La Batalla de Ayacucho
La batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las guerras de independencia hispanoamericanas (1809-1826) y significó el final definitivo del dominio administrativo español en América del sur. La batalla se desarrolló en la Pampa de Quinua o Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824.
La victoria de los independentistas supuso la desaparición del contingente militar realista más importante que seguía en pie, sellando la independencia del Perú con una capitulación militar que puso fin al Virreinato del Perú. No obstante, España no renunció formalmente a la soberanía de sus posesiones continentales americanas hasta 1836. El tratado de paz, amistad y reconocimiento con el Perú fue firmado el 14 de agosto de 1879 en París.
En el año 1820 España entró en una crisis política por la sujeción del rey Fernando VII, y la restauración de la Constitución Liberal, apoyada por el general Rafael de Riego, quien sublevó la expedición de 20.000 soldados destinados al Río de la Plata para auxiliar a los realistas de América. Esto acabó para siempre con las expediciones de refuerzos de España, que desde entonces no se aprestaron para ningún lugar de América, y motivó que los dos grandes virreinatos, del Perú y de Nueva España, que hasta el momento habían contenido el avance de la revolución hispanoamericana tomasen caminos opuestos.
En México los monárquicos, afianzados tras destruir a los insurgentes, concluyen su separación de la España Liberal mediante el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y el pacto trigarante. En el Perú, por el contrario, el virrey Pezuela estaba desacreditado por la derrota de la expedición de Mariano Osorio en Chile y debilitado por la expedición a Lima de José de San Martín. El virrey absolutista fue derrocado finalmente por el general José de la Serna el 29 de enero de 1821 en el golpe militar de Aznapuquio, quien proclamó entonces su adhesión a la Constitución liberal española.
Los independentistas comenzaron en Cerro de Pasco una prometedora campaña para derrotar al Ejército Real del Perú mandado por el virrey La Serna. Pero los realistas, bajo una sólida subordinación militar, destruyeron sucesivos ejércitos independientes. El primero en la batalla de Ica, comandado por los patriotas Domingo Tristán y Agustín Gamarra. Un año después en las campañas de Torata y Moquegua aniquilaron la Expedición Libertadora dirigida por Rudecindo Alvarado, retirado José de San Martín tras la Entrevista de Guayaquil. El año 1823 terminaba con la inesperada destrucción de otro ejército patriota comandado por Andrés de Santa Cruz y Agustín Gamarra, en otra campaña abierta sobre Puno, que comenzó con la batalla de Zepita, que ocupó la ciudad de La Paz el 8 de agosto, consiguiendo llegar a Oruro en el Alto Perú. El virrey La Serna terminó la campaña de Zepita desbandando las tropas aisladas de Santa Cruz y recuperando Arequipa tras batir a Antonio José de Sucre, quien reembarcó a los colombianos el 10 de octubre de 1823, salvándose con sus tropas pero perdiendo la mejor parte de su caballería.
Finalmente, lo que restaba de optimismo se apagaba por las acusaciones de traición contra los presidentes peruanos José de la Riva Agüero y José Bernardo de Tagle. Riva Agüero deportó diputados del Congreso del Perú y organizó un congreso paralelo en Trujillo, y luego de ser declarado reo de alta traición por el Congreso del Perú fue desterrado a Chile. En cambio Torre Tagle buscaba firmar una paz sin batallas con el virrey La Serna, por lo cual fue a entrevistarse con los realistas. Este acto fue considerado por Simón Bolívar como traición. Tagle dispuso que todas las fuerzas a su mando apoyaran a Bolívar para hacer frente al enemigo, mientras éste buscaba capturarlo para fusilarlo. José Bernardo de Tagle encontró refugio con los realistas en la asediada fortaleza del Callao.
Fue así que al culminar el año de 1823, a pesar de sus contundentes triunfos realistas en los anteriores hechos de armas y mientras el recién llegado Bolívar escribía solicitando refuerzos de Colombia, y preparaba activamente la que sería la campaña final contra el Ejército Real del Perú, la situación empezaba a tornarse crítica para los sostenedores de la causa del rey:
«..El virrey la Serna por su parte, sin comunicaciones directas con la Península, con las más melancólicas noticias del estado de la metrópoli… y reducido por lo tanto a sus propios y exclusivos recursos pero confiando notablemente en la decisión, en la unión, en la lealtad y en la fortuna de sus subordinados, aceleraba también la reorganización de sus tropas y se aprestaba a la lucha que miraba próxima con el coloso de Costa-firme. Un triunfo más para las armas españolas en aquella situación, haría ondear de nuevo el pabellón castellano con inmarcesible gloria hasta el mismo Ecuador; pero otra suerte muy distinta estaba ya irrevocablemente escrita en los libros del destino. ..»
Gnrl. Andrés García Camba.
Los sucesos de 1824
Tregua en Buenos Aires y motín en el Callao
El historiador Rufino Blanco Fombona dice que «Todavía en 1824 Bernardino Rivadavia pacta con los españoles, estorbando así la campaña de Ayacucho«: el 4 de julio de 1823, Buenos Aires concluyó una tregua con los comisionados españoles (Convención Preliminar de Paz (1823)) que le obligaba a mandar negociadores a los demás gobiernos sudamericanos para que pueda tener efecto la misma. Se estipulaba que las hostilidades cesarían 60 días después de su ratificación y subsistiría durante un año y medio, mientras se negociaría un tratado definitivo de paz y amistad. Con este motivo se reunieron en la ciudad de Salta Juan Gregorio de Las Heras con el brigadier Baldomero Espartero, sin alcanzar acuerdo alguno. Entre otras medidas tomadas por el virrey para contener su inminente rebelión, el 10 de enero de 1824 se le ordenó a Olañeta:
Advierto a V.E. que no debe disponer ninguna expedición en dirección alguna sobre las provincias de abajo sin expresa orden mía pues además de que en Salta están reunidos para tratar de negociar, el General Las Heras por parte del Gobierno de Buenos Aires y el Brigadier Espartero por la de este superior Gobierno (…)
Rivadavia creía que el proyecto establecería la paz y paralizó el esfuerzo de las autoridades de Salta sobre el Alto Perú, negando auxilios y retirando los puestos avanzados, dañando la causa del Perú.
Al respecto, el historiador y militar de origen irlandés Daniel Florencio O’Leary opinó que con esa tregua «Buenos Aires se ha retirado implícitamente de la contienda«, y que «el Gobierno de Buenos Aires pacta con los españoles, con perjuicio de la causa americana«.
El 1 de enero de 1824 Bolívar cayó gravemente enfermo en Pativilca. En esas fechas llegó a Lima Félix Álzaga, ministro plenipotenciario de las Provincias Unidas del Río de la Plata para solicitar al Perú su adhesión a la tregua y que fue rechazada por el Congreso Peruano. Pero asimismo desde el 4 de febrero de 1824 se sublevó el acuartelamiento del Callao compuesto por el total de la infantería argentina de la Expedición Libertadora, junto con algunos chilenos, peruanos y colombianos: cerca de 2000 hombres, que además se pasaron a los realistas, enarbolando el pabellón español y entregando las fortalezas del Callao. El regimiento de granaderos a caballo de los Andes también se amotinó en Lurín el 14 de febrero, dos escuadrones se dirigieron al Callao para unirse a sublevados, pero al saber que se habían pasado a los realistas, un centenar de ellos con los jefes del regimiento se dirigieron a Lima para unirse a Bolívar. El cuerpo fue luego reorganizado por el general Mariano Necochea.
Ante tales sucesos, el ministro de Colombia, Joaquín Mosquera, «temiendo la ruina de nuestro ejército» preguntó:«¿Y qué piensa Ud. hacer ahora?», a lo que Bolívar, con tono decidido, le respondió:
¡Triunfar!
Simón Bolívar, Pativilca, 1824.
El Sitio de El Callao prolongó la guerra hasta 1826, además inmediatamente desembocó en la ocupación de Lima por Canterac, y se afirma que en mayo de 1824 con una acción militar contra Bolívar «habrían dado el último golpe a la independencia de esta parte de América«.
Rebelión de Olañeta
Sorpresivamente, al comenzar el año 1824, todo el ejército realista del Alto Perú se sublevó junto al caudillo absolutista español Pedro Antonio Olañeta contra el Virrey del Perú, tras saberse que en España había caído el gobierno Constitucional. Efectivamente, el monarca Fernando VII de España y sus partidarios absolutistas, recuperaban el gobierno apoyados por 132.000 soldados franceses del ejército de la Santa Alianza, que ocupará España hasta 1830. Rafael del Riego moría ahorcado el 7 de noviembre de 1823 y los propulsores del movimiento liberal fueron ajusticiados, marginados o exiliados de España. El 1 de octubre de 1823 el monarca decretaba la abolición de todo lo aprobado durante los tres años de gobierno constitucional, lo que anulaba el nombramiento de La Serna como Virrey del Perú. El alcance de la purga sobre los constitucionales de Virreinato del Perú parecía infalible.
Olañeta ordena el ataque de los realistas altoperuanos contra los constitucionales del virreinato peruano.41 La Serna cambió sus planes de bajar a la costa para batir a Bolívar, y mandó a Jerónimo Valdés con una fuerza de 5000 veteranos a cruzar el río Desaguadero, lo que se llevó a cabo el 22 de enero de 1824, para dirigirlo a Potosí contra su antiguo subordinado, «pues hay indicios que lo dirige una meditada traición, uniéndose a los disidentes de Buenos aires». Las Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú del oficial peninsular Andrés García Camba (1846) detallan el trastorno que los sucesos del Alto Perú produjeron en los cálculos defensivos del virrey. Tras una prolongada campaña en las batallas de Tarabuquillo, Sala, Cotagaita, y finalmente la Lava el día 17 de agosto de 1824, ambas fuerzas realistas, del Virreinato del Perú (liberales) y de las provincias del Alto Perú (absolutistas), se diezmaron mutuamente.
Bolívar, en comunicación con Olañeta, aprovechó el desmontaje del aparato defensivo realista para «movernos en todo el mes de mayo contra Jauja«, y enfrentarse a José de Canterac aislado en Junín el 6 de agosto de 1824. Dio comienzo entonces una incesante persecución con la consecuente deserción de 2.700 realistas, que seguidamente engrosaban las filas independientes. Finalmente el 7 de octubre de 1824, con sus tropas a las puertas del Cuzco, Bolívar entregó al general Sucre el mando del nuevo frente de batalla, que recorría el curso del río Apurímac, y se retiró a Lima para tomar de la capital más empréstitos para sostener la guerra en el Perú, y recibir una división colombiana de 4.000 hombres despachada por Páez que no llegaría sino después de Ayacucho.
La Campaña de Ayacucho
La desintegración del cuerpo de observación de Canterac obligó a La Serna a llevar desde Potosí a Jerónimo Valdés, quien acudió a marchas forzadas con sus soldados. Reunidos los generales realistas, y a pesar de las muestras de sincera adhesión del Cusco, el virrey descartó un asalto directo por la falta de instrucción de sus milicias, aumentadas mediante reclutas masivas de campesinos unas semanas antes. Por el contrario intentó cortar la retaguardia de Sucre a través de maniobras de marchas y contramarchas, que se sucedieron desde el Cusco hasta el encuentro en Ayacucho, a lo largo de la cordillera andina. De esta forma, los realistas buscaron un golpe de mano que obtuvieron el 3 de diciembre en la batalla de Corpahuaico o Matará, donde a costa de tan solo 30 hombres ocasionaron al ejército libertador más de 500 bajas y la pérdida de buena parte del parque y la artillería. Pero Sucre y su estado mayor lograron mantener la organización de la tropa e impidieron al virrey explotar ese éxito local. Aún a costa de sensibles pérdidas en hombres y material Sucre mantuvo al Ejército Unido en repliegue ordenado, y siempre situado en posiciones aseguradas, de difícil acceso como el campo de Quinua.
Otro libro de memorias, In the service of the Republic of Peru del general Guillermo Miller, ofrece la visión de los independentistas. Además del talento de Bolívar y el de Sucre, el Ejército Unido se nutrió de buena parte de la experiencia militar del siglo: el batallón Rifles del ejército de Colombia, se encontraba compuesto de tropas mercenarias europeas, que en su mayoría eran voluntarios británicos. Esta unidad sufrió considerables bajas en Corpahuico. También se encontraban entre sus filas veteranos de la Independencia española, norteamericana, y Guerras de Independencia Hispanoamericana hasta casos como el mayor de origen alemán Carlos Sowersby, veterano de la batalla de Borodino contra Napoleón Bonaparte en Rusia.
Los realistas habían consumido sus recursos en una guerra de movimientos sin haber logrado obtener una victoria decisiva sobre el ejército libertador. Por la extrema dureza de las condiciones de una campaña en la cordillera andina, ambos ejércitos quedaron con el número de sus tropas seriamente reducidas por enfermedad y deserción, que afectó en el mismo grado a los independientes, y que igualmente se focalizó en milicias carentes de instrucción militar o la recluta formada de prisioneros enemigos. Los jefes realistas se habían posicionado en las alturas del cerro Condorcunca (en quechua: cuello de cóndor), una buena posición defensiva que no podían sostener dado que en menos de cinco días se verían obligados a retirarse por la hambruna de la tropa, lo que equivalía a la dispersión de su ejército y una segura derrota por la próxima llegada de refuerzos de Colombia, motivo por el cual se vieron impulsados a tomar una decisión desesperada: la batalla de Ayacucho daba comienzo.
Orden de batalla
Existe un debate en torno a las cifras de combatientes ya que la cifra de realistas del parte de batalla de Sucre se tomó en realidad del listado militar español capturado con el número de hombres al salir del Cuzco. Pero hay que tener presente que unos y otros comenzaron la campaña con un estado inicial de fuerza de ejércitos (8500 independientes vs. 9310 realistas) que disminuyeron su número en las semanas siguientes de campaña, hasta mismo el día de la batalla (5780 independientes vs. 6906 leales) por las razones expuestas anteriormente. En el campo de batalla los realistas sumaban 5876 infantes y 1030 de caballería.
Ejército Libertador
- Comandante: general Antonio José de Sucre
- Jefe del Estado Mayor – general Agustín Gamarra
- Caballería – general Guillermo Miller
- Primera División – general José María Córdova (2.300 hombres)
- Segunda División – general José de La Mar (1.580 hombres)
- Reserva – general Jacinto Lara (1.700 hombres)
Antes del inicio de la batalla, el general Sucre arengó a sus tropas:
«¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del Perú!.»
Antonio José de Sucre
Nuestra linea formaba un ángulo; la derecha, compuesta de los batallones Bogotá, Boltijeros, Pichincha y Caracas, de la primera division de Colombia, al mando del señor general Córdova. La izquierda de los batallones 1.° 2.° 3.° y legion peruana, con los húsares de Junin, bajo el ilustrisimo señor general La Mar. Al centro, los granaderos y húsares de Colombia, con el señor general Miller; y en reserva los batallones Rifles, Vencedor y Bargas, de la primera division de Colombia, al mando del señor general Lara.
Parte de la batalla de Ayacucho
Nótese que el mariscal Sucre omite mencionar en el parte a los Granaderos a Caballo del Río de la Plata. El general Miller en su Memoirs of General Miller: in the service of the republic of Peru da la composición completa de las fuerzas al mando de Sucre:
División Cordova (en la derecha): Bogota, Caracas, Voltigeros, Pichincha.
Caballeria, Miller (al centro):Regimientos Hussares de Junin, Granaderos de Colombia, Hussares de Colombia, Granaderos a Caballo de Buenos Ayres.
Division La Mar (flanco izquierdo): Legión, N° 1, N° 2, N° 3.
Division Lara (en reserva): Vargas, Vencedores, Cazadores.
La afirmación de Miller, respecto de que los Húsares de Junín estaban en su división, contradice lo que Sucre dice en el parte.
Ejército Real del Perú
- Comandante: virrey José de La Serna
- Comandante de Caballería – brigadier Valentín Ferraz
- Jefe del Estado Mayor – teniente general José de Canterac
- División de Vanguardia – general Jerónimo Valdés (2.006 hombres)
- Primera División – general Juan Antonio Monet (2.000 hombres)
- Segunda División – general Alejandro González Villalobos (1.700 hombres)
- División de Reserva – general José Carratalá (1.200 hombres)
Los Españoles bajaron velozmente sus columnas, pasando á las quebradas de nuestra izquierda los batallones Cantabria, Centro, Castro, 1° Imperial y dos escuadrones de húsares con una batería de seis piezas, formando demasiadamente su ataque por esa parte. Sobre el centro formaban los batallones Burgos, Infante, Victoria, Guias y 2° del primer Regimiento, apoyando la izquierda de éste con los tres escuadrones de la Unión, el de San Carlos, los cuatro de los Granaderos de la Guardia y las cinco piezas de artillería ya situadas; y en la altura de nuestra izquierda los batallones 1 y 2 de Gerona, 2° Imperial, 1° del primer Regimiento, el de Fernandinos, y el escuadrón de Granaderos de Alabarderos del Virrey.
Europeos en el ejército del virrey La Serna
El número de soldados naturales de España que combatieron en Ayacucho ha sido acotado por los mismos testimonios posteriores a la contienda. En el año 1824 los europeos combatiendo en todo el virreinato ascendían a 1.500 según el brigadier García Camba, mientras que según el comisario regio Diego Cónsul Jove Lacomme el número total de europeos era de 1.200, y de los que solo 39 hombres formaban en la división del Alto Perú.
Para el 9 de diciembre, día en que se libró la batalla de Ayacucho, y de acuerdo a publicaciones posteriores, los europeos en el ejército del virrey aproximadamente eran 500 hombres según García Camba, mientras que Bulnes cita 900 «desde el virrey al último corneta», apoyándose en el diario del capitán Bernardo F. Escudero y Reguera, oficial del Estado Mayor de Valdés. Pero el testimonio del general Jerónimo Valdés le refuta corroborando la cifra de 500 hombres «de soldado a jefe».
Del número referido de prisioneros realistas capturados tras la batalla de Ayacucho, 1.512 eran americanos, mientras que 751 eran españoles, con lo que se deduce que el número de combatientes peninsulares al mando del virrey La Serna puede estar en torno a esa cifra.
Desarrollo de las acciones
El dispositivo organizado por los planes de Canterac preveía que la división de vanguardia de Valdés rodease en solitario la agrupación enemiga, cruzando el río Pampas para fijar en el terreno a las unidades de la izquierda de Sucre, lo que se realizaba en la primera fase de la batalla. Mientras, el resto del ejército realista descendía frontalmente desde el cerro Condorcunca, abandonando sus posiciones defensivas y cargando contra el grueso del enemigo al que esperaba encontrar desorganizado, quedarían en reserva los batallones Gerona y Fernando VII dispuestos en segunda línea para ser enviados a donde fueran requeridos.
Sucre se dio cuenta inmediatamente de la arriesgada maniobra, que resultaba evidente en la medida que los realistas se encontraban en una pendiente, imposibilitados de camuflar sus movimientos. El coronel español Joaquín Rubín de Celis, que mandaba el Regimiento primero del Cuzco, y que debía proteger el emplazamiento de la artillería, que aún se encontraba despiezada y cargada en sus mulas, se adelantó impetuosamente al llano muy prematuramente, interpretando defectuosamente órdenes directas del Virrey «se arrojó solo y del modo más temerario al ataque» donde su unidad fue destrozada y él mismo muerto en el decisivo contraataque de la división de Córdova, que entonces avanza en compactas formaciones de línea, y que con un fuego eficaz también empuja atrás a los dispersos tiradores de la división de Villalobos, acabados de descender en formaciones de Guerrilla. La división de Córdova, apoyada por la caballería de Miller, acometió directamente a la masa desorganizada de tropas realistas que sin poder formar para la batalla descendían en hileras de las montañas, fue en este ataque que el general José María Córdova pronunció su famosa frase «División, armas a discreción, de frente, paso de vencedores».
Viendo el descalabro que había sufrido su izquierda, el general Monet, sin esperar que su caballería formara en el llano, cruzó el barranco y a la cabeza de su división se lanzó sobre la de Córdova logrando formar en batalla a dos de sus batallones pero prontamente atacado por la división independentista fue envuelto antes que el resto de sus tropas pudieran formar también en batalla. Durante estas acciones Monet fue herido y tres de sus jefes muertos. Los dispersos de su línea arrastraron en su retirada a las masas de milicianos. La caballería realista al mando de Ferraz cargó sobre los escuadrones enemigos que acosaban la izquierda de Monet, pero que apoyados por el vivo fuego de su infantería causaron una enorme cantidad de bajas en los jinetes de Ferraz cuyos sobrevivientes fueron obligados a volver grupas y retirarse del campo de batalla.
En el otro extremo de la línea, la segunda división de José de La Mar apoyada por el batallón Vargas de la tercera división de Jacinto Lara detuvieron juntas la acometida de los veteranos de la vanguardia de Valdés que se habían lanzado a tomar la solitaria casa ocupada por algunas compañías independentistas, las cuales fueron arrolladas en principio y obligadas a retroceder, y serían reforzadas por la carga de los Húsares de Junín bajo la dirección de Miller y luego por los granaderos a caballo volvieron al ataque, al que se sumaría luego la victoriosa división de Córdova.
El Virrey La Serna y demás oficiales intentaron restablecer la batalla y reorganizar a los dispersos que huían y el mismo general Canterac dirigió la división de reserva sobre la llanura. Sin embargo los reclutados de los batallones Gerona no eran los mismos que habían vencido en las batallas de Torata y Moquegua, pues durante la rebelión de Olañeta habían perdido a casi todos sus veteranos e incluso a su antiguo comandante Cayetano Ameller. Esta tropa compuesta por soldados forzados a combatir se dispersó antes de enfrentar al enemigo siguiéndole luego tras una débil resistencia el disminuido batallón Fernando VII. A la una de la tarde el virrey había sido herido y hecho prisionero junto a gran número de sus oficiales, y aunque la división de Valdés seguía combatiendo en la derecha de su línea, la batalla estaba ganada para los independentistas. Las bajas confesadas por Sucre fueron 370 muertos y 609 heridos mientras que las realistas fueron estimadas en 1.800 muertos y 700 heridos, lo que representa una elevada mortandad en combate.
Con los diezmados restos de su división Valdés logró retirarse a las alturas de su retaguardia donde se unió a 200 jinetes que se habían agrupado en torno al general Canterac y a algunos pocos dispersos de las derrotadas divisiones realistas cuyos desmoralizados soldados en fuga llegaron incluso a disparar contra los oficiales que intentaban reagruparlos. Con el grueso del ejército real destruido, el mismo virrey en poder de los patriotas, y su enemigo Pedro Antonio Olañeta ocupando la retaguardia, los jefes realistas optaron por la capitulación tras la batalla.
La capitulación de Ayacucho
«Don José Canterac, teniente general de los reales ejércitos de S. M. C., encargado del mando superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de este día el excelentísimo señor virrey don José de La Serna, habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron después que, el ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los males del país, he creído conveniente proponer y ajustar con el señor general de división de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, comandante en jefe del ejército unido libertador del Perú«.
Es el tratado firmado por el jefe de estado mayor realista, Canterac, y el general Sucre al concluir la batalla de Ayacucho, el mismo 9 de diciembre de 1824. Sus principales consecuencias fueron varias:
- El ejército realista bajo el mando del virrey La Serna renunciaba a seguir la lucha.
- La permanencia de los últimos soldados realistas en las fortalezas del Callao.
- La República del Perú debió saldar la deuda económica y política a los países que contribuyeron militarmente a su independencia.
Bolívar convocó desde Lima al Congreso de Panamá, el 7 de diciembre, para la unidad de los nuevos países independientes. El proyecto fue ratificado únicamente por la Gran Colombia. Cuatro años más tarde la Gran Colombia, a causa del deseo personal de muchos de sus generales y de la ausencia de una visión unitaria, terminaría dividiéndose en las naciones que forman actualmente.
Se rendían los tenientes generales, virrey José de la Serna y José de Canterac, mariscales Gerónimo Valdés, José Carratalá, Juan Antonio Monet y Alejandro González Villalobos, brigadieres Ramón Gómez de Bedoya, Valentín Ferraz, Andrés García Camba, Martín de Somocurcio, Fernando Cacho, Miguel María Atero, Ignacio Landazuri, Antonio Vigil, Juan Pardo de Zela y Antonio Tur y Berrueta, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 mayores u otros oficiales y 2.000 soldados.
Teorías conspirativas sobre la batalla de Ayacucho
La capitulación ha sido llamada por el historiador español Juan Carlos Losada como «la traición de Ayacucho» y en su obra Batallas decisivas de la Historia de España (Ed. Aguilar, 2004), afirma que el resultado de la batalla estaba pactado de antemano. El historiador señala a Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo: “los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto, solo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos” (Pág. 254). Una capitulación sin batalla se habría juzgado indudablemente como traición. Los jefes españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual que otros líderes militares independentistas, no siempre compartían las ideas del rey español Fernando VII, un monarca firme sostenedor del absolutismo.
Por el contrario el comandante español Andrés García Camba refiere en sus memorias como, los oficiales españoles apodados más tarde «ayacuchos«, fueron injustamente acusados a su llegada a España: «señores, con aquello se perdió masónicamente» se les dijo acusatoriamente, –«Aquello se perdió, mi general, como se pierden las batallas», respondieron los veteranos de la batalla.
El Alto Perú tras la batalla de Ayacucho
Luego del triunfo de Ayacucho, y siguiendo precisas instrucciones de Bolívar, el general Sucre entró en territorio del Alto Perú el 25 de febrero de 1825. Su campaña militar sirvió para dar visos de legalidad a un proceso de independencia que los mismos insurgentes altoperuanos ya habían puesto en marcha con la guerra de guerrillas del Alto Perú. Sucre además de mantener el orden civil en el país y restableció la administración del gobierno en La Paz. El general realista Pedro Antonio Olañeta permaneció en Potosí, en donde en enero recibió al batallón «Unión» procedente de Puno al mando del coronel José María Valdez, y luego convocó a un Consejo de Guerra que acordó continuar la resistencia en nombre de Fernando VII. Olañeta distribuyó sus tropas entre la fortaleza de Cotagaita con el batallón «Chichas» al mando del coronel Medinacelli, mientras Valdez con el «Unión» fue enviado a Chuquisaca y el propio Olañeta marchó a Vitichi, con 60.000 pesos de oro de la Casa de la Moneda de Potosí.
No obstante ello, en Cochabamba se sublevó, con el Primer Batallón «Fernando VII» el coronel José Martínez; seguido en Vallegrande, por el Segundo Batallón «Fernando VII», deponiendo al brigadier Francisco Aguilera el 12 de febrero. El coronel realista José Manuel Mercado ocupó entonces Santa Cruz de la Sierra el 14 de febrero, mientras Chayanta quedó en manos del teniente coronel Pedro Arraya, con los escuadrones «Santa Victoria» y «Dragones Americanos» y en Chuquisaca el batallón «Dragones de la Frontera» del coronel Francisco López se pronunció por los independentistas el 22 de febrero, con lo cual la mayoría de las tropas realistas del Alto Perú renunciaban a continuar la lucha frente al poderoso ejército de Sucre. El coronel Medinaceli con trescientos soldados se sublevó también en contra de Olañeta y el 1 de abril de 1825 se enfrentaron en el combate de Tumusla que culminó con la derrota de Olañeta y su muerte al día siguiente. Pocos días después, el 7 de abril, el general José María Valdez se rindió en Chequelte ante el general patriota Urdininea, poniendo fin a la guerra en el Alto Perú.
El nacimiento de Bolivia
Simón Bolívar, con la aprobación del congreso peruano el 23 de febrero de 1825 y del congreso argentino el 9 de mayo de 1825, ratificó la decisión de Antonio José de Sucre de convocar un congreso soberano del Alto Perú que manifestó en su declaración de independencia su deseo de no unirse al Perú o a las Provincias Unidas de Río de la Plata.
Mediante un decreto la Asamblea determinó que el nuevo estado nacido en el Alto Perú llevaría el nombre de «República Bolívar», en homenaje al Libertador, designado «Padre de la República». Se le concede también el supremo poder ejecutivo en forma vitalicia, con los honores de Protector y Presidente. Bolívar agradeció estos honores, pero declinó la aceptación del cargo, designando al mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre.
Declaración de la independencia de Bolivia
Convocada nuevamente la Asamblea Deliberante en Chuquisaca por el mariscal Sucre, el 9 de julio de 1825, y concluida se determinó la completa independencia del Alto Perú, bajo la forma republicana. Finalmente, el presidente de la Asamblea José Mariano Serrano, junto a una comisión, redactó el «Acta de la Independencia» que lleva fecha del 6 de agosto de 1825, en honor a la Batalla de Junín ganada por Bolívar. La independencia fue declarada por 7 representantes de Charcas, 14 de Potosí, 12 por La Paz, 13 por Cochabamba y 2 por Santa Cruz. El acta de independencia, redactada por el presidente del Congreso, Serrano, en su parte expositiva dice:
El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el continente de América, el ara donde vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos. Los departamentos del Alto Perú, añade en su parte resolutiva, protestan a la faz de la tierra entera, que sus resolución irrevocable es gobernarse por sí mismos.
Reconocimiento a los combatientes
En honor y reconocimiento a los combatientes independentistas de la batalla, se construyó en 1974, en el lugar de los hechos, un obelisco en conmemoración a la batalla, obra del artista español Aurelio Bernandino Arias.
De estructura de concreto y revestido en mármol travertino blanco, este monumento se encuentra ubicado en el Santuario histórico de la Pampa de Ayacucho, en el distrito de Quinua, Provincia de Huamanga. A 37 km. al noreste de la ciudad de Ayacucho, a 3300 msnm.
Reconocimientos a Sucre
Bolívar, quien redactó y publicó en 1825 su resumen sucinto de la vida del general Sucre, único trabajo en su género realizado por él, no escatimó elogios ante la hazaña culminante de su fiel lugarteniente:
«La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina». Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza».
«Usted. está llamado a los más altos destinos, y yo preveo que Usted. es el rival de mi Gloria. (Bolíivar, Carta a Sucre, Nazca, 26 de abril de 1825) «.
«El Congreso de Colombia hizo entonces a Sucre General en Jefe, y el Congreso del Perú le dio el grado de Gran Mariscal de Ayacucho,».