La Primera Cruzada (1095-1102) fue una campaña militar de fuerzas de Europa occidental para recuperar la ciudad de Jerusalén y Tierra Santa del control musulmán. Organizada por el papa Urbano II tras la llamada de auxilio del emperador bizantino Alejo I Comneno, la Cruzada fue un éxito, con la conquista de Jerusalén por parte de las fuerzas cristianas el 15 de julio de 1099.
Alrededor de 60.000 soldados y al menos la mitad de no combatientes participaron en la Primera Cruzada, que empezó su expedición en el 1095. Tras unas campañas en Asia Menor y en Oriente Medio, grandes ciudades como Nicea y Antioquía fueron recuperadas, y después el objetivo real, Jerusalén. Seguirían muchas más cruzadas, se ampliarían los objetivos, así como el ámbito del conflicto, de forma que incluso Constantinopla sería atacada en campañas subsiguientes.
Causas de la Primera Cruzada
La primera y más importante acción que encendería la mecha que haría explotar la Primera Cruzada fue la expansión de los musulmanes selyúcidas, una tribu turca de la estepa. Estos lograron importantes victorias en Asia Menor contra los ejércitos bizantinos, en especial en la batalla de Manzikert, en la antigua Armenia, en agosto de 1071.
La consecuencia fue que consiguieron el control de ciudades tan importantes como Edesa y Antioquía y, en ca. 1078, crearon el sultanato de Rum con capital en Nicea, en Bitinia, al noroeste de Asia Menor. En 1087 conquistaron Jerusalén.
El emperador bizantino Alejo I Comneno (r. 1081-1118) se dio cuenta de que la expansión selyúcidas en Tierra Santa era una oportunidad para conseguir la ayuda de los ejércitos de Occidente en la lucha por el control de Asia Menor. En consecuencia, Alejo pidió ayuda militar a Occidente en marzo de 1095. La petición fue enviada al papa Urbano II (r. 1088-1099) que se mostró muy receptivo, igual que miles de caballeros europeos.
El papa Urbano II ya había enviado tropas en 1091 para ayudar a los bizantinos contra los nómadas pechenegos de la estepa, que invadieron el imperio por el área norte del Danubio, y estaba dispuesto a ayudar de nuevo, por varios motivos.
Una cruzada para devolver Tierra Santa al control cristiano era un objetivo por sí mismo – qué mejor manera de proteger lugares tan importantes como la tumba de Jesucristo, el Santo Sepulcro de Jerusalén. También necesitaban protección los cristianos que vivían allí o la visitaban como peregrinos. Además, había otros beneficios adicionales muy importantes.
Una cruzada aumentaría el prestigio del papado, al liderar un ejército combinado de Occidente, y consolidaría su posición en la propia Italia, que había sufrido serias amenazas por parte de los emperadores del Sacro Imperio en el siglo anterior, que incluso obligaron a los papas a reubicarse fuera de Roma.
Urbano II también aspiraba a convertirse en la cabeza de una iglesia cristiana unificada de Occidente (católica) y Oriente (ortodoxa), por encima del patriarca de Constantinopla. Ambas iglesias se habían dividido en 1054 por desacuerdos sobre la doctrina y las prácticas litúrgicas. En el caso de que alguien tuviera escrúpulos, se podía justificar una campaña de violencia tomando como referencia algunos pasajes concretos de la Biblia y haciendo énfasis en que se trataba de una campaña de liberación, no un ataque, y que los objetivos eran justos y honestos.
El 27 de noviembre de 1095, Urbano II convocó una cruzada en un sermón durante el Concilio de Clermont, en Francia. El mensaje, conocido como la Indulgencia y dirigido específicamente a los caballeros, fue alto y claro: quienes defendieran la cristiandad se estarían embarcando en una peregrinación, todos sus pecados serían perdonados y sus almas recibirían la recompensa en la otra vida.
Urbano II realizó una gira de sermones por Francia durante 1095-6 para reclutar cruzados, con un mensaje salpicado de historias exageradas sobre cómo, en ese preciso momento, los monumentos cristianos estaban siendo profanados y los creyentes perseguidos y torturados impunemente. Se enviaron cartas y embajadores a todos los rincones de la cristiandad.
Las iglesias principales, como las de Limoges, Angers y Tours, sirvieron de centros de reclutamiento, así como muchas iglesias rurales y especialmente los monasterios. La llamada a “llevar la cruz” – con lo que la gente hacía el juramento de convertirse en cruzado y llevaba una cruz bordada en el hombro para proclamar su compromiso – tuvo un éxito increíble.
Por toda Europa, guerreros conmovidos por el fervor religioso, la salvación personal, la peregrinación, la aventura y un deseo de enriquecimiento personal, se fueron reuniendo a lo largo de 1096, listos para embarcar hacia Jerusalén. La fecha de salida se estableció para el 15 de agosto de dicho año. Unos 60.000 cruzados, incluyendo 6.000 caballeros, participarían en las primeras oleadas.
El enemigo musulmán
Los musulmanes selyúcidas, que habían logrado el control de la mayor parte de Asia Menor y el norte de Siria en las últimas décadas del siglo XI, estaban ya sufriendo sus propios problemas incluso antes de la llegada de los cruzados. En conflicto con sus rivales implacables, los fatimíes chiitas de Egipto, los selyúcidas sunitas les habían arrebatado Jerusalén.
Sin embargo, la muerte del sultán selyúcida Malikshah, en 1092, fue un serio contratiempo para sus ambiciones, al producirse una lucha por el poder entre varios señores locales, sin que ninguno consiguiera la supremacía. Además, la base selyúcida estaba en Bagdad, lejos de las batallas que iban a tener lugar durante la Primera Cruzada, por lo que el apoyo centralizado y la gestión militar fueron escasos.
Además, los chiitas consiguieron recuperar Jerusalén de manos de los selyúcidas unos pocos meses antes de la llegada de los cruzados. Probablemente, ambos grupos musulmanes desconocían por completo la naturaleza religiosa de la misión de los cruzados y que se trataba de algo muy diferente de las habituales incursiones bizantinas.
Los nobles caballeros de Occidente no estaban interesados en hostigar a un enemigo y llevarse algún pequeño botín, estaban en Levante para lograr una conquista permanente.
El Imperio bizantino (ca. 1090 d.C.)
Pedro el Ermitaño y la ‘Cruzada de los pobres’
Irónicamente, a pesar de la intención del papa de dirigirse específicamente a los caballeros (que era lo que Alejo había solicitado), otros grupos diferentes se sintieron atraídos por la propuesta cruzada. El primero importante fue el ejército popular, un conjunto heterogéneo de pobres y pequeños caballeros, liderados por el predicador Pedro el Ermitaño y el caballero Walter el Indigente (Walter Sans Avoir).
Mal equipados y obligados por la necesidad a buscar alimentos en su recorrido a través de Europa, hicieron pocos amigos en la ruta. Pedro había peregrinado anteriormente a Tierra Santa, donde había sido capturado por los musulmanes y torturado; era su oportunidad de revancha.
Mientras tanto, un segundo grupo de cruzados, igualmente humildes y carentes de disciplina, fue siguiendo la ruta por el Rin. Liderados por el conde Emicho de Leiningen, el grupo dirigió, de manera infame, su odio contra los judíos en Espira, Maguncia, Tréveris y Colonia.
Ambos grupos de cruzados, a veces denominados la ‘Cruzada de los pobres’ (aunque entre ellos había algunos caballeros), llegó a Constantinopla a principios de verano de 1096, con el objetivo de seguir hacia Jerusalén para echar a los selyúcidas. Esos recién llegados son descritos por Ana Comneno (1083-1153), historiadora e hija del emperador bizantino, en su Alexiada:
Y esos soldados franceses venían acompañados por un hueste desarmada más numerosa que los granos de arena o las estrellas, llevando palmas y cruces en sus hombros; también mujeres y niños, lejos de sus países.
Enseguida fueron enviados por Alejo hacia Asia Menor donde, desoyendo el consejo bizantino, sufrieron una emboscada y fueron aniquilados cerca de Nicea por un ejército selyúcida liderado por Kilij Arslan I, el 21 de octubre de 1096. Eso no era lo que tenían en mente Alejo o el papa Urbano II cuando iniciaron el movimiento cruzado.
La caída de Antioquía
La segunda oleada de cruzados, esta vez compuesta por más caballeros y soldados profesionales, llegó a Constantinopla durante el otoño e invierno de 1096.
Por lo que respecta al emperador bizantino, este segundo grupo no mejoraba mucho al anterior, porque incluía entre sus líderes a un viejo enemigo, el normando Bohemundo de Tarento. Junto con su padre, Roberto Guiscardo (“el astuto”), duque de Apulia, había atacado a la Grecia bizantina entre 1081 y 1084.
Bohemundo y sus caballeros llegaron a Constantinopla en 1097; las cosas fueron bien al principio, con los normandos jurando lealtad al emperador junto con otros líderes cruzados como Godofredo de Bouillón, duque de la Baja Lorena y Raimundo IV (alias Raimundo de Saint-Gilles), conde de Tolosa.
Aparte hubo muchos otros nobles, cada uno al mando de su propio contingente de caballeros, por no mencionar los problemas prácticos de las barreras lingüísticas, con lo que fue un milagro que esa fuerza consiguiera hacer alguna cosa. Su éxito sería una sorpresa para todos.
Asedio de Antioquía, 1098 d.C.
Alejo dio buen uso de los cruzados, a pesar del pillaje y las violaciones perpetrados por los miembros menos piadosos de los ejércitos de Occidente, que dejaron un rastro de caos a su paso por Europa y los territorios del imperio.
Los normandos tenían ganas de derrotar a los selyúcidas y establecer nuevos reinos por su cuenta, que podían ir bien para los planes de Alejo, al servir de zonas de amortiguación en la frontera del Imperio. Con un ejército mixto de cruzados, al mando del general bizantino Tatikios, consiguió reconquistar Nicea en junio de 1097, aunque los selyúcidas, en realidad, prefirieron abandonarla y reservar sus fuerzas.
A continuación, barrieron la llanura de Anatolia, logrando una gran victoria en Dorilea, el 1 de julio de 1097.
En septiembre de 1097 el ejército cruzado – bizantino se dividió, con un ala moviéndose hacia Edesa, más al este, otra hacia Cilicia, al sudeste, y el cuerpo principal hacia Antioquía, en Siria, la llave de la frontera del Éufrates. La gran ciudad era una de las cinco sedes patriarcales de la iglesia cristiana, residencia de San Pablo y San Pedro y probablemente lugar de nacimiento de San Lucas. Reconquistarla sería un buen golpe propagandístico.
Aunque bien fortificada y demasiado grande para cercarla completamente, Antioquía fue la siguiente conquista cruzada el 3 de junio de 1098, tras un duro asedio de 8 meses en el que los propios atacantes fueron sitiados por una fuerza musulmana procedente de Mosul. Los cruzados también sufrieron de peste, hambre y deserciones.
Desafortunadamente para Alejo, en su camino para dar apoyo al sitio de la ciudad encontró a refugiados de la zona que le informaron, equivocadamente, que los cruzados estaban a punto de derrotar a un gran ejército musulmán, con lo que el emperador emprendió el regreso.
Bohemundo quedó muy disgustado al ver que su ejército había sido abandonado por los bizantinos, aunque de todos modos logró conquistar la ciudad y derrotar a una fuerza de rescate.
Los normandos decidieron renegar de su promesa de devolver al emperador todos los territorios conquistados y se quedaron la ciudad para ellos, lo que provocó la ruptura irrevocable de las relaciones entre los dos líderes.
La conquista de Jerusalén
En diciembre de 1098 el ejército cruzado marchó sobre Jerusalén, conquistando varios puertos sirios a lo largo de su ruta, y llegando a su destino final el 7 de junio de 1099. Del vasto ejército que había partido de Europa sólo quedaban unos 1.300 caballeros y unos 12.500 soldados de infantería, para afrontar lo que se suponía el objetivo principal de la Cruzada.
Protegida por unas murallas imponentes y una combinación de fosos y precipicios, Jerusalén iba a ser un hueso duro de roer. Por fortuna, en el momento adecuado llegaron varios barcos genoveses con madera, que se utilizó para construir dos torres de asalto, catapultas y un ariete. A pesar de esas armas, los defensores resistieron, aunque la guarnición musulmana no era propensa a salir y atacar a los asaltantes, esperando pasivamente la ayuda prometida desde Egipto.
A mediados de julio, Godofredo de Bouillon decidió atacar contra lo que parecía una parte débil de la muralla. Montando la torre de asalto en la oscuridad y rellenando una parte del foso, los cruzados lograron situarse a tocar de las murallas. Con Godofredo al frente, los atacantes escalaron las defensas y lograron entrar en la ciudad el 15 de julio de 1099.
Toma de Jerusalén por los Cruzados
Lo que siguió fue una masacre de musulmanes y judíos, aunque las cifras de 10.000 o incluso 75.000 muertos parecen exageradas. Una fuente musulmana contemporánea (Ibn al-Arabi) la sitúa en 3.000, de los aproximadamente 30.000 residentes en la ciudad. Al cabo de un mes, llegó un gran ejército egipcio para recuperar la ciudad, que fue derrotado en Ascalón.
Jerusalén, al menos por el momento, estaba de nuevo en manos cristianas; Godofredo de Bouillon, el héroe del asedio, fue nombrado rey de Jerusalén. Mientras tanto, en Italia, el papa Urbano II murió el 29 de julio de 1099 sin llegar a conocer el éxito de su cruzada. Para algunos historiadores, Ascalón marca el final de la Primera Cruzada.
Más victorias
Tras completar su misión, muchos cruzados regresaron a Europa, algunos con riquezas, otros pocos con reliquias, pero la mayoría agotados después de años de duras batallas y escasa recompensa. No obstante, una nueva oleada de cruzados llegó a Constantinopla en 1100, y fueron organizados por Raimundo de Tolosa.
El 17 de mayo de 1101 conquistaron Cesárea y el 26 de mayo Acre. Lo malo para las futuras cruzadas fue que los musulmanes se iban familiarizando con las tácticas y el armamento de batalla de Occidente. En septiembre de 1101, un ejército cruzado de caballeros lombardos, franceses y germanos fue derrotado por los selyúcidas.
Las cosas se iban a complicar para los ejércitos occidentales en los dos siglos siguientes de guerra.
Mientras tanto, Alejo no daba por perdida a Antioquía, y envió una fuerza para atacar la ciudad o al menos aislarla de los territorios cruzados que la rodeaban. Bohemundo, que había regresado a Italia, convenció al papa Pascual II (r. 1060-1118) y al rey francés Felipe I (r. 1060-1108) de que la mayor amenaza para el mundo cristiano eran los bizantinos.
Había que eliminar a su traicionero emperador y a su obstinada iglesia, de manera que en 1107 se lanzó un ataque contra Bizancio, concretamente en Albania. Fracasó, sobre todo porque Alejo movilizó sus mejores fuerzas para hacerle frente, y el papa abandonó su apoyo a dicha campaña.
Bohemundo se vio forzado a aceptar la subordinación al emperador bizantino, que le permitió gobernar Antioquía en su nombre. Se habían marcado las reglas para el reparto de los territorios capturados.
Valoración: logros y fracasos
La Primera Cruzada tuvo éxito en reconquistar Jerusalén, pero, para asegurar que la Ciudad Santa permanecía en manos cristianas, fue necesario crear varios asentamientos cristianos en el Levante (conocidos en conjunto como los Estados Cruzados, el Oriente Latino o Ultramar).
También se crearon Órdenes de Caballería, para reforzar la defensa, y se necesitaría un suministro continuo de nuevos cruzados en las décadas siguientes y una oleada de impuestos para financiarlo.
Al principio, hubo masacres de las poblaciones locales, pero los occidentales pronto se dieron cuenta de que para mantener sus conquistas necesitaban el apoyo de unas poblaciones locales extraordinariamente diversas. En consecuencia, aumentó la tolerancia con las religiones no cristianas, aunque con restricciones.
A pesar del reclutamiento continuo en Europa y los intentos de crear colonias y reinos ‘permanentes’, resultó imposible conservar las conquistas de la Primera Cruzada, e hicieron falta nuevas campañas para reconquistar ciudades como Edesa y la propia Jerusalén, tras su nueva caída en 1187.
Habría hasta ocho cruzadas oficiales, y muchas otras no oficiales, a lo largo de los siglos XII y XIII, todas ellas con más fracasos que éxitos.
La Primera Cruzada tuvo consecuencias imprevistas, sobre todo la ruptura de las relaciones entre Occidente y el Imperio bizantino, y el horror de los bizantinos ante los grupos descontrolados de guerreros provocando el caos en sus territorios. Fueron comunes las escaramuzas entre cruzados y fuerzas bizantinas, y crecieron la desconfianza y las sospechas sobre sus intenciones.
Era una relación conflictiva que sólo fue a peor, y el malestar y la mutua desconfianza entre Oriente y Occidente culminarían con el saqueo de Constantinopla en 1204.
Grupos de cruzados, en su mayoría no caballeros sino gente pobre de las ciudades, aprovecharon la oportunidad del fervor cristiano para atacar a grupos minoritarios, especialmente a los judíos, en el norte de Francia y Renania. El movimiento cruzado también se expandió a la Península Ibérica donde, en las décadas segunda y tercera del siglo XII, se llevaron a cabo ataques contra los moros.
También en Prusia, el Báltico, el Norte de África y Polonia, entre muchos otros lugares, actuaron hasta el siglo XVI ejércitos cruzados, en respuesta al hecho de que, a pesar de los dudosos éxitos militares, el ideal cruzado siguió atrayendo en Occidente a líderes, soldados y gente común, al agrandarse sus objetivos incluyendo no sólo a los musulmanes, sino también a los paganos, cismáticos y herejes.
Batalla de Manzikert
La batalla de Manzikert (Manzikert), librada en Armenia en agosto del año 1071, fue una de las derrotas más calamitosas del Imperio bizantino. El victorioso ejército selyúcida capturó al emperador bizantino Romano IV Diógenes y, con un imperio sumido en el caos mientras sus generales se disputaban el trono, nada pudo impedir que los turcos se apoderasen de toda Asia Menor.
Manzikert no fue una derrota terrible en términos de bajas o pérdidas territoriales inmediatas, pero sí que fue un revés psicológico para la destreza militar bizantina y la sagrada figura del emperador. Como tal, sus consecuencias resonarían durante siglos y se la consideraría como el punto de inflexión tras el que el Imperio bizantino se sumió en un declive largo, lento y permanente.
Batalla de Manzikert.
Bizancio y los selyúcidas
El mismo Romano IV Diógenes (r. 1068-1071) había sido un general, y heredó un ejército bizantino que renqueaba, con armas inadecuadas y una dependencia excesiva en mercenarios en los que no se podía confiar y en reclutas indisciplinados. Bajo su predecesor, Constantino X Ducas (r. 1059-1067), se expandió deliberadamente la administración pública, se emprendió la renovación de Constantinopla mediante el uso de numerosos recursos y se dejó al ejército en un estado de negligencia total.
Peor incluso, el Imperio se había extendido demasiado, lo cual significaba dificultades a la hora de defender tantas fronteras. En Asia Menor, los selyúcidas resultaron ser particularmente problemáticos: esta tribu nómada de la estepa asiática, de origen turco, asaltaba repetidamente puestos avanzados bizantinos; entre estos ataques, se produjeron los saqueos de Melitene en 1058 y Cesárea en 1067.
Esto obligó al emperador a reforzar las fortalezas alrededor del lago Van, en Armenia y Asia Central, para proteger la región. El emperador bizantino también acaudilló campañas victoriosas en esta zona en 1070, y otra en marzo de 1071; tras esta última, decidió embarcarse en una ofensiva monumental en Armenia, y en cualquier lugar, para poder deshacerse de los selyúcidas de una vez por todas.
El líder selyúcida del momento era Alp Arslan (r. 1063-1073). Este sultán contaba con un ejército de jinetes sumamente hábiles y ágiles, además de todo un imperio que recorría Irán, Iraq y la mayoría de Oriente Próximo. El ejército de Romano era grande: según algunas fuentes, se contaba en 300.000 hombres, pero los historiadores modernos se inclinan por una cifra de entre 60 y 70.000 tropas;
aun así, seguía siendo un número que duplicaba al de los selyúcidas. Independientemente de su tamaño, un hecho irrefutable era que el contingente bizantino estaba compuesto por una caterva de reclutas y mercenarios que incluía a pechenegos y uzos de la estepa euroasiática, e incluso un destacamento de normandos comandados por Roussel de Bailleul.
Este último personaje fue un aventurero infame y su lealtad fue cuestionable en bastantes ocasiones; su único objetivo, en realidad, era el de crear su propio reino en aquellas tierras.
Antecedentes de la batalla
Al llegar a Armenia en agosto de 1071, Romanos dividió sus fuerzas en dos: una mitad se envió al norte del lago Van bajo el mando del general José Tarcaniota, mientras que la otra, liderada por el propio emperador y su general Nicéforo Brienio, se dirigió hacia la pequeña fortaleza de Manzikert, que fue conquistada sin mayores dificultades.
No obstante, se desconoce lo que le sucedió a Tarcaniota. Las fuentes bizantinas, extrañamente, no dicen nada, mientras que las musulmanas relatan la victoria de Arslan. Resulta poco probable que le infligieran una derrota aplastante teniendo en cuenta las cifras de sus fuerzas, además de que era un general curtido.
Es posible que Tarcaniota abandonase la causa, quizás por la lealtad a un pretendiente al trono bizantino, quizás incluso porque tenía sus propias ambiciones imperiales. Fuera lo que fuese, Romano acabó con solo la mitad del ejército con el que había comenzado la campaña.
La batalla
Ambos líderes y sus ejércitos se encontraron el 25 de agosto cerca de Manzikert, a lo cual siguió una escaramuza en la que los arqueros selyúcidas hostigaron a los bizantinos; Nicéforo Brienio recibió tres heridas, aunque todas fueron superficiales.
Casi inmediatamente después de que comenzase el combate real, los normandos dieron media vuelta y huyeron, y algunos de los mercenarios uzos cambiaron de bando; no obstante, los enfrentamientos esporádicos continuaron hasta el segundo día de la batalla.
El líder selyúcida, con sus propias dificultades para pagar a sus soldados y mucho más interesado, de todas formas, en Siria, envió una delegación, ofreciendo una tregua. Romano la rechazó.
Ubicación de la batalla de Manzikert, 1071
Romano situó a su ejército de manera que pudiese realizar un asalto total y decisivo con varias líneas de infantería, la caballería en los flancos y el mismo ubicado en el centro.
El historiador bizantino del siglo XI, Miguel Pselos, critica a Romanos en su propia biografía sobre el emperador por ataviarse con la armadura de un soldado raso y enfrentarse al enemigo a espadazos, sin consideración hacia su persona y sin sentido de la responsabilidad como comandante en jefe.
Mientras tanto, Arslan, más circunspecto, retiraba constantemente a sus tropas en una formación de media luna, permitiendo así a los bizantinos avanzar mientras se exponían cada vez más a los arqueros selyúcidas a caballo que disparaban contra los flancos enemigos.
Cuando la luz comenzó a desvanecerse al fin del día, Romano ordenó a sus tropas que volviesen a su campamento.
Entonces, llegó el desastre; los selyúcidas se abalanzaron contra la caballería bizantina que se batía en retirada. En el caos, cundió el pánico en un gran número de tropas bizantinas cuando pensaron que el emperador había caído.
El rumor corrió gracias a uno de los rivales de Romano, Andrónico Ducas, y la consecuencia del mismo fue el colapso desordenado de las líneas bizantinas, la separación de la retaguardia del cuerpo principal del ejército bizantino y el consecuente acorralamiento por parte de los arqueros a caballo selyúcidas.
El enemigo ejercía una monumental presión en el centro y consiguió derrotar al flanco izquierdo del ejército bizantino, que había intentado acudir en ayuda de Romano. La derrota fue total, y Romano, cuyo caballo había muerto debajo de él y con su mano de la espada herida, fue capturado. Un testigo de la batalla, Miguel Ataliates, aporta esta descripción tan vívida de la debacle:
Fue como un terremoto: los gritos, el sudor, las raudas ráfagas de miedo, las nubes de polvo, y no menos importante, las hordas de turcos que galopaban en torno a nosotros. Fue un espectáculo trágico, más allá de cualquier duelo o lamentación. Efectivamente, ¿qué podría ser más patético que ver a todo el ejército imperial huyendo, al emperador despojado de protección, al Estado romano desplomado, y saber que el mismísimo Imperio está al borde del colapso?
Captura de Romano
Según Miguel Pselos, Alp Arslan no trató mal de ninguna manera al emperador cautivo, y además lo liberó de sus cadenas cuando fue identificado. Después de un beso sumiso al suelo ante los pies de Arslan, que luego puso simbólicamente su bota sobre el cuello del emperador, Romano estuvo bien alimentado durante una semana e incluso se le permitió escoger a cualquiera de sus compañeros prisioneros para que se les liberase.
El Skylitzes Matritenses, del siglo XI, también relata los momentos de la captura del emperador, incluyendo el famoso episodio en el que Arslan preguntó a Romano qué habría hecho si hubiese sido todo al revés. Se dice que Romano respondió que “te habría dado latigazos hasta morir”, a lo que replicó Alp Arslan: “No os imitaré.
Me han contado que vuestro Cristo enseña a ser gentil y a perdonar las malas acciones. Resiste el orgullo y da gracia a los humildes” (citado en Pselo, 358). Nada peor que ser capturado y aleccionado.
Histámenon de Romano IV
Sin embargo, Arslan, fiel a su palabra, liberó a Romano, aunque solo después de que prometiese pagarle personalmente un rescate y que accediese, por un lado, a cederle Armenia, así como las ciudades principales de Edesa, Hierápolis y Antioquía, y por otro a hacer la oferta de casar a una de sus hijas con un hijo del líder selyúcida.
También estaba la cuestión del tributo: primero, un pago único de un millón y medio de monedas de oro, al que le seguiría un cuantioso tributo anual de 360.000 monedas de oro.
Repercusiones
Desafortunadamente para Romano, la alegría de su liberación fue breve ya que fue depuesto y cegado al llegar a Constantinopla, mientras que un general rival, Miguel VII Ducas (r. 1071-1078), se apoderaba del trono.
Aunque las pérdidas materiales del ejército bizantino en Manzikert no fueron enormes, sí que hubo dos consecuencias duraderas: una fue el revés moral de haber perdido, aunque sólo por poco tiempo, a su propio emperador; la otra fue más práctica y significativa.
Con la reputación de Romano mancillada por la catástrofe, se produjo una desenfrenada carrera entre los numerosos comandantes estacionados en las provincias de Asia Menor hacia Constantinopla para reclamar el trono para sí mismos.
La guerra civil que se desencadenó después y la falta del apoyo total del ejército a Miguel VII debilitó gravemente la capacidad del imperio de defenderse contra los selyúcidas a largo plazo. Por ende, Arslan y sus sucesores siguieron saqueando Asia Menor a su antojo; establecieron el sultanato de Rum con su capital en Nicea alrededor del año 1078 e incluso tomaron Jerusalén en 1087.
1071 fue un año desastroso para el Imperio bizantino de más de una manera, además de Manzikert: Bari cayó ante el rey normando Roberto Guiscardo, desvaneciéndose así por completo el control bizantino en Italia meridional.
El reinado de Miguel VII no hallaría más éxitos que el de su predecesor, y dentro del Imperio, la alzada de los precios y la inestabilidad política desembocaron en varias rebeliones militares que acabarían deponiendo al emperador. Hasta el reinado de Alejo I Comneno a partir de 1081, él mismo un veterano de la fatídica batalla de Manzikert, los bizantinos no recuperarían el equilibrio ni el imperio vería su antigua gloria restaurada.
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