La Literatura. – El vocablo literatura deriva etimológicamente del término latino litera (“letra”) y sirve para designar cualquier forma de comunicación escrita. Definición tan genérica tiene alguna exclusión (la llamada literatura oral) y admite un amplio uso del término, que comprende.
Evoca los elementos refinados de un inmenso campo.
Esta última acepción es la que suele prevalecer cuando se habla o se escucha hablar de literatura. En este caso se quiere aludir a una creación estética o lingüística. Estética por que persigue la belleza, y lingüística por que pretende la comunicación, es decir, porque ambiciona convencer o emocionar por medio de composiciones bellamente escritas.
El escritor inglés Thomas Carlyle aseguraba que el propósito que debe guiar al literato es llevar a cabo su tarea dentro de los principios universales de la belleza poética y de la naturaleza humana, pero no como están escritos en los libros de texto, sino como están grabados en los corazones y en la imaginación de los seres humanos.
En un principio, literatura era “lo escrito”, es decir, lo que se trasmitía oralmente y no merecía el prestigio consustancial a la letra, ya que no era digno de perdurar. De ahí que, desde sus orígenes, la literatura haya estado tan estrechamente vinculada a la religión (que precisó de los textos escritos para propagar las creencias), a la historia (que siempre pretendió aperturar los acontecimientos) y a la clase social predominante, que ejerció su poder por medio de la palabra escrita (ordenes, deseos, relaciones, etc.).
El concepto de literatura ha variado a través de la historia. En la edad media estaba ligada fundamentalmente a la religión. El humanismo del Renacimiento la liberó del vínculo religioso y, más adelante, en la Europa del siglo XVII, se empezó a considerar al escritor como un moralista que debía instruir y deleitar. Con el romanticismo se separó radicalmente la literatura como arte de la literatura como expresión del pensamiento.
Restringiendo únicamente el espacio de la literatura a la consideración estética del hecho literario. Es posible establecer una rigurosa distinción entre la literatura como arte y otras disciplinas del conocimiento. Sí así se hace, habría que excluir del ámbito de la literatura no sólo todos los saberes que se expresan mediante signos gráficos, sino también la ingente producción literaria banal y perecedera. La literatura, pues, es una actividad que el ser humano realiza de una forma natural que responde a una necesidad interior y que, en principio, no obedece a una obligación dictada por su instinto de supervivencia. Sin embargo, también es el arte de escribir obras duraderas que, sumadas, ponen de manifiesto el complejo devenir del hombre y de las sociedades.
El libro de los muertos constituye una muestra del acervo literario del antiguo Egipto. En él se ofrecían revelaciones sobre el mundo de ultratumba y se instruía acerca de cómo superar el juicio de Osiris.
El creador literario en el mundo clásico debía dominar la teoría de la retórica y de la poética. La poética ofrecía al escritor las normas necesarias para encausar y desarrollar la creación; la retórica le proporcionaba los recursos lingüísticos necesarios para embellecer la expresión. Ambos recursos procedían de la oratoria, cuya finalidad primordial era convencer a los oyentes.
De manera que la literatura es, sobre todo las otras posibles cosas, una creación lingüística sujeta a ciertos cánones y que persigue la belleza.
El material de la literatura es el lenguaje. Sin embargo, el lenguaje no es una materia inerte, sino más bien una creación del ser humano cargada de herencia cultural y sujeta a constante transformación. Cada grupo lingüística enriquece el lenguaje con particularidades expresivas. El sistema lingüístico surge del individuo agrupado en sociedad, aunque su realización sea independiente de la realidad del hombre. El signo lingüístico es inmutable a pesar de la mutabilidad diacrónico que experimentan todas las lenguas. Como afirmó Saussure, el sistema lingüístico es incapaz de funcionar sin sus dos puntos de apoya, los sujetos hablantes y la realidad social, lo que da lugar a diferentes tipos de lenguaje: profesional, científico, artístico, artesano, de Germania, etc.
El lenguaje literario concede importancia al signo, al significante y al simbolismo fónico de la palabra. Es un lenguaje connotativo. Abunda en ambigüedades y pretende influir en la actitud del lector. Por el contrario, otros tipos de lenguaje, como el científico, son fundamentalmente denotativos, es decir, tienden a una correspondencia entre el signo y la cosa designada, y en el signo es arbitrario, pudiendo ser sustituido por otro equivalente sin que por ello cambie el significado.
El lenguaje coloquial, por su parte, se diferencia del literario en que carece de una estructura, emplea los recursos del habla de una manera desordenada y es evidente pragmático.
Aunque las condiciones del lenguaje y de su finalidad artística, la obra literaria debe tener una característica distintiva que le permita diferenciarse de otras grandes obras del pensamiento humano: la ficción. En toda obra literaria existen elementos fantásticos, ya que siempre intervienen en ella la subjetividad del autor.
No obstante, a pesar de todas estas características referenciales no resulta fácil determinar que es literatura y que no lo es. Hay que apoyarse en consideraciones como el contenido psicológico de las obras, su análisis de la condición humana o su naturaleza lúdica para llegar a una definición educativa de literatura.
El hecho literario ha planteado históricamente interrogantes que los propios literatos intentaron responder. Por ejemplo; ¿Cuál es la misión específica de la literatura que la distingue de las otras formas de expresión artística?, o bien: ¿qué papel desempeña en el conjunto de los saberes del ser humano? Preguntas que podría reformularse de la siguiente manera: ¿para qué sirve la literatura y hasta qué punto colabora en la ampliación o desarrollo del campo del conocimiento?
Aristóteles, cuando habló de la “causa final”, quiso ofrecer una respuesta a la necesidad de elaborar una clasificación literaria y también al tema de la utilidad de la literatura. De acuerdo con este principio, los antiguos dividían el ámbito de la composición retórica en:
Y a partir de esta premisa basaban sus distinciones entre los caracteres estilísticos, ya que cada uno se adoptaba a un fin específico. Así pues, la literatura servía para informar, conmover y deleitar, utilizándose diferentes estilos literarios en función de lo que se pretendía conseguir. No está muy lejos de esta teoría la tendencia relativamente moderna que sugiere que la literatura cumple funciones propagandísticas o bien funciones de mero entretenimiento (el llamado escapismo que se le atribuye a ciertas obras literarias).
Entre “lo dulce” y “lo útil”, se ha intentado establecer a lo largo de los siglos la función de la literatura. Lo dulce como expresión de una noble actividad del entendimiento, y lo útil en el sentido de enseñar o, mejor, en el de la constante búsqueda de la verdad. Sin embargo, la “poesía por la poesía”, en sentido estricto no reporta utilidad alguna, ya que no pretende instruir al lector. Tal vez busque la verdad, pero nunca será una verdad empírica, basada en investigaciones y en comprobaciones experimentales.
T.S. Eliot y Jean-Paul Satre, entre otros autores, fueron acérrimos defensores de la función propagandística de la literatura. Difundir una idea específica o una creencia, presentar un determinado punto de vista de una manera conscientemente parcial bajo el supuesto de que el arte debe comprometerse o tomar partido, son algunas de las premisas en que se apoyan quienes defienden el carácter propagandístico de la literatura.
John Stuart Mill advertía sobre las consecuencias perversas de esta actitud.
Así, en el siglo XVIII, cuando casi todas las gentes instruidas y las que sin serlo se dejaban conducir por Ellas, se extasiaban admirando la llamada civilización y las maravillas de la ciencia, la literatura y la filosofía moderna, y mientras, exagerando grandemente la diferencia Entre los hombres en los tiempos antiguos y modernos, daban por sentado que toda ella era en su propio favor, explotaron muy saludablemente, como bombas, las Paradojas de Rousseau, dislocando la compacta masa de la opinión unilateral y forzando a sus elementos a combinarse de nuevo en una forma mejor y con elementos adicionales. John Stuart Mill, sobre la libertad. |
Sin embargo, la distinción entra arte y propaganda es válida desde el momento en que una obra literaria puede ser ambas cosas, pero nunca al mismo tiempo. Si la atención del lector se centra en los valores artísticos, soslayará lo que en la obra haya de propaganda; en la inversa, si su única preocupación es la de asimilar el mensaje o la idea subyacente, habrá eliminado de ella los valores exclusivamente artísticos.
Lo cierto es que, para determinar la función de la literatura, resulta imprescindible tomar en cuenta al lector, por más que sus experiencias sean tan subjetivas como irrepetibles. Parece indudable que, sí bien las obras literarias no proporcionan verdades científicas, sí pueden llegar a aportar verdades humanas de enorme valor.
A la literatura le corresponde en exclusiva la capacidad de iluminar esos oscuros recovecos del espíritu, el trasfondo psicológico del ser humano y los impulsos que le llevan a cometer acciones que modifican el sentido de la historia.
Sin embargo, no se debe perder de vista que la verdadera literatura no puede ni debe, sustituir a las ciencias empíricas, aunque se sepa que a veces es complementaria. Al escritor le compete una responsabilidad moral, que no es otra que la de asistir al lector en la búsqueda de una conciencia más clara sobre los problemas de su tiempo y sobre su propia condición.
Géneros y estructuras literarias.
Tradicionalmente se habla de tres géneros literarios:
Esta clasificación de las obras literarias tiene por objeto dar un principio de orden a la inmensa extensión y complejidad de la literatura y responde a las características intrínsecas de las obras más que a la época o al lugar en que fueron escritas. Para agruparlas se toma en cuenta la forma exterior y la forma interior. Por la forma exterior se entiende aquellos rasgos formales y de estructura que distinguen, por ejemplo, a una narración de una poesía. La forma interior guarda relación con el tema o el propósito de la obra (sí es didáctica o recreativa, etc.).
En principio es muy fácil distinguir los tres géneros:
Nacida, junto con la tragedia, en la antigua Gracia, la comedia constituye una de las formas de la dramática que todavía se cultiva en la actualidad
Aristóteles fue uno del primero en describir unas normas para clasificar los géneros poéticos. En su libro La Poética completa tres:
Para el filósofo griego, la forma exterior de cada una se adecua a los propósitos estéticos. Por ello, la épica exige el hexámetro dactílico, que es un verso de corta narrativa. La tragedia en cambio, se realiza con versos yámbicos, porque estos están más cerca del diálogo y del tono convencional. Aristóteles también pensaba que los géneros nunca debían mezclarse: había que mantenerlos en estado puro y no contaminarlos con formas que pertenecieran a otros géneros. De la misma manera, la teoría clásica diferenciaba socialmente los temas que trataba cada género: la épica y la tragedia contaban sucesos de la nobleza; la comedia extraía hechos de la burguesía, y la sátira, de la gente común del pueblo.
El problema de los géneros ha sido objeto de estudio de los teóricos y los críticos a través de los siglos. La clasificación aristotélica, a pesar de haber recibido muchas críticas por su rigidez, continúa siendo vigente. Muchos autores han partido de este modelo para después aplicarle modificaciones que amplían el espectro. Por ejemplo, el filósofo alemán Federico Hegel equipara la división tripartita de épica, lírica y dramática con los fundamentos filosóficos de tesis, antítesis y síntesis. Según este criterio, la lírica, que abarca el campo de la subjetividad, se corresponde con la tesis; la épica se adecua a la antítesis por sus características objetivas, y la dramática a la síntesis, por ser mezcla de objetividad y objetividad. Otros críticos, como el francés Jean Paul, otorgan características de tiempo a estos tres géneros. Para Jean Paul, la lírica es exponente de sanciones presentes; la épica tiene su fundamento en lo ocurrido en el pasado, y la dramática proyecta sus acciones y contenidos hacia el futuro.
Sin embargo, no todos los críticos han estado de acuerdo con la clasificación aristotélica, algunos afirman que no se debe encasillar la literatura en un modelo. Benedetto Croce, por ejemplo, se opuso radicalmente a la teoría de los géneros. La escuela idealista y estética alemana pensaban que supeditar la literatura a una estructura fija sólo podía sustentarse en aspectos exteriores y superficiales, porque cada obra mantiene una singularidad y una individualidad particular.
Durante el siglo XX la mezcla de géneros es tal que se han tenido que revisar nuevamente los criterios de clasificación. En 1939, el congreso Internacional de historia de la Literatura, celebrado en Lyon, Francia, se dedicó exclusivamente a revisar la cuestión de los géneros literarios. Tras este encuentro se sacaron varias conclusiones. Una de ellas fue establecer que la palabra género tiene dos significados: el más profundo se refiere a los fenómenos generales de épica, lírica y dramática, mientras que la segunda acepción designa formas que están de alguna manera dentro de la clasificación anterior, pero que tienen un carácter más específico, como la novela o el cuento, la tragicomedia o el himno. Algunos críticos llaman a estas formas subgéneros.
Clasificación de los géneros literarios.
De la clasificación de épica, lírica y dramática se derivan una cantidad inmensa de subgéneros, que, con fines didácticos, se presentan de forma resumida en el cuadro adjunto.
Principales géneros literarios
Épica | ||
Poemas mayores | Poemas menores | Prosa narrativa épica |
Epopeyas Épicos didácticos Épicos religiosos heroicos | Descriptivos Didácticos FabulasPoemas didácticosProverbios poéticos Filosóficos Cantares épico-filosóficos Históricos Baladas épicasCantares épicos | Cuento Novela |
Lírica | ||
Anacreóntica Balada Canción Égloga Elegía Epigrama | Epitafio Epitalamio Idilio Jarcha Letrilla Madrigal | Oda Himno Sátira Soneto Villancico Zéjel |
Dramática | ||
Obras mayores | Obras musicales | Obras menores |
Tragedia Drama Tragicomedia Comedia | Ópera Zarzuela Jácaras Tonadillas Revista | Auto sacramental Entremés Misterio Farsa |
La literatura didáctica
La literatura didáctica (del griego didaskien, “enseña”) trata de expresar o mostrar un conocimiento relegando la forma estética a un papel secundario. Se basa más en la búsqueda de la belleza; en la expresión inteligente de las ideas –de forma rigurosa, clara y ordenada- que de la imaginación.
Durante el romanticismo y el modernismo algunos autores han mantenido que esté género no debía ser considerado como una forma pura de expresión literaria, ya que no perseguía expresar la belleza por medio de la palabra. No obstante, en siglos anteriores era impensable la concepción de una obra literaria, sino que su texto no aportase una enseñanza útil para el conocimiento de las doctrines o la exposición de los saberes de la época.
La forma tradicional de dividir la literatura didáctica en género comprende:
Diálogo didáctico. – Es un subgénero literario que se base en el intercambio de opiniones entre dos o más personas, en el que una de ellas plantea una tesis u opinión y replica las posibles objeciones que surgen entre las personas restantes. Este tipo de diálogos puede estar escrito en prosa o en verso y no debe confundirse con los ensayos en forma dialogada ni con los teatrales.
Entre los griegos, la forma dialogal tuvo la importancia de un método de controversia filosófica utilizado como recurso dialéctico para encontrar la verdad. Sócrates utilizó esta forma como vehículo para exponer sus enseñanzas, pero no dejo ningún texto escrito. Es, pues, a sus seguidores a loa que se pueden considerar como iniciadores del género, en especial a Platón. Durante la edad media, en Castilla se emplearon las disputas y los debates como forma de expresión literaria. Ejemplos, de ello son la Disputa de Elena y María, que trata sobre quien dispone de condiciones más favorables para el amor; un clérigo o un caballero; la Razón de amor con los denuestos del agua y el vino, en el que cada una de las bebidas glorifican sus excelencias, y la Disputa del alma y el cuerpo. También en España el marqués de Santillana utilizo esta fórmula en su obra Dialogo de Bias contra Fortuna, donde se mantiene que sólo la razón y el ánimo pueden oponerse a los males con los que la fortuna y la muerte deciden el destino de los seres humanos. En Italia, Petrarca, en su dialogo Secreto mío (De secreto confli
San Agustín en una suerte de examen de conciencia que hace en escritor:
En sus diálogos didácticos, Erasmo de Rotterdam utilizó el debate como formas de expresión literaria
Agustín: Conoces perfectamente tu
enfermedad y ahora conocerás la
causa. Di, pues: ¿qué es lo que tanto
te aflige? ¿La fuga de los bienes
temporales, el dolor corporal, alguna
afrenta excesiva de la fortuna?
Francesco: Un único motivo, por sí
solo, no podría tanto. Si simplemente
me viera enzarzado en un combate
singular, me mantendría bien en pie:
¡pero todo un ejército me derriba
ahora!
En el siglo XVI cultivaron el dialogo, entre otros el Italiano Nicolás Maquiavelo, Erasmo de Rotterdam en Holanda y Juan Valdés en España, con su obra filosófica Diálogo de la lengua.
También Alfonso Valdés, con el dialogo de Mercurio y Carón, y el italiano Baldassar Castiglione en su Cortesana, del cual se extracta el siguiente texto:
(Capitulo II. En el cual prosiguiendo
el magnífico Julián su plática en las
calidades de la dama, dice los
ejercicios que le competen, y cómo los
debe usar; y también quiere que la
dama tenga noticias de letras, de
música y del pintar, y otras muchas
calidades, sobre lo cual pasan entre
los cortesanos sutiles razones y
réplicas.)
Pues que yo –respondió el
Magnifico- tengo licencia de formar
esta dama a mi placer, no solamente
no quiero que use esos ejercicios tan
impropios para ella, pero quiero que
aun aquellos que le convienen los
trate mansamente, y con aquella
delicadeza blanda que, según ya
hemos dicho, le pertenece.
A partir de esta época, el diálogo como forma literaria se ha seguido cultivando, si bien en muchos casos ha evolucionado hacia el ensayo o hacia formas propias del género periodístico como las conversaciones o la entrevista.
El ensayo.
Es un subgénero literario que se basa en la exposición de hipótesis no demostradas o no resueltas todavía. Es importante que éstas tengan un carácter sistemático o exhaustivo, de modo que el lector pueda reflexionar sobre ellas o se le ofrezcan propuestas sugerentes para profundizar en la cuestión planteada. El ensayo se caracteriza por la subjetividad del autor en el tratamiento de los temas, y su no excesiva extensión. Debe poseer una brillante técnica expositiva en el desarrollo de las ideas, que favorezca el interés intelectual del lector, así como un estilo de expresión ameno, ágil y sin tecnicismos.
Se acepta generalmente que la palabra ensayo procede del escritor francés Michel de Montaigne, quien en su libro de observaciones morales Essais expuso su particular visión sobre el mundo y sus experiencias personales, de forma amena, y divulgativa, evitando las digresiones de carácter erudito.
Entre los ensayistas más celebres de las letras españolas se pueden destacar a José Cadalso, con sus cartas marcadas; Fray Benito Jerónimo Feijoo, con sus cartas eruditas, o a José María Blanco White, con sus cartas desde España, publicada en Inglaterra en 1822. En el siglo XIX se produjo una eclosión de brillantes ensayistas entre los integrantes de la generación del 98: José Martínez Ruiz, Azorín, con clásicos y modernos o Castilla; Ramírez de Maeztu, con la crisis del humanismo, o defensa de la hispanidad, o Manuel de Unamuno, con En torno al casticismo o del sentimiento trágico de la vida, y más tarde, Américo Castro, con la realidad histórica de España, o con origen, ser o existir de los españoles; Eugenio D’Ors, con La filosofía del hombre que trabaja y juega o Glossari; Gregorio Marañón, con Raíz y decoro de España o Tres ensayos sobre la vida sexual, y José Ortega y Gasset, con España invertebrada o La rebelión de las masas.
En la actualidad sobresalen por su rigor las obras de José Luis López Aranguren, con La juventud europea y otros ensayos o catolicismo y protestamiento como forma de existencia; Julio Caro Baroja, con Rasas, pueblos y linajes o sondeos históricos; Julián Marías, con La mujer en el siglo XX, y Fernando Savater, con La infancia recuperada o panfleto contra todo.
Latinoamérica ha contribuido también a ensanchar la nómina de grandes ensayistas. Se deben mencionar, entre otros muchos, al boliviano G. Francovich, con Los mitos profundos de Bolivia; a los ecuatorianos R. Díaz Icaza, con Por la Tierra, y C. Ortiz Arellano, con Ecuador, sociedad y lenguaje; a los peruanos, J. Ortega, con La cultura peruana, y Mario Vargas Llosa, con José M. “Arguedas, entre sapos y halcones y la orgia perpetua: Flaubert y “Madame Bovary; al argentino Ernesto Sábato, con Apología y rechazos y Hombres y engranajes; al cubano Alejo Carpentier, con La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos y La música en Cuba; al guatemalteco galardonado con el nobel de literatura Miguel Ángel Asturias, con Los hombres, los héroes y los dioses de Guatemala antigua; a los mexicanos Octavio Paz, También premio nobel, con Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, Carlos Fuentes, con Sobre la nueva novela hispanoamericano y casa con dos puertas; al uruguayo Mario Benedetti, con Letras del continente mestizo, y al Venezolano Arturo Uslar Pietri, con Letras y hombres de Venezuela.
Así mismo, entre los ensayistas en lengua no castellana se pueden citar, sobre todo al inglés Francis Bacón, quien también empleo el término ensayo para definir esta forma de subgénero literario en su obra Essayes (1612: Ensayos), donde trató complicados temas filosóficos; a los franceses Voltaire, con su Eassai sur les mouers (1576; Ensayo sobre las costumbres), Diderot, Rousseau y, ya en nuestro siglo, a Jean Paul Sartre, con ¿Qué es la literatura?, y Albert Camus, con El mito de Sísifo.
Entre los escritores ingleses se puede destacar al economista Malthus (1798; Ensayo sobre el principio de la población) o al filósofo John Locke, autor de Essay Concerning Huamán Understanding (1690; Ensayo sobre el conocimiento humano), y al filósofo Bertrand Russell, con Religión y ciencia.
En la actualidad, autores de éxito en el género ensayístico son la estadounidense Susan Sontag, con La enfermedad y sus metáforas o Contra interpretación, y el italiano Ítalo Calvino, con Seis propuestas para el próximo milenio o Una piedra encima.
La epístola.
Se trata de una composición literaria en la que, en forma de carta y escrita en prosa o en verso, el autor expone sus opiniones o expresa sus sentimientos y cuyo fin es moralizar, enseñar o satirizar.
En la antigüedad destacó la Epístola a los Pisones, o Arte poética, de Horacio, escrita en verso en el siglo I, donde se tratan temas literarios o morales en un tono levemente satírico. Por su carácter directo y sencillo de entender, la epístola ha sido también utilizada como forma expresiva en 21 de los 27 libros que componen el Nuevo Testamento, bajo el título de Epístolas de los Apóstoles. En el siglo XVI, el español Juan Buscan intercambio epístolas en verso con don Diego Hurtado de Mendoza, donde le da cuenta de su idílica felicidad conyugal:
El estado mejor de los estados
es alcanzar la buena medianía,
con la cual se remedian los cuidados.
Y así yo por seguir apuesta vía
heme casado con una mujer
que es principio y fin del alma mía.
Esta me ha dado luego un nuevo ser,
con tal felicidad que me sostiene,
llena la voluntad y el entender.
Esta me hace ver que ella conviene
a mí y las otras no me convenían:
a esta tengo yo y ella me tiene.
En el siglo XVII se atribuyó, entre otros, a Andrés Fernández de Andrada la famosa Epístola moral a Fabio, escrita en tercetos encadenados y dirigida a un personaje que confía recibir favores del rey. Sus primeros versos dicen así:
Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde el más activo nacen canas;
el que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha merecido,
ni subir al honor que pretendiere.
El ánimo plebeyo y abatido
procura, en sus intentos temerosos,
antes estar suspenso que caído;
que el corazón entero y generoso
al caso adverso inclinará la frente,
ante que la rodilla al poderoso.
En ocasiones se han escrito epístolas expresamente para ser publicadas como, por ejemplo, las Cartas de Plinio el joven o las Cartas marruecas, de José Cadalso; otras veces, por su interés literario, su difusión pública ha sido posible sólo tras la muerte del autor. Tal es el caso de la correspondencia epistolar de Santa Teresa de Jesús o la de Francisco de Quevedo. Algunos autores, como Rainer María Rilke en sus Cartas a un joven poeta, han utilizado el género epistolar como un expresivo recurso estilístico para una de sus obras narrativas.
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La correspondencia entre escritores ha desvelado en muchas ocasiones la intimidad personal y el quehacer literario. Así sucede, por ejemplo, en las recopilaciones de epístolas de Flaubert, Stendhal o Gide, en Francia; o, en España, la correspondencia epistolar de Menéndez de Pelayo con Valera o las Epístolas familiares, de Antonio de Guevara, en la España de Carlos y donde se recogen hechos históricos como la guerra de los comuneros o la campaña del gran Capitán.
Así mismo, el género epistolar ha sido escogido por un apreciable número de mujeres –como Simone de Beauvoir y Virginia Wolf entre otras-. Actualmente, la epístola ha caído en desuso, aunque todavía sigue empleándose para tratar temas religiosos (Ilustrísimos señores, del Cardenal Albino Luciani, luego Juan Pablo I), o políticos (Carta abierta al género Franco, de Fernando Arrabal).
La fabula.