La teoría del poblamiento temprano, o teoría preclovis, es en realidad una serie de estudios y hallazgos arqueológicos, lingüísticos y genéticos relativamente recientes, que cuestionan la clásica teoría del poblamiento tardío del continente americano basada en la cultura clovis, y han generado un sonoro debate internacional sobre el tema.
En rigor no se trata de una teoría, pues los científicos involucrados no tienen una posición común sobre el origen del hombre en América, ni sus resultados parecen conducir linealmente a una respuesta coincidente. Pero todos ellos tienen en común el hecho de que son incompatibles con la fecha más antigua propuesta por la teoría del poblamiento tardío (clovis): entre 12.000 y 14.000 años adp.
La teoría clásica sobre el poblamiento de América, sostiene que aproximadamente hace 13.000 años adp un pequeño grupo de seres humanos procedente de Siberia había ingresado al continente americano por el Puente de Beringia hacia Alaska en el período de la era de hielo, y después marcharon hacia el sur a través de un corredor libre de hielo al este de las Montañas Rocosas, el valle del río Mackenzie, en la zona oeste de la actual Canadá, a medida que el glaciar retrocedía, para constituir la cultura clovis, en el actual territorio de Nuevo México (Estados Unidos), de la cual a su vez descienden todas las demás culturas originarias americanas. La base de la teoría del poblamiento tardío son los yacimientos arqueológicos excavados desde la década de 1930 que constituyen la bien estudiada cultura clovis y su llamativo diseño de las puntas de lanza (punta clovis).
Hasta los recientes hallazgos que cuestionan la teoría del poblamiento tardío, era inusual que los arqueólogos cavaran más hondo en búsqueda de señales humanas. Puede considerarse que fue Alex Krieger el precursor de la teoría del poblamiento temprano, al proponer desde 1956 y documentar en 1964 un «estadio prepuntas de proyectil» (American Falls, Valsequillos, Muaco) anterior al «estadio paleoindio» (Clovis, Folsom, Sandía). La cultura clovis (también cultura llano) fue considerada a mediados del siglo XX como la más antigua cultura indígena en América, con una antigüedad de 13.500 años, en los últimos años de la última glaciación (era de hielo). Los descubrimientos sobre esta cultura sostuvieron durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX, lo que se conoce como el Consenso Clovis, fundamento de la teoría del poblamiento tardío del continente americano. A partir de las dos últimas décadas del siglo XX, nuevas investigaciones científicas cuestionaron las conclusiones del Consenso Clovis, sosteniendo la existencia de culturas paleoamericanas mucho más antiguas.
Con relación a la teoría del poblamiento temprano y la llegada de los ancestros de todos los pueblos nativos de América que presentan descendientes actuales; los estudios generales a nivel genético permitirían la posibilidad de poblamientos de sus ancestros a partir de fechas menores a los 70.000 años. Esto ya que el análisis genético del cromosoma Y derivados de muy recientes investigaciones indica un antepasado masculino común de origen africano (conocido como Adán cromosomal–Y) para todos los humanos actuales; y sugiere que habría nacido hace alrededor de 70.000 años.
En este sentido, el análisis genético no podría descartar la llegada de otros posibles grupos humanos más antiguos que no presenten descendientes masculinos actuales; ya que el homo sapiens habría aparecido entre 300.000 a 130.000 años. Sin embargo el poblamiento de América por estos grupos más antiguos en fechas anteriores a 70.000 años debería ser realmente muy poco probable; ya que sólo en el oeste de Asia se han encontrado fósiles más antiguos a la fecha genéticamente limitante de 70.000 años fuera de África. (Estos restos son atribuibles a tempranos homo sapiens y presentan una antigüedad de 90.000 años, pero su real relación con los humanos modernos aún es discutida). Igualmente un desplazamiento directo de África a América de estos grupos se cree que sería técnicamente improbable de acuerdo al nivel de desarrollo cultural actualmente conocido de estos grupos humanos que existieron en África.
Aunque como exponen los genetistas argentinos Néstor Bianchi y Verónica Martínez, «los análisis de herencia uniparental en comunidades indígenas sudamericanas evidenciaron que cerca del 90% de los amerindios actuales derivan de un único linaje paterno fundador que colonizó América desde Asia a través de Beringia hace unos 22.000 años» y estos resultados concuerdan con la teoría «Out–of–Beringia» (fuera de Beringia) propuesta por Bonatto y Salzano (1997); es muy importante resaltar que se encuentran otros linajes paternos entre los amerindios, lo cual puede ser el resultado de diferentes corrientes migratorias y es compatible con el poblamiento temprano del continente.
El haplogrupo Q3 (variantes M243, M3 y M19) es el dominante, junto con la variante que lo precede, M242 de Q. Sin embargo se encuentran otros haplogrupos más antiguos, como P (M45), anterior a la separación entre los antepasados de los amerindios y los de la mayoría de los europeos, mayoritario entre los yanomami y los cheyenes y muy frecuente en otros grupos. El haplogrupo F (M89) ha sido encontrado en algunas etnias como los seminola. También está presente entre los amerindios otro haplogrupo aún más antiguo, el DE YAP, originado antes de la salida de África.
Los estudios genéticos sobre el ADN mitocondrial (ADNmt) sobre la actual población de indígenas americanos han mostrado consistentemente similitudes entre los indígenas americanos y las recientes poblaciones de Asia y Siberia. La antigüedad de las variantes americanas de los haplogrupos A, C y D ha sido estimada entre los 35.000 y 20.000 años antes del presente. Para el haplogrupo algunos estudios obtienen cifras menores, por lo que se ha propuesto la hipótesis de migraciones diferenciadas.
La distribución de los haplotipos A, B, C y D en las Américas no es uniforme. En el sur de Suramérica predominan , por lo que varios expertos sostienen la hipótesis de que eran los característicos de las primeras migraciones. En cambio es muy común al noroccidente de Suramérica, Centroamérica y el suroccidente de Norteamérica, lo que sugiere una migración diferenciada por la costa del Pacífico. El haplotipo parece ser el último en arribar a América, mayoritario entre los esquimales y na–dene, se encuentra en toda Norteamérica y Centroamérica y en el norte de Suramérica, hasta la Amazonia, donde es minoritario y donde en cambio, D alcanza frecuencias altas. D está casi ausente en Centroamérica y sólo es frecuente en la parte norte de Norteamérica, la Amazonia y especialmente en el sur de Suramérica, lo que sugiere que fue portado por las primeras migraciones y por la última (esquimal), pero no por migraciones antiguas con predominio de B ni por otras intermedias con predominio de A.
Una reciente investigación genética reveló que los actuales indígenas americanos además presentaban un linaje mitocondrial llamado «haplogrupo X», que podría indicar un origen europeo. Para este linaje, el análisis del ADN mitocondrial también ha entregado pruebas que para algunos expertos apoyarían un poblamiento temprano; indicando la posible llegada de una población a costas orientales de Norteamérica hace alrededor de 15.000 años. Este análisis da fundamento a la teoría del antropólogo estadounidense Bruce Bradley y el arqueólogo del Smithsonian Institute, Dennis Stanford, que plantearon en 1999 la existencia de una remota inmigración europea a América, además de las migraciones asiáticas y que se basa en las similitudes entre la industria lítica solutrense, y la cultura clovis.
Sin embargo Miroslava V. Derenko e Ilia A. Zakharov señalan que el hallazgo del haplogrupo X en pobladores de las montañas de Altai al sur de Siberia, no puede explicarse a partir de presencia europea reciente y el estudio de las secuencias de ADN muestra que la variante X de Altai es muy antigua y concuerda con la predominancia en la región de los otros cuatro haplotipos característicos de los nativos americanos (A, B, C y D). La separación de la variante de X americana se produjo en el paleolítico y no procede de ninguna de las variantes europeas conocidas, sino que se relaciona con una encontrada en Irán.
La teoría del poblamiento temprano parece probada actualmente por muy diversos datos empíricos y significa un cuestionamiento definitivo, tanto a la hipótesis de la migración única fundadora de los pueblos amerindios, como a la idea según la cual la entrada de poblaciones humanas al continente se produjo únicamente después del año 14 000 AP.
Si las migraciones paleoamericanas fueron todas por el paso de Bering ¿cómo es posible que los fechados del sur sean más antiguos que los del norte? La respuesta en la que se trabaja actualmente es una posible migración circumpacífica norte-sur, formulada por Bryan (1978) y Fladmark (1979), que aclará el por qué los mayores fechados (Monte Verde, 13 000; Lagoa Santa, 12 000; Cuenca de México, 12 700) son tan antiguos, y rechaza definitivamente de la hipótesis «Clovis the First» (‘clovis los primeros’) sin necesidad de negar la dirección mayoritariamente aceptada. Los primeros paleoamericanos pudieron haber salido de puntos como las islas Aleutianas o la península de Chukotka o, aún más al sur, como la península de Kamchatka, durante la transición pleistoceno-holocénica, circunnavegando la costa pacífica de América desde el norte, y para luego llegar al continente en una o varias entradas sucesivas, aprovechando accidentes naturales situados en latitudes ya libres de barreras de hielo, como la cuenca de México (dando sentido de existencia a los enigmáticos paleoamericanos de Baja California), lo que explicarían los fechados paleoamericanos mayores de 12 000 años. De ahí pudieron haberse desplazado hacia el norte y noreste y hacia el sur, originando las poblaciones cazadoras-recolectoras suramericanas.
Otras hipótesis, como la existencia durante la última glaciación de un «corredor libre de hielo», la llegada a América atravesando el Pacífico desde Melanesia o desde Australia por el borde de los hielos de la Antártida, o desde Europa y Groenlandia bordeando el Atlántico, no pueden ser descartadas, pero de todos modos, por el momento, la ruta circumpacífica parece la hipótesis más probable para explicar el poblamiento temprano.
La fecha de deshielo al finalizar la última glaciación, es de 14 000 años antes del presente, que se fijaba como tope para el comienzo de la dispersión amerindia desde Alaska. Ahora la antigüedad prevista para la primera migración paleoamericana ascendería por lo menos a 15 000 años (Hubbe et al., 2003) hasta 25 000 e inclusive 40 000 años antes del presente.
Greenberg formuló la hipótesis de los tres troncos lingüísticos en la América precolombina: esquimal, nadené y amerindio, correspondientes con tres grandes migraciones. Esta hipótesis puede conciliarse con la teoría del poblamiento tardío: la migración amerindia habría sido la primera y sería testimoniada por la cultura de Clovis. Sin embargo no ha podido probarse el origen único de todas las lenguas amerindias y aunque se han agrupado con seguridad varias familias, otras parecen muy divergentes y provenir de separaciones anteriores a la llegada de la especie humana a América. Las investigaciones actuales exploran las afinidades estructurales profundas entre idiomas indo-americanos e idiomas asiáticos. Desenredar la historia lingüística del nuevo mundo, plantea un sistema de problemas altamente complejo que estará bajo investigación durante los años por venir.
La evidencia arqueológica muestra que los paleoamericanos eran física y culturalmente diferentes de los amerindios. Debe rescatarse la diferenciación que diversos autores, aún basándose en un criterio tipológico, realizan entre un componente no mongoloide, de cráneo dolicoide, similar al de los tasmanianos, australianos, melanesios o sudafricanos, y un tipo mongolizado, de estatura media y braquicéfalo, porque pueden constituir una base para la diferenciación propuesta actualmente de dos componentes poblacionales (paleoamericano y amerindio)
La ruta costera de migración está ganando cada vez más aceptación, como vía complementaria del puente entre Siberia y Alaska. La evidencia que emerge sugiere que gente con botes se movió a lo largo de la costa pacífica en Alaska y el noroccidente del Canadá hasta Perú y a Chile desde hace 12 500 años y quizás mucho antes. Investigaciones arqueológicas en Australia, Melanesia, y Japón indican que los botes estaban en uso allí en época tan lejana como hace 25 000 a 40 000 años. Las rutas de mar habrían proporcionado recursos alimenticios abundantes y tal vez un movimiento más fácil y rápido que las rutas terrestres. Muchas áreas costeras estuvieron libres de hielo en este tiempo. Sin embargo, muchos sitios costeros potenciales están ahora sumergidos lo cual hace la investigación difícil.
El estudio de los haplogrupos del ADN mitocondrial y del cromosoma Y, en Siberia y Asia central, ha permitido hacerse una imagen de las migraciones interasiáticas que precedieron a la salida hacia América. La ausencia en Siberia del haplotipo B de ADNmt y su presencia en América, refuerza la hipótesis de migraciones circumpacíficas. Los haplotipos A y X tienen un origen común en la región del Caspio, mientras que C originario de Asia central y D de Asia oriental, tienen antepasados comunes en el sur de Asia y su paso conjunto y exclusivo a América durante una eventual primera migración, permitiría explicar las características físicas de los cráneos más antiguos. A, C y D confluyen hoy en Siberia. En Asia central están todos los haplotipos de ADNmt que se encuentran en América, por lo cual se piensa que esta región fue el crisol de las migraciones hacia América.
En cuanto a los haplotipos del cromosoma Y, la presencia frecuente del haplotipo P entre los yanomami de la Amazonia y los ket del río Yenisei (en Siberia) y su registro en porcentajes menores en otros pueblos indígenas de América y entre pueblos asiáticos o el hecho de que cerca del 25% de los chukchi de Siberia registren el haplotipo Q3 mayoritario entre los amerindios, un porcentaje mayor que entre los esquimales (14%), no solamente refuerza los datos sobre el origen de los primeros americanos, sino las hipótesis sobre rutas, migraciones diferenciadas y posibles flujos de regreso a Asia.
En resumen, los científicos conjugan evidencia arqueológica, genética, morfológica y lingüística al determinar quiénes eran los primeros americanos, cuando llegaron a América y qué sucedió posteriormente. Los nuevos descubrimientos en un campo de estudio pueden causar reinterpretaciones de la evidencia no solamente del mismo campo sino también de otros campos. No hay duda en que los descubrimientos y análisis futuros verterán más luz en el cuadro cambiante de la prehistoria del mundo.
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