Los Mitos Etiologicos. Los etiologicos o etiológico» es el mito que pretende explicar los orígenes de algo. La palabra griega «etios» significa causa y esta clase de mito es menos frecuente ya que hablan de la causa, del origen de ciertos fenómenos naturales u objetos, es decir, intentan dar una explicación a las propiedades del presente; el porqué de instituciones políticas, sociales o religiosas. De acuerdo a la definición que dice que, los mitos etiológicos «explican» (fantásticamente, imaginariamente, fuera de lo real) el origen de los seres y de las cosas, la siguiente es una serie de ejemplos en la vida actual de mitos etiológicos Mito, ciencia y religión Los mitos se dan en todas las partes y todos los pueblos del mundo y, a pesar de su asombrosa variedad, compartan ciertas características. Estas similitudes son debidas a que los hombres se encuentran en todos los sitios ante los mismos problemas básicos y se plantean las mismas preguntas. Quieren saber por qué son lo que son, por qué la naturaleza se comporta como lo hace y cómo están relacionados las causas y los efectos. Es propio del ser humano buscar causas y significados a todo cuanto aparece ante él. Aunque la ciencia ha contestado ya a muchas preguntas acerca del «cómo», los «porqué» la relación del hombre con el cosmos, la naturaleza de la fuerza vital en su interior continúan irresolutos e irresolubles.
Pero los mitos no explican solamente por qué el hombre y el mundo en el que vive son como él los percibe. Este concepto de la mitología sería inadecuado.
Los mitos pueden agruparse geográficamente, teniendo en cuenta su lugar de origen, o bien según su temática básica. Como algunos temas, a pesar de ciertas variantes, son universales, escogeremos uno de ellos, el de las cuatro estaciones, y observaremos sus formas mitológicas. Los mitos de la creación y los heroicos (llamados también épicos) corresponden a la fase primaveral y representan los comienzos de la humanidad.
Los mitos de la creación tratan de los orígenes del mundo y presuponen que en un principio existía algo no creado, que se representa normalmente como el Abismo o el Caos, vasto y oscuro como el Nun egipcio, el océano primigenio donde reposan los gérmenes de todas las cosas y todos los seres antes de la creación. Al creador se le considera siempre divino. Pero en algunas tradiciones, especialmente en la judeocristiana, es un “Padre» abstracto no humano y eterno. En otras, como en la griega o la egipcia, el acento es intensamente biológico.
Una vez explicados los orígenes del mundo y del cosmos, el hombre tiene que explicarse a sí mismo y su cultura. ¿Cómo aprendió a encender fuego, a pescar, cazar, criar animales domésticos, cultivar la tierra, descubrir remedios curativos y, más tarde, a desarrollar una cultura compleja? La invención de cosas tan importantes para la supervivencia del hombre se atribuía a héroes de culto, dotados de cualidades poco corrientes. Normalmente, estos héroes eran hijos ilegítimos de dioses, perseguidos por las agraviadas esposas de sus padres.
Otra versión de la primera fase tiene lugar cuando el acto heroico es realizado furtivamente, en especial con trampa o robo. Como de costumbre, el héroe ha contrariado a los poderes gobernantes; pero, a pesar del castigo que éstos le infligen, la proeza se lleva a cabo y la humanidad da un paso adelante hacia la igualdad con los dioses. El más conocido héroe-ladrón de la civilización occidental es Prometeo, quien robó el fuego que había sido privilegio de los dioses del Olimpo. La importancia del fuego no residía sólo en que ahora el hombre podría calentarse y cocer alimentos que de otra manera no eran comestibles. El fuego además le daba luz, alusión al despertar de la conciencia humana. Zeus castigó a Prometeo encadenándole a una roca, donde de día un águila le devoraba el hígado, que por la noche le crecía de nuevo para ser otra vez devorado al día siguiente.
El verano, cuando el sol está en la cima de su poder, es asociado con las imágenes del triunfo del héroe y de la receptividad de la mujer. Los mitos de esta estación encarnan la idea de la unión y del fruto del cielo y de la tierra tanto en el plano sexual y reproductor como en el espiritual.
No cabe apenas duda de que los mitos han sido contados y recopilados desde un punto de vista masculino. En ellos se considera a la mujer como el segundo sexo, como una recién llegada a la creación y un ser decididamente inferior e incluso tal vez maligno.
El otoño, cuando la fertilidad y el vigor del verano dan paso a la muerte de las cosechas y al declive en fuerza del sol, se asocia en la mitología con la muerte del dios o del héroe, con el poder destructor de la diosa madre y con la muerte o la inseguridad de la tierra y de las criaturas a las que mantiene.
La historia griega de Démeter y su hija Perséfone muestra cómo el mito intenta explicar las preguntas centrales de la vida: aquí, la pérdida anual de la fertilidad de la tierra y la muerte aparente de la naturaleza. Zeus era a la vez padre y tío de Perséfone. Sin saberlo, Démeter, prometió a su hermano Hades (dios del mundo subterráneo) que le daría como esposa a Perséfone. Mientras la muchacha estaba recogiendo flores en los campos de Nisa, la tierra se abrió de repente y Hades se la llevó consigo. Cuando Démeter supo lo ocurrido, airada contra Zeus, abandonó el Olimpo y, al ser ella la diosa de la fertilidad, la tierra quedó estéril y dejó de producir. El hambre habría aniquilado a todo ser viviente si Zeus no hubiese enviado a Hermes para que rescatara a Perséfone. Hades aceptó precisamente cuando acababa de dar a Perséfone una granada. Como se la había comido bajo tierra, allí debería pasar una tercera parte del año. El resto podría pasarlo en feliz reunión con su madre, quien, por consiguiente, permitió a la tierra volver a dar fruto. En este mito de fertilidad y muerte, Perséfone en el mundo subterráneo simboliza el grano sembrado; Perséfone al lado de su madre es la semilla germinada que alimenta al hombre y a los animales. Para indicar el paso de las estaciones, para asegurar su perpetuación y para hacer propicia la diosa, se celebraban en Atenas unas fiestas, las Eleusinias, como las fiestas de la cosecha en otras partes del mundo. Además de explicar la sucesión de las estaciones, los mitos justifican también ciclos más cortos, como el de la salida y la puesta del Sol y el de las fases y eclipses de Luna.
La inundación, como suceso destructor periódico, halla eco tan universalmente en la mitología, que ésta parece reflejar acontecimientos efectivamente ocurridos; pero es probable que muchas inundaciones locales fueran interpretadas como sucesos a escala mundial. El esquema de estos mitos es siempre el mismo: todos los habitantes de la tierra perecen a causa de un gran diluvio, excepto un hombre o una familia que consiguen salvarse gracias a una advertencia previa; por fin la ira de los dioses se aplaca, cesan las lluvias y renace la vida. Hay variantes interesantes. En la versión hindú Manú, a diferencia de Noé, era el único superviviente gracias a la advertencia que le hizo un pez. Cuando todo terminó, se sintió solo y quiso una esposa. Los dioses, desde luego, la crearon, y lo hicieron con las ofrendas de los sacrificios de Manú: leche cuajada y mantequilla. En la Epopeya de Gilgamesh mesopotámica, los supervivientes del diluvio, Utnapishtim y su esposa, tuvieron experiencias similares, pero su relación con los dioses no era tan personal como la de Noé y Yahvé. Por un lado, Utnapishtim recibió el aviso mediante un subterfugio de Ea, señor de las aguas y de la sabiduría quien al hacer eso divulgó un plan secreto de los dioses. Además, tampoco hubo ninguna promesa por parte de los dioses de que un desastre como aquél no volvería a repetirse.
No es sorprendente que la muerte, el misterio último de la vida, sea un tema mitológico universal. Se considera siempre a la muerte como una intrusa: no existía al principio, cuando la vida de los humanos se renovaba continuamente, como las serpientes cambian de piel o la Luna de fases. La muerte suele aparecer como el resultado de un error, como un castigo, o como un pacto. La idea de la muerte como error se centra a menudo en un mensaje que se pierde. Por ejemplo, en África, Dios envía al camaleón a decir a los primeros hombres que son inmortales. Pero al demorarse éste, se le adelanta el lagarto, mensajero de la muerte. La muerte como castigo (a menudo a causa de la falta cometida por una mujer, como en la historia bíblica de Adán y Eva)es un tema muy común. Los indios algonquinos de Norteamérica decían que la gran Liebre dio la inmortalidad al hombre en un paquete que le prohibió abrir. Pero su curiosa esposa lo abrió y dejó escapar la inmortalidad. En algunos sitios aparece la muerte como pacto. Un mito de los esquimales de Groenlandia dice que al principio no había muerte pero tampoco sol. Una anciana se obstinó en que, si no era posible tener una cosa sin la otra, seria mejor tener las dos a la vez, pues sin luz la vida no valía la pena.
La muerte como conclusión irrevocable es inaceptable para la mayoría de los seres humanos. Por lo tanto, la función del mito es explicar que la vida en su forma conocida debe terminar, tan inevitablemente como llega el invierno pero debe apuntar también hacia un futuro difícil de imaginar para nosotros.
En su intento por evitar lo inevitable, el hombre ha creado muchos mitos acerca de los remedios para mantener lo vida, como pociones mágicas y elixires de inmortalidad o de rejuvenecimiento. Uno de ellos es la Epopeya de Gilgamesh, en la que el héroe se sumerge en el mar cósmico con piedras atadas a los pies. En el fondo encuentra la hierba de la inmortalidad, la coge, se desprende de las piedras y sube a la superficie. Pero su triunfo dura poco tiempo: mientras Gilgamesh se está bañando en una fuente, surge una serpiente y se come la hierba. El cambio periódico de piel convierte a la serpiente en símbolo de rejuvenecimiento e inmortalidad, mientras que el hombre tiene que asumir su mortalidad. Otros seres semidivinos han intentado engañar a la muerte y a sus mensajeros. El tramposo polinesio Maui intentó incluso matar a la misma diosa de la muerte. Con sus amigos los pájaros, se arrastró hacia la diosa mientras ésta dormía, intentando penetrar dentro de su cuerpo por entre los muslos, para matarla y finalmente escapar por su boca. Al principio parecía ir todo bien, pero cuando un ave aguzanieves vio que sólo las piernas de Maui asomaban por fuera de la diosa, no pudo contener la risa, y aquélla se despertó. Entonces cerró las piernas y su seno se convirtió en la tumba de Maui. En la mitología de muchos países aparece un elemento conmovedor: el intento de rescatar un ser querido de las garras del mundo de ultratumba. Así, Jzanami quien, según el mito japonés, con su marido Izanagí había creado el mundo a partir del océano, muere al dar a luz al fuego. Izanagí, desconsolado por la pérdida, la sigue a la Tierra de la Oscuridad. La encuentra en un castillo y la persuade para que vuelva con él, pero ella se rezaga diciendo que ya ha tomado alimento allí (al igual que Perséfone, en un parecido mito griego). Izanagí, impaciente, enciende la luz y advierte su avanzado estado de descomposición. Izanami, airada por haber sido vista en tan humillante condición, intenta matar a Izanagí. Lo persigue e Izanagí consigue a duras penas salvarse.
Pandora, al abrir la caja, liberó todas las calamidades. El mito griego de Orfeo es una variante de esta historia. Muerta Eurídice a causa de una mordedura de serpiente, Orfeo decide seguirla al Hades. La calidad de su música es tal que cesa el tormento de los condenados y Eurídice puede volver con Orfeo a condición de que él no se vuelva para mirarla hasta que hayan llegado al mundo terrenal. Pero su impaciencia es más fuerte: se vuelve y ella desaparece. (El fatal error de mirar hacia atrás se encuentra también en la historia bíblica de la mujer de Lot, quien miró para atrás cuando abandonaba Sodoma y se convirtió en una estatua de sal.) La moraleja de estos mitos podría ser que el hombre debe aprender a aceptar las inevitables separaciones que la vida impone, de las cuales la muerte es la última.
La resistencia del hombre a aceptar la muerte como fin de la vida aparece en el tema universal del mundo que hay más allá de la muerte. En muchas tradiciones, este otro mundo está en algún lugar de la Tierra, a menudo en el Oeste (el Edén es una excepción) y separado por el agua del mundo conocido, como el Avalan celta, las Islas de bienaventurados griegas y los Cotos de caza Felices de los indios norteamericanos. En otras está bajo tierra, como los reinos de Tumbucaka (Malawi). Por último, en otras está en el Firmamento, como el cielo judeocristianos y los paraísos hindú y budista. Algunos reinos admiten a todos los muertos sin tener en cuenta sus méritos; otros limitan su entrada a quienes se la han ganado. El Hades griego, por ejemplo, acepta las almas de todos aquellos a quienes el barquero Caronte ayuda a cruzar la laguna Estigia, a condición de que paguen el óbolo correspondiente; en cambio, en las tradiciones judeocristianas, el alma es destinada al cielo o al infierno según el juicio divino sobre la vida terrenal de la persona; y en los mitos egipcios Anubis pesa el corazón de los muertos. Pero el mérito no siempre se mide en términos morales, y el «cielo» a menudo refleja las injusticias de la tierra. En las Islas Sotavento, solo los aristócratas van al Rohutu «Dulcemente perfumado»; el pueblo llano va al Rohutu «maloliente». Los palacios del Sol sólo se abrían para los Incas y los nobles de Perú. Y al Walhalla nórdico iban los guerreros valientes. Incluso el paraíso cristiano no siempre se alcanza con una vida pura: El teólogo suizo Calvino (1509-64) sostenía que la salvación dependía de la arbitrariedad divina. Generalmente «los cielos» se representan como llenos de delicias terrenales, lugares de juventud eterna liberada de la necesidad.
El fin del mundo y el retorno al caos son un conclusivo tema mitológico. Para que los dioses no retiren la protección que otorgan al mundo se celebran fiestas, ritos y sacrificios. Pero casi todas las mitologías prevén una época de destrucción, anunciada por todo tipo de desastres. Tradiciones tan dispares como las de los aztecas mexicanos y las de los budistas y las hindúes de India prevén diversas edades del mundo, caracterizadas por unos niveles decrecientes de moralidad y devoción. Los aztecas creían que el mundo seria destruido por el fuego, finalizada la última era.
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