Los retablos

Los retablos

Los retablos. El retablo es la estructura arquitectónica, pictórica y escultórica que se sitúa detrás del altar en las iglesias católicas (en las ortodoxas no hay una función semejante, dada la presencia del iconostasio, y en las protestantes suele optarse por una gran reducción de la decoración). La palabra proviene de la expresión latina retro tabula («tras el altar»). Para designar el mismo término se emplea frecuentemente la expresión «pieza de altar» (más propia de la lengua inglesa –altarpiece–, donde se distingue retable de reredos) o la italiana pala d’altare (o ancóna). Con el nombre de retablo mayor se designa particularmente al que preside el altar mayor de una iglesia; dado que las iglesias pueden tener otros retablos situados tras los altares de cada una de las capillas. El término «tabla» hace referencia al soporte de las pinturas (que también puede ser el lienzo), y su multiplicidad se indica con los términos díptico, tríptico o políptico (disposición que también pueden tener obras devocionales de menor formato no destinadas a un altar

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Los retablos se han realizado con todo tipo de materiales (toda clase de maderas, toda clase de piedras, toda clase de metales, esmalte, terracota, estuco, etc.) y pueden ser escultóricos (en distintos grados de relieves o con figuras de bulto redondo), o bien pictóricos; es también muy frecuente que sean mixtos, combinando pinturas y tallas. Desde finales del siglo XIII fueron los elementos más relevantes en la decoración interior de las iglesias, tanto en la Europa septentrional (Alemania, Flandes –una tipología específica recibe el nombre de «retablos de Amberes»–,) como en la meridional (Italia, y especialmente en los reinos cristianos de la Península Ibérica, donde la retablística alcanzó un desarrollo extraordinario, difundiéndose por las colonias hispano-portuguesas en América y Asia). La preferencia por esta forma artística hizo que en muchos casos quedaran ocultos tras los retablos frescos románicos anteriores. En los de gran complejidad colaboraban arquitectos, escultores, estofadores, doradores, carpinteros y entalladores, por lo que su elaboración era un proceso costoso y lento, sobre todo en los ejemplares de mayor envergadura. Su estado de conservación ha dependido de múltiples factores, entre los que se encuentran las agresiones bienintencionadas a las que se han visto sometidos durante siglos (limpiezas y «embellecimientos» inadecuados), los saqueos o destrucciones en contextos bélicos o conflictivos de muy distinto tipo, y el deterioro debido a condiciones físicas adversas. Consiguientemente, su restauración es igualmente problemática y especializada. Los retablos suelen adoptar una disposición geométrica, dividiéndose en «cuerpos» (secciones horizontales, separadas por molduras) y «calles» (secciones verticales, separadas por pilastras o columnas). Las unidades formadas por esta cuadrícula de calles y cuerpos se denominan «encasamentos», y suelen albergar representaciones escultóricas o pinturas. El conjunto de elementos arquitectónicos que enmarcan y dividen el retablo se denomina «mazonería». También hay ejemplares que se organizan de forma más sencilla, con una escena única centrando la atención.

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Retablo mayor y laterales en la iglesia de Santa Rosa de Lima («Las Rosas»)
El retablo suele elevarse sobre un zócalo para evitar la humedad del suelo. La parte inferior que apoya sobre el zócalo se llama banco o predela, y se dispone como una sección horizontal a modo de friso que a su vez puede estar dividida en compartimentos y decorada. El elemento que remata toda la estructura puede ser una «luneta» semicircular o una «espina» o «ático»; como corresponde a su posición dominante, suele reservarse a la representación del Padre Eterno o a un Calvario. Todo el conjunto se protege a veces con una moldura llamada guardapolvo, muy habitual en los retablos góticos. Los retablos articulados (característica común en los notables retablos flamencos que alcanzaron gran influencia en Italia -tríptico Portinari- y España -estilo hispano-flamenco-) permitían presentar dos disposiciones: abierto y cerrado, aunque a veces la complejidad es mayor (altar de Isenheim). La posición «cerrado» de los retablos flamencos solía contener grisallas (una representación pictórica que simula -al trampantojo- esculturas de piedra). La articulación de los retablos originó la denominación alemana Flügelaltar (literalmente «altar de alas»). A partir del siglo XV, tomó relevancia el tabernáculo o sagrario (lugar donde se guardan las formas sagradas), que paulatinamente centralizó el espacio del retablo hasta convertirse, en ocasiones, en su elemento principal, adoptando incluso formas exentas e independientes. La Reforma Protestante del siglo XVI, caracterizada por un marcado aniconismo, que en algunos casos llevó a la iconoclasia (con mayor intensidad en el anabaptismo y el calvinismo, menor en el luteranismo, mínima en el anglicanismo -donde explícitamente se autoriza el uso de retablos), prácticamente eliminó el uso de retablos e imágenes sagradas en los territorios que protagonizaron el movimiento (Alemania del norte, Suiza, Holanda, Inglaterra, Escandinavia). En algunos casos desaparecieron ejemplos magníficos de épocas precedentes; mientras que la tradición imaginera y la retablística se limitó sustancialmente a los países católicos, donde incluso se intensificó como consecuencia de la Contrarreforma.

Retablo como representación narrativa serializada y como escenario

En las artes escénicas, «retablo» es el pequeño escenario en el que se representa el teatro de títeres. Significativamente, el DRAE hace derivar ese uso (pequeño escenario en que se representaba una acción valiéndose de figurillas o títeres -acepción) de su peculiar forma de definir los retablos pictórico-escultóricos, donde pone el acento en su capacidad de representación narrativa serializada (conjunto o colección de figuras pintadas o de talla, que representan en serie una historia o suceso -acepción-) antes que en su capacidad decorativa (obra de arquitectura, hecha de piedra, madera u otra materia, que compone la decoración de un altar -acepción). También las llamadas «aleluyas» eran una forma literaria similar, asociada a representaciones populares (como, por ejemplo, su recitación por ciegos u otra clase de mendigos, al tiempo que se señalan los dibujos que ilustran lo recitado en forma de viñetas -un precedente del comic-). Cervantes se refiere a esta forma teatral en dos ocasiones: en El retablo de las maravillas (entremés de 1615) y en los capítulos XXV y XXVI de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha (publicada el mismo año). Manuel de Falla compuso El retablo de Maese Pedro (1923) sobre el episodio quijotesco. Con la denominación «retablo teatral español» se hace referencia no tanto a un género dramático sino a la forma de concebir el teatro mismo por los autores del teatro clásico español del Siglo de Oro (particularmente Calderón -La vida es sueño, El gran teatro del mundo-). El componente de «fingimiento de la realidad» que tienen los retablos teatrales en las obras cervantinas o calderonianas («engañar con la verdad» y «enseñar con el engaño») está también presente en el papel que se esperaba de los retablos eclesiásticos (definidos como «máquinas ilusorias») en el «control sobre la sensibilidad del fiel», configurando «el escenario teatral de la liturgia, el dogma, la piedad y la devoción católicas». Tal condición les hace ser particularmente útiles no sólo para los estudios iconográficos e iconológicos, sino para la historia de las mentalidades y la antropología.

Precedentes

El altar fue, desde los primeros momentos del cristianismo, el elemento central de la liturgia. Al principio su disposición en el templo era exenta y central, con los fieles situados alrededor, recordando de esta manera el banquete de la Última Cena. Sin embargo, con el fortalecimiento de la autoridad del clero, los altares se fueron desplazando al presbiterio, un lugar elevado e inaccesible a los fieles, próximo al muro de la cabecera de la iglesia (ábside), y que en determinadas tipologías de iglesia quedaba incluso oculto con cortinajes, rejas, o con el iconostasio. El oficiante realizaba de espaldas a los fieles la mayor parte del ritual.

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Iglesia del monasterio de San Miguel de Escalada (arte mozárabe, España, siglo X). El altar, en el ábside, queda detrás de una galería de arcos que le separan de la nave central.
Los templos paleocristianos decoraban sus interiores con pinturas murales (capilla de Dura Europos) y ciertos objetos de uso litúrgico, como relicarios, arquetas, dípticos de marfil o pequeñas estatuas. Su primitiva austeridad se compensaba con las lujosas donaciones ofrendadas por los potentados (tesoro de Guarrazar). En el Prerrománico comenzaron a difundirse las imágenes de Cristo crucificado, que se colocaban pendiendo de los muros o el techo, y que podían ser pictóricas o escultóricas (Crucificado de Gero, Catedral de Colonia), o prescindiendo en ocasiones de la figuración para tomar forma de joya (crux gemmata, como la Cruz de la Victoria de la Cámara Santa de Oviedo). Tomó también mucha relevancia la decoración del antependium (pallium altaris, frontal o frente de altar), derivado de las cortinas que cubrían las urnas con reliquias dispuestas bajo la mesa del altar (cuyo color debía variar para corresponderse con el color litúrgico de la fiesta u oficio del día) y que se enriquecían con todo tipo de ornamentos en materiales preciosos. Se ha propuesto la hipótesis de que, evolutivamente, el retablo derivó del antependium. También parecen prefigurar las formas del retablo posterior algunas estructuras derivadas de los clásicos aedicula (edículos -«templetes» o «pequeños edificios»-), especialmente el ciborium o ciborio (un dosel o palio fijo sostenido por cuatro columnas, posteriormente denominado baldaquín o baldaquino), elemento usual en las iglesias paleocristianas, que protegía y daba relevancia visual a los altares, relicarios y sepulturas de santos y mártires, que habitualmente coincidían en el mismo lugar.

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Ciborio de San Ambrosio de Milán (las columnas, del siglo IV, el dosel, posterior (entre el IX y el XII); el altar, firmado por Vuolvino, entre el año 824 y el 860.
La decoración interna de las iglesias estaba adaptada a sus modestas dimensiones en la mayoría de los casos, y se ponía el acento en la decoración parietal, bien por medio de frescos de colores vivos, o con mosaicos enriquecidos con teselas de oro (muy usuales en el arte bizantino), de forma que las imágenes resaltaran en unos interiores generalmente oscuros y reducidos. Los elementos que se situaban en el altar tenían carácter mueble casi siempre (arquetas, dípticos, iconos) y su suntuosidad en cuanto a materiales suponía también un pequeño tamaño. El Románico no supuso un gran cambio en este sencillo sistema de decoración interior de los templos, con predominio de los frescos en los ábsides (iglesias románicas del Valle de Bohí, Abadía de Saint-Savin-sur-Gartempe), las figuras de Cristo en Majestad y Virgen en Majestad y los frontales de altar, que pasaron a ser soportes de decoración pintados, tallados o repujados, a menudo enriquecidos con esmaltes u orfebrería. Aunque las formas y materiales eran ya muy similares a los de los retablos posteriores, la disposición de la pieza era exactamente la contraria (delante del altar y bajo él, en vez de detrás y en posición elevada). De hecho, algunos han sido reutilizados como retablos, como el del santuario de San Miguel de Aralar.

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Posición actual del frontal de altar de San Miguel de Aralar, reutilizado como retablo.

Retablo gótico

l esplendor del monacato, la pujanza de las ciudades y el crecimiento poblacional y económico que se dio en Europa a partir del siglo XI hicieron que los templos tuvieran que adaptarse a fin de dar cabida a un mayor número de fieles, satisfacer los deseos de patrocinio de la élite y mostrar la riqueza de una sociedad en la que la religión regía todos los aspectos de la vida. A partir del siglo XII surge el arte gótico; la arquitectura adquiere dimensiones colosales y una gran complejidad constructiva, y tanto pintura como escultura, a demanda de una sociedad amante del lujo y la ostentación, cobran un gran desarrollo. Otro factor de cambio fue la aparición de las órdenes mendicantes, que propugnaban una religiosidad más emotiva y cercana al fiel, a la vez que se preocupaban por la enseñanza y la doctrina.

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Vida de San Francisco, de Bonaventura Berlinghieri, 1235.
Como en el Románico, grandes ciclos narrativos se seguían esculpiendo en las portadas de iglesias y catedrales; pero la decoración interior va a sufir una mayor transformación: los vitrales, que ocupan los grandes vanos abiertos en los muros gracias a las nuevas técnicas constructivas, se ilustran con representaciones sagradas; y la nueva amplitud y luminosidad de los templos permite la mejor contemplación de las imágenes repartidas por las numerosas naves y capillas, que cumplían la función de espacios corporativos para las instituciones que las encargaban (gremios, cofradías y familias aristocráticas), convertidas en mecenas artísticos. Las nuevas prácticas piadosas requerían un número cada vez mayor de objetos sagrados cada vez más suntuosos y visibles. Se intensificó el culto a las reliquias y a las imágenes de santos, consideradas un instrumento valioso para la evangelización. Es en ese contexto donde surgieron los primeros retablos, primero como tablas rectangulares con imágenes de modesto tamaño (como el retablo de Westminster, de 1×3 metros, o el retablo de Bernabé, de 1×1,5 metros), a veces a juego con el frontal de altar (como sucede en uno de los ejemplos más antiguos conservados: el de la iglesia del monasterio de Santa María de Mave, Palencia), luego articuladas y abatibles, de forma cada vez más compleja (dípticos, trípticos, polípticos como el llamado «Políptico de Gante»), o bien realizados con materiales preciosos (los de la catedral de Gerona, el altare argenteo di San Jacopo30 de la Catedral de Pistoia31 o la Pala d’Oro de la Basílica de San Marcos de Venecia).

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En un primer momento, los retablos no abandonaron del todo su carácter mueble o plegable, y es posible que muchos fueran utilizados en procesiones y otro tipo de actos públicos que exigían su trasladado fuera del ámbito del templo, como sucedía con los dípticos devocionales o los iconos de carácter doméstico y privado. Sin embargo, poco a poco los retablos fueron haciéndose más grandes y estables, toda vez que debían destacar casi siempre en las dimensiones colosales de abadías o catedrales. La retablística se consolidó en toda la cristiandad latina de la Baja Edad Media (un vasto espacio -de Islandia a Chipre- recorrido por múltiples conexiones e influencias mutuas y variantes locales -de la pala italiana al flügelaltar centroeuropeo-) como un género artístico pujante y creativo, que contaba con importantes artistas especializados en las distintas especialidades necesarias para su diseño y ejecución.

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La llamada Pala d’oro de la Catedral de San Marcos (Venecia). Encargada a orfebres bizantinos en el siglo X, fue ampliada en los siglos posteriores.
El material más empleado fue la madera, casi siempre dorada y policromada, aunque no faltan ejemplos en madera vista u otros materiales (plata o todo tipo de piedras). Las variantes regionales hacen difícil una clasificación uniforme; por ejemplo, en Aragón, desde el siglo XIV tomaron una peculiar forma de expositor eucarístico, realizados casi siempre en alabastro. El retablo gótico suele presentar una apariencia marcadamente geométrica, con los encasamentos linealmente dispuestos y ocupados por pinturas o esculturas. Muchos de ellos toman la forma del ábside en el que se sitúan (como el mayor de la catedral Vieja de Salamanca), aunque es más común el esquema cuadrangular con un saliente en la parte superior a modo de remate (la espina o ático), que inicialmente tomaba la forma de uno o varios gabletes. El contorno del retablo solía estar recorrido por una moldura muy resaltada (el guardapolvo). Se utilizaban abundantemente los elementos decorativos de la arquitectura gótica, enmarcando las figuras (fuean pinturas, relieves o imágenes de bulto) mediante doseletes o chambranas, y pináculos, cresterías, florones y otros elementos ocupando el resto del espacio (horror vacui). Fue habitual también la introducción de elementos heráldicos o incluso la inclusión de retratos de los comitentes (habitualmente, en posición orante). Con el tiempo se fue estableciendo la separación entre el cuerpo del retablo propiamente dicho y el banco o predela sobre el que se apoya; y dentro de aquél, la configuración en cuerpos y calles. Los retablos ganaron en dimensiones, complejidad y lujo, hasta convertirse en enormes estructuras profusamente decoradas. Resultaron idóneos para la narración de los ciclos de la vida de Cristo, la Virgen o el santo a quien el altar se dedicaba. La presencia de numerosas imágenes, advocaciones o reliquias dentro de un mismo templo justificó la multiplicación de capillas, altares y retablos. El de la capilla mayor o presbiterio, foco de atracción principal, se denomina «retablo mayor», mientras que los situados a lo largo de muros laterales, trasepto y girola reciben la denominación de «retablos laterales» o «retablos menores».

Fachadas-retablo

La retablística de los siglos XV y XVI alcanzó un desarrollo extraordinario en los reinos cristianos de la península ibérica, donde a las características generales del estilo gótico se le sumaron las específicas tanto del gótico flamenco (las relaciones comerciales y políticas con Flandes eran especialmente intensas) como del gótico italiano por otro, y las influencias locales del arte mudéjar. La propia arquitectura refleja la importancia que habían alcanzado los retablos, al proyectar las convenciones de su diseño en las fachadas principales de los templos (e incluso de otro tipo de edificios), con la tipología denominada «fachada-retablo» (no debe confundirse con un concepto confluyente, el de fachada-telón), que se prolongó en la arquitectura española del Renacimiento y el Barroco y la arquitectura colonial de América. Para la nueva concepción de las portadas, el momento clave fue la superación de la concepción románica y gótica clásica de las portadas abocinadas de arquivoltas y tímpanos con decoración escultórica, que se altera sustancialmente en la arquitectura hispano-flamenca de la segunda mitad del siglo XV.

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Retablo de San Vicente, del Maestro de Estopiñán o de Estimariu (ca. 1370).

Retablos góticos en la península ibérica

Véanse también: escultura gótica#Península Ibérica, Pintura gótica en España, Arte hispano-flamenco y Gótico isabelino. Entre los ejemplos supervivientes, pocos se conservan en su ubicación original. Gran parte han sido trasladados a los museos diocesanos y provinciales, y algunos de los más importantes han pasado a formar parte de las colecciones del Museo Nacional de Escultura (Valladolid), el Museo Nacional de Arte de Cataluña (Barcelona) o el Museo del Prado (Madrid). Muy notables han sido las exposiciones temporales del ciclo Las Edades del Hombre. Como resultado del expolio del patrimonio artístico español (muy intenso entre 1808 y mediados del siglo XX) muchos retablos góticos han terminado en colecciones particulares y en museos extranjeros. Ya con anterioridad lo habitual es que hubieran sufrido todo tipo de alteraciones al ser desmontados por diferentes motivos, frecuentemente como consecuencia de su sustitución por retablos de época renacentista o barroca, y para su reutilización en entornos distintos a aquellos para los que fueron inicialmente diseñados. Todo ello ha producido que la mayor parte se encuentren dispersos o se hayan perdido total o parcialmente. Las fuentes documentales escritas para estas épocas (relativamente abundantes en los archivos españoles por comparación a otros casos) hace posible reconstruir la historia de un buen número de retablos, pero lo más probable es que para la gran mayoría no se llegue a tener ni siquiera noticia de su existencia. Destacan, por orden cronológico:

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Retablo mayor de la iglesia del Monasterio de Santa María de El Paular, probablemente del taller de Juan Guas (finales del siglo XV), de alabastro policromado.

  • El retablo mayor de la Catedral de Gerona, realizado en plata, formando veintiséis compartimentos con figuras de relieve, del siglo XIV.
  • El antiguo retablo mayor de la Catedral de Barcelona, de estructura fundamentalmente arquitectónica (1356-1367, modificado en los siglos XV y XVI -su imagen central, un apóstol Santiago, se añadió al trasladarse el retablo a la iglesia de San Jaume de la misma ciudad, en 1971-).
  • El retablo de San Cristóbal (siglo XIV), procedente de un monasterio riojano.
  • El retablo de Santo Domingo de Tamarite de Litera (segundo tercio del siglo XIV).
  • Los debidos al Maestro de Estimariu o de Estopiñán (activo en la Corona de Aragón entre 1360 y 1380 -su identidad y procedencia es objeto de debate-), como el retablo de San Vicente y las tablas de Santa Lucía.
  • Los debidos a Andrés Marzal de Sax (Marçal de Sas -probablemente procedente de Sajonia-), introductor del gótico internacional centroeuropeo en España (activo en Valencia entre 1393 y 1410). Se le atribuye tradicionalmente el «gran retablo de San Jorge» pintado para la Hermandad del Centenar de la Ploma, aunque actualmente se discute la atribución, debiendo asignarse a un «Maestro del Centenar».
  • Los debidos a Pere Serra, como el retablo del Espíritu Santo de la Seu de Manresa (ca. 1394) y el retablo de Todos los Santos del monasterio de Sant Cugat (1375).
  • El retablo de Quejana (1397).
  • Los debidos a Gherardo Starnina (retablo de la capilla del Salvador de la Catedral de Toledo -1395-, retablo de fray Bonifacio Ferrer, Valencia, 1398-1401).
  • El retablo del arzobispo don Sancho de Rojas (1415-1420),55 procedente del Monasterio de san Benito de Valladolid, atribuido a Juan Rodríguez de Toledo (que probablemente recibió la influencia de pintores italianos como Starnina).56
  • El retablo mayor de la Catedral Vieja de Salamanca, de Nicolás Florentino y Dello Delli (1430-1450).
  • El antiguo retablo mayor de la Catedral de León, hoy desmantelado, de Nicolás Francés (ca. 1434).
  • El retablo mayor de la Seo (Zaragoza, 1434-1480), de Pere Johan y Hans de Suabia, tallado en alabastro.
  • Los debidos a Bernat Martorell, que desarrolló una extensa labor retablística a mediados del siglo XV (Retablo de la Transfiguración de la Catedral de Barcelona, Retablo de los santos Juanes de Vinaixa, Retablo de San Miguel de la Pobla de Cervoles, Retablo de San Pedro de Púbol, Retablo de santa María Magdalena de Perella, Retablo de San Vicente de Menàrguens, etc.)
  • El retablo de la capilla de la Casa de la Ciudad de Barcelona, del pintor Lluis Dalmau y el carpintero Francesc Gomar (1443-1445). Sólo se conserva el panel principal, denominado Virgen dels Consellers.
  • El retablo de Peralta de la Sal (1450-1456), de Jaume Ferrer y Pedro García de Benavarre, interpretado como de transición entre el gótico internacional y la influencia de los primitivos flamencos (concretamente de Robert Campin).
  • Los debidos a Nuno Gonçalves («paneles de Avis» o «de San Vicente de Fora», ca. 1470) y a los llamados «primitivos portugueses» (véase también Gótico portugués#Pintura).
  • El retablo de la iglesia de Santo Domingo de Silos de Daroca, con tabla central de Bartolomé Bermejo y el resto de Martín Bernat (1474-1477). Actualmente desmontado, la tabla de Bermejo es una de las obras más destacadas del Museo del Prado.
  • Los debidos a Fernando Gallego, que desarrolló una extensa labor retablística a finales del siglo XV (retablos de la Catedral de Zamora -el retablo de San Ildefonso y el retablo mayor, hoy disgregado en las «tablas de Arcenillas»-, retablo de la Catedral de Ciudad Rodrigo, retablo de Santa María la Mayor de Trujillo, retablo de la iglesia de la Asunción de El Campo de Peñaranda, etc.)
  • El retablo mayor de la Catedral de Sevilla, considerado uno de los más grandes de la cristiandad, realizado en un dilatado periodo (entre 1482 y 1564) por Pedro Dancart, el Maestro Marco, Pedro Millán, Jorge Fernández Alemán, Roque Balduque, Juan Bautista Vázquez el Viejo y Pedro de Heredia.
  • El retablo, oratorio o políptico de Isabel la Católica (ca. 1496-1504), de Juan de Flandes y Michael Sittow (Melchior Alemán), un retablo devocional portátil, hoy desmontado, del que se conservan veintiocho tablas de las cuarenta y siete originales, donde se desarrollaba el ciclo de las vidas de la Virgen y Cristo.
  • El retablo mayor de la Cartuja de Miraflores (Burgos), de Gil de Siloé (1496-1499).
  • El retablo mayor de la Catedral de Toledo, donde intervinieron Felipe Bigarny, Sebastián de Almonacid, Petit Juan o Juan de Borgoña (1497-1504). La novedosa incorporación del transparente o camarín, fórmula de gran éxito posterior.
  • El retablo mayor de la Catedral de Ávila (1499-1508), donte intervinieron Pedro Berruguete, Juan de Borgoña o el entonces joven Vasco de Zarza. Curiosamente, años después, en 1525, Zarza realizó junto con el joven Alonso Berruguete (hijo de Pedro) el retablo mayor del monasterio de la Mejorada de Olmedo, ya con criterios renacentistas.
  • El retablo mayor de la Catedral de Oviedo, realizado por un equipo de artistas comandado por Giralte de Bruselas (1512-1517).
  • El retablo mayor de la Basílica de Lequeitio, de escultor desconocido (probablemente del círculo hispano-flamenco de Gil de Siloé y Alejo de Vahía), dorado y policromía de Juan García Crisal (1514).
  • El retablo mayor de la Catedral de Orense, por Cornelis de Holanda (comienzos del siglo XVI).

Retablos góticos en Europa centro-occidental

Las zonas divididas políticamente entre el reino de Francia, el Estado borgoñón y los principados del Sacro Imperio Germánico desarrollaron una importante producción de retablos góticos en los últimos siglos de la Edad Media, etiquetados estilísticamente con las distintas denominaciones del Gótico tardío; destacadamente el Gótico internacional, caracterizado por el refinamiento, la elegancia y el sentimentalismo, las proporciones esbeltas, las líneas sinuosas y el matizado colorido que permite dar sombreado y volumen a las figuras (pintores como Conrad Soest, el Maestro Francke, Stefan Lochner, Henri Bellechose, Jean Malouel, Jean de Beaumetz, etc.), con influencia también en zonas más alejadas de Centroeuropa, como Italia o España. Retablo de los Reyes Magos (Dreikönigsaltar) en la Catedral de Colonia, de Stefan Lochner (1445). Dentro de ese estilo, en la Bohemia del siglo XIV destacó el trabajo de dos maestros anónimos, autores respectivamente del Retablo de Vyšší Brod o de Hohenfurth, que representa la infancia de Cristo (convento cisterciense de Vyšší Brod o Hohenfurth, del llamado Maestro de Vyšší Brod o de Hohenfurth, ca. 1350 -hoy desmantelado-) y del Retablo de Třeboň o de Wittingau (convento de los agustinos de Praga, del llamado Maestro de Třeboň o de Wittingau, ca. 1380-1390). En la misma zona, en el siglo XV destacó el llamado Maestro del Jardín del Paraíso de Frankfurt o Maestro del Alto Rin. Desde mediados del siglo XV, la evolución de las formas artísticas quedó marcada por el desarrollo de la pintura flamenca e italiana en el nuevo contexto del Renacimiento, pero el Gótico pervivió hasta bien entrado el siglo XVI.

Retablo italiano del Gótico al Renacimiento

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Retablo de San Luis, de Simone Martini, el primero conservado con una predela historiada.
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La coronación de la Virgen,86 de Lorenzo Monaco (1414).
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Retablo de la Adoración de los Reyes Magos, de Gentile da Fabriano (1423).
Desde principios del siglo XV, una nueva corriente estética que toma como fuente de inspiración la Antigüedad grecolatina triunfa en Europa: el Renacimiento. Tras imponerse en un primer momento en la península italiana, el nuevo estilo artístico se difunde rápidamente, alcanzando su máximo esplendor a mediados del siglo XVI. El Renacimiento traía consigo una revisión de las formas góticas, que serán sustituidas por elementos de carácter clasicista. En Italia, el retablo (llamado allí pala) nunca había adquirido grandes proporciones, pues se mantenía la tradición de las pinturas al fresco en las iglesias; aunque Giotto o Simone Martini, fresquistas de renombre, también realizaron destacados polípticos destinados a altares. Casi toda la obra de Duccio está realizada en pale. También es destacable l’Altare di argento, el retablo de plata del baptisterio de Florencia (compartimientos centrales, de Betto di Geri y Leonardo di Giovanni, 1366 -los cuatro relieves laterales son de escultores del Quattrocento: Pollaiuolo, Verrocchio y otros dos orfebres-). Surgen nuevas técnicas, como la terracota esmaltada (hermanos Della Robbia), a la vez se generaliza el empleo de mármol, bronce o granito en contraposición a la madera policromada. Los elementos decorativos típicamente renacentistas, como el grutesco, candelieri, los roleos vegetales, los putti, el tondo o clípeo, o los flameros, pasan a ornamentar las nuevas estructuras, formadas por pilastras, columnas o semicolumnas, frisos y cornisas, todo ello con un clara inspiración en la antigüedad clásica. Algunos retablos se integran en el espacio arquitectónico para el que se han diseñado, con efectos de trampantojo. La influencia pagana o profana acaba trasladándose también a las imágenes religiosas. Todos estos elementos traspasarán pronto el ámbito de la península italiana exportándose al resto de territorios europeos.

Retablos flamencos tardogóticos y Renacimiento nórdico

El llamado «políptico de Gante» o retablo de la adoración del cordero místico (abierto), de los hermanos Van Eyck (1432).

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Díptico de Melun, de Jean Fouquet (1452-1458).

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  • Retablo mayor de la Catedral de Košice, del llamado Maestro de la Leyenda de Santa Isabel (1474-1477).
  • El llamado retablo Paumgartner, de Alberto Durero (1502-1504). Durero realizó algunos otros grandes retablos, como el llamado altar de Heller aunque el más famoso de sus polípticos no es una «pieza de altar», ni siquiera propiamente devocional, a pesar de su tema religioso, dado su tratamiento «moderno» de los desnudos: Adán y Eva.
  • Retablo de Santa Margarita, de un maestro anónimo del norte de Alemania (ca. 1520). Probablemente procede de la Johanniskirche de Lüneburg. A pesar de lo tardío de la fecha, sigue manteniendo las convenciones estéticas del gótico internacional.
  • Pequeño retablo devocional privado de la tipología denominada en flamenco Besloten Hofje117 («jardín cerrado», en referencia al tema del Hortus conclusus) procedente de Brabante (ca. 1594).

En la zona ambiguamente denominada «Flandes» por la historiografía, el Estado Borgoñón protagonizó un esplendor cultural que Johan Huizinga calificó de Otoño de la Edad Media; y que continuó en la Edad Moderna bajo los Habsburgo. Como los apreciadísimos tapices flamencos, los retablos flamencos se exportaban a toda Europa, tanto los polípticos pictóricos (los Van Eyck, Van der Weyden, Van der Goes) como los escultóricos, de compleja composición arquitectónica y motivos derivados del gótico internacional.118 Algunos de ellos recibieron denominaciones encomiásticas (como «la perla de Brabante» o «el milagro de Dortmund»). En el reino de Francia cobró gran fama la obra de escultores como Antoine Le Moiturier (retablo del juicio final de la colegiata de San Pedro de Aviñón, del que sólo subsisten dos ángeles), y pintores como Jean Fouquet (el atrevido díptico para la capilla funeraria de Agnès Sorel en la Catedral de Melun). En las ciudades centroeuropeas de cultura germánica, en torno al Rin y el Danubio, que asistieron al nacimiento de la imprenta, de espectacular repercusión en la difusión del humanismo y la transformación de la cultura en las décadas finales del siglo XV y las primeras del siglo XVI, destacó la obra de pintores como Pacher, Durero, Grünewald, Altdorfer, Ratgeb, Baldung, los Cranach o los Holbein, que también se desarrolló en la retablística. Alternativamente, o integrándose en los mismos retablos, se desarrolló la obra de escultores como Veit Stoss, Nikolaus Gerhaert, Tilman Riemenschneider o Nicolas de Haguenau. Las formas evolucionaron desde los paneles fijos de modestas dimensiones hasta las grandes y complejas estructuras articuladas con compleja ornamentación arquitectónica. Las alas se solían dedicar a representaciones pictóricas de los santos, mientras que el panel central se reservaba a escenas evengélicas en tallas de bulto. A partir de 1517, el impacto de la Reforma Protestante fue notabilísimo, y en lo que toca a los retablos, provocó la destrucción de muchas imágenes religiosas; aunque también hubo destacados artistas luteranos que continuaron realizando piezas de altar, como los Cranach.

Retablo renacentista español

Retablo mayor de San Pelayo de Olivares de Duero (ca. 1520-1530). Ensamblador Pedro de Guadalupe (traza y decoración), pinturas de Juan de Soreda (51 tablas), esculturas de Alonso Berruguete (el Calvario del ático) y del círculo de Felipe Vigarny (el resto). Retablo lateral de la capilla de Santa Ana en la Catedral de Burgos, de Diego de Siloé (principios del siglo XVI). Es comparable el retablo central de la capilla, de estilo gótico (obra de Gil de Siloé, padre de Diego -véase en su sección-), con las características platerescas de éste: ornamentación de tondos, grutescos, veneras y querubines, ordenada estructura arquitectónica de pilastras planas y frisos con menuda decoración; y motivos heráldicos en el banco.

  • Retablo de Santa Elena en la catedral de Gerona, de Pedro Fernández de Murcia -o «Pere Fernández»-, Antonio Norri -o Antoni Norri- y Antonio Matteu -o Antoni Matteu- (1517-1520).
  • Retablo de la capilla del Santísimo de la iglesia del Miracle, atribuido a Pere Nunyes (1530).

Véanse también: Escultura del Renacimiento en España y Pintura renacentista de España. Suele establecerse una periodización cronológica del Renacimiento en España entre el Alto y el Bajo Renacimiento español, aunque las etiquetas estilísticas son de uso problemático: «plateresco» se aplica a las producciones del primer tercio del siglo XVI, caracterizadas por el horror vacui, que se comparaban con el trabajo de los plateros, y en el que se encuadran tanto los últimos maestros de tradición gótica o hispano-flamenca como la introducción de nuevos elementos de origen renacentista italiano; «manierista» se aplica al tercio central del siglo (aunque es un adjetivo que puede aplicarse tanto a los discípulos de las grandes figuras italianas de comienzos del XVI como al periodo post-tridentino y hasta el comienzo del siglo XVII); «romanista» se aplica al tercio final del siglo, caracterizado por las formas sobrias de Gaspar Becerra y el gran proyecto escurialense.

Retablo plateresco

En España, la estética renacentista tardó en imponerse, debido al arraigo de las formas góticas o hispano-flamencas. En un primero momento, las formas italianizantes aparecen tímidamente en los retablos (al igual que lo hacía en la arquitectura), en forma de detalles decorativos. Sólo avanzado el siglo XVI se conforma una estética novedosa: el estilo plateresco. El retablo plateresco combina elementos gotizantes con otros de raigambre italiana, caracterizándose por su carácter narrativo (relieves o pinturas) y el desarrollo del tabernáculo que adopta una posición central y prominente. Los retablos platerescos son generalmente muy planos, configurándose mediante pilastras o semicolumnas, con la novedad del balaustre como soporte. La decoración suele ser estilizada y menuda, en forma de grutescos, veneras, cabezas de querubines, angelotes, roleos…, apareciendo nuevas tipologías formales, como los relieves circulares o los realizados en stiacciato.

En la Corona de Castilla son ejemplos destacados de retablo plateresco:

  • el retablo mayor de la catedral de Palencia, considerado uno de los primeros retablos renacentistas en España (contratado en 1504), obra de Felipe Vigarny, Alejo de Vahía, Pedro de Guadalupe, Juan de Flandes y Juan de Valmaseda;
  • el retablo mayor de la Capilla Real de Granada, obra igualmente de Felipe Vigarny, decorado con escenas de la conquista de Granada y estatuas orantes de los Reyes Católicos, por Diego de Siloé;
  • el retablo mayor de la iglesia de San Pelayo de Olivares de Duero (provincia de Valladolid);
  • el retablo mayor del Convento de San Pablo de Palencia;
  • el retablo de la capilla de la Piedad de la Iglesia de San Miguel Arcángel (Oñate);
  • el retablo de la iglesia del Salvador (Calzadilla de los Barros), de Antón de Madrid (primer tercio del siglo XVI).

En la Corona de Aragón, simultáneamente a la introducción de las formas renacentistas italianas por Pedro Fernández de Murcia (retablo de Santa Elena de la Catedral de Gerona), continuó la tradición gótica del retablo-expositor de alabastro, adaptándose a la nueva estética, destacando en este ámbito Damián Forment, al que se deben: el retablo mayor de la Basílica del Pilar de Zaragoza (1512-1518), en alabastro, de estructura gotizante y relieves casi de bulto redondo; el retablo mayor de la Catedral de Huesca (1520), realizado en alabastro, su cuerpo es un gran tríptico de tres escenas que muestran la pasión de Cristo; el retablo mayor del monasterio de Poblet, de carácter más plateresco, con las características veneras planas; el retablo mayor de la catedral de Santo Domingo de la Calzada, realizado en madera dorada y policromada, con exuberante decoración. También fue notable en los retablos aragoneses de esta época el trabajo de Juan de Moreto, Juan de Salas y Gabriel Yoly (retablo de la capilla de San Miguel de la Catedral de Jaca, retablo mayor de la Catedral de Teruel); continuado en las décadas centrales del siglo XVI por Cosme Damián Bas (retablos de la Catedral de Albarracín, algunos en madera sin policromar).

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