Revolución rusa de 1905

La Revolución rusa de 1905 puso en peligro el poder absoluto del zar Nicolás II (que reinó entre 1984 y 1917) como soberano del imperio ruso. 

El Domingo Sangriento de 1905 marcó el comienzo de un año nefasto para el zar, cuando un grupo de soldados disparó contra una multitud desarmada frente al Palacio de Invierno. A partir de entonces se multiplicaron las huelgas, las protestas y los motines, en los que participaron campesinos, obreros industriales, la clase media urbana, intelectuales, estudiantes y parte del ejército. 

El zar se aferró al poder prometiendo reformas y la creación de un nuevo parlamento representativo, pero pronto volvió a caer en sus costumbres autocráticas, hasta que finalmente fue derrocado en la Revolución rusa de 1917.

La autocracia de los Romanov

El zar Nicolás II había gobernado el Imperio ruso desde 1894, pero muchos sectores de la sociedad comenzaron a cuestionar su derecho al poder absoluto. Esta sociedad había cambiado rápidamente durante el último cuarto del siglo XIX. 

Con la industrialización surgió una clase obrera compuesta por trabajadores de fábricas, y muchos campesinos obtuvieron el derecho a trabajar sus propias tierras. También aumentó considerablemente la población estudiantil. 

Por otro lado, había cada vez más profesionales médicos, abogados y profesores y los pueblos no rusos reclamaban derechos nacionales dentro del Imperio, especialmente finlandeses, polacos y georgianos, así como los habitantes de los estados bálticos.

Ninguno de estos grupos estaba representado directamente en la estructura legal de la sociedad rusa, que se dividía en cuatro estamentos: nobleza, alta burguesía, burguesía y campesinado. 

Los disturbios contra el régimen autoritario del zar se venían gestando desde hacía tiempo, y ya se habían producido varios altercados públicos contra la autoridad del Estado. 

La Revolución rusa de 1905

Como señala el historiador C. Read, «el ejército se enfrentó a 19 disturbios en 1893, 33 en 1900, 271 en 1901 y 522 en 1902» (74). Los asesinatos por motivos políticos tampoco eran raros y afectaban a miembros de la política, gobiernos locales y ministerios.

La indignación causada por el Domingo Sangriento se transformó rápidamente en una poderosa motivación para impulsar el cambio.

El descontento latente alcanzó un punto crítico debido a diversos factores que surgieron a comienzos del siglo XX. La creación de sindicatos de trabajadores dirigidos por oficiales de policía, una forma de «socialismo policial», ideada por Sergei Zubatov, administrador de la policía de Moscú, resultó contraproducente, ya que permitió a los radicales actuar a la vista de todos. 

La crisis económica mundial de 1901 a 1905, que provocó un fuerte aumento del desempleo, y las derrotas rusas en la guerra ruso-japonesa (1904-1905) deterioraron aún más el prestigio del zar y agravaron las penurias de quienes exigían cambios políticos y económicos. Los actos de protesta se volvieron cada vez más violentos. 

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En julio de 1904, Viacheslav von Plebe (1864-1904), el ministro del Interior más odiado, fue asesinado por un miembro de la Unión de Socialistas Revolucionarios. 

En enero de 1905 llegaron nuevas malas noticias: Port Arthur (en Manchuria), una de las fortalezas y bases navales más importantes de Rusia, había sido capturada por las fuerzas armadas japonesas.

P. 37 in ‘xêP. 37 in ‘The History of the TUC 1968-1868’. «Another sector of the «Bloody Sunday» battlefield: St. Martin’s Lane, where the police attempted to head off a contingent of unemployed men from the Clerkenwell Green

Gabon y la multitud, Domingo Sangriento de

La Revolución rusa de 1905

Domingo Sangriento

El 22 de enero de 1905, en San Petersburgo, una multitud de trabajadores y sus familias, encabezados por el padre Gueorgui Gabon (1870-1906), pretendían entregar al zar una petición de reformas. 

Gabon ya había formado (con permiso del Estado) un sindicato de trabajadores industriales en San Petersburgo llamado Asamblea de Obreros Industriales y del Molino Rusos. 

La petición contaba con unas 150.000 firmas y exigía un sistema de gobierno más representativo, libertad de expresión y de prensa, el derecho a formar sindicatos, la reducción de la jornada laboral de 12 horas, mejores salarios y un seguro contra accidentes. Los campesinos pedían más tierras, créditos accesibles, un sistema fiscal más justo y mejores condiciones educativas para sus hijos.

La multitud estaba desarmada y muchos incluso llevaban fotografías del zar. Sin embargo, cuando se negaron a dispersarse, los soldados abrieron fuego contra ellos a medida que se acercaban al Palacio de Invierno. La situación empeoró cuando la caballería cosaca arremetió después contra los manifestantes. 

Más de 1.000 personas fueron asesinadas y muchas más resultaron heridas en lo que se conoció como el «Domingo Sangriento». El impacto del suceso unió a todos los sectores sociales en el propósito de exigir cambios. 

Por si el zar aún no era consciente de la gravedad de la situación, el 17 de febrero, su tío, el gran duque Serguéi Aleksándrovich de Rusia (1857-1905), gobernador general de Moscú, fue asesinado cuando arrojaron una bomba en el interior de su carruaje. Rusia estaba a punto de vivir su primer levantamiento masivo y prolongado contra la autoridad.

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Huelgas de trabajadores

Tras el Domingo Sangriento, se convocó una huelga general en San Petersburgo. Los estudiantes también se sumaron, lo que obligó al cierre de los institutos. 

La imagen ideal del zar como gobernante justo y benevolente quedó destruida, al menos en las ciudades. Como relató un trabajador que participó en la marcha: «Ese día nací por segunda vez, pero no como un niño que perdona y olvida todo, sino como un hombre enfurecido, dispuesto a luchar y a triunfar».

Huelga ferroviaria de Tiflis, 1905.

En mayo se creó la Unión de Sindicatos, dirigida por el liberal Pavel Nikoláievich Miliúkov (1859-1943), «una federación de asociaciones de abogados, ingenieros, maestros, profesores, médicos, farmacéuticos, veterinarios, periodistas, agrónomos, ferroviarios, campesinos, feministas y activistas judíos». 

Esta unión nació de la Liga de Liberación, que había estado dirigida por Miliúkov y que en 1904 reclamaba un Parlamento representativo.

Al igual que los trabajadores, los campesinos carecían tanto de armas como de una estructura centralizada que pudiera coordinar los levantamientos.

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En octubre se produjeron más huelgas generales y locales. Los impresores de Moscú se declararon en huelga el 19 de septiembre y pronto se les unieron otros profesionales. Los trabajadores de San Petersburgo también se declararon en huelga. 

La situación se volvió aún más complicada para las autoridades cuando los trabajadores ferroviarios de Moscú se declararon en huelga a principios de octubre. Moscú era el centro ferroviario del imperio, pero en cuestión de días, los trabajadores de otras ciudades se unieron a la huelga, lo que provocó numerosos conflictos. 

Otras profesiones, como los mineros del carbón, los fabricantes de herramientas, los panaderos, los impresores, los trabajadores textiles y los estibadores, se sumaron a la huelga, al igual que los estudiantes y los intelectuales, no solo en Rusia, sino en todo el imperio. 

A mediados de octubre, muchas ciudades quedaron completamente paralizadas. En Moscú, un periódico publicó:

No funciona ni el gas ni la electricidad… La mayoría de las tiendas están cerradas y las entradas y ventanas están protegidas con rejas y persianas… En varias partes de la ciudad, solo hay agua disponible a determinadas horas.

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Zar Nicolás II

En San Petersburgo se formó el Sóviet de Diputados Obreros. Este Sóviet (que significa «consejo»), dirigido por Gueorgui Stephanovich Khurstalev-Nosar (1877-1919) como presidente, y León Trotski (1879-1940) como diputado, «comenzó como un comité de coordinación de huelgas y se convirtió en el portavoz de todo el movimiento obrero revolucionario» (Brown, 97). 

Los sóviets surgieron por todas partes, organizando a nivel local a los trabajadores en huelga y representando las reivindicaciones de estos ante los empresarios y las autoridades locales. Los sóviets reclamaban cambios, en particular, la reducción de la jornada laboral a ocho horas.

 Sin embargo, el problema para los revolucionarios era que carecían de una organización unificada y centralizada, además de no contar con un líder indiscutible. 

Desde 1903, la izquierda se había dividido entre los bolcheviques, liderados por Vladimir Lenin (1870-1924), y los mencheviques, liderados por Julius Martov (1873-1923), dos grupos que diferían profundamente sobre la amplitud de la base a la que debían apelar y cuál era el mejor medio para lograr el cambio en la Rusia zarista.

Revueltas de los campesinos

A principios del siglo XX, Rusia seguía siendo una sociedad semifeudal, a pesar de que la servidumbre había sido abolida en 1861. Un censo nacional efectuado en 1897 reveló que más del 85% de la población eran campesinos. 

La población general había aumentado un 300% durante el siglo XIX, y la escasez de tierras suponía un problema real.

A lo largo de 1905 se produjeron numerosas revueltas campesinas, ya que los campesinos tradicionales partidarios del zar, se apoderaron de las tierras que consideraban suyas por derecho, puesto que eran ellos quienes las trabajaban. 

Los «campesinos expropiaron a los terratenientes de sus tierras, ganado y herramientas, a menudo destruyendo sus casas y asesinándolos en el proceso». Pronto, algunas zonas del campo quedaron fuera de control, especialmente en el oeste de rusia. 

Se quemaron tantas granjas y casas señoriales que el resplandor rojo que creaban las llamas en el cielo nocturno se conoció como el «gallo rojo». Al igual que los trabajadores, los campesinos carecían tanto de armas (aparte de las herramientas agrícolas) como de una estructura centralizada que pudiera coordinar los levantamientos para convertirlos en una amenaza mayor contra el gobierno. 

Tal y como estaban las cosas, la policía y el ejército reprimieron fácilmente las rebeliones, y decenas de miles de campesinos fueron arrestados, exiliados o azotados como castigo.

El acorazado Potemkin, 1905

El motín del Potemkin

El 14 de mayo de 1905 llegó a Rusia la terrible noticia de que la flota imperial del Báltico había sido destruida en la batalla de Tsushima, durante la guerra ruso-japonesa. Rusia perdió 21 barcos, incluidos seis acorazados, mientras que los japoneses solo perdieron tres torpederos. 

Odesa, donde se encontraba la flota del mar Negro, fue escenario de violentos enfrentamientos callejeros entre manifestantes, por lo que el 15 de junio se declaró la ley marcial. Ese fue el día en el que el acorazado Potemkin, buque insignia de la flota, llegó al puerto. A principios de junio, los marineros del Potemkin se habían amotinado y habían tomado el control del barco. 

Estos estaban cansados de la estricta disciplina de la marina y de la mala comida, y ya hacía tiempo que había tensiones entre los oficiales aristocráticos y los marineros rasos. 

Afortunadamente para el zar, los amotinados del Potemkin no dispararon los cañones del acorazado contra las tropas del gobierno y tampoco lograron convencer a los marinos de otros barcos para que se unieran a ellos. El Potemkin zarpó hacia Rumanía. Sin embargo, se produjeron disturbios en las bases militares de Kronstadt (octubre) y en Sebastopol (noviembre).

Compromiso: El Manifiesto de Octubre

En un principio, el zar quería utilizar la fuerza para sofocar la revolución. Aislado del mundo real en su refugio autocrático, Nicolás se convenció a sí mismo de que era su deber mantener el sistema tal y como estaba: «Al acceder al trono, juré mantener intacta la forma de gobierno que recibí de mi padre y transmitirla también a mi sucesor. 

Nada puede liberarme de mi juramento». Además, el zar creía que la autocracia era, en realidad, la mejor forma de gobierno. Nicolás le confió una vez a un pariente: «Nunca aceptaré una forma de gobierno representativa porque la considero perjudicial para el pueblo que Dios me ha confiado».

Los consejeros del zar, entre ellos el respetado estadista Sergei Witte (1894-1915), lo convencieron de la insensatez de responder a la violencia con más violencia, ya que esto solo podía desembocar en una guerra civil en todo el país. El zar debía hacer algunas concesiones, le dijeron sus asesores. 

A mediados de febrero, Nicolás optó por lo mínimo indispensable y ofreció al pueblo la posibilidad de elegir un Parlamento que asesoraría al zar y a su selecto consejo de ministros en materia legislativa. 

Cuando esta propuesta fue rechazada por no acercarse en absoluto a lo que se esperaba, Nicolás elaboró una lista de propuestas moderadas, el Manifiesto de Agosto. 

Como era de esperar, también fue rechazado por la mayoría de los liberales. El zar finalmente entró en razón y anunció, el 17 de octubre, una amnistía y medidas de reforma más profundas, todo recogido en un documento que se conoció como el Manifiesto de Octubre.

Mapa de la Revolución rusa de

Este Manifiesto de Octubre dividió al menos a la oposición al zar, ya que satisfacía en gran medida a los liberales más moderados y a aquellos sectores de la sociedad que no eran ni campesinos ni trabajadores. 

Estos dos últimos grupos y ciertos radicales estaban dispuestos a seguir luchando, pero Nicolás contaba con la lealtad constante de la policía y con el regreso del ejército tras el fin de la guerra ruso-japonesa (que Rusia había perdido de forma humillante en agosto de 1905). 

El Ejército siguió siendo leal al zar y, para asegurarse de ello, se duplicó la paga de los soldados y se mejoró su alimentación. Este, junto con la Policía y la Policía secreta (Orina), se utilizó como una herramienta de triple filo para reprimir brutalmente a la oposición.

El Manifiesto de Octubre de Nicolás concedía ciertos derechos civiles a sus súbditos; se otorgó una mayor libertad de prensa y de reunión. Se permitieron los sindicatos, los partidos políticos, las huelgas y las reuniones políticas estudiantiles. 

La Policía y otras autoridades vigilaban de cerca cualquier tipo de actividad política, e imponían multas o penas de prisión a los periodistas por cualquier cosa que se considerara demasiado radical. 

Nicolás también creó un nuevo Parlamento, compuesto por el Consejo de Estado (cámara alta) y la Duma (cámara baja). La mitad de los miembros de la cámara alta eran nombrados, y el resto procedía de las clases altas. 

Los miembros de la Duma eran elegidos por la población en general, aunque la mayoría de los votos eran indirectos. La Duma participaría en la creación de todas las leyes futuras. 

En efecto, el zar había prometido al pueblo que se convertiría en un monarca constitucional.

La huelga general terminó y las clases medias recibieron con entusiasmo el restablecimiento de la ley y el orden. Algunos trabajadores querían más, y se produjeron varias huelgas de menor importancia, pero las autoridades tenían ahora la sartén por el mango. 

Se realizaron innumerables detenciones de cabecillas alborotadores. La excepción fue Moscú, donde una huelga se convirtió en un levantamiento armado en diciembre de 1905. La Guardia Semyonovsky del zar, armada con artillería y ametralladoras, reprimió brutalmente el levantamiento y asesinó a 3.000 civiles.

Caricatura de Rasputín y el zar

La primera Duma se reunió en abril de 1906, pero no aportó gran cosa como órgano político independiente, ya que los ministros respondían directamente ante el zar y sus competencias en materia financiera eran limitadas. 

La Duma perdió aun más representación cuando, en 1907, se modificó el sistema electoral para favorecer en gran medida a los terratenientes más pudientes (las mujeres no podían votar, al igual que los soldados y algunos trabajadores). 

Es posible que la aristocracia terrateniente se sintiera satisfecha, pero el campesinado y la clase obrera seguían profundamente disconformes. Por el contrario, los partidarios conservadores del zar se indignaron de que este tuviera que someterse a las masas y culparon a una supuesta conspiración liderada por judíos de haber provocado esa situación intolerable.

Surgieron organizaciones de extrema derecha y antisemíticas, conocidas en conjunto como las Centurias Negras, que atacaron no solo a los judíos sino también a trabajadores, liberales y estudiantes.

Consecuencias

La Revolución de 1905 fracasó como revolución en el sentido de que no reemplazó un poder por otro. Sin embargo, estuvo a punto de hacerlo, como afirma el historiador C. Read: «La autocracia fue atacada por todos los frentes y solo se salvó por un hilo». 

A pesar de la advertencia, Nicolás nunca percibió la precariedad de su posición y siguió gobernando Rusia con la misma despreocupación con la que lo habían hecho él y sus antecesores. Piotr Stolypin (1862-1911) fue nombrado primer ministro en 1906 y no tardó en emplear a la policía para reprimir brutalmente cualquier revuelta que aún persistiera en Rusia.

 Stolypin declaró la ley marcial en agosto de 1906, arrestó a los rebeldes y los juzgó en tribunales militares donde se prohibían las apelaciones. Los miembros clave del Sóviet de San Petersburgo fueron arrestados y muchos fueron exiliados a partir de diciembre de 1906. A raíz de la violencia, Stolypin se propuso reformar Rusia. Se mejoraron los servicios de salud y el sistema educativo; durante la década siguiente se crearon 50.000 nuevas escuelas de educación primaria.

Las reformas agrarias de Stolypin permitieron a los campesinos una mayor libertad de movimiento: ahora podían solicitar préstamos baratos para comprar tierras y mejores herramientas, y podían agrupar las parcelas dispersas donde trabajaban en fincas únicas más eficientes. 

Se redujeron los impuestos y se fomentó la migración a nuevas tierras de cultivo en regiones sin explotar, como Siberia. Lamentablemente, las reformas de Stolypin solo resultaron efectivas hasta cierto punto.

 La determinación del zar de evitar cualquier reforma radical, la debilidad de la Duma, la tensa relación entre la familia real y el autoproclamado santo Grigori Rasputín, y, más tarde, la desastrosa entrada de Rusia en la Primera Guerra Mundial (1914-18), culminaron en la violenta Revolución rusa de 1917 (en realidad dos revoluciones: una en marzo y la segunda, la revolución bolchevique, en noviembre), cuando el zar fue destituido y se estableció la Rusia soviética bajo el liderazgo de Lenin. 

Fue precisamente Lenin quien reconoció que los acontecimientos de 1905 habían sido un «ensayo general para la revolución» 

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