Los bosque de Manglares de Tumbes. (SNLMT) está ubicado en la provincia de Zarumillas, en el departamento de Tumbes. Tiene una extensión de 2,972 hectáreas. Este espectacular lugar ubicado en la costa fronteriza con Ecuador es un lugar único pues alberga la mayor extensión de manglares del país. Es por eso que el valor de este ecosistema no solo se debe a su diversidad biológica, sino también a que muchas poblaciones humanas obtienen beneficios directos a través de la extracción, comercialización y consumo de los productos hidrobiológicos que obtienen.
Además, los manglares son potenciales e importantes áreas para el turismo, la investigación científica, el desarrollo de campañas de sensibilización pública y la educación ambiental. Cuando uno visita el extremo costero norte del Perú, es inevitable relacionar esta tierra fértil con sus delicias culinarias. Es por eso que salta casi inmediatamente un cebiche de conchas negras, de langostinos o algún plato con cangrejos.
Y son justamente estos productos los que se encuentran en este recinto y que son manejados por los pobladores locales para satisfacer sus demandas básicas. Tanto el cangrejo del manglar (Ucides occidentalis), los langostinos (Penaeus spp.), así como la concha negra (Anadara tuberculosa) encuentran protección en el SNLMT.
El Santuario custodia el majestuoso bosque de manglar y protege una alta diversidad biológica, además de incentivar la recreación y aumentar las corrientes turísticas en los lugares aledaños. El manglar es un tipo de ecosistema de zonas tropicales que toma su nombre del mangle, un árbol adaptado fisiológica y anatómicamente a las aguas con mucha salinidad y que crece solo en lugares inundados alternadamente por el mar y la desembocadura de alguna fuente de agua dulce. En Tumbes se encuentra desde el delta que forma la desembocadura del río Tumbes hasta la Punta Capones, en la frontera con el Ecuador.
La comunidad del manglar en Tumbes está tipificada por cuatro especies de mangle: el mangle rojo (Rhizophora mangle), el mangle salado (Avicennia germinans), el mangle blanco (Laguncularia racemosa), y el mangle botón (Conocarpus erectus) así como otras 40 variedades botánicas. Estos manglares son el hábitat apropiado, y en muchos casos único, para una amplia gama de especies. También encontramos más de 200 especies de aves -muchas de ellas únicas y en peligro de extinción-, como garzas de diferentes especies o el ave fragata (fregata magni-ficens) y mamíferos de distribución restringida y en situación rara o amenazada, como el perro conchero, también llamado el oso manglero o mapache (Procyon cancrivorus)y la nutria del noroeste (Lutra longicaudis), sin olvidar el cocodrilo americano
La vegetación tiene la capacidad de vivir en agua salobre y varias especies excretan sal por las hojas. El sustrato sobre el que crecen los árboles es fangoso y con alto contenido de ácido sulfhídrico venenoso, por lo que los árboles poseen raíces en forma de zancos y algunas especies tienen raíces aéreas, ubicándose ras raicillas en la parte superior del fango, donde hay oxígeno. La reproducción del mangle implica una adaptación para la rápida fijación en el fango: de la flor nace una plántula que al caer se clava en el fango.
En los manglares las mareas son muy pronunciadas y, cuando bajan el fango y las raíces quedan al descubierto, penetrando animales terrestres en busca de alimento. Al subir la marea penetran en el manglar especies marinas, produciéndose un continuo intercambio de la fauna marina y terrestre.
Los manglares son zonas marinas más productivas, especialmente para moluscos, peces, cocodrilos y langostinos. También son zonas de reproducción muy importantes para muchas especies.
Ubicados principalmente en los deltas que forman la desembocadura los ríos Tumbes y Zarumillas, los manglares se forman por la mezcla del agua dulce, cargada de sedimentos, proveniente de los ríos, con las aguas salada del mar adyacente, y colonizan las orillas ganándole tierras al océano y formando una apretada selva que bulle de vida y proporcionan alimento y refugio a centenares de especies de animales y plantas.
En el manglar se distinguen cuatro zonas:
La fauna es muy abundante y es de tres orígenes: marina, propia del manglar y terrestre.
La fauna marina llega con las mareas altas y frecuenta los canales. Son comunes varias especies de peces (mariposa, anchoa del norte, ayanque, róbalo, cabrilla voladora, lisa, caballito de mar, etc.) y la serpiente de mar, muy venenosa.
La fauna del manglar vive en el fango, entre las raíces y en los troncos, y está formada especialmente por peces, crustáceos, conchas y caracoles, entre otros. Hay especies que viven enterradas en el fango como la concha negra, la concha huequera, el peje diablo o chalacho y varios cangrejos.
En la superficie del fango se encuentran diversos caracoles y el cocodrilo americano (Crocodylus acutus), casi extinto. En las raíces aéreas viven la ostra, varios caracoles, crustáceos, equinodermos y otras especies. Al bajar la marca, frecuenta esta zona el mapache u oso manglero.
La fauna terrestre vive en las copas de los árboles y frecuenta las zonas que quedan al descubierto durante la marea baja. Son principalmente aves (loros, palomas, garzas, el negro manglero, el gavilán, el águila pescadora), mamíferos (oso manglero, roedores pequeños) e insectos.
En el Perú, los manglares son de poca extensión y se encuentran en la desembocadura de los ríos Tumbes, Zarumillas, Chira y Piura. Son importantes para los pobladores locales por la extracción de conchas y larvas de langostinos. Su conservación es de prioridad, tanto por ser únicos en el país como por su importancia económica; por ello se ha establecido el Santuario Nacional de los Manglares
Los manglares peruanos constituyen el extremo meridional de distribución de dicho ecosistema en la costa pacífica de América del Sur.
Abarca una superficie aproximada de 10.000 hectáreas y se encuentra protegida por el Santuario Nacional de los Manglares de Tumbes.
Algunas de las especies que habitan en los bosques de manglares son muy raras y poco estudiadas, como el osito manglero, un silencioso habitante de la espesura especializado en el consumo de moluscos y cangrejos; y el gran cocodrilo americano, un impresionante reptil de hasta 7 metros de largo que casi ha desaparecido del manglar debido a la implacable persecución que sufre por parte del hombre.
Algunos de los habitantes más frecuentes de esta zona son las tijeretas o aves fragata, elegantes aves que alcanzan más de un metro de envergadura alar;
El piquero de patas azules o camanay, un pariente cercano del piquero común del sur y que lo desplaza en la cadena alimenticia marina;
Las aves del trópico, consideradas entre las más hermosas del mundo;
Varias especies de tortugas marinas y hasta una serpiente de mar.
Los peces son abundantes y muy variados, especialmente cerca de los arrecifes coralinos y las costas rocosas; desde los tiburones y mantas rayas, hasta los grandes congrios, meros y marlines, pasando por los grandes cardúmenes de atún, pericos y fortunos.
Los moluscos y crustáceos alcanzan en fangoso fondo del manglar una diversidad realmente sorprendente; decena de variedades de caracoles y conchas entre ellas la afamada concha negra.
Almejas y cangrejos, además de las conocidas langostas y langostinos requieren de la protección y alimento que les brinda el mar tropical para sobrevivir
Los gaviotines acostumbrar a reunirse en grandes bandadas para alimentarse y descansar. Como grandes viajeros saben que deben alimentarse y ganar peso a gran velocidad ya que el viaje de retorno a sus colonias de anidamiento es largo y difícil. Algunas de estas especies recorren literalmente medio mundo cada año, viajando a través de océanos y continentes enteros hasta sus residencias de invierno.
Manglares el reino de los mares.
Un bosque junto al mar. El bullicio incesante de cientos de aves opaca el fragor de las olas, a poca distancia del lugar. La superficie de las aguas oscuras y quietas, era quebrada de tanto en tanto por el salto de una plateada o la zambullida de un colorido Martín pescador. En el cielo, legiones de fragatas y pelícanos en estricta formación, patrullaban la orilla en busca de los cardúmenes errantes.
Este bosque era tan denso e impenetrable que parecía estar protegido contra toda amenaza. Entre las raíces, retorcidas e intrincadas, pululaba sigilosamente un conjunto de criaturas extrañas y fascinantes; cangrejos de color carmín, caracoles de gruesos caparazones, ostras, almejas y miríadas de pequeños pececillos.
Organismos que encontraban refugio en aquella selva junto al océano.
Al cabo de un tiempo, el hombre descubrió que podría aprovechar los recursos que el lugar le ofrecía. Pescaba en los canales y esteros, colectaba conchas y almejas en el fango, capturaba langostinos entre las raíces del manglar, aprendió a conocer las fluctuaciones de las mareas para adentrarse en el bosque y recoger alimento para sus familias y era feliz.
De pronto, el hombre pensó que podía sacar aún más provecho de este lugar. Su población iba en aumento y había que competir con los demás en la búsqueda de sustento. Era necesario internarse cada vez más en el manglar para recoger lo mismo. Se empezó a extraer conchas en cantidades desmedidas y de tamaño cada vez más reducidas, no sólo para su alimentación sino para el comercio. Y la demanda aumentaba. Aparecieron quienes descubrieron que podía capturar las larvas de langostino y engordarlas en un lugar seguro. Así empezaron a adueñarse de los viejos bosques y talarlos para construir pozas de crianza. Los manglares eran de todos y de nadie. Y el manglar empezó a retroceder.
El santuario
En el pasado los manglares peruanos cubrían una superficie de 28 mil hectáreas. La desembocadura del rio Tumbes y algunos bosquetes en el litoral de Piura (Bocana San Pedro) se erigían como el límite meridional en la distribución del manglar sobre el Pacífico.
Durante los últimos años y principalmente debido a la tala irracional de los bosques con el objeto de establecer criaderos y centros de engorde de langostinos, la superficie original se redujo hasta menos de la mitad.
En vista de tal situación y del incierto futuro que se cernía sobre los últimos bosques de manglares del país (recordemos que solo los departamentos de Piura y Tumbes cuentan con ellos), el Estado decidió establecer un área protegida que conserve de manera estricta este importante ecosistema en franco retroceso. Es así como, en 1988, se crea el Santuario Nacional Manglares de Tumbes. En el se protegen, además de los famosos moluscos y crustáceos (conchas negras y langostinos), una vasta variedad de peces de importancia comercial; más de doscientas variedades de aves, muchas de ellas únicas y en peligro de extinción, el cocodrilo americano (Crocodylus acutus), el mapache o oso manglero (Procyon cancrivorus), la nutria del noroeste (Lutra longicaudis), entre otros.
Una planta muy especial.
Estos extraños bosques llamados manglares, están formados por un conjunto de hasta 40 variedades botánicas entre las que destacan la especie Rhizophora mangle. Prosperan en aguas cálidas de latitudes cercanas al Ecuador, entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. El lugar escogido por estos árboles para crecer son las zonas de encuentro entre las aguas saladas del mar y el agua dulce de los ríos, allí donde se depositan los sedimentos arrastrados desde las montañas. Pueden reproducirse por medio de semillas vainas que se siembran solas clavándose en el lodo al caer del árbol o que puedan flotar a la deriva hasta encontrar terreno fértil, o de manera vegetativa; de las copas brotan una infinidad de “hilos colgantes que se convertirán en raíces al llegar al fango. Sus mecanismos de crecimiento son tan eficaces que al cabo de unos años, es difícil saber si una porción de tronco fue originalmente una rama o una raíz.
El manglar constituye uno de los ecosistemas más productivos de la tierra. Sin embargo, a primera vista podría decirse que es un ambiente hostil a la vida.
La alta temperatura de sus aguas, la excesiva salinidad de sus aguas y carencia de oxígeno y calcio, unida a la enorme cantidad de materia orgánica en proceso de descomposición, son algunas de las condiciones a las que ha debido adaptarse la flora y fauna para sobrevivir. Pero no hay mal que por bien no venga. Esa misma materia orgánica es fuente abundante de fosfatos, nitratos y plancton, alimento indispensable para las criaturas del lugar.
Ganándole tierra al mar.
Uno de los factores más interesantes de este peculiar ambiente es su capacidad de ganar terreno al océano. En realidad, lo que hace el manglar es crear nuevas tierras. Alrededor de 8 TM de hojas secas son depositadas cada año sobre el suelo de una hectárea. Estas quedan atrapadas en la maraña de troncos y raíces e inician su descomposición bajo las aguas tranquilas.
En pocas horas la materia vegetal es literalmente atacada por legiones de hongos y microorganismos, que transforman la indigerible celulosa en fuente de alimentos para gusanos, moluscos y crustáceos. Finalmente reducido a detritus flotante, este nuevo producto es consumido vorazmente por las más diversas criaturas del manglar y trasmitido, en forma de energía, de un animal a otro; caracoles, conchas, cangrejos, aves, cocodrilos, nutrias tortugas, peces, y por supuesto el hombre. El ciclo se cierra.
Este complejo sistema de bosques se encuentra interconectado por una vasta red de canales llamados esteros. Ellos sirven para transportar el flujo de aguas provenientes del océano al interior del manglar (durante las horas de marea alta) y para bañar con agua dulce las orillas de la playa (al producirse la marea baja), así como para permitir el ingreso de los organismos que allí pululan, al bajar la marea, los canales se secan, quedando expuesto el fango del fondo y las criaturas que lo habitan. Es allí cuando despierta el verdadero mundo escondido del manglar. Presas y depredadores hacen lo suyo en procura de conseguir alimento y perpetuar a su especie en una carrera contra el tiempo. Al cabo de unas horas el agua regresa e inunda paulatinamente los bosques.
La vida se toma un descanso y las zonas por donde antes se podía transitar a pie se convierten en ruta de canoas y embarcaciones marítimas.
Por que cuidarlos.
La destrucción de los manglares puede tener consecuencias desastrosas para el futuro, en especial para los pobladores del extremo norte del país. Estos bosques constituyen barreras naturales que protegen las aéreas fértiles (valles de los ríos Tumbes y Zarumillas) de las altas marejadas y los embates periódicos del océano. Pero son ante todo, un sistema incomparable de productividad marina, con una espectacular riqueza de flora y fauna que bien aprovechada podría garantizar el bienestar de la población norteña de manera permanente.
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