Antonio José de Sucre y Alcalá

Antonio José de Sucre y Alcalá

Antonio José Francisco de Sucre y Alcalá (Cumaná, Capitanía General de Venezuela, Imperio español; actual estado Sucre, Venezuela; 3 de febrero de 1795-Montañas de Berruecos, La Unión, Nueva Granada, actual Colombia; 4 de junio de 1830), conocido como El Gran Mariscal de Ayacucho, fue un político y militar venezolano, prócer de la independencia americana, así como un diplomático y estadista, presidente de Bolivia, Gobernador del Perú General en Jefe del Ejército de la Gran Colombia, Comandante del Ejército del Sur y Gran Mariscal de Ayacucho. Era hijo de una familia acomodada de tradición militar, siendo su padre coronel del Ejército Patriota. Es considerado como uno de los militares más completos entre los próceres de la independencia sudamericana.

Martin Tovar y Tovar 12.JPGPerdió a su madre a los siete años de edad. Aún adolescente fue enviado a Caracas al cuidado de su padrino el arcediano de la catedral, presbítero Antonio Patricio de Alcalá, para iniciar estudios de ingeniería militar en la Escuela de José Mires. En 1809, con su hermano Pedro y otros jóvenes, integró como cadete la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, unidad organizada por Juan Manuel de Cajigal y Niño, gobernador de la provincia de Cumaná.

                                                               Escudo de armas de la familia Sucre

En 1810, la Junta de Gobierno de Cumaná le confiere el empleo de subteniente de milicias regladas de infantería. Este grado fue ratificado por la Junta Suprema de Caracas el 6 de agosto de ese mismo año. En 1811 desempeña en Margarita el cargo de comandante de ingenieros. El 31 de julio de ese año recibió el despacho de teniente. En 1812 se halla en Barcelona, en calidad de comandante de la artillería. Allí, el 3 de julio del citado año, junto con otros ciudadanos notables, firmó el acta de la junta de guerra que se reunió aquel día para resolver lo conducente a la seguridad de la República, a raíz de los acontecimientos en Caracas (ofensiva de Domingo de Monteverde) y la ocupación de Cúpira por un grupo de partidarios de Fernando VII.

Tras la capitulación del general Francisco de Miranda, amnistiado por Monteverde regresó a Cumaná, donde el nuevo gobernador realista Emeterio Ureña le extendió pasaporte para que se trasladase a Trinidad; pero no consta que hiciera uso de dicho documento. En 1813, bajo las órdenes del general Santiago Mariño, integra el grupo de republicanos conocido como los libertadores de oriente y participa en las operaciones para la liberación de aquella parte de Venezuela. Como edecán del general Mariño, en 1814, asiste a la conjunción de las fuerzas de oriente con las de occidente en los valles de Aragua. Ese año, su hermano Pedro fue fusilado en La Victoria por los realistas; y víctimas de José Tomás Boves mueren en Cumaná sus hermanos Vicente y Magdalena. No menos de 14 parientes inmediatos perecerán en la Guerra de Independencia. En 1815, tras combatir bajo las órdenes del general José Francisco Bermúdez en Maturín, pasa a Margarita y escapando del general Pablo Morillo, sigue a las Antillas y Cartagena. En esta plaza, con Lino de Pombo de jefe inmediato, dirige los trabajos de fortificación para la defensa de la ciudad contra el asedio realista de Pablo Morillo. En diciembre está en Haití. Cuando regresaba después a Venezuela naufraga en el golfo de Paria. En 1816, Mariño lo nombra jefe de su Estado Mayor y lo asciende a coronel. Este mismo jefe lo designa en 1817 comandante de la provincia de Cumaná. Ese año, después del Congreso de Cariaco (8 de mayo) desconoce la actuación de dicho cuerpo colegiado y la autoridad de Mariño y se traslada a Guayana, donde se pone bajo las órdenes de Simón Bolívar. El 17 de septiembre de ese mismo año recibió de Bolívar la designación de gobernador de la Antigua Guayana y comandante general del Bajo Orinoco, y también el encargo de organizar un batallón con el nombre Orinoco.

Empezaba su carrera de gobierno en la cual desempeñaría todos los cargos de la Administración civil hasta presidente de la República en Bolivia. El 7 de octubre de 1817 recibió el nombramiento de jefe de Estado Mayor de la división de la provincia de Cumaná, bajo las órdenes del general Bermúdez, nombrado comandante de la citada gran unidad. Estos nombramientos tenían, además la finalidad de reducir la disidencia que reinaba en Cumaná. «El general Bermúdez y Vd. van a hacer cosas grandes en Cumaná y quizás algún día serán llamados los salvadores de su país», dijo Bolívar a Sucre en aquella ocasión. En agosto de 1819 fue ascendido a general de brigada por el vicepresidente de Venezuela, Francisco Antonio Zea; grado que será ratificado por Bolívar el 16 de febrero de 1820. Viaja a las Antillas comisionado para adquirir material de guerra; misión que cumple con éxito. Ese mismo año desempeña, interinamente, la cartera de Guerra y Marina y es jefe titular del Estado Mayor del General.

El Armisticio de Santa Ana

 Monumento de Mariscal Sucre ubicado en la av. 6 de agosto de Cochabamba en Bolivia

Tras la liberación de la Nueva Granada y creada la República de Colombia, Bolívar firma con el general español Pablo Morillo, el 26 de noviembre de 1820, un Armisticio, así como un Tratado de Regularización de la Guerra. Sucre redactó este Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra, considerado por Bolívar como «el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra«. La importancia de los documentos redactados por Sucre, en lo que significó su primera actuación diplomática, fue la paralización temporal de las luchas entre los patriotas y los realistas, y el fin de la guerra a muerte iniciada en 1813. El Armisticio de Santa Ana le permitió ganar tiempo a Bolívar para preparar la estrategia de la Batalla de Carabobo, que aseguró la independencia venezolana. El documento, marcó un hito en derecho internacional, pues Sucre, fijó mundialmente el trato humanitario que desde entonces empezaron a recibir los vencidos por los vencedores en una guerra. De esta forma se convirtió en pionero de los derechos humanos. Fue de tal magnitud la proyección del tratado que Bolívar en una de sus cartas escribió: «este tratado es digno del alma de Sucre. El Tratado de Armisticio tenía por objeto suspender las hostilidades para facilitar las conversaciones entre los dos bandos, con miras a concertar la paz definitiva«. El Armisticio se firmó por seis meses y obligaba a ambos ejércitos a permanecer en las posiciones que ocupaban en el momento de su firma «…Por el cual desde ahora en adelante se hará la guerra entre España y Colombia como la hacen los pueblos civilizados«.

Independencia de Ecuador, Perú y Bolivia

Pampa de la Quinua.

Comenzó entonces la campaña de liberación de Ecuador, que tuvo su culminación en la batalla de Pichincha librada el 24 de mayo de 1822. Con esta victoria de Sucre se consolidó la independencia de la Gran Colombia, se consumó la de Ecuador y quedó el camino listo para la batalla contra las últimas fuerzas realistas que quedaban en el Perú (país donde José de San Martín había declarado la Independencia el 28 de julio de 1821). Tras una reunión en Guayaquil entre Simón Bolívar y San Martín, este último cede parte de su ejército al primero, y se retira definitivamente de las batallas de la emancipación hispanoamericana. Así, Sucre llegó y entró en Lima en 1823, precediendo a Bolívar. El 1 de diciembre de 1823 llegó a Yungay, estableciéndose en él por ser el punto céntrico del acantonamiento. Acomodó en sus inmediaciones a los batallones «Voltígeros de la Guardia» y «Pichincha» a los que la población avitualló y pertrechó hasta ponerlos en condiciones de marchar el 25 de febrero hacia Huánuco. Participó junto a Bolívar el 6 de agosto de 1824 en la batalla de Junín y, el 9 de diciembre del mismo año, venció al virrey José de la Serna en Ayacucho, acción que significó el fin del dominio español en el continente sudamericano. El Parlamento peruano lo nombró Gran Mariscal y General en Jefe de los Ejércitos.

Al frente de éstos se marchó al Alto Perú, donde, junto a los líderes libertarios, fundó la República de Bolívar (después denominada República de Bolivia) en homenaje al Libertador, a quien encargó la redacción de su Constitución, la cual fue promulgada en 1826 bajo la premisa de ser «la Constitución más liberal del mundo.» Al frente del Gobierno boliviano, Sucre promulgó leyes progresistas; ejecutó la división política del país de acuerdo a la Constitución propuesta por Simón Bolívar; impulsó la instrucción pública; organizó el aparato administrativo; y, encaminó ambiciosos programas para la recuperación económica. El 18 de abril de 1828, estalló un motín en Chuquisaca. El Mariscal Sucre fue herido de dos balazos. Este incidente ocasionó que el Mariscal tomara la decisión de abandonar el cargo de Presidente de Bolivia para evitar rencillas y contribuir a la pacificación de la República. La Asamblea local lo nombró presidente vitalicio, pero dimitió en 1828 a raíz de los motines y la presión de los peruanos opuestos a la independencia boliviana. Se retiró entonces a Ecuador acompañado de su hija María Teresa y de su esposa, Mariana Carcelén de Guevara y Larrea, Marquesa de Solanda y de Villarocha.

Campaña del Ecuador

El 11 de enero de 1821, en Bogotá, Sucre fue nombrado por Bolívar comandante del Ejército del Sur, en reemplazo del general Manuel Valdés; era la fuerza que, desde 1820, operaba en Popayán y Pasto. No recibió Sucre el cargo porque razones de índole estratégica y política hicieron que Bolívar anulase tal designación y le diese comisión para marchar a Guayaquil, donde reemplazaría al general José Mires y asumiría la misión que se le había encomendado: la de hacer que la provincia (la cual se había independizado de los españoles en octubre de 1820) se incorporase a la República de la Gran Colombia y tomar el mando de las tropas que hubiese en Guayaquil, como pasos previos para la liberación de Quito, que era el propósito principal de las operaciones que se ejecutasen. El 6 de abril llegó Sucre a Guayaquil y al presentarse ante la Junta de Gobierno, expuso la razón de su presencia allí y de la idea de una unión de la provincia con Colombia. El 15 del mismo mes fue celebrado un tratado entre Sucre (por Colombia) y José Joaquín de Olmedo, Francisco Roca y Rafael Jimena, miembros de la Junta. El tratado estipulaba que Guayaquil mantendría su soberanía, pero bajo la protección de Colombia. En aquella oportunidad Sucre quedó facultado para abrir la campaña contra los realistas, y con tal motivo, Guayaquil le ofreció todos los recursos disponibles para liberar a Quito.

El 19 de agosto de 1821 se da la batalla de Yaguachi (o de Cone) entre tropas independentistas guayaquileñas de la División Protectora de Quito y refuerzos grancolombianos, liderados por Sucre contra las tropas realistas del coronel Francisco González. Sucre vence a los españoles y aseguró la independencia definitiva de la Provincia Libre de Guayaquil.

Las tropas de Sucre tras haber vencido en Yaguachi avanzan hacia Quito, los españoles al mando del mariscal de campo Melchor de Aymerich los seguían de cerca y tomaron posiciones en un terreno llamado Huachi donde ya habían derrotado a fuerzas guayaquileñas un año atrás. El 12 de septiembre de 1821, tras un breve contacto entre ambas fuerzas, los realistas intentaron huir. El general José Mires permitió a los batallones Albión y Guayaquil perseguir a los realistas, pero estos fueron atacados por la caballería e infantería realista que dio vuelta y cercó a los batallones patriotas. Con el ejército patriota en desorden y Sucre herido, los patriotas se volvieron a Guayaquil, dejando en el campo de batalla a muchos hombres y pertrechos. Los realistas lograron salvar así Quito del ataque de los independentistas.

La batalla del Pichincha

La Batalla del Pichincha ocurrió el 24 de mayo de 1822, en las faldas del volcán Pichincha, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar, cerca de la ciudad de Quito, en el Ecuador actual. El encuentro, que ocurrió en el contexto de las Guerras de Independencia Hispanoamericana, enfrentó al ejército independentista bajo el mando del General Venezolano Antonio José de Sucre y al ejército realista comandado por el Mariscal de Campo Melchor de Aymerich. La derrota de las fuerzas realistas leales a España condujo a la liberación de Quito y aseguró la independencia de las provincias que pertenecían a la Real Audiencia de Quito, también conocida como la Presidencia de Quito, la jurisdicción administrativa colonial española de la que eventualmente emergió la República del Ecuador Al amanecer, sin que Sucre lo supiera, los centinelas apostados cerca de Quito avistaron a las tropas independentistas ascendiendo por las laderas del Pichincha. Aymerich, entonces consciente de la intención de Sucre de flanquearlo mediante el ascenso al volcán, ordenó a su ejército de 1894 hombres subir por la montaña lo más pronto posible, para oponerse ahí a Sucre.

Al haberse encontrado en un campo de batalla tan improbable, los dos comandantes no tuvieron otra opción más que enviar gradualmente sus tropas a la batalla. Existía poco espacio para maniobrar en las empinadas laderas del Pichincha, entre profundos barrancos y densos matorrales. Los hombres del Paya, tras recuperarse de la conmoción inicial, se reposicionaron bajo el fuego enemigo, esperando la llegada del batallón Trujillo. El sobresaltado Sucre, que sólo esperaba que los españoles estuviesen más cansados que sus propias tropas, envió al batallón Yaguachi, conformado por ecuatorianos. El batallón Alto Magdalena trató de hacer un movimiento de flanqueo, pero sin éxito, pues el terreno no se lo permitió. Pronto, los batallones Paya, Trujillo y Yaguachi, sufriendo muchas bajas y con pocas municiones, comenzaron a replegarse. Para entonces el destino de la batalla para los Patriotas parecía depender del Albión, que transportaba las municiones tan necesarias; sin embargo, se desconocía su paradero. A medida que pasaba el tiempo, los Realistas parecían ganar el control de la batalla. El Trujillo fue obligado a retroceder, mientras que el batallón peruano Piura huyó antes de enfrentarse al enemigo. En medio de la desesperación, a los hombres de reserva del batallón Paya se les ordenó cargar contra el enemigo con sus bayonetas. Ambos bandos sufrieron grandes bajas, pero la situación se estabilizó más o menos para los Patriotas. A pesar de esto, Aymerich, como parte de su estrategia, durante el ascenso al Pichincha separó de su fuerza principal al batallón Aragón, ordenándole avanzar hasta la cúspide del volcán, para así luego atacar a los Patriotas por la retaguardia, rompiendo sus líneas en el momento adecuado. El Aragón era el mejor batallón del ejército realista; estaba formado por veteranos españoles que habían actuado tanto en la Guerra de la Independencia Española como en otras batallas en América del Sur, y en ese momento estaba más arriba de los Patriotas y listo para atacar. Afortunadamente para los Patriotas, cuando el Aragón iba a cargar sobre la decaída línea Patriota, el Albión les detuvo en seco, al entrar en la batalla de forma imprevista. Así, el Albión consiguió avanzar a una posición más alta que la de los españoles. Pronto se unió a la batalla el Magdalena, y el Aragón, tras sufrir fuertes bajas, se deshizo. Entonces el Magdalena avanzó hasta la línea Patriota para reemplazar al Paya, y cargó contra la línea Realista, que acabó por romperse».

A pesar de que en el contexto de las Guerras de Independencia de América la Batalla de Pichincha figura como un conflicto menor, tanto en términos de su duración como del número de combatientes, sus consecuencias fueron bastante significativas. El 25 de mayo de 1822 Sucre entró con su ejército en la ciudad de Quito, donde aceptó la rendición de todas las tropas españolas establecidas en el territorio que el gobierno de Colombia llamaba «Departamento de Quito», al considerarlo como parte integral de la República de Colombia desde su creación el 17 de diciembre de 1819.

Cuando Sucre recapturó Cuenca el 21 de febrero, obtuvo de su Consejo local un decreto en el cual se proclamaba la integración de su ciudad y provincia a la República de Colombia. Entonces, con la rendición de Quito, que a su vez puso fin a la resistencia Realista en la provincia norteña de Pasto, Bolívar pudo entrar en la ciudad, cosa que finalmente hizo el 16 de junio de 1822. Entre el entusiasmo general de la población, la antigua Provincia de Quito se incorporó a la República de Colombia. Por su parte Guayaquil, que aún no había decido su futuro, con la presencia tanto de Bolívar como del victorioso ejército Grancolombiano en su territorio, proclamó la incorporación de Guayaquil a la Gran Colombia el 13 de julio de 1822.

La Capitulación de Pichincha

 La capitulación de la batalla de Pichincha, óleo sobre lienzo de Antonio Salas.

A las doce del día bajo un sol resplandeciente, los soldados de la libertad en la cima del Pichincha, a más de 3.000 metros de altura, dieron el grito de victoria. La victoria fue de Sucre, y se completó con la capitulación que la autoridad patriota concedió al Mariscal Aymerich el 25 de mayo del mismo año. Con las operaciones cuyas acciones finales se produjeron en las faldas del Pichincha y en la ciudad de Quito, Sucre decidió a su favor la vacilante y delicada situación de Guayaquil; dio libertad al territorio que conforma hoy la República de Ecuador, y facilitó su incorporación a la Gran Colombia. El 18 de junio de ese año, Bolívar le asciende a general de división y le nombra intendente del departamento de Quito. Al frente de los destinos de Ecuador desarrolla una positiva obra de progreso: funda la Corte de Justicia de Cuenca y en Quito el primer periódico republicano de la época: «El Monitor». Instala en esa ciudad la Sociedad Económica. De su actividad personal es buena prueba que, el 6 de septiembre de 1822 expidió y firmó en Quito 52 comunicaciones. Interesado por la educación puede afirmar que halló en Cuenca 7 escuelas y dejó 20.

Perú solicita ayuda a la Gran Colombia

Tras la retirada de José de San Martín, el Congreso Constituyente nombró al presidente de la Junta de Gobierno al general José de La Mar. Este comprometió buena parte del ejército en campañas ambiciosas que fracasaron en las batallas de Tarata y Moquegua, dejando al gobierno peruano en una delicada condición militar. Las derrotas militares y las pugnas políticas entre los patriotas peruanos debilitaron las fuerzas independentistas peruanas. El gobierno de Riva Agüero fue presionado por la opinión pública para que solicitara la intervención de Bolívar. El Libertador, que se encontraba en Guayaquil vigilando los acontecimientos en Perú, envió a las primeras solicitudes peruanas los 6000 hombres que ya tenía preparados en Ecuador en dos expediciones sucesivas de 3000 hombres, con el general Sucre al mando de las fuerzas y encargado de negociar con el Perú los términos en que La Gran Colombia intervendría en la guerra.

La batalla de Junín

Batalla de Junín, óleo sobre lienzo.

La batalla de Junín, fue uno de los últimos enfrentamientos, que sostuvieron los ejércitos realistas e independentistas, en el proceso de la independencia del Perú. La batalla se desarrolló en la pampa de Junín en el actual departamento de Junín, el 6 de agosto de 1824; la victoria de los independentistas, aumentó la moral de las tropas independentistas. En 1824 los realistas mantenían en su poder la sierra central y el Alto Perú (hoy Bolivia). Simón Bolívar, Libertador y Presidente de la Gran Colombia continuó la guerra de emancipación con el Perú. Bolívar tenía un ejército de 8000 hombres, equivalente en número al realista, pero las fuerzas realistas estaban dispersas entre el valle del Mantaro y Alto Perú. Esto fue debido a la sublevación en el Alto Perú del General realista Olañeta que fracturó la defensa del virreinato y obligó al virrey a mandar sobre el Alto Perú parte importante de sus ejércitos, unos 5000 regulares, bajo el mando de Jerónimo Valdez que tenían su base en Puno. Bolívar conocedor de esta ventaja aprovechó la oportunidad para aislar a las solitarias fuerzas realistas situadas en el norte. En junio de 1824, Bolívar enfila su ejército hacia la sierra central del Perú para enfrentarse con el general realista José de Canterac.

El Ejército Libertador contaba con seis mil gran colombianos y cuatro mil peruanos que tenían rumbo hacia el sur del continente. En Junín, el 6 de agosto de 1824, chocan ambos ejércitos. No se disparó un sólo tiro. La lucha fue con espadas y lanzas. Junín se convirtió en una gran victoria para el Libertador. El héroe chileno Bernardo O’Higgins había cruzado las cordilleras para acompañar a Simón Bolívar y a Sucre en aquel decisivo encuentro. Mientras las tropas grancolombianas desembarcaban en el puerto de El Callao bajo el mando del general Antonio José de Sucre, el general Andrés de Santa Cruz, que hasta poco tiempo antes había luchado en las filas realistas, llegó a compartir las ideas libertarias de José de San Martín y fue enviado a engrosar las tropas de Sucre, iniciando su marcha hacia el Alto Perú. En agosto de 1823 ingresó en la ciudad de La Paz, y forzado a librar combate, Santa Cruz sale victorioso en la batalla de Zepita contra una división del general Valdéz, el 25 de agosto de 1823.

El panorama no podía ser más sombrío para los patriotas. La independencia del Perú no estaba consolidada, ya que el 29 de febrero de 1824 los realistas lograron ocupar nuevamente Lima. Pero esta vez, las conmociones políticas que vivía España influyeron decididamente para el fraccionamiento de las tropas españolas en América. El general Pedro Antonio Olañeta, absolutista recalcitrante, se rebeló contra el virrey La Serna, que era de tendencia liberal y constitucionalista, porque le atribuía a este el deseo de separarse de la monarquía para liberar a Perú del absolutismo que quería imponer Olañeta. Bolívar, encontró a los realistas divididos y organizó prontamente un ejército formado por colombianos. La batalla de Junín del 6 de agosto de 1824 levantó la moral del ejército patriota, fue decisiva en la siguiente bataya de Ayacucho. El general Sucre, que marchaba al frente de la infantería, cuando llegó al campo de Junín escuchó los gritos de alegría por el triunfo. Todo el enfrentamiento duró aproximadamente cuarenta y cinco minutos a una altura de 4100 metros sobre el nivel del mar. El triunfo en la Pampa de Junín haría renacer la moral entre el ejército unido. Gracias a las lanzas de los llaneros Grancolombianos (Colombianos y Venezolanos), que brillaron en los nevados Andres peruanos.

«General Sucre… Diga usted Libertador… La oportunidad que yo esperaba se ha presentado. El general español Pedro Olañeta y su ejército de cuatro mil hombres desconoce la autoridad del Virrey. Por mucho tiempo Olañeta ha gobernado el alto Perú y resiente la autoridad de la Serna. Ya el Virrey no tiene doce mil soldados, como tenía antes, sino apenas ocho mil, que luchan ahora contra los otros cuatro. ¡Llegó la hora!.» (Diálogo de Bolívar con Sucre antes de la Batalla).

Sucre Jefe Militar Supremo

Al llegar la primera expedición Grancolombiana al puerto de El Callao, Santa Cruz y Gamarra se encontraban en una ofensiva cerca de La Paz con casi todas las fuerzas peruanas. Lima había sido dejada casi desguarnecida por el ejército peruano, situación que aprovechó el Brigadier Canterac para organizar un ejército de 8000 hombres en Jauja con el que marchó sobre la capital, entrando en Lima el 18 junio. El congreso nombró a Sucre general en jefe, quien contando el 18 de junio con solo 3700 hombres, evacuó la ciudad para El Callao. En los días siguientes hubo varios encuentros entre las avanzadas de ambas fuerzas, incluyendo un sangriento combate en el Carrizal y la Legua el 1 de julio. El 21 de junio el congreso peruano proclamó a Sucre Jefe Supremo Militar.

La batalla de Ayacucho

Batalla de Ayacucho, óleo sobre lienzo de Martín Tovar y Tovar.

La Batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento dentro de las campañas terrestres de las Guerras de Independencia Hispanoamericana (1809-1826). La batalla se desarrolló en la Pampa de la Quinua en el departamento de Ayacucho, Perú, el 9 de diciembre de 1824. La victoria de los independentistas, significó la desaparición del último virreinato que seguía en pie, el del Perú, y puso fin al dominio colonial español en Suramérica; se cerraba la Independencia del Perú (la cual ya había sido declarada en Lima, el 28 de julio de 1821 por José de San Martín). Así finalizaban las batallas de la independencia del Perú, con una capitulación militar que se transformaría años más tarde en tratado diplomático firmado en París el 14 de agosto de 1879. Antes del inicio de la batalla, el general Antonio José de Sucre arengaba a sus tropas:

«¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del Perú!.»

Antonio José de Sucre

El dispositivo organizado por Canterac preveía que la división de vanguardia rodease en solitario la agrupación enemiga cruzando el río Pampas para sujetarla, mientras el resto del ejército realista descendía frontalmente desde el cerro Condorcunca, abandonando sus posiciones defensivas. Sucre se dio cuenta inmediatamente de la arriesgada maniobra, y con la división de Córdova acometió directamente a la masa desorganizada de tropas realistas, que sin poder formarse para la batalla descendían en hileras de las montañas. Los violentos choques de las formaciones de línea empujaron a los dispersos tiradores de la división de Villalobos, quienes arrastraron en su retirada a las masas de milicianos sin que tampoco el grueso de la división de Monet ni la división de Reserva, que permanecían en la montaña, tuvieran alguna oportunidad de participar en la batalla. En el otro extremo, la segunda división de José de la Mar más la tercera división de Jacinto Lara detuvieron juntas la acometida de los veteranos de la división de vanguardia de Valdés. La batalla estaba ganada para los independentistas, el ejército Real del Perú destruido, y el Virrey herido, fue hecho prisionero. A la una de la tarde, la batalla de Ayacucho había terminado con el rotundo triunfo del ejército de la libertad. El telón colonial había caído para siempre en la pampa de la Quinua, escenario de uno de los momentos estelares de la humanidad. Pero siguieron sucediéndose los duelos de cortesía y de humanidad». Cuando el Virrey La Serna, herido y apresado entregó su espada, el General Sucre la rechazó diciéndole: «Honor al vencido. Que continué en manos del Valiente«. Luego, los términos de la Capitulación no pudieron ser más generosos ni caballerosos. Así se mostró que la nobleza y la hidalguía eran tan sudamericanas como españolas.

Efigies de Sucre en el Panteón de los Próceres en Lima.

Bolívar convocaba desde Lima al Congreso de Panamá, el 7 de diciembre, para la unidad de los nuevos países independientes. El proyecto fue ratificado únicamente por la Gran Colombia. Cuatro años más tarde la Gran Colombia a causa de una escasa visión institucional y del personalismo de Bolívar se desmembró siguiendo el proceso desintegrador del movimiento independentista. A raíz de la victoria de Ayacucho, en la que participaron 5.780 soldados, el Mariscal Sucre entra triunfante en el Cuzco y liberta después las provincias del Alto Perú. En 1825 convoca a los representantes de dichas provincias para reunirse en asamblea, y con la aquiescencia de Bolívar ésta decide la creación de Bolivia. Es significativa la obra cumplida por el mariscal Sucre en Bolivia, especialmente en la organización de la Hacienda Pública y de la administración general. Se empeñó en promover la libertad de los esclavos y el reparto de tierras a los indios, y sobre todo en beneficio de la educación y la cultura. Ante el Congreso fue categórico al declarar que: «Persuadido de que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a la educación pública». En el transcurso de las 13 semanas que van del 3 de febrero al 5 de mayo de 1826, dio a Bolivia 13 decretos referentes a la creación de colegios de ciencias y artes, más institutos para huérfanos y huérfanas en todos los departamentos, y a establecer escuelas primarias en todos los cantones de la República. La historia recoge la cuenta de su orgullo: «La educación pública es lo que ha hecho más progresos. Los colegios quedan establecidos y marchan bien en todas las capitales de los departamentos, donde también se han abierto escuelas de enseñanza mutua que adelantan rápidamente. En 1829 la República requiere sus servicios para mandar el ejército que debe enfrentar la ofensiva peruana en el sur del Ecuador. Triunfa en la batalla del Portete de Tarqui y ofrece a los vencidos una capitulación que es modelo de generosa fraternidad americanista, fiel a su lema que «Nuestra justicia era la misma antes y después de la batalla«. Su hija Teresita, que vivirá sólo 2 años, nació el 10 de julio de 1829. En La Paz había nacido un hijo natural suyo y de Rosalía Cortés, José María, el 13 de enero de 1826. La provincia de Cumaná, permanente afecto lo escogió como su representante al Congreso. En camino a Bogotá tiene conocimiento de la agitación separatista que José Antonio Páez fomenta en Venezuela. En la difícil circunstancia de 1830, se destaca en el quehacer político por su consecuencia hacia la persona y la obra de Bolívar. El Congreso Admirable, reunido en Bogotá, lo elige su presidente en enero de ese año; en febrero, el mismo cuerpo le encarga una misión conciliadora ante el Gobierno de Venezuela que se reúne en Cúcuta.

La capitulación de Ayacucho

 Capitulación de Ayacucho, óleo de Daniel Hernández.

Es el tratado firmado por el jefe de estado mayor José de Canterac y Sucre después de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Sus principales consecuencias fueron varias:

  • 1.º La Capitulación únicamente del Ejército bajo su mando.
  • 2.º La permanencia Realista en el Callao.
  • 3.º Perú, nace a la vida independiente, con una deuda económica a los países que contribuyeron militarmente a su independencia.

«Don José Canterac, teniente general de los reales ejércitos de S. M. C., encargado del mando superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de este día el excelentísimo señor virrey don José de La Serna, habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron después que, el ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los males del país, he creído conveniente proponer y ajustar con el señor general de división de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, comandante en jefe del ejército unido libertador del Perú». La Batalla de Ayacucho fue la última batalla del proceso emancipador. Bajo las órdenes de Sucre combatió una efectiva representación de la unidad continental en oficiales provenientes de Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Argentina, Perú, Bolivia, Paraguay, Brasil, Chile, Uruguay, Curazao, Puerto Rico, Guatemala y México; además de otros procedentes de distintas naciones de Europa.

Reconocimientos por la victoria de Ayacucho

El panteón de los héroes, óleo de Arturo Michelena.

Bolívar, quien redactó y publicó en 1825 su «Resumen Sucinto de la Vida del General Sucre», único trabajo en su género realizado por el Padre de la Patria, no escatimó elogios ante la hazaña culminante de su fiel lugarteniente:

«La batalla de Ayacucho es la cumbre de la gloria americana, y la obra del general Sucre. La disposición de ella ha sido perfecta, y su ejecución divina». Las generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos, y el imperio sagrado de la naturaleza».

«Usted está llamado a los más altos destinos, y yo preveo que usted es el rival de mi Gloria».

«El Congreso de Colombia hizo entonces a Sucre General en Jefe, y el Congreso de Perú le dio el grado de Gran Mariscal de Ayacucho».

El nacimiento de Bolivia

Entrada del Mariscal Sucre al Alto Perú

Vista del Palacio de Congresos de Bolivia.

Luego del triunfo de Ayacucho, y siguiendo precisas instrucciones de Bolívar, el general Sucre entró en territorio boliviano el 25 de febrero de 1825. Su papel se limitó a dar visos de legalidad a un proceso que los mismos bolivianos ya habían puesto en marcha. El general Olañeta permaneció en Potosí, en donde recibió al batallón «Unión» procedente de Puno al mando del coronel José María Valdez, convocó a un Consejo de Guerra que acordó continuar la resistencia. Olañeta distribuyó sus tropas entre la fortaleza de Cotagaita con el batallón «Chichas» al mando de Medinacelli, Valdez con el «Unión» fue enviado a Chuquisaca y él marchó a Vitichi, con 60 000 pesos de oro de la Casa de la Moneda de Potosí. En Cochabamba se sublevó, con el Primer Batallón «Fernando VII» el coronel José Martínez; seguido en Vallegrande, por el Segundo Batallón «Fernando VII», deponiendo al brigadier Francisco Aguilera el 12 de febrero. El coronel José Manuel Mercado ocupó Santa Cruz el 14 de febrero, Chayanta quedó en manos del teniente coronel Pedro Arraya, con los escuadrones «Santa Victoria» y «Dragones Americanos» y en Chuquisaca el batallón «Dragones de la Frontera» del coronel Francisco López se pronunció por los independentistas el 22 de febrero. El coronel Medinacelli con trescientos soldados se sublevó en contra de Olañeta y el 2 de abril de 1825 se enfrentaron en la Batalla del Tumusla que culminó con la muerte de Olañeta. El 7 de abril, el general José María Valdez se rindió en Chequelte, ante el general Urdininea, poniendo fin a la guerra en el Alto Perú.

Congreso de Chuquisaca

Fachada de la Casa de la Libertad en (Sucre), donde se reunió 1825, la asamblea de diputados de las cinco provincias altoperuanas convocadas por el mariscal Antonio José de Sucre, para deliberar sobre el destino del Alto Perú.

El 9 de febrero de 1825, el mariscal Antonio José de Sucre y Casimiro Olañeta, abogado de Chuquisaca y sobrino del mencionado general, convocaron a todas las provincias altoperuanas para reunirse en un congreso que debía decidir el destino de la nación.

Abascal como resultado de la revolución del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca, o sostener con decisión la independencia absoluta del Alto Perú, no sólo con relación a España, sino también con referencia al Provincias Unidas del Río de la Plata y al Perú. Tanto como el gobierno de Buenos Aires y el Perú admitían esta tercera alternativa, en cambio, Bolívar, si bien no desautorizó públicamente a Sucre le reprochó en carta privada esta iniciativa, pues entendía que alentar en ese momento un acto de soberanía de esa naturaleza, conspiraba contra los intereses de la Gran Colombia, ya que el territorio de la Real Audiencia de Quito podría pretender el mismo trato que la de Charcas. El Congreso General Constituyente de Buenos Aires, por decreto de 9 de mayo de 1825, declaró que «aunque las cuatro provincias del Alto Perú, han pertenecido siempre a este Estado, es la voluntad del congreso general constituyente, que ellas queden en plena libertad para disponer de su suerte, según crean convenir a sus intereses y a su felicidad«, despejando el camino a la independencia altoperuana.

Declaración de la independencia de Bolivia

Acta de la Independencia de Bolivia en la Casa de la Libertad, Sucre.

Convocada nuevamente la Asamblea Deliberante en Chuquisaca por el Mariscal Sucre, el 9 de julio de 1825, y concluida se determinó la completa independencia del Alto Perú, bajo la forma republicana, por soberana de sus hijos. Finalmente, el presidente de la Asamblea José Mariano Serrano, junto a una comisión, redactó el «Acta de la Independencia» que lleva fecha del 6 de agosto de 1825, en honor a la Batalla de Junín ganada por Simón Bolívar. La independencia fue declarada por 7 representantes de Charcas, 14 de Potosí, 12 por La Paz, 13 por Cochabamba y 2 por Santa Cruz. El acta de independencia, redactada por el presidente del Congreso, José Mariano Serrano, en su parte expositiva dice en tono vibrante:

El mundo sabe que el Alto Perú ha sido en el continente de América, el ara donde vertió la primera sangre de los libres y la tierra donde existe la tumba del último de los tiranos. Los departamentos del Alto Perú, añade en su parte resolutiva, protestan a la faz de la tierra entera, que sus resolución irrevocable es gobernarse por sí mismos.

El Mariscal Sucre es el redentor de los hijos del Sol.

Mediante un decreto se determinó que el nuevo estado llevaría el nombre de «Bolívar», en homenaje al Libertador, quien a la vez fue designado «Padre de la República y Jefe Supremo del Estado» y su capital Sucre en honor al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. Bolívar agradeció estos honores, pero declinó la aceptación de la Presidencia de la República, para cuyo cargo designó al Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre. Pasado un tiempo se volvió a debatir el nombre de la joven nación, y un diputado potosino llamado Manuel Martín Cruz, dijo que al igual que Rómulo viene Roma de Bolívar vendrá Bolivia.

«Si de Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia».

Bolívar al enterarse de esta noticia se sintió halagado con la joven nación. Bolívar hasta ese momento no aceptaba de buen grado la independencia de Bolivia, debido a que le preocupaba su futuro, debido a que la situación geográfica de Bolivia la sitúa en el centro América del sur, y esto según Bolívar supondría que sería una nación acosada y que afrontaría futuras guerras, cuestiones que curiosamente se cumplieron. Bolívar deseaba que Bolivia formara parte de otra nación preferentemente Perú, pero lo que le convenció profundamente fue la actitud de las masas populares. El 18 de agosto, a su llegada a La Paz hubo una manifestación de regocijo popular. La misma escena se repitió cuando el Libertador llegó a Oruro, después a Potosí y finalmente a Chuquisaca. Esta expresión tan ferviente de la población, conmovió a Bolívar, quien llamó su «Hija Predilecta» a la nueva Nación.

El Mariscal Sucre fue quien le dio a Bolivia su primera Constitución Política en 1826, quien organizó las instituciones estatales y adoptó como sistema administrativo el modelo francés de los Departamentos en enero de 1826, que en ese tiempo eran solo cinco, y quien, en resumen, trabajó afanosamente en el gobierno hasta el desespero cuando, en 1828, los descontentos capitalinos atentaron contra su vida con móviles mezcla de desavenencias ideológicas y administrativas, celos y resentimientos, y en el que estaban involucrados algunos ilustres como Olañeta y Lemoine. El atentado fue fallido, pero dejó al Mariscal herido en un brazo y convencido de que más valía marcharse de ese antro de ingratitud. Pese a haber derramado su sangre por la independencia desde que era un adolescente de quince años, de haber derrotado al último Virrey de América en Ayacucho, y al carácter vitalicio de la presidencia que ejercía, cuando se marchaba de la capital fue abucheado por la población, incidente en el cual, se cuenta, la Coronela Juana Azurduy de Padilla escupió en la cara a uno de los conspiradores, Casimiro Olañeta, para significar su disgusto con el trato que le daban.

Matrimonio y descendencia

El mariscal Sucre y su esposa, la marquesa quiteña Mariana Carcelén de Guevara.

En carta que dirigió el 11 de octubre de 1825 a su amigo, el Coronel Vicente Aguirre, el Mariscal Sucre le solicitó que hiciera recoger y educar a la niña Simona de Sucre Bravo, nacida el 16 de abril de 1822, quien era hija de Tomasa Bravo, una pareja sentimental de Sucre, quien había muerto en esa época y del propio Mariscal, según afirmaba la madre. Los gastos de crianza y educación de Simona correrían por cuenta del prócer. No se supo más del destino posterior de esta hija de Sucre. También el prócer mantuvo una relación sentimental con Rosalía Cortés Silva, de la cual nació en La Paz el 15 de enero de 1826, su primer hijo, José María Sucre Cortés.

El 20 de abril de 1828, pocos días después del incidente que casi acaba con su vida en Bolivia, el Mariscal se casó por poder con la quiteña Mariana Carcelén de Guevara y Larrea, marquesa de Solanda y Villarocha. La ceremonia se llevó a cabo en la iglesia de El Sagrario de la ciudad de Quito, siendo Sucre representado por su amigo el coronel Vicente Aguirre, mientras que los padrinos de la boda fueron los marqueses de San José: Manuel de Larrea y Jijón y su esposa Rosa de Carrión y Velasco, que resultaban además tíos maternos de la novia. Ese mismo año, el 7 de junio, en Chuquisaca, nació Pedro Ceśar de Sucre y Rojas, fruto de otra relación de Sucre con María Manuela Rojas.

El primer encuentro de la pareja ya como matrimonio se dio el domingo 28 de septiembre en la Hacienda Chisinche, propiedad rural de la Marquesa cerca de Machachi, al sur de la capital, y que a futuro se convertiría en una de las favoritas del Gran Mariscal. Al día siguiente se dirigieron a la ciudad de Quito, en donde Sucre había adquirido previamente la Mansión Carcelén, que había pertenecido a su difunto suegro y a la que había ordenado varias refacciones. Desde entonces la cotidianidad de la pareja transcurrió entre la mansión de Quito y las estadías temporales en el Palacio de El Deán, en medio de un ambiente apacible y al margen de las intrigas políticas.

El 10 de junio nació la única hija de la pareja, bautizada al día siguiente en la iglesia de El Sagrario con el nombre de Teresa en honor a sus dos abuelas, los padrinos de la pequeña fueron el general Juan José Flores y su esposa Mercedes Jijón de Vivanco, esta última resultaba además prima segunda de Mariana Carcelén. En una misiva posterior, Simón Bolívar le expresó su descontento a Sucre por no haberlo escogido a él como padrino, por lo que se disculpó alegando que se trataba de una promesa previa que le había hecho a Flores en el campo de batalla de Tarqui. Lamentablemente la niña no alcanzaría la edad adulta, pues dos años y medio más tarde, ya cuando Sucre había fallecido, la niña murió de afecciones estomacales, una causa común entre los niños de la época

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