Idelfonso Muñecas

Idelfonso Muñecas

Idelfonso Muñecas. El coraje de un sacerdote tucumano, el doctor Ildefonso Muñecas, quedaría resonando en la sangrienta crónica de la Guerra de la Independencia en el Alto Perú.  Nació en la ciudad de San Miguel de Tucumán en 1776, siendo sus padres Juan José Muñecas, español, y Elena Alurralde, tucumana (hermana por parte de madre de José Ignacio Garmendia).  A la edad de 7 años tuvo la desgracia de perder a su padre, y habiendo resuelto su madre contraer segundas nupcias, fue enviado a la ciudad de Córdoba, a educarse, conjuntamente con sus dos hermanos, Juan Manuel y Angela.

 

En aquella ciudad realizó sus primeros estudios que prosiguió en el Colegio de Monserrat, y sintiendo decidida vocación por la carrera del sacerdocio, a ella se dedicó y muy joven todavía recibió las órdenes sagradas, y a la vez el título de doctor conferido por la Universidad de San Carlos en el año 1798.  De regreso a Tucumán, se contrajo a la erección de un templo destinado al Señor de la Paciencia, obra para la cual se dedicó a reunir algunas limosnas entre el vecindario.

En estas circunstancias pasaba por Tucumán con dirección al Alto Perú, el Sr. San Clemente, Presidente de la Real Audiencia de Charcas, quien le instó para que le acompañara a su destino en calidad de capellán.  El Dr. Muñecas al principio se resistió a acompañar a aquel señor, pero cedió finalmente, pensando que podría aprovechar el viaje para reunir mayores recursos para la realización de su obra.  Pero al llegar al Alto Perú cambió de resolución y fue nombrado Cura Rector de la Catedral de Cuzco.  Posteriormente realizó un viaje por Europa.

Mientras Muñecas ejercía su sagrado apostolado, no perdía de vista la causa emancipadora de América, tomando parte en el levantamiento de 1809.  De acuerdo con los principales patriotas de Cuzco, fue el alma del levantamiento del 3 de agosto de 1814, que encabezó el cacique indígena Mateo Pumakahua; el 20 de aquel mes ocupó a Puno la columna del coronel José Pinelo, uno de los tenientes de aquel Cacique, y de la cual fue designado Muñecas capellán y secretario del Coronel de referencia.  En setiembre de aquel año se aproximó la columna de Pinelo a la ciudad de La Paz, y su gobernador, el Conde Valde Hoyes, impotente para librar una batalla campal, se preparaba a la resistencia, atrincherándose en el recinto de la ciudad.  Un suceso inesperado produjo en tales circunstancias una impresión profunda en el ánimo del Dr. Muñecas.

Su hermano Juan Manuel residía en La Paz desde 1810, y cuando al año siguiente penetraba en el Alto Perú la primera expedición auxiliadora, acudió presuroso a los valles de Jarota, donde sus numerosas relaciones le aseguraban un gran prestigio, formó allí un cuerpo de 800 a 1.000 plazas, que condujo en persona y puso a disposición de Castelli, rehusando el grado de coronel que le quiso acordar Castelli.  Esta circunstancia y el ascendiente que gozaba Juan Manuel Muñecas entre los Cholos de La Paz, debía hacer creer al gobernador Valde Hoyos, en la existencia de una secreta complicidad entre aquél y su hermano Ildefonso.  Colocado en prisión por esta sospecha, fue puesto en capilla para ser pasado por las armas, tan pronto la columna de Pinelo atacara la ciudad.  Empezaba este hecho a sublevar la opinión popular, lo que obligó al gobernador a perdonarle la vida, con la condición precisa de defender, bajo su palabra de honor, un punto de las trincheras que había levantado en la ciudad; al efecto, Juan Manuel Muñecas se encargó del mando de la que se había levantado en la esquina del Cabildo, y que era precisamente el punto que desde el Alto de Santa Bárbara atacaba el Dr. Muñecas con algunas piezas de artillería.  Llevado a cabo el asalto, este último se apoderó del punto defendido por su hermano, al que tomó prisionero.  Rendida la plaza sin que escapara uno solo de sus defensores, tres días después se produjeron los sangrientos sucesos conocidos en Bolivia con el nombre de el “28”. En una de las casas centrales explotó un polvorín haciendo volar en pedazos a los soldados que lo custodiaban, hecho que se atribuyó a los españoles que acababan de ser vencidos, lo que hizo estallar la rebelión popular.

La plebe enfurecida empezó una terrible matanza; el conde Valde Hoyes, que desde la toma de la ciudad se hallaba preso en una de las habitaciones del Cabildo, fue arrojado por los balcones y arrastrado por las calles.  En estos momentos, el Dr. Muñecas y su hermano Juan Manuel se presentaron en la plaza y proclamaron a las turbas enfurecidas, consiguiendo el primero con el ascendiente de su voz elocuente calmar la indignación del pueblo. Gracias a esto lograron salvarse más de 50 padres de familia que se escudaron detrás de la persona del Dr. Muñecas. Calmados un poco los espíritus, este último se colocó a la cabeza de sus protegidos, mientras su hermano se puso al final de la columna, atravesando las grandes masas de pueblo y consiguió asilarlos en su propia casa.

Mientras la revolución cobraba amplitud en La Paz, el general Valdéz, la invadía nuevamente al frente de una columna de fuerzas regulares.  Pinelo los esperó en los Altos de aquella ciudad, llamados el Tejar,  donde el ejército patriota sufrió una tremenda derrota, y en este combate, el Dr. Muñecas jugó el mismo rol importante que en las anteriores operaciones.  Producido el descalabro, logró refugiarse en los bosques de Larecaja, pertenecientes a la provincia que hoy lleva su nombre.  Lo acompañaron algunos oficiales y emigrados de La Paz.

No permaneció inactivo en su retiro; sublevó en masa los habitantes de la comarca, a la que gobernaba en su doble autoridad de clérigo y de caudillo, sirviendo así de vínculo a la insurrección popular del Alto y del Bajo Perú, pudiendo contribuir a la par de muchos otros caudillos patriotas, a preparar el terreno para la invasión del Ejército Auxiliar mandado por Rondeau, en 1815.  La comarca que dominaba Muñecas estaba situada al Norte de La Paz, sobre las márgenes del Desaguadero y del lago Titicaca.  En el último año citado inició sus hostilidades sobre Puno y La Paz, obrando de acuerdo con los caudillos Monroy, Carrera y Carrión, escapados como él de la derrota de Pinelo.  Batidos éstos, en los altos de Paucarcolla (entre Puno y Lampa), Monroy, viéndose perdido, se suicidó de un pistoletazo; mientras que Carrión, Carrera y conco compañeros más, fueron fusilados y sus cabezas clavadas en los caminos. Muñecas se internó a Larecaja por Huancane, rodeando el lago de Titicaca por el Norte, y sublevó todo el país hasta Omasuyos, amenazando por el extremo opuesto los departamentos de Puno y La Paz.  Una expedición como de 400 hombres salió en su persecución, en enero de 1816, después de las terribles derrotas sufridas por el Ejército Auxiliar, pero después de 35 días de hostilidades se vio obligada a evacuar el territorio, quedando Muñecas dueño de toda la parte al Oriente del Lago Titicaca.  Por tercera vez se organizaba una expedición, pero esta vez compuesta por dos columnas; una que partió de La Paz, a las órdenes del comandante Aveleyra; y otra, de Puno, a las órdenes del coronel Agustín Gamarra, los cuales, rodeando el Lago en sentido opuesto, debían estrechar a Muñecas sobre la cordillera de Sorata. Alcanzando a fines de febrero, al Norte de este gran nevado, en la cordillera de Cololó, fue completamente batido por Gamarra el 27 de aquel mes, tomándole 106 prisioneros mestizos que componían su batallón sagrado. Todos fueron pasados por las armas y sus cabezas colgadas en los pueblos que circundaban el Lago.

El Dr. Muñecas, destruido el núcleo militar, se refugió en las inaccesibles quebradas del Valle de Larecaja, donde se ocultó viviendo en una cueva, socorrido por algunos indios fieles, hasta que un día un indígena compadre suyo, Manuel González, lo denunció a las fuerzas españolas, siendo tomado preso con 30 compañeros, los cuales fueron inmediatamente pasados por las armas.  Muñecas fue entregado por Pezuela al capitán limeño Pedro Salar, destacado por aquel General desde Ayoayo, donde el vencedor de Vilcapugio y Ayohuma se hallaba de tránsito.  Salar recibió orden de conducir al preso al Cuzco, para allí ser degradado y ahorcado.  Pero antes de llegar al Desaguadero, entre Tiahuanaco y Huaqui, el 7 de julio de 1816, fue asesinado por sus conductores, mediante un tiro disparado por uno de los soldados desde atrás, por orden expresa del capitán Salar, cayendo herido mortalmente el Dr. Muñecas, cuyo cadáver quedó en el camino, siendo recogido por los indios fieles y enterrado en el interior de la Capilla de Huaqui. Una modesta cruz colocada y conservada por los mismos indios, señala el lugar donde tuvo su trágico fin el Dr. Muñecas, el cual, según los realistas, murió por un tiro escapado casualmente a uno de sus conductores.

Se dice que el autor  del crimen fue un hermano de González, a quien los españoles pagaron con dinero y “una charretera refulgente”, este servicio que suprimía a uno de sus más terribles y populares adversarios.

El Dr. Muñecas fue hombre de inteligencia y de acción y se hizo notar como uno de los más ardientes tribunos de la Revolución.

Repatriación de sus restos

En 2007 la Cámara de Diputados de la Nación emitió un Proyecto de Declaración según el cual: “vería con agrado que el Poder Ejecutivo nacional, realice las gestiones necesarias para proceder a la repatriación de los restos mortales del presbítero tucumano Ildefonso Escolástico de las Muñecas, sacerdote de la Iglesia Católica que al margen de su función pastoral se destacó heroicamente en la guerra por la independencia americana durante la campaña del Alto Perú. Su cuerpo descansa en la capilla de Huaqui, Bolivia”.

“El pueblo tucumano, honrando su memoria, puso su nombre a una de las calle principales y a un barrio de su ciudad capital. Querríamos también rendir tributo a sus restos mortales, en la misma ciudad en que nació, por lo cual pedimos la repatriación. Todo ello sin perjuicio de reconocer el lugar prominente que ocupa en la historia del hermano país”.

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