María Andrea Parado de Bellido ( Huamanga o Paras, 5 de julio de 1761 ó 1777 – Huamanga, 1 de mayo de 1822). Heroína peruana, mártir de la independencia del Perú. Aunque a veces se le califica de “precursora” de la independencia, en realidad su actuación se dio durante la fase sanmartiniana de aquella guerra, es decir ya iniciado el proceso final de la Emancipación. Fue una mujer de raza indígena y quechua-hablante, que exponiendo su bienestar y el de su familia, sacrificó su vida antes de delatar a otros patriotas que como ella, servían a la causa de la libertad.
Poca es la información que se tiene sobre la mayoría de héroes populares, tantas veces anónimos. Ejemplos de ellos, son entre muchos otros, la trayectoria biográfica de José Olaya y María Andrea Parado de Bellido. De esta heroína se conocen pocos detalles de su extensa vida, si se tiene en cuenta que al momento de su sacrificio era ya una anciana de más de 60 años.
Diversos historiadores concuerdan en que María Parado de Bellido nació en Huamanga, luego denominada Ayacucho, en la sierra sur del Perú. Sin embargo, el sacerdote Carlos Cárdenas afirmó haber descubierto su partida de bautizo en la parroquia de Cangallo, donde habría nacido, para ser más exactos, en el actual distrito de Paras. Tampoco hay consenso en cuanto al año de su nacimiento. Unas fuentes lo sitúan en el año de 1777 y otras en el de 1761. Pero, curiosamente, todas coinciden en la misma fecha: 5 de julio.
Sus padres fueron Fernando Parado, criollo de ascendencia altoperuana, y Jacinta Jayo, mujer indígena.
Su infancia fue como la de todas las niñas indígenas de su tiempo, que no recibían instrucción y solo se preparaban para las tareas conyugales.
Se casó, a la edad de 15 años, con Mariano Bellido, de oficio negociante, y quien hacia 1820 trabajaba en la sección de correos del distrito de Paras en la provincia de Cangallo, donde la familia tenía su residencia, aunque radicaban temporalmente en Huamanga. De esa unión tuvo siete hijos: Gregoria, Andrea, Mariano, Tomás, María, Leandra y Bartola. Tanto su esposo como sus hijos varones colaboraron desde 1820 con las fuerzas patriotas.
Tomás se enroló en las filas patriotas del general Juan Antonio Álvarez de Arenales cuando éste pasó por Huamanga (1820), y luego se sumó a los montoneros patriotas acaudillados por Quiroz Lazón,1 que se hallaban en actividad en Cangallo (1820). Su esposo y su otro hijo varón, Mariano, empezaron también a colaborar con aquellos montoneros, que actuaban en coordinación con las fuerzas regulares del general José de San Martín.
Ocupada Lima por el Ejército Libertador comandado por el general José de San Martín y proclamada la independencia del Perú en 1821, los realistas, al mando del virrey José de la Serna, se replegaron a la sierra, mientras que la mayoría de las ciudades de la costa se sumaban a la causa patriota. También en la sierra central crecía la adhesión a la causa de la libertad, representada por los montoneros. La Serna se estableció en el Cusco, en la sierra sur, que se convirtió en el bastión de los realistas, cuyas fuerzas estaban mayormente formadas por indígenas reclutados a la fuerza. Desde el Cusco, La Serna envió a sus fuerzas hacia la sierra central, para que sometieran a los “insurgentes”, como denominaba a los patriotas. Estas fuerzas de represión estaban comandadas por el general José Carratalá y el coronel Juan Loriga. Carratalá se encargó de la represión en las actuales provincias de Parinacochas, Lucanas y Huamanga, labor que la realizó de una manera despiadada. Pueblos enteros fueron incendiados y arrasados, y sus pobladores masacrados. Uno de esos pueblos fue Cangallo.
Carratalá estableció su cuartel en la ciudad de Huamanga. Uno de sus objetivos era enlazar con las fuerzas realistas que combatían a las fuerzas patriotas en Ica (costa central), pero enterado de la derrota de estos en la batalla de La Macacona (cerca de Ica), permaneció en Huamanga y concentró todos sus esfuerzos en exterminar a las guerrillas de Quirós, en las que militaban el esposo y los hijos de María Parado de Bellido.
Seguramente fue el ejemplo del esposo y sus hijos lo que impulsó a María Andrea a trabajar también por la causa libertadora, desde la ciudad de Huamanga. Como ella no sabía escribir, le dictaba a un amigo de confianza llamado Matías Madrid, las cartas que remitía a su marido con la finalidad de informarles de los movimientos y los planes del enemigo; información que Mariano comunicaba de inmediato al patriota Quirós. Así, por ejemplo, gracias a una de esas misivas, los guerrilleros patriotas pudieron abandonar el pueblo de Quilcamachay, el 29 de marzo de 1822; al día siguiente el pueblo fue ocupado por los realistas, y allí se encontró la misiva, olvidada por descuido en la chamarra de un guerrillero.
Este era el texto de dicha carta:
Huamanga, Marzo 26 de 1822
Idolatrado Mariano:
Mañana marcha la fuerza que de esta ciudad a tomar la que existe allí, y a otras personas, que defienden la causa de la libertad. Avísale al Jefe de esa fuerza, señor Quirós, y trata tu de huir inmediatamente a Huancavelica, donde nuestras primas las Negretes; porque si te sucediese una desgracia (que Dios no lo permita) sería un dolor para tu familia, y en especial para tu esposa.
Andrea.
Aunque la misiva descubierta solo estaba firmada con el segundo nombre de la heroína, los realistas pronto identificaron quien era la remitente. Descubierta entonces, María fue apresada el 30 de marzo en Huamanga y sometida a intenso interrogatorio para que delatara a los patriotas comprometidos. Carratalá no dudó incluso en aplicarle la tortura. Pero ella se negó rotundamente a dar nombres y dio reiteradamente la misma respuesta: «¡Yo la escribí!» Finalmente, Carratalá ordenó su fusilamiento.
Custodiada por fuerzas de la guarnición realista, María fue llevada en procesión en torno a la plaza huamanguina y en cada esquina un oficial leyó el bando de la sentencia dictada por Carratalá, justificando su acción «para escarmiento y ejemplo de los posteriores por haberse rebelado contra el rey y señor del Perú». Luego fue conducida a la pampa o plazuela del Arco donde le esperaba el pelotón de fusilamiento. Después de ser amonestada por última vez, para que revelara el secreto, prometiéndosele la vida, rechazó la proposición sin vacilar. Y resignada a sufrir el último suplicio, se arrodilló y esperó la muerte con la mirada dirigida al cielo. Al momento de su martirio tenía más de 60 años.
Se cuenta que su cadáver fue sepultado de limosna por los frailes mercedarios en su templo, a pocas cuadras del lugar de fusilamiento, mientras sus hijas quedaron abandonadas a su suerte y hallaron refugio en una iglesia. Luego surgieron varias versiones confusas sobre su familia. Lo único verificable es que Simón Bolívar estableció una pensión de gracia para las hijas sobrevivientes de la heroína, pero no se sabe la suerte que corrieron su esposo y sus hijos que participaron en las montoneras.
A pesar de la parquedad de los datos biográficos, su fama se ha extendido más allá de su tierra natal. Leamos lo que ha escrito sobre ella el famoso escritor estadounidense Carleton Beals en su libro Fuego en los Andes:
«Entre todas las ciudades peruanas destaca Ayacucho, que produjo un grupo notable de mujeres que destacaron no sólo en las letras del tiempo colonial, sino también por su valor, entre ellas Venturia Ccalamaqui, Pallchamascachi Ttica, María de Bellido. Madre de hijos que luchaban por la causa de los patriotas, María de Bellido prefirió marchar al patibulo antes que traicionar el secreto de los insurgentes. Después de haber sido paseada por las cuatro esquinas de la plaza pública donde debía llevarse a cabo su ejecución y leída que le fue en voz alta la sentencia que la condenaba a muerte, la noble mujer dijo, dirigiéndose altivamente a sus verdugos: «No estoy aquí para informar a ustedes, sino para sacrificarme por la causa de la libertad».
Por su parte, el periodista Aurelio Miró Quesada, en una visita que hizo en Ayacucho a la casa de la heroína, escribió (en su libro Costa, sierra y montaña):
«Hay otras muchas casas en Ayacucho con tradición o con leyendas. Voy así a visitar la residencia de la arrogante heroína ayacuchana María Parado de Bellido. Es una casa sobria, con limpias paredes encaladas y una vid en el patio al lado de unos severos peldaños de piedra. Allí estaba María Parado de Bellido cuando los tenientes de Carratalá la redujeron a prisión, asaltando y saqueando la casa. A pesar de todos los esfuerzos, la heroína no quiso confesar a quién había escrito la carta enviada por ella a las filas patriotas; y después de habérsela hecho dar la vuelta a la Plaza, como escarmiento público, se la fusiló. […], en la pampa del Arco donde actualmente se levanta su estatua»
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