que hay que hacer es apoderarse del jefe, lo consideran como su dios y tienen poder absoluto. Con ello, los demás no saben qué hacer».
  2. Por su propia experiencia, en Coaque, la Puná y Tumbes, sabe que apresando un curaca y teniéndolo como rehén se gana mucho. En cambio, suelto, el curaca se convierte en enemigo peligroso.
  3. Los huascaristas lo ayudan porque él se ha declarado «su partidario». Tomar una ruta distinta a donde están los protagonistas de la guerra civil sería perder ese valioso apoyo.
  4. A Atahualpa le ha mandado decir que va a su encuentro porque «quiere ser su amigo» y «apoyarlo» en su lucha contra Huáscar Inca Yupanqui. No cumplir con esa promesa debilitaría las posibilidades de la sorpresa y el engaño que le tenía preparado al Inca.
  5. Cambiar la ruta hacia Chincha sería la perdición para Pizarro, porque quedarían al descubierto sus planes secretos…».

En un poblado de sierra, Pizarro decidió dividir su ejército en dos grupos: la vanguardia con él y cuarenta de a caballo y sesenta de a pie. El resto, al mando de Hernando Pizarro, formaría la retaguardia y se uniría a Pizarro cuando él lo indicase. Luego de unos días de marcha, Pizarro mandó decir a su hermano Hernando que se le uniese para continuar el viaje a Cajamarca juntos. Los informes que le daban eran tranquilizadores. Pizarro hizo acampar a su fracción. En ese campamento, fue que Pizarro recibió una embajada de Atahualpa, con diez llamas que el Inca había enviado como regalo y para conocer el día que llegarían a Cajamarca, a fin de enviarles comida por el camino. En otra poblado del camino (llacta), Pizarro recibió otro obsequio de diez llamas, más informes que lo tranquilizaron, y con ellos se quedó uno de ellos que los acompañó todo el camino hasta Cajamarca. En otro poblado, según Villanueva, hubo un incidente entre dos indios (entre el venido de Cajamarca y el que dio el alcance a Pizarro, de San Miguel de Piura, que había sido enviado a Cajamarca). La razón del pleito la explicó el indio de San Miguel así:

    »

  1. El enviado del Inca mentía. Atahualpa no estaba en Cajamarca sino en el campo (Baños del Inca) y tenía mucha gente.
  2. A él lo habían querido matar, pero se había salvado porque amenazó con que los embajadores de Atahualpa serían ajusticiados por el Gobernador.
  3. No permitieron que hable directamente con el Inca, porque estaba ayunando.
  4. Se entrevistó por fin, con un tío de Atahualpa, quien le requirió por los cristianos. Su respuesta resumida por Jerez, fue: «Y yo les dije que son valientes hombres y muy guerreros; que traen caballos que corren como viento y los que van en ellos, llevan unas lanzas largas, y con ellas matan a cuantos hallan, porque luego en dos saltos los alcanzan, y los caballos con los pies y bocas matan muchos. Los cristianos que andan a pie dije son muy sueltos, y traen en el brazo una rodela de madera con que se defienden y jubones fuertes colchados de algodón y unas espadas muy agudas que cortan por ambas partes, de cada golpe, un hombre por medio, y a una oveja (nota: llama) llevan la cabeza, y con ella cortan todas las armas que los indios tienen; y otras traen ballestas que tiran de lejos, que de cada saeteada matan un hombre y tiros de pólvora que tiran pelotas de fuego, que matan mucha gente».

El mensajero de Atahualpa replicó:

  • . Que si Atahualpa no estaba en Cajamarca era porque esa llacta había sido reservada para aposentar a los cristianos.
  • Que Atahualpa acostumbraba acampar desde que estaba en guerra con Huáscar Inca Yupanqui.
  • Que cuando el Inca ayunaba no dejaban que hablara con nadie más sino con su padre el Inti.
  • Muy diplomáticamente, Pizarro, zanjó la discusión «…teniendo en lo secreto por cierto que era verdad» la versión del huascarista, su aliado». Luego del incidente, los españoles continuaron su camino hacia Cajamarca. Muy cerca de esa poblado (llacta), Francisco Pizarro recibió otra embajada de Atahualpa con comida. Después se situó a una legua de Cajamarca, «y toda la gente y caballos se armaron, y el Gobernador los puso en concierto para la entrada del pueblo, e hizo tres haces de los españoles de pie y de caballo». «Llegado a la entrada de Caxamalca vieron estar el real de Atahualpa una legua de Caxamalca, en la falda de una sierra». Los españoles habían llegado a Cajamarca por las alturas de Shicuana, al noreste del valle. Era el viernes 15 de noviembre de 1532. Habían caminado 53 días desde San Miguel de Piura.

Captura de Atahualpa

El Inca Garcilaso de la Vega y Miguel de Estete aseguran que los españoles encontraron en Cajamarca «gente popular y algunos de la gente de guerra» de Atahualpa. Además, que fueron bien recibidos. Otros cronistas, como Jerez, aseguran que los españoles no encontraron gente en el poblado. Herrera dice que «sólo se veían en un extremo de la plaza unas mujeres que lloraban la suerte que el destino reservaba a los españoles que habían provocado la cólera del emperador indio» (Hechos de los castellanos, Década V). Cuando Pizarro entró en Cajamarca, Atahualpa se encontraba a media legua del asiento, en Pultumarca o los Baños del Inca, donde había asentado su real, «con cuarenta mil indios de guerra» como cuenta Pedro Pizarro. Este campamento, conformado por extensas hileras de tiendas blancas, con miles de guerreros y servidores incas, debió ofrecer una vista sorprendente a los conquistadores. El cronista soldado Miguel de Estete, testigo de los hechos, relata así sus impresiones: Y eran tantas las tiendas… que cierto nos puso harto espanto; porque no pensamos que indios pudieran tener tan soberbia estancia, ni tantas tiendas, ni tan a punto; lo cual hasta allí en las Indias nunca se vio; que nos causó a todos los españoles harta confusión y temor… Entrados en Cajamarca, Francisco Pizarro envió a Hernando de Soto con veinte jinetes y el intérprete Felipillo, como embajada para decirle a Atahualpa «que él venía de parte de Dios y del Rey a los predicar y tenerlos por amigos, y otras cosas de paz y amistad, y que se viniese a ver con él.» Soto se hallaba ya a medio camino, cuando Pizarro, viendo desde lo alto de una de las “torres” de Cajamarca el impresionante campamento del Inca, temió que sus hombres pudieran sufrir una emboscada y envió a su hermano Hernando Pizarro con otros veinte encabalgados más y el intérprete Martinillo. Tras cruzar el campamento inca, Soto primero, y luego Hernando Pizarro, llegaron ante el palacete del Inca, situada en medio de un pradillo, custodiado por unos 400 guerreros incas. A través de los intérpretes, los españoles inquirieron la presencia del Inca, pero éste demoró en salir, a tal punto que inquietó a Pizarro, quien ofuscado, ordenó a Martinillo «¡Decidle al perro que salga…!» Al fin se animó a salir Atahualpa hasta la puerta de su palacete, sentándose sobre un banco colorado, tras una cortina que únicamente dejaba ver su silueta. Los españoles le transmitieron la invitación de Pizarro de que fuera a Cajamarca. Atahualpa no respondió de inmediato, lo que nuevamente molestó a Hernando Pizarro. Hasta que finalmente Atahualpa ordenó correr la cortina y se dejó ver. Los españoles conocieron así por primera vez al Señor del Tahuantinsuyo: era un indio de unos 35 años, de cabellos largos (así los usaba para ocultar su oreja mutilada) y vestido con traje multicolor. En su cabeza llevaba una borla colorada, la mascapaicha, el símbolo de su poder. Y tenía una mirada feroz. El Inca respondió a la embajada comunicando que «podían quedarse [los españoles] en la llacta de Cajamarca, que él no podía ir porque estaba terminando su ayuno». Y que iría al día siguiente, no sin advertir a los españoles que debían pagarle por todo lo que habían tomado desde la bahía de San Mateo hasta allí. El Inca, una vez que se fueron los españoles, ordenó que veinte mil soldados imperiales se apostasen en las afueras de Cajamarca, para capturar a los españoles: estaba seguro que al ver tanta gente, los españoles se rendirían. Sólo eran soldados de profesión además de Pizarro, únicamente de Soto y Candía. Pedro Pizarro dice «Pues estando así los españoles, fue la noticia a Atahualpa, de indios que tenía espiando, que los españoles estaban metidos en un galpón, llenos de miedo, y que ninguno aparecía por la plaza. Y a la verdad el indio la decía porque yo oí a muchos españoles que sin sentirlo se orinaban de puro temor». Los conquistadores a las órdenes de Pizarro velaron armas durante la noche, Francisco Pizarro en base a los largos relatos que le hacía Hernán Cortés sobre la conquista de los aztecas, tenía en mente capturar al Inca imitando a Cortés en México. Pizarro dispuso que Pedro de Candía se colocase en lo más alto del tambo real, en el centro de la plaza, con tres trompeteros y un falconete pequeño. Tenían la orden de disparar cuando ya el Inca, se encontrara en la plaza. Luego del estruendo del falconete, harían sonar las trompetas. A los de caballo los dividió en dos fracciones al mando de Hernando de Soto, uno y de Hernando Pizarro, el otro. La orden era que cuando escuchasen el estruendo deberían salir de sus escondites. La infantería también estaría dividida en dos fracciones, una al mando de Francisco Pizarro y la otra al mando de Juan Pizarro. La orden, avanzar a capturar al Inca. Todos debían estar escondidos en los edificios que rodeaban la plaza hasta escuchar la voz de ataque: ¡Santiago!, que sería dada por el cura Valverde, en su momento. Los cronistas fijan las cuatro de la tarde como la hora en que Atahualpa ingresa a la plaza de Cajamarca. Estete dice: «A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su calzada delante, derecho a donde nosotros estábamos; y a las cinco o poco más, llegó a la puerta de la ciudad». El inca comenzó su entrada en Cajamarca, antecedida por su vanguardia de cuatrocientos hombres con «grandes cantares», ingresó a la plaza con toda su gente, que cubría toda ella, en una «litera muy rica, los cabos de los maderos cubiertos de plata…; la cual traían ochenta señores en hombros; todos vestidos de una librea azul muy rica; y él vestido su persona muy ricamente con su corona en la cabeza y al cuello un collar de esmeraldas grandes; y sentado en la litera en una silla muy pequeña con un cojín muy rico». Jerez, escribía. «Entre estos venía Atahualpa en una litera aforrada de plumas de papagayos de muchos colores, guarnecida de chapas de oro y plata». Francisco Pizarro envió al cura dominico, fray Vicente de Valverde, al soldado Hernando de Aldama y al intérprete Martinillo. Ante el Inca, el cura Valverde hace el requerimiento formal a Atahualpa de abrazar la fe católica y someterse al dominio del rey de España, al mismo tiempo que le entregaba un evangelio. El diálogo que siguió es narrado de forma diferente por todos los testigos. Según algunos cronistas, la reacción del Inca fue de sorpresa, curiosidad, indignación y desdén. Atahualpa abrió y revisó el evangelio minuciosamente. Al no encontrarle significado alguno a lo escrito en él, lo tiró al suelo. Villanueva, dice que «luego le pidió (el Inca) su espada a Aldama. El español se la enseñó, pero no la entregó». La reacción posterior de Atahualpa fue decirle a Valverde que los españoles devolviesen todo lo que habían tomado de sus tierras sin su consentimiento; que nadie tenía autoridad para decirle al Hijo del Sol lo que tenía que hacer y que él haría su voluntad; y finalmente, que los extranjeros «se fuesen por bellacos y ladrones»; en caso contrario los mataría.

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Óleo de Juan B. Lepiani que representa la captura de Atahualpa en Cajamarca. A una señal de Francisco Pizarro se puso en marcha lo planificado por él. Disparó el falconete de la artillería de Pedro de Candía y las trompetas y salieron los caballos. Algunos cronistas dicen que los millares de indígenas apiñados dentro la plaza no estaban con armados para defenderse de los españoles y que la mortandad se debió a su propia estampida humana que derribó muros. …sonaban los cascabeles atados a los caballos, disparaban ensordecedores los arcabuces; los gritos, alaridos y quejidos eran generales. En esta confusión los aterrorizados indígenas, en un esfuerzo por escapar, derribaron una pirca de la plaza y lograron huir. Tras ellos se lanzaron los jinetes, dándoles alcance mataron a todos los que pudieron, otros murieron aplastados por la avalancha humana». Mientras tanto, en la plaza de Cajamarca Pizarro buscaba el anda del Inca y Juan Pizarro la del Señor de Chincha. El Señor de Chincha y el Señor de Cajamarca fueron muertos por los españoles que los capturaron. También mataron a mucha gente del entorno de ambos señores. «Otros capitanes murieron, que por ser gran número no se hace caso de ellos, porque todos los que venían en guarda de Atahualpa eran grandes señores» (Jerez). Igual suerte hubiera corrido Atahualpa de no ser por Francisco Pizarro, que ya se encontraba cerca de él, debido a que no podían derribar la litera del Inca, a pesar de que mataron a los portadores de la litera, ya que otros de refresco se metían a cargarla. Así estuvieron forcejeando gran tiempo; un español quiso herir al Inca, cuando Francisco Pizarro, gritó que «nadie hiera al indio so pena de la vida…», hasta que hicieron caer el anda y capturan al Inca, al que ponen bajo arresto en un ambiente del Templo del Sol. Al caer la noche de aquel 16 de noviembre de 1532, habían terminado para siempre el Tahuantinsuyo, el Inca estaba cautivo y con su prisión llegaba a su fin la independencia del estado inca.

Tercera fase

Reparto del botín Tras la victoria en Cajamarca los vencedores se repartieron el botín de guerra en los Baños del Inca. El soldado cronista Estete dice: «… todas esas cosas de tiendas y ropas de lana y algodón eran en tan gran cantidad que a mi parecer fueran menester muchos navíos en que cupieran». Otro cronista dice: «…el oro y la plata y otras cosas de valor se recogió todo y se llevó a Cajamarca y se puso en poder del Tesorero de Su Majestad». Jerez nos dice: «el oro y plata en piezas monstruosas y platos grandes y pequeños, y cántaros y ollas o braseros y copones grandes y otras piezas diversas. Atahualpa dijo que todo esto era vajilla de su servicio, y que sus indios que habían huido habían llevado otra mucha cantidad». Fue los primeros trofeos de importancia que tomaron los españoles. Villanueva Sotomayor dice al respecto: «Se valoró ese primer tesoro de los incas en «ochenta mil pesos de oro y siete mil marcos de plata y catorce esmeraldas»». A su vez, Francisco López de Gomara señala que «ningún soldado se enriqueció tanto en tan poco tiempo y sin riesgo» aunque agrega «nunca se jugó de esa manera, pues hubo muchos que perdieron su parte a los dados».

Atahualpa ofrece un rescate

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El Cuarto del Rescate (Cajamarca), habitación donde supuestamente estuvo prisionero Atahualpa. Estando en prisión Atahualpa, venían los curacas a visitarle trayéndole obsequios, en oro y plata. El Inca se dio cuenta entonces de que el oro y la plata tenía para los españoles otro valor, diferente, al que él y su pueblo le daban. También se dio cuenta y se convenció que la única forma de salvarse era ofreciéndoles gran cantidad de oro y plata. Y así lo hizo. Le propuso a Francisco Pizarro que le daría una sala «de 22 pies de largo y diecisiete de ancho, llena hasta una raya blanca que está en la mitad del alto de la sala; y dijo que hasta allí henchiría la sala con diversas piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras piezas, y que de plata daría todo aquél bohío dos veces lleno, y lo cumpliré dentro de dos meses» (El Perú en los tiempos modernos). Pizarro se apresuró a confirmar la promesa por escrito en un acta ante escribano. Atahualpa le informó además del Templo de Pachacámac y de sus riquezas, que se encontraba a «diez jornadas al sur». Pizarro comenzó a tomar una serie de providencias; reforzó la seguridad de Cajamarca, con obras civiles, en las cuales trabajaron «muchos indios huascaristas». El primer cargamento de oro ofrecido por Atahualpa llegó del sur y lo trajo un hermano del Inca, «trájole unas hermanas y mujeres de Atahualpa, y trajo muchas vasillas de oro; cántaros y ollas y otras piezas y mucha plata, y dijo que por el camino venía más; que como es tan larga la jornada, cansan los indios que lo traen y no pueden llegar tan aína; que cada día entrará más oro y plata de los que quedan más atrás». «Y así, entran algunos días veinte mil, y otras veces treinta mil, y otras cincuenta, y otras sesenta mil pesos de oro en cántaros y ollas grandes de tres arrobas y de a dos, y cántaros y ollas grandes de plata y otras muchas vasijas». Pizarro iba acumulando esas piezas en uno de los aposentos donde estaba Atahualpa, «hasta que cumpla su promesa».

La llegada de Almagro

Estando en Cajamarca Pizarro, arribaron al puerto de Manta (actual Ecuador) seis navíos. El20 de enero de 1533, Pizarro recibió mensajeros enviados desde San Miguel de Piura, avisándole tal arribo. Tres de las naves mayores arribaron de Panamá, al mando de Diego de Almagro, con 120 hombres. Las otras tres carabelas llegaron de Nicaragua, con 30 hombres más. En total desembarcaron, además, 84 caballos. El cacique de Tumbes entró en rebeldía, más no levantó a su gente. Esta tercera etapa de la conquista fue más de consolidación del triunfo que habían tenido en la plaza de Cajamarca y de reparto del primer botín de guerra. A Francisco Pizarro debió preocuparle no sólo la presión de sus hombres para el reparto del oro y la plata, sino la presión que debían estar recibiendo sus socios en Panamá y Nicaragua para el pago de los fletes y demás pertrechos. Para demostrar el éxito de su empresa y poder así reclutar más gente para la empresa, gente que por otro lado debía necesitar con suma urgencia, dada la escasez de hombres con que contaban.

Cuarta fase

Recolección del rescate El 5 de enero de 1533, Hernando Pizarro, con Francisco de Jerez, secretario del Gobernador, parten con 20 hombres a caballo, algunos de infantería y varios indios auxiliares, hacia Huamachuco, por orden de Francisco Pizarro. En Huamachuco, los españoles tranquilizan a Pizarro, al informarle que todo se encontraba en calma, a lo que Pizarro les ordena avanzar hasta Pachacámac, ya que tenía de rehenes a los señores de este lugar, que también habían ofrecido oro y plata por su libertad. El 21 de enero de 1533, ingresó a Cajamarca otro cargamento de oro y plata, traídos por otro hermano de Atahualpa. Fueron “trescientas cargas de oro y plata en cántaros y ollas grandes y otras diversas piezas”. Este hermano del Inca, informó también de la existencia de otro cargamento que se encontraba en Xauxa, al mando del general Challcuchimac. Entre tanto, en Cajamarca, Pizarro a comisionó a un hermano de Atahualpa, a los españoles Pedro Martín de Moguer y a Martín Bueno, negros esclavos y cientos de indios aliados, para que viajen al Cuzco, por el Cápac Ñam, y apresuren el envío del oro y plata de Xauxa y se informen de la situación en la capital del Imperio. Esta tropa salió de Cajamarca el 15 de febrero de 1533. El 25 de marzo de 1533, llega Diego de Almagro a Cajamarca y el 28 del mismo mes, entró otro cargamento de oro y plata a esa ciudad, procedente de Xauxa; traían “ciento siete cargas de oro y siete de plata”. El 14 de abril de 1533, llega a Cajamarca el grupo enviado al mando de Hernando Pizarro; habían recorrido Huamachuco, el Callejón de Huaylas, Pachacámac, Xauxa, las pampas de Junín y el Callejón de Conchucos. De Pachacámac, traían “veintisiete cargas de oro y dos mil de plata” y un rehén importante: el general Challcuchimac, apresado en Jauja. El 13 de mayo de 1533, se procede a la fundición de las piezas de oro y plata que había en Cajamarca para su reparto; además, existía el convencimiento de Francisco Pizarro, que ya se había recolectado la mayor parte del oro y plata de este reino. Uno de los españoles, que había ido al Cuzco, informó a Pizarro que “se había tomado posesión en nombre de su majestad en aquella ciudad del Cuzco”, entre otras cosas, como el número y descripción de las ciudades existentes entre Cajamarca y el Cuzco, de la cantidad de oro y plata recogidas, entre otras cosas. Quizá un dato importante que informan a Pizarro es la presencia en el Cuzco del general Quízquiz con “treinta mil hombres de guarnición”. El 13 de junio llega a Cajamarca el oro y plata procedentes del Cuzco y de Jauja, eran “doscientas cargas de oro y veinticinco de plata”. Días después llegaron “otras sesenta cargas de oro bajo”. Villanueva Sotomayor, nos dice sobre Francisco Pizarro, para cuidar sus “dos tesoros” (el Inca y las riquezas de oro y plata): “El Gobernador hacía resguardar la plaza fuerte de Cajamarca con una vigilancia permanente, por rondas, de 50 soldados de a caballo, durante el día y gran parte de la noche. Durante las madrugadas, era de 150 de a caballo, amén de los espías, informantes y vigías de pie; indios y españoles”.

El reparto del tesoro

Se sabe que no existía moneda en el Imperio Inca, en donde se presume se usaba trueque. El Oro y la Plata poseían un valor ritual, pero no tenían ni mercado ni comercio en las culturas prehispánicas, no tenían valor comercial.9 El valor monetario se lo añadió el transporte español al mercado de Europa. El 18 de junio de 1533, el Gobernador Francisco Pizarro, ordenó fundir lo recaudado y se repartiese. Toda la fundición arrojó un valor español total de “un ciento y trescientos mil veintiséis mil quinientos treinta y nueve pesos de buen oro” (1.326.539 pesos de oro). En el libro “El Perú en los tiempos modernos”, se dice al respecto: “Luego de pagar los derechos del fundidor, el quinto real para la Corona española fue de 262.259 pesos de oro de alta pureza; el fundidor al que se le pagó fue un orfebre español. Pero toda la fundición la hicieron metalistas indígenas, de acuerdo con su método. “Comúnmente se fundían cada día cincuenta o sesenta mil pesos. Esta fundición fue hecha por los indios, que hay entre ellos plateros y fundidores, que fundían con nuevas forjas”. El total de plata fundida se valorizó en 51.010 marcos. A la Corona le tocó 10.121 marcos. Los de a caballo recibieron en total: 610.131 pesos de oro y 25.798,60 marcos de plata. Promedio individual: 9.386,60 pesos de oro y 396,90 marcos de plata. Los de infantería recibieron en total: 360.994 pesos de oro y 15.061,70 marcos de plata. Promedio individual: 3.438 pesos de oro y 143,4 marcos de plata. El Gobernador, según su criterio, premió a unos con más y a otros les quitó algo. También entregó unos 15.000 pesos de oro a los vecinos que quedaron en San Miguel. A Diego de Almagro y sus huestes les repartió de acuerdo con su criterio. Les dio 20.000 pesos de oro para que se repartan entre todos ellos. Pos supuesto, recibieron mucho menos que los caballeros e infantes que intervinieron directamente en la captura de Atahualpa. Almagro había pedido que a él y a sus compañeros les tocase la mitad que a los de Cajamarca. Como no se pusieron de acuerdo, fue otro motivo para que ambos socios se distanciasen más, arrastrando en sus diferencias a los soldados que estaban bajo el mando de cada uno de ellos. Los que en Cajamarca se beneficiaron del repartimiento fueron el cura Valverde, 65 de a caballo y 105 de infantería. Según Pablo Macera: “El Rescate de Atahualpa consistió en 6,087 kilogramos de oro y 11,793 kilogramos de plata. A cada soldado a caballo le tocaba 40 kilogramos de oro y 80 kilogramos de plata. A los peones, la mitad. A los soldados con perros más que a los peones. A Pizarro 7 veces lo que a un jinete de caballo, además del trono de Atahualpa que pesaba 83 kilogramos de oro. Los sacerdotes recibieron la mitad de un peón”. Prescott dice del valor monetario que en el mercado de Europa alcanzó el tesoro transportado: “teniendo presente el mayor valor de la moneda en el siglo XVI, vendría a equivaler en el actual (siglo XIX) a cerca de tres millones y medio de libras esterlinas o poco menos de quince millones y medio de duros… La historia no ofrece ejemplos de semejante botín, todo en metal precioso y reducible como era a dinero constante”. En el marco del comercio de España, esta fortuna, que consiguió cada español, generó la “primera inflación de la historia del Perú” considerando al país ya incluido en el mercado español donde todo subió de precio. Villanueva dice que: «…el precio del caballo antes del repartimiento 2.500 pesos; después del repartimiento 3.300. Inflación: 32%. Su precio en el mercado subió una cuarta más que el día anterior. Una botija de vino de tres azumbres (un poco más de 6 litros), que costaba 40 pesos, se empezó a vender a 60 pesos. Inflación: 50%. Un par de borceguíes (nota: botas hasta más arriba de la rodilla que usaban los conquistadores) pasó de 30 a 40 pesos. Inflación: 33%. Un par de calzas (ropa interior; calzoncillo largo, bien ceñido a muslos y piernas), de 30 a 40 pesos. Inflación: 33%. La capa subió de 100 a 120 pesos. Inflación: 20%. Una espada de 40 a 50 pesos. Inflación: 25%. Sacando la media de lo expuesto por Villanueva Sotomayor, tenemos que al día siguiente del reparto, hubo una inflación promedio del 32,17%.

Ejecución de Atahualpa

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Ejecución de Atahualpa, según grabado del siglo XIX. Nunca estuvo en la mente del Gobernador Francisco Pizarro, respetar la vida del Inca. Para continuar con su estrategia, inventó rebeliones de los leales a Atahualpa, responsabilizándolo de actos de traición. Luego el Gobernador, con acuerdo de los oficiales de su majestad y de los capitanes y personas de experiencia, sentenció a muerte a Atahualpa, y mandó por su sentencia, por la traición por él cometida, que muriese quemado si no se tornase cristiano…, Atahualpa dijo que quería ser cristiano…, y bautizóle el muy reverendo padre Fray Vicente de Valverde…”. Le pusieron de nombre Francisco y no de Juan, como muchos han asegurado. Juan de Santa Cruz Pachacuti, sostiene que el Inca fue muerto por garrote; “… se le dio una vuelta al cuello con un cordel y de ese modo fue ahogado”, nos dice Sancho de la Hoz. Por su parte Jerez, dice: “…a la hora que fue preso y desbaratado”. Según Carlos Huerta, el juicio y sentencia de muerte de Atahualpa, fue dado el 25 de julio de 1533: “25 de julio. Juicio de Atahualpa en Cajamarca. Fue acusado de idólatra, hereje, traición, homicidio, poligamia e incesto. Antes de ser ejecutado, fue bautizado por fray Vicente Valverde”. Al día siguiente sábado 26 de julio de 1533, fue ejecutado a muerte con el garrote en la plaza de Cajamarca. Hay cierta discusión sobre las fechas. Franklin Pease, de un documento del Archivo de Indias, encontrado en Sevilla, por él, dice: “Y en dicho pueblo de Caxamalca en treinta y un días del dicho mes de julio en presencia de los dichos oficiales de S.M. manifestó Francisco Pizarro mil ciento ochenta y cinco pesos en piezas labradas de indios que dijo que se le había dado el cacique Atahualpa y manifestóles después de la muerte de dicho Atahualpa cinco días”. Por su parte María Rostworowski, escribe: “Es lógico suponer que la muerte del Inca ocurrió después del 8 de junio y antes del 29 de julio de 1533. La partida de Cajamarca se inició a mediados de agosto por grupos, el 26 de ese mismo mes, estaban en Andamarca y el 2 de septiembre arriban a Huaylas. La fecha antojadiza del 29 de agosto es completamente equivocada y se hace necesario rectificar el error”. Muerto Atahualpa, termina la dinastía de los Incas, que gobernaron el Imperio (aunque Atahualpa, no fue reconocido por las panacas reales cusqueñas, los españoles lo consideraron Sapa Inca). Para guardar las apariencias, y tener un seguro hasta la toma del Cuzco, Francisco Pizarro, nombra otro Sapa Inca, que recae en un hijo de Huayna Cápac, duodécimo Sapa Inca del Imperio: Túpac Huallpa, y que los cronistas españoles nombran como Toparpa, quien reconoce vasallaje al rey de España. Se dice mucho sobre la amistad de Hernando Pizarro con el Inca Atahualpa, cuando éste último estuvo en prisión. Curiosamente, antes del juicio al, su hermano Francisco Pizarro, lo comisiona para que lleve a España el primer botín. A su retorno al Perú, fue nombrado Gobernador del Cuzco. Villanueva Sotomayor, dice: “La ausencia temporal de Hernando Pizarro no descarta una maniobra maliciosa de los conquistadores, ya sea por culpa de él o por imposición de su hermano. ¿Hernando Pizarro ya sabía que iban a matar al Inca? ¿Fue ese viaje una salida airosa del capitán español, único amigo de Atahualpa Inca? ¿O fue una premeditada maniobra de su hermano Francisco para alejarlo y que no interfiriera en las decisiones drásticas que ya pensaba tomar con la vida del Inca?” Lo cierto es que Hernando Pizarro salió de esta plaza con el botín, que representaba el “quinto real”, es decir, la quinta parte del botín de Cajamarca, con rumbo a San Miguel de Piura; ahí embarcaron rumbo a Panamá, cruzando el istmo, se embarcaron nuevamente hacia Sevilla, España. La primera de las cuatro naos, llegó a Sevilla, el 5 de diciembre de 1533, con los españoles Cristóbal de Mena y Fray Juan de Sosa (misionero de la Orden de La Merced); el oro y la plata que se desembarcó de dicha nao, ascendía a 38.946 pesos. El 4 de enero de 1534, arribó y ancló en Sevilla la nao “Santa María del Campo”, en donde estaba embarcado Hernando Pizarro. Desembarcó con 153.000 pesos de oro y 5.048 marcos de plata. Todo lo traído de Perú, fue depositado en la Casa de Contratación de Sevilla; de ahí fue trasladado al aposento del rey de España. Finalmente, el 3 de junio de 1534, llegaron las otras dos naos, en donde estaban embarcados Francisco de Jerez, primer secretario del Gobernador Francisco Pizarro y Francisco Rodríguez, en una y otra nao; se desembarcó de estas naos, 146.518 pesos de oro y 30.511 marcos de plata. Villanueva dice que el total desembarcado por las cuatro naos, “… fue valorizado en 708.580 pesos. El peso y el castellano eran monedas equivalentes; pero cada uno era igual a 450 maravedíes. Sólo el oro fundido (convertido en barras y otros pedazos) se valorizó en 318.861.000 maravedíes. La plata fundida valió 180.307.680 maravedíes”.

Quinta fase

Marcha al Cuzco

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Grabado que personifica el retrato del Marqués Pizarro como Gobernador de la Nueva Castilla posteriormente llamada Perú o Pirú A pesar de tener casi dominado el norte del Imperio, con la toma de la isla de la Puná, Tumbes, haber fundado una ciudad en San Miguel de Piura, haber tomado la plaza fuerte de Cajamarca, tener de rehenes a varios curacas y haber asesinado al Inca y tener de apoyo a muchos indios huascaristas y etnias esperanzadas en ser liberadas del yugo Inca, los españoles aún no habían consolidado la conquista. Antes de dirigirse a Xauxa, Pizarro envió una comitiva de 10 soldados a San Miguel con la finalidad que esperasen en ese lugar al primer navío de entrase procedente de Panamá o de Nicaragua. Con lo desembarcado, deberían reunirse con él en Xauxa. En Xauxa, Pizarro realiza otra fundición de oro y su respectivo reparto, con las piezas llegadas a Cajamarca antes de la salida de los españoles de la misma. Los españoles salieron de Cajamarca “un lunes por la mañana”. En el camino, se enteran del asesinato de Guaritico, que era hermano de Atahualpa y de Túpac Huallpa (Toparpa), éste era colaboracionista de los españoles y había salido antes que Pizarro de Cajamarca y formaba su vanguardia en el viaje al Cusco. Lo anterior prueba lo que se viene diciendo, que los españoles, a su desembarco en el Perú, ya tenían ganado a parte del Imperio, que los ayudó; ello se debió, no a las simpatías que pudieron haber generado ellos, sino, simplemente, a que muchos en el Imperio, ya estaban descontentos de la pesada opresión Inca. Llegaron a Huamachuco y luego de reponer fuerzas por dos días, Pizarro envía una avanzada al mando de Diego de Almagro, luego se encuentran en Huaylas, donde quedan por ocho días. Continúan su viaje al sur por Andamarca, Corongo, Yungay, Huaraz, Recuay, Chiquián y llegan a Cajatambo. Ahí, Pizarro refuerza su vanguardia y retaguardia, ante el temor de levantamientos y ataques de los naturales, leales a Challcuchimac, que venía con él y porque las llactas por donde pasaban, siempre estaban abandonadas. En este camino, Francisco Pizarro se entera por informantes, que los generales atahualpistas Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, venían reclutando gente de guerra en Pumpu (Bombón). A partir de entonces quedaron incomunicados, el remedo de Sapa Inca, Túpac Huallpa y Challcuchimac. El cronista Sancho de la Hoz, dice que el motivo de esa rebelión era porque ellos “querían guerra con los cristianos, porque veían la tierra ganada por los españoles y querían gobernarla ellos”. Tomando el camino de Oyón, se enteran que a cinco leguas de Xauxa había gente de guerra para destruirla y para que los españoles no encontraran nada. Llegaron a Tarma, sin encontrar resistencia. En esta llacta, pasaron la noche. Al amanecer reemprendieron la marcha hacia Xauxa. A dos leguas de Xauxa, Pizarro divide su ejército. Cerca, se da cuenta que la llacta está íntegra y no sólo eso, sino que tuvieron un recibimiento cordial, “celebrando su venida, porque con ella pensaban que saldrían de la esclavitud en que les tenía gente extranjera”. Entrando a Xauxa, encuentran levantado al general Yukra Huallpa, dejado ahí por Challcuchimac, antes de su captura, El enfrentamiento fue una atroz matanza de indios; los españoles con sus armas, perros dogos e indios auxiliares, emboscaron a las tropas de Yukra Huallpa, haciendo una matanza; como dicha tropa fuera dejada por Challcuchimac, eran partidarios de Atahualpa. Esta tropa inca, había sido enviada por los generales Yncorabaliba, Yguaparro y Mortay, que se encontraban con el grueso de su ejército a 6 leguas de Xauxa y en permanente contacto con el ejército de Quízquiz, que se hallaba en el Cusco. Enterado Francisco Pizarro, envía una tropa a hacerles frente, más los incas los hacen retroceder. Pizarro ante esto pretende atacar por sorpresa a la tropa inca; pero es engañado y cuando quiere continuar hacia el Cusco, se da cuenta que los puentes estratégicos, habían sido cortados. Francisco Pizarro, funda la ciudad de Jauja, muy cerca de la Xauxa inca, deja en ella a 80 españoles, al tesorero de Su Majestad y a un lugarteniente como su representante. En esta ciudad muere misteriosamente Túpac Huallpa. Muerto Túpac Huallpa, Pizarro convoca a Challcuchimac y otros nobles colaboracionistas que viajaban con él, para que propongan al nuevo Sapa Inca “títere”. En esta reunión y frente al enemigo común, nuevamente se notan las diferencias entre huascaristas y atahualpistas, lo que es explotado hábilmente por Francisco Pizarro. Challcuchimac, propone a Aticoc, hijoquiteño de Atahualpa, mientras que los nobles colaboracionistas cusqueños proponen a un hermano del Sapa Inca muerto, pero de origen cusqueño. Como estaban cerca del Cusco, Pizarro hábilmente, se decide por el Inca de origen cusqueño. Mientras los colaboracionistas nobles, buscaban a este hermano cuzqueño del Sapa Inca asesinado, Pizarro envió expediciones a la costa, con la finalidad de encontrar lugares idóneos para instalar puertos marítimos, y esperando los resultados, se quedó en Xauxa. Entre tanto, envió otra tropilla con rumbo al Cusco, a fin de que fueran reponiendo los puentes que estuvieran cortados. Los españoles, en su viaje por todo el valle del Mantaro, fueron constantemente ayudados por los huancas. Entraron a Tarcos, una llacta entre Xauxa y Vilcas, el 31 de octubre de 1533. En Vilcas se enfrentan a los incas, en una feroz batalla, que a pesar de la superioridad numérica, los incas pierden, por la superioridad de las armas españolas, con gran matanza entre los indios. Continuó Pizarro su viaje hacia el Cusco, cuando recibe la noticia de Hernando de Soto, que el general inca Narabaliba, se encontraba con una tropa de 2.000 soldados, enviados por Quízquiz en Andabailla (Andahuaylas). Algo que contribuyó a debilitar los ataques de los incas, en este tramo del viaje hacia el Cusco, fue el hecho que tuvieran como rehén al general Challcuchimac, hombre muy querido por sus tropas. Temían la represalia de Pizarro y la muerte del valiente general atahualpistas. Pizarro entró en Andahuaylas (Andabailla, para los españoles), sin ser molestado, pasó la noche y al día siguiente continuaron hasta Curamba o Airamba, en donde encontraron dos caballos muertos. Esto preocupó al Gobernador sobre la suerte de Hernando de Soto y su tropa. Luego de la entrada a Andahuaylas y del hallazgo de los caballos, Pizarro recibe la noticia que Hernando de Soto, se encontraba en el camino al Cusco, que estaba bloqueado, pero que no había tropas incas y que los caballos habían muerto de “tanto calentarse y enfriarse”. Luego de Andahuaylas, Pizarro continuó su viaje hacia el Cusco y encontrándose en un río, recibe la noticia de un enfrentamiento de su vanguardia con los rebeldes incas. Lo que había pasado era que Hernando de Soto, en su avance con la vanguardia hacia el Cusco, luego de vadear un río, al que habían cortado los puentes, se encontró con tropa imperial, que le hizo frente. Esta tropa pertenecía al ejército imperial de Quízquiz. Los incas, se habían dado cuenta, que ya los españoles, estaban cansados, de igual manera sus caballos y perros, por lo que de “mutu propio”, a veces sin órdenes de Quizquiz, atacaban a los españoles. Eso fue lo que pasó luego del vadeo del río, al subir la cuesta, fueron atacados por los indios, que presionaron con tanta fuerza que mataron a cinco jinetes españoles. “A cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto, cargó tanto la muchedumbre, que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron encima de sus caballos…”; “les abrieron a todos la cabeza por medio, con sus hachas y porras”; “…hirieron diez y ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió”. Luego de este ataque, los incas se fueron a una colina cercana, esperando el enfrentamiento franco, “casi concertado, esperando siempre un arreglo amistoso”, costumbre de la guerra andina; mientras que Hernando de Soto, recurría al engaño, al fingir que se refugiaba en un llano, aparentando huir, mientras que una parte de la tropa imperial, los perseguía a hondazos, hasta que una vez que los hubieron alejado lo suficiente del grueso de las tropas incas, sobreparó la caballería y arremetió contra ellos, aniquilándolos. Cuando el grueso del ejército inca vio esto, se retiró, pero acamparon muy cerca los dos ejércitos, que se oían las voces. La llegada inesperada de Diego de Almagro, con 40 a caballo, hizo que los indios se retiraran, sin presentar batalla. Juntos, Hernando de Soto y Diego de Almagro continuaron viaje hacia el Cuzco, cuando fueron informados de la presencia de una tropa inca, que había enviado el general Quízquiz, por lo que optaron por atrincherarse en una llacta, en donde esperaron a Francisco Pizarro. Noticiado de estos hechos, Francisco Pizarro, sospechó que todos sus movimientos eran espiados y que el general Challcuchimac, era el que enviaba dichos informes a las tropas incas. Continuando el camino y estando ya cerca del Cusco, Diego de Almagro, se presentó en el campamento del Gobernador y continuaron hasta donde se encontraba Hernando de Soto. Unidos así, siguieron ese mismo día, a “Sachisagagna (Xaquixaguana), Sacsahuana o Jaquijahuana), donde acamparon”. Diego de Almagro y Hernando de Soto, estuvieron de acuerdo con Francisco Pizarro, que todas las cosas que les estaban pasando, eran producto de la “infidencia de Challcuchimac”, y lo condenaron a muerte quemado vivo. “El religioso trataba de persuadirlo a que se hiciera cristiano diciéndole que los que se bautizaban y creían en fe verdadera en nuestro redentor Jesucristo iban a la gloria del paraíso, y los que no creían en él iban al infierno y a sus penas, haciéndole entender todo por un intérprete. Mas él no quiso ser cristiano diciendo que no sabía que cosa fuese esa ley y comenzó a invocar a Paccamaca (Pachacámac) y al capitán Quízquiz que vinieran a socorrerlo». Murió en la plaza de Sachisagagna, quemado vivo. El 14 de noviembre de 1533, se presentó en el campamento de Francisco Pizarro, de Xaquixaguana, Manco Inca Yupanqui, hijo de Huayna Cápac, de ascendencia cusqueña, que había andado siempre fugitivo de las huestes de Atahualpa. Manco Inca Yupanqui, llamado también Manco II, era uno de los hijos de Huayna Cápac con la Coya Imperial del Cusco. Nació, probablemente, en 1515. Fue nominado Sapa Inca pizarrista al poco tiempo de morir Túpac Huallpa (Toparpa). Su ascenso a Sapa Inca títere, fue pactado en el encuentro que tuvo con Pizarro en Jaquijahuana. Su reconocimiento y colocación de la mascapaicha se produjo en el Cusco ocupado. Fiel a los términos del compromiso adquirido, al principio colaboró en todo con Pizarro. Llegó a ayudarlo en la guerra contra las tropas rebeldes del general Quízquiz, hasta alejarlo de Huánuco y situarlo a merced de los españoles y huascaristas en las tierras norteñas. Pero la armonía entre Francisco Pizarro y Manco Inca Yupanqui duró muy poco. No por culpa de él sino de los españoles, hasta que llegó Hernando Pizarro de España y lo puso en libertad en febrero de 1536; pero sin que pueda salir del Cusco. Harto de la situación en que se encontraba, se subleva a Pizarro y a los españoles. Villanueva Sotomayor, opina que los incas habían observado las costumbres de los españoles, y que fatalmente, no pudieron aprovechar las debilidades de los mismos, por las rivalidades, producto de la guerra civil que aún continuaba, a pesar de la presencia del verdadero invasor. Y lo grafica muy bien, diciendo que Manco Inca Yupanqui, sabía muy bien que los españoles en día domingo, no comían carne roja y habiendo ido a pescar con unos indios la “comida de los españoles del día de guardar”, recibió a un chasqui que le avisaba noticias del Cusco. Regresó Manco Inca Yupanqui al campamento donde Francisco Pizarro para decirle: “… dice que Quízquiz con su gente de guerra va a quemar el Cusco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que pongas remedio”. Nos parece excelente el ejemplo del historiador Julio R. Villanueva Sotomayor, sobre cómo los responsables del Imperio, no se daban cuenta, que el verdadero enemigo no eran las legiones de Huáscar ni de Atahualpa, sino, a los que ayudaban. Es entendible la ayuda por parte de huancas, chankas, aymaras y otras etnias que estaban sometidas al Imperio, pero, la ayuda de quechuas, que sostenían el Imperio… La adhesión de Manco Inca Yupanqui o Manco II, a los españoles, adicionó más tropas incas al lado de Francisco Pizarro; este inesperado apoyo, influyó en el ánimo del conquistador para entrar al Cusco, presentando batalla a las huestes de Quízquiz. Sin obstáculos, entró al Cusco el conquistador Francisco Pizarro, con Manco Inca y las huestes españolas e incas huascaristas. “De este modo entró el Gobernador con su gente en aquella gran ciudad del Cusco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a la hora de misa mayor, a quince días del mes de noviembre del año del Nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII” (nota: año 1533). Pizarro, entre tanto, al no ser hostilizado cuando tomó el Cusco, organizó otro ejército con gente de Manco Inca Yupanqui que logró reunir “cinco mil guerreros”. Pizarro ordenó a Hernando de Soto, que apoye a dicha tropa india con 50 de a caballo, saliendo del Cusco para presentar batalla a Quízquiz a 5 leguas de la ciudad, en donde estaba su campamento. En la localidad de Sapi, se enfrentaron ambos ejércitos, de donde salió victoriosa la tropa combinada de Manco Inca Yupanqui, pero sin poder derrotarlo. Luego de esta batalla, regresaron al Cusco. El general Paullu Inca, que comandaba las tropas de Manco Inca, persiguió al ejército de Quízquiz, siendo derrotados en esa persecución; en el Cusco se recibió la noticia “que les habían muerto mil indios”. Entre tanto Manco Inca Yupanqui solicitó a los curacas “gente de guerra”, y en menos de diez días, tenía en el Cusco un ejército de 10 mil guerreros. El astuto Francisco Pizarro hizo legalizar el vasallaje un día domingo saliendo de misa a la que había asistido con Manco Inca Yupanqui. Los hizo salir a la plaza al Inca, y le ordenó a su secretario Sancho de la Hoz que leyera la “demanda y requerimiento”. Pizarro siguió el protocolo español tradicional para estos casos; al final Pizarro abrazó a Manco Inca Yupanqui y éste retribuyó el gesto, ofreciéndole chicha en un vaso de oro. Llegado el verano y las copiosas lluvias estivales, no se organizó ninguna campaña contra las tropas de Quízquiz. En febrero de 1534, el ejército de Manco Inca Yupanqui, que a la sazón contaba con 25 mil soldados y los 50 de a caballo de Hernando de Soto, se puso en movimiento, persiguiendo a Quízquiz, por la ruta de Vilcas. Llegando a Vilcas, el ejército de Manco Inca, descansó; allí fueron noticiados de que el ejército de Quízquiz, se encontraba en Xauxa. Esto preocupó sobremanera a la tropa española de Manco Inca Yupanqui, porque en Xauxa, se encontraba la guarnición que había dejado Francisco Pizarro, en su avance sobre el Cusco. Toda la caballería española al mando de Hernando de Soto más 4.000 guerreros del ejército de Paullu Inca, comandados por él, se apresuraron a ir en auxilio de los españoles dejados en Xauxa. Manco Inca Yupanqui y el resto del ejército, regresó al Cusco. Parece que la tropa de Hernando de Soto y de Paullu Inca, llegó a tiempo, porque el ejército de Quízquiz, había puesto sito a la plaza sin atacarla. En uno de los reconocimientos a la plaza de Xauxa, por parte del ejército de Quízquiz, llegaron a una legua de dicha llacta; Hernando de Soto y Paullu Inca, tomaron 20 de a caballo y 3.000 guerreros incas y fueron en su búsqueda. Los de Quízquiz, fueron alcanzados en Maracaylla, en donde se produjo el enfrentamiento. Villanueva, dice que el enfrentamiento fue duro, aunque no de “cuerpo a cuerpo”, ya que un ejército se encontraba en una orilla del río Mantaro y el otro, en la otra orilla; las armas que más se usaron en esta batalla, fueron la ballesta, flechas y “arcos como de piedra”. Los españoles, decidieron cruzar el río, mientras las tropas de Quízquiz inician la retirada del lugar, siendo perseguidas por las tropas de Paullu Inca “hasta hacerlas ocultar en un monte”. Como no salían de él, las tropas de Paullu Inca, las atacaron en ese monte, muriendo varios curacas comarcanos y miles de la tropa de Quízquiz, retirándose y siendo perseguidos por Paullu Inca, “tres leguas”. El ejército de Quízquiz, se retiró a Tarma. Ahí, el curaca impidió la entrada de Quízquiz a la llacta, presentándole batalla. Las tropas de Francisco Pizarro y de Paullu Inca, se habían enfrentado a las de Quízquiz en Vilcaconga, Anta y Sapi, en el Cuzco; Jauja y Maracaylla, en Junín y en Vilcashuamán, en Ayacucho. Francisco Pizarro se apresuró en nombrar «Sapa Inca» a Manco Inca Yupanqui, por las razones que nos explica Villanueva Sotomayor: “El 16 de noviembre, a un año de la toma de Cajamarca y de la captura de Atahualpa. Pizarro convirtió a Manco Inca en Sapa Inca. … e hízole tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales, no se juntaran con los de Quito sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer y no se abanderizaran, y así mandó a todos los caciques que lo obedecieran por señor e hicieran todo lo que les mandara». Era costumbre inca que cada curaca tuviera en el Cusco su alojamiento, porque tenía que venir a la ciudad imperial para entregar sus tributos al Sapa Inca, a las fiestas (principalmente, al Inti Raymi) y a toda convocatoria que se le hiciera desde el “Ombligo del mundo”. Pero, además, el auqui del curaca (su hermano o uno de sus hijos) siempre estaba en el Cusco, disfrutando de los favores de la corte del Sapa Inca. Su permanencia era la garantía del vínculo entre el Estado cuzqueño y los dominios del curaca. Era una especie de rehén. «Si Pizarro no optaba por darle el mando imperial a Manco Inca, los auquis y los curacas que estaban en esos momentos en el Cusco, podían romper ese vínculo y actuar a su manera. Tal vez, podrían haberse unido a las tropas rebeldes de Quízquiz u organizar de otro modo la resistencia”. Los nobles del Cusco, no se daban cuenta aún de que Francisco Pizarro, estaba manipulando el gobierno del Imperio, al nombrar como Sapa Inca, primero a Túpac Huallpa y luego a Manco Inca Yupanqui, manteniéndolos como rehenes, incluso. Bien pudieron haber nombrado los curacas del Cusco al nuevo Sapa Inca de entre las panacas reales, y manejar el gobierno con más independencia, para organizar mejor la resistencia inca; pero, la guerra civil, ya había llegado a la capital del imperio también. Pero lo cierto es que ni huascaristas ni atahualpistas, lo hicieron, con lo que se perdió la oportunidad de unir nuevamente al Imperio y ofrecer a los españoles, una resistencia más organizada y efectiva. Quizá, mientras estuvo vivo Challcuchimac, los ataques incas fueran débiles, por el temor a las represalias de los españoles en la persona de dicho general inca; pero asesinado el general inca, no creemos que a Quízquiz, le importara mucho la vida de Manco Inca Yupanqui, por ser huascarista. El otro concepto que podría explicar la aislada resistencia, sería el modo de combatir de ambos ejércitos: mientras los incas ofrecían batalla en campo abierto de manera franca; los españoles apelaban a argucias para derrotarlos incluso antes de presentar batalla. No hay duda y esto está sumamente claro, que las armas jugaron un papel determinante en esta fase de la historia del Perú, por las razones que se explicó anteriormente.

Los españoles en el Cuzco

No hay duda que en el Cuzco era la ciudad principal de todo el Tahuantinsuyo. Al tomarla los españoles, mermó significativamente la resistencia inca, no sólo porque allí se encontraba toda la organización del imperio, sino por el significado que tenía para los ejércitos incas ver su capital tomada y dominada por los españoles. Hay en dicha ciudad otros muchos aposentos y grandezas; pasan por ambos lados dos ríos que nacen una legua (5,5 kilómetros) más arriba del y desde allí hasta que llegan a la ciudad y dos leguas (11 kilómetros) más abajo, todos van enlosados para que el agua corra limpia y clara y aunque crezca no se desborde; tienen sus puentes por lo que se entra a la ciudad… Los españoles también dieron suelta a su codicia de metales preciosos en él, saqueándolo, especialmente el Coricancha, los palacios imperiales y otros aposentos señoriales. Este oro y plata fueron fundidos, obteniéndose 580.200 pesos de «buen oro». El quinto real representó 116.460 pesos de oro; además la plata representó 215.000 marcos: 170.000 «eran de plata buena en vajilla y planchas limpias y buena, y el resto no porque estaba en planchas y piezas mezcladas con otros metales conforme se sacaba de la mina. El 23 de marzo de 1534, Francisco Pizarro realiza la fundación española de la ciudad delCuzco con el título de La Muy Noble y Gran Ciudad de Cuzco. Se hizo el acta de fundación y se repartió entre los españoles solares, tierras e indios. Como en toda ciudad española, se escogió la Plaza Mayor, el sitio de la iglesia y se instalaron los primeros vecinos españoles del Cusco. Bajo el pretexto de «los enseñaran y doctrinarán en las cosas de nuestra santa fe católica», se entregó a los españoles una cantidad de indios para su uso en trabajo e impuestos. Pizarro favoreció a sus amigos; en el Cusco el reparto de solares, tierras y nativos. Ello disminuyó la ya frágil cohesión española, aumentó las diferencias y ahondó los resentimientos entre ellos.

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Detalle de una galería de retratos de los soberanos incas del lado izquierdo que fue publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a a la América Meridional en la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores.

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Detalle de una galería de retratos de los soberanos españoles del lado derecho que fue publicada en 1744 en la obra Relación del Viaje a a la América Meridional en la que Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron sus autores. Francisco Pizarro, en compañía siempre del inca Manco Inca Yupanqui y de su ejército, sale del Cusco en busca de Quízquiz, hacia Xauxa, en la zona central norte del Imperio. En Vilcas, el Gobernador se entera de que Quízquiz con su ejército se encontraba 40 leguas (225 kilómetros) al norte de Xauxa, camino a Cajamarca. Pizarro solicita envío de refuerzos y pasa a Xauxa. Allí se entera que Diego de Almagro, que había sido enviado a socorrer al general Paullu y a Hernando de Soto, luego de ahuyentar a las tropas de Quízquiz, pasó a Chincha y Pachacámac. Llegado a Xauxa, el 25 de abril de 1534, Pizarro funda la nueva ciudad española de Jauja, con reparto de solares y demás protocolo español de la ocasión. En este ínterin llegan los refuerzos del Cusco, consistente en 4.000 indígenas a los que se unen los 30 españoles de a caballo y 30 de a pie. Paralelo a lo anterior, Pedro de Alvarado había organizado otra expedición de conquista al Perú y ya se encontraba en las costas del imperio con cuatro navíos, desembarcando en Puerto Viejo (actual Ecuador) cuatrocientos soldados, «de los cuales 150 eran de a caballo», mientras que Sebastián de Benalcázar, con 70 de a caballo. Preocupado Francisco Pizarro por la presencia de Pedro de Alvarado en el Perú, instruye a Diego de Almagro para que celebre negociaciones con él. Almagro, con el apoyo de Sebastián de Benalcázar, salió el encuentro de Pedro de Alvarado, el cual se encontraba camino a Quito. Alvarado había salido con destino al Perú desde Guatemala, con la intención de conquistar la zona norte del imperio inca. Para ello, desembarcó en Bahía de Caráquez (actual Ecuador), dirigiéndose inmediatamente hacia Quito. En Riobamba se encuentra Pedro de Alvarado con Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar y celebran conversaciones. En ellas se acuerda que Pedro de Alvarado debía retornar a Guatemala, dejando en el Perú a su tropa, buques y todo el parque, recibiendo a cambio una cantidad en oro y plata como compensación. El pago efectuado por Francisco Pizarro a Pedro de Alvarado fue una fortuna: se le entregaron 100.000 pesos de oro. Esa compensación significaba el doble del oro que recibió Francisco Pizarro en la repartición de Cajamarca. Era de cuatro veces más que la que recibió Hernando Pizarro y cinco veces más que la que recibió Hernando de Soto. Por sólo llegar hasta el Perú, Alvarado recibió más oro que la que obtuvo por todas sus conquistas de Mesoamérica y «sin disparar un solo tiro de arcabuz». Todo lo anterior, hizo una zanja aún más profunda entre los socios de la conquista. Para Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar, fue un negocio haber recibido las tropas, los navíos y los pertrechos traídos por Pedro de Alvarado, para poder consolidar la conquista.

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