Francisco Gil de Taboada y Lemos

Francisco Gil de Taboada y Lemos

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Francisco Gil de Taboada y Lemos.  Administrador colonial español nacido en Santa María de Sonto Longo (Lugo) el 24 de septiembre de 1736 y fallecido en Madrid en 1810. Oficial de la Armada, desempeñó los cargos de virrey en el Nuevo Reino de Granada y en Perú, realizando una obra característica del despotismo ilustrado. Criado en el seno de una familia hidalga formada por Felipe Gil de Taboada y María de Lemos y Rois. Al cumplir los 19 años, en 1732, ingresó en la Armada como guardiamarina en Cádiz. Fue luego ascendiendo en los diversos grados hasta alcanzar el de jefe de escuadra y teniente general de la Real Armada. Asimismo fue nombrado caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, en la que fue bailío y comendador de Puerto María, Gran Cruz y comendador de la mayor de Puente Orbigo y caballero de la Orden de Malta. El 5 de abril de 1788 fue nombrado virrey, gobernador y capitán general del Nuevo Reino de Granada, presidente de la Real Audiencia de Santafé y subdelegado de la Real Hacienda.

El virreinato neogranadino

Zarpó de Cádiz con dirección al Nuevo Reino en 1789 y llegó a Cartagena 7 de enero de 1789. Se posesionó de su empleo tres días después, pero permaneció en este puerto hasta el 15 de marzo de 1789. Estos meses los ocupó en reajustar los gastos que pesaban sobre la real hacienda, provenientes de los que tuvo que hacer Caballero y Góngora para dominar a los comuneros. Empezó por ello a realizar recortes económicos. Redujo los guardacostas a seis, especificó los cruceros que debían hacerse y mandó vender el resto de los buques. También puso freno a las grandes partidas destinadas a mejorar las defensas cartageneras, concluyendo que habían terminado con las de la Escollera de Bocagrande. Para que tales defensas fueran realmente eficaces pidió dos mil quintales de pólvora a México. Se ha atribuido la larga espera del virrey en Cartagena a un deseo personal, pero realmente obedeció a la necesidad de habilitar una vivienda adecuada para su residencia en Santafé, que fue la de Francisco Sans de Santamaría, ya que el palacio virreinal había quedado medio destruido por el terremoto de 1785. El Virrey decidió esperar y gobernar desde Cartagena, donde había que afrontar numerosos problemas pendientes. Uno de ellos fue la separación de las dos provincias de Santa Marta y Ríohacha, con la que confió en restringir el enorme contrabando que se efectuaba en sus costas. Nombró gobernador de Ríohacha al capitán Juan Álvarez Beriñas, que se había distinguido en el gobierno de los guardacostas. Puso el dedo en la llaga, pues poco después se origino el levantamiento de los indios de la Guajira, afectados por el control del tráfico ilegal. El virrey envió a someterles a Antonio Narváez de la Torre, quien logró apaciguar la región. Dentro del mismo aspecto, mandó cumplir fielmente las ordenes de visita a los barcos españoles que iban a Cartagena y estrechar las medidas que prohibían la entrada de extranjeros. Finalmente reglamentó la extracción de palo de Brasil. Estudió luego las colonias establecidas en el Darién por su antecesor Caballero y Góngora y decidió suprimir varias de ellas, como las de Carolina, Concepción y Mandinga, que generaban muchos gastos y pocos beneficios, sosteniendo sin embargo la de Caimán. Mandó también regresar a sus países o a internarse en el país a los colonos ingleses y norteamericanos que había traído el virrey anterior para colonizar el Darién. Muchos volvieron a Charlestown y algunos fueron a Santa Marta. Gil mandó trasladar los enfermos del hospital de San Juan de Dios en Cartagena a las cercanías del castillo de San Felipe de Barajas y, finalmente, el 15 de marzo, después de haber permanecido dos meses y medio en Cartagena, emprendió el camino a Santafé. Embarcó en el río Magdalena y, al llegar a Honda, se enteró de que había sido promovido a virrey del Perú. Continuó, sin embargo, su viaje a la capital por el camino real y al arribar a la misma se posesionó del cargo de presidente de la Real Audiencia, que no había podido ejercer hasta entonces. En Santafé prosiguió con las economías. Redujo el personal de la Secretaría de Cámara, rebajándolo de 15 a 9 y con menores sueldos. Suprimió el proyecto defensivo de la capital ideado por Esquiaqui, hecho a petición de los virreyes Florez y Caballero y Góngora, por considerarlo innecesario en una población tan alejada de la costa. Suprimió también las gratificaciones; la costosa fábrica de pólvora de Santafé; la de tabaco en polvo capitalina; y los trabajos en las minas de plata de Mariquita, en espera de que éstos pudieran revisarse adecuadamente. Reglamentó el trabajo de la Junta de Hacienda a dos jornadas semanales y nombró a Antonio Nariño tesorero interino de diezmos del arzobispado, con lo que dejó preparado, sin saberlo, un gran pleito. Finalmente, autorizó la presencia de algunos colonos ingleses en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. El 31 de julio de 1789 entregó el mando a su sucesor, José de Ezpeleta. Se retiró a Guaduas y reanudó su viaje el 9 de septiembre para llegar a Cartagena el 20 y embarcar en la fragata Santa Águeda. Luego de hacer escalas en Panamá y Paita, llegó a Lima el 25 de marzo de 1790.

El virreinato del Perú

Francisco Gil de Taboada entró “oficialmente” en Lima como virrey el 17 de mayo de 1790 y gobernó Perú hasta 1796. Tuvo como su asesor a Manuel del Valle Postigo y realizó la política característica de un gobernante del despotismo ilustrado, construyendo obras de enorme valor para el país, que vivió entonces una de sus mejores etapas culturales. Fomentó sus vías de comunicación, su economía, su nivel educativo, sus comunicaciones, sus obras públicas, etc. Perú tenía entonces poco más de un millón de habitantes. El censo realizado por orden virreinal entre 1790 y 1792 dio 1.076.122 habitantes, de los que 608.912 eran indios, 244.437 mestizos, 136.031 blancos y 41.398 negros y mulatos. La capital contaba con 52.627 habitantes. El virreinato había perdido Charcas al crearse el virreinato del Río de la Plata, pero en 1796 se le reincorporó la provincia de Puno. Seguía conformado por la costa (con agricultura diversificada, principalmente de especies europeas), la sierra (con las minas y cultivos tradicionales de maíz y papa, así como ganadería) y la selva (con especies y plantas medicinales), pero esta última era desconocida en buena parte. La política despotista propició su mejor conocimiento y el fomento de las misiones en ella. Así, los religiosos franciscanos Manuel Sobreviela y Narciso Girbal navegaron por los ríos Ucayali, Pachitea y Huallaga. El último pasó por Huánuco hasta La Laguna, cerca de donde se encontraba Francisco de Requena, gobernador de Mainas. Había salido con 36 embarcaciones y unas 500 personas, pero llegó a su destino con apenas algunos neófitos. El virrey premió también en 1790 al explorador Juan Bezares con el cargo de justicia mayor de Chavín de Pariarca por haber hallado una ruta que unía la sierra con el río Marañón y la pampa de Sacramento. En otro plano distinto, ya que fue promovido por la Corona, figuró la llegada a El Callao el 20 de mayo de 1790 de la expedición científica de Malaspina, con la que vinieron los científicos Tadeo Haenke y Luis Neé, que venían recorriendo la costa suramericana desde Panamá buscando materiales para el Museo de Historia Natural que se iba a construir en Madrid. En cuanto a la labor misionera se centró principalmente en la realizada por el convento de Ocopa, cuyo prelado era el padre Sobreviela. La economía peruana seguía basada en la minería argentífera, el comercio, una gran agricultura y una apreciable ganadería. Durante este gobierno se intentó mejorar la primera mediante la misión técnica del barón Nordenflicht, integrada por quince técnicos alemanes. Llegó en 1790 y estudió especialmente el beneficio de los metales preciosos, tratando de sustituir el viejo sistema de amalgamación empleados en Potosí y Huancavelica. Elaboró un informe en 1791 con algunas recomendaciones, entre las que figuraban la fundación de un Colegio de Minería y un Banco de Rescates, que no fue aplicado. Nordenflicht permaneció en Lima hasta 1812, haciéndose cargo de un laboratorio mineralógico. La producción de plata venía disminuyendo desde la segregación del Potosí al virreinato ríoplatense, cuando bajó a 246.000 marcos de plata (1777), pero volvió a subir de nuevo y en 1792 alcanzó los 500.000 marcos. El comercio seguía acusando la crisis impuesta por el libre comercio de 1778, pero se tomaron algunas medidas correctivas de recaudación fiscal, que lo mejoraron. Así, entre 1790 y 1794 se eliminó el déficit en el comercio exterior al sumar las exportaciones 31.989.500 pesos y las importaciones 29.091.220 pesos. Las mejoras permitieron a Gil de Taboada remitir a España entre 1790 y 1794 un total de 23.780.977 de pesos, de los que 2.061.155 fueron para la Real Hacienda. El virrey se ocupó mucho de la educación. El 21 de noviembre de 1792 se inauguró el anfiteatro para los estudios de Anatomía. El doctor Hipólito Unanúe fue el primer profesor de dicha especialidad y estuvo asistido por el cirujano José Gabino Chacaltana. En 1794 se creó la Real Academia de Náutica de El Callao, cuyo director fue el capitán de navío Agustín de Mendoza. En 1796 se inauguró la cátedra de Botánica en la Universidad de San Marcos. Gil de Taboada mejoró asimismo la organización del Colegio de San Carlos y el 30 de diciembre de 1791 aprobó su nuevo reglamento. La cultura peruana tuvo uno de sus mejores momentos de esplendor. Se creó la Sociedad de Amantes del País, cuyos socios fundarían el Mercurio. En 1791 se fundó una Academia en Lima, titulada la Tertulia Poética, y al año siguiente se fundó la Sociedad de Mineralogía. Las publicaciones expresaron elocuentemente esta época dorada. El primero de octubre de 1791 apareció el Diario Erudito de Jaime Bauzate, protegido por el virrey. El 1 de enero de 1791 se empezó a publicar en la capital el Mercurio Peruano, dirigido por Jacinto Calero y Moreyra, en el que colaboraron numerosos miembros de la Sociedad de Amantes del País, como José Baquíjano y Carrillo, Hipólito Unanúe y José María Egaña. Se editó hasta 1794. Gil de Taboada apoyó así mismo la Guía que publicaba Cosme Bueno, permitiendo que Hipólito Unanúe la ampliara con apoyo oficial para transformarse en la Guía política, eclesiástica y militar del Virreinato del Perú, publicada entre 1793 y 1798. Por iniciativa del virrey empezó a publicarse en Lima desde 1793 una gaceta semejante a la de Madrid. Esta Gaceta de Lima siguió publicándose hasta 1821. Gil de Taboada mejoró el alumbrado y la limpieza capitalinos, fundó en 1792 el hospital que llevó su nombre, y mantuvo en estado de alerta las fortificaciones costeras durante la guerra contra Francia (1793-95). El peligro de que la propaganda revolucionaria francesa invadiese Perú le llevo a crear una policía especial que vigilaba los libros y periódicos llegados del extranjero y que incluso denunciaba a ciudadanos proclives a las nuevas ideas republicanas. El virrey mandó hacer un censo de todos los extranjeros llegados a partir de 1790 en el que se incluyeron referencias pormenorizadas a su forma de vida. Varios franceses sospechosos fueron sometidos a proceso. Gil de Taboada cumplió totalmente su mandato y entregó el virreinato a su sucesor Ambrosio de O’Higgins, marqués de Osorno, presidente de Chileel 6 de junio de 1796. El 23 de diciembre partió de El Callao con rumbo a España. Una vez en la Península, formó parte del Consejo Supremo de Guerra y en 1799 fue director de la Armada. Más tarde fue capitán general y ministro de Marina en 1805. Finalmente fue miembro de la Junta de Gobierno nombrada en 1808 por Fernando VII, y en ella se opuso a Murat. No quiso reconocer a José Bonaparte como rey de España y renunció a su cargo. Murió en Madrid en 1810.

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