La independencia
La independencia. La independencia del Perú se proclamó el 28 de Julio de 1821. Es un proceso histórico social, que corresponde a todo un periodo de fenómenos sociales levantamientos y conflictos bélicos que propició la independencia política y el surgimiento del Perú había permanecido junto a España con el virrey José Fernando de Abascal, quien incluso envió tropas y dinero a otros puntos donde la insurrección había aparecido.
A partir de 1810, el virrey tuvo que enfrentarse a diversas insurrecciones, casi todas surgidas en el Alto Perú (hoy Bolivia).
Abascal advirtió la debilidad de la Junta Central de 1810 e interpretó el movimiento independentista como un complot perpetrado desde Buenos Aires. Mantuvo de 1808 a 1813 una política hostil, pero diplomática, contra las nuevas ideas procedentes de España. A pesar de ello, tuvo que admitir, el 24 de septiembre de 1810, la convocatoria para la elección de diputados. Abascal contaba con la colaboración de los liberales peruanos y españoles, a los que no interesaba que la mayoría nativa accediera a sufragio y a la representación política.
Las promesas de los liberales encendieron las esperanzas de poder de los criollos, pero como no se llevaron a cabo algunos sectores criollistas empezaron a atacarlos. Sin embargo, no se atrevieron a sublevarse, pues tenían muy presente la reacción del gobierno virreinal ante la insurrección de Tupac Amaru II (1780) y la de Pumacahua, violentamente reprimidas. Las revueltas indigenas peruanas, lejos de estimular el proceso revolucionario, lo estancaron. Hubo que aguardar a que dos líderes militares lo dirigieran: San Martín y Bolívar, ambos extranjeros.
Perú se encontraba densamente poblado, con sólo un 5 por 100 de blancos y un predominio de indigenas (58 por 100) sobre los mestizos (29 por 100) y los negros (8 por 100: 4 por 100 esclavos y 4 por 100 libres). Las divisiones raciales fomentaron la jerarquización social y establecieron una sociedad de castas.
La clase dominante, de raza blanca, la constituían españoles y criollos aristócratas, quienes originaron una nobleza rural privilegiada e inmovilista que detentaba el poder económico. Los españoles acaparaban casi todos los cargos públicos y burocráticos.
Otro sector lo formaban los criollos liberales, que tan sólo pretendían reformar el armazón colonial y alcanzar unas reivindicaciones sociales y jurídicas mediante su representación en los cabildos.
Los intelectuales peruanos como Jose Hipolito Unanue, José Baquíjano y otros colaboradores del periódico El Mercurio peruano impregnados del pensamiento de la Ilustración.
abogaban por una libertad y una igualdad, pero español y no se plasmaban en un movimiento de independencia.
La clase más oprimida y mayoritaria, la de los indígenas, no consiguió representación en los cabildos, al negársela los criollos aristócratas y liberales.
La economía peruana del siglo XVIII sufría una crisis que arrastraba desde el siglo anterior. Perú había sido la máxima potencia americana gracias a su comercio trasatlántico y a la explotación de los metales preciosos. Víctima de las reformas imperiales de 1776-1778, que acabaron con el monopolio comercial, perdió la exclusividad en su comercio con España. La situación empeoró en 1808 cuando Chile y Buenos Aires, rivales económicos de Perú, lograron la libertad de comercio. El gobierno español decretó en 1812 la abolición del tributo indio y de la mita. Con la restauración de Fernando VII en 1814, la presión española se acentuó bajo el virreinato de Joaquín de la Pezuela, quien derogó las medidas liberales.
La ofensiva revolucionaria de carácter militar la inició el general San Martín, engrosando sus filas algunos patriotas alistados en la guarnición hispánica que destacaron por sus ideas liberales y lucharon a favor de los independentistas.
Desde que San Martín liberara Chile, gozaba de un enorme prestigio militar. Estratégicamente advirtió la necesidad de asestar el primer golpe contra la metrópoli por mar y para bloquear la flota española contrató los servicios del almirante inglés Thomas Cochrane, en cuyas manos cayeron las ciudades más ricas de la costa del Pacífico. San Martín decidió negociar un arreglo con los realistas, quizá para ganar tiempo y comprometer a todos los patriotas a su causa.
La ineptitud del virrey Joaquín de la Pezuela provocó su derrocamiento aceptado por Fernando VII. Su sucesor en 1821, el general José de la Serna conferenció con San Martín, quien intentó inducirle a unirse a los insurgentes. Al no conseguirlo, San Martín adoptó la vía militar, logró la victoria, entro en Lima el 10 de julio de 1821 y proclamó la independencia del Perú el 28 de Julio de 1821. Pero los criollos no le apoyaron por que temían que los indios libres cometieran desmanes contra ellos y sus propiedades.
A lo largo de toda la campaña, San Martín se había afirmado como un lider pacifista, y así lo demostró al ocupar Lima.
El 3 de agosto de 1821, asumió el título de Protector del Perú y aplicó reformas sociales, confirmando la supresión de la mita y del tributo indio abolidos en 1812. Decretó la expulsión de los españoles y la confiscación de sus bienes, con el afán de atraerse a la aristocracia criolla y al mismo tiempo, con la creación de la Orden del Sol, favoreció a los militares criollos.
Sin embargo, los liberales peruanos se oponían a San Martín por considerarlo demasiado teórico. Carente de apoyo, el general acudió a Guayaquil para conferenciar con Simón Bolívar, al que pidió la anexión de esta plaza a Perú, su ayuda militar para la causa peruana y para el establecimiento de una monarquía constitucional en el país (julio 1822). En ella Bolívar sólo se comprometió a prestar ayuda militar. El fracaso de las negociaciones obligó a San Martín a dimitir (1822) y marcharse de Perú.
Bolívar consiguió pacificar el país y dominar los reductos españoles del interior con su ejército y la colaboración de los montoneros (grupos de guerrilleros a caballo).
Finalmente la batalla de Ayacucho (1824) supuso el fin de la dominación española en Perú y en el continente.
La Batalla de Ayacucho
Casi 300 años después de que Francisco Pizarroconquistara el Imperio Incaico, la colonia fue suprimida para siempre desde el 9 de diciembre de 1824 en la batalla de Ayacucho. El rey Fernando VII se debilitó en Europa por las revueltas ocurridas en España, el levantamiento logró asegurar la independencia de Perú y el resto de la América dominada por España.
PRECEDENTES DE LA BATALLA DE AYACUCHO
Los primeros indicios de problemas para la Corona se produjo en 1807, cuando Napoleón empezó a propagarse en Europa central y occidental, empezó a desestabilizar los regímenes de la Península Ibérica a Austria. Perú se mantuvo leal al gobierno español en ese momento, dándose cuenta de que tendrían que manejarse con gobernadores locales nombrados por el virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa. Mientras que la España escribió la nueva Constitución española de 1812 con la monarquía en el exilio, las pequeñas rebeliones fueron suprimidas 1811-1815.
José Fernando de Abascal y Sousa
José Fernando de Abascal y Sousa, XXXVIII virrey del Perú. Llegó a ser marqués de la Concordia y caballero de la orden de Santiago. Había nacido en Oviedo (Asturias) el 30 de mayo de 1743. Hijo de don José de Abascal y Sainz de Trueba y de doña Gertrudis de Sousa y Sánchez. Desde temprana edad realizó una distinguida carrera militar que lo llevó a participar en sucesivas misiones en América. Fue primero destinado a reforzar la guarnición de Puerto Rico (1767); después intervino en la expedición conducida a Montevideo por Pedro Cevallos (1776); y más tarde se halló en la isla de Santo Domingo (1781).
Abascal es designado como virrey
Hacia finales de siglo recibió la designación de presidente de la audiencia de Guadalajara y capitán general de la Nueva Galicia. Eventualmente mereció la promoción al virreinato del Río de la Plata, pero antes de llegar a su destino fue tomado preso por los ingleses, quienes lo condujeron a Lisboa. Hallándose en esta difícil coyuntura, se firmaron en la corte los despachos que lo investían como suprema autoridad del virreinato del Perú y presidente de la audiencia de Lima (10 de noviembre de 1804). En cuanto pudo, tomó la ruta marítima del Brasil y prosiguió por el camino terrestre de Charcas hasta llegar a la capital peruana a mediados de 1806. Recibió las insignias de mando de su antecesor, el marqués de Avilés, e hizo su entrada solemne en la ciudad de Lima el 20 de agosto de dicho año.
Gobierno de Abascal
Una década entera permaneció Abascal en el gobierno del virreinato, y aunque le tocó enfrentar una profunda crisis (por la invasión napoleónica en España y los conatos de independencia en los países vecinos al Perú), logró sortear las dificultades gracias a su habilidad política y a su conocimiento de los hombres. Más aún, consiguió desplegar una eficaz actividad en los campos de la sanidad, el urbanismo y la educación.
Hizo construir el nuevo cementerio general de Lima, obra diseñada por el arquitecto Matías Maestro (1808), así como la portada de Maravillas, en el camino que conducía al panteón. También intervino en la fundación del Colegio de Abogados de la capital (1808); inauguró el colegio de medicina de San Fernando (precisamente bautizado así en su honor), en unos terrenos fronterizos al hospital de Santa Ana (1809); y reabrió el colegio del Príncipe, instituido para la educación de los indios nobles (1810). Organizó el regimiento de la Concordia Española del Perú, para la defensa de la causa borbónica, con similares condiciones para criollos y peninsulares (1811).
Situación tras la abdicación de Fernando VII
Tras la abdicación de Fernando VII y la usurpación napoleónica, desatendió las sugerencias que se le hicieron para que se proclamase rey del Perú. Al llegar noticia de la toma de Buenos Aires por los ingleses, adoptó medidas de emergencia para incrementar tropa y armamento. Creó una nueva fábrica de pólvora, con el cuartel de Santa Catalina como maestranza. Mejoró la capacidad y poderío de las fuerzas navales creando un apostadero náutico en el Callao y estableciendo en 1807 el almirantazgo, abolido en la propia España. Para sofocar las insurrecciones en el Alto Perú y detener por ese lado los progresos de los ejércitos argentinos, organizó uno que, bajo las órdenes de los generales Goyeneche y Pezuela, obtuvo sobre ellos las repetidas victorias de Guaqui, Vilcapuquio, Ayohuma y Viluma; para debelar la insurrección que estalló en Huánuco, envió al intendente de Tarma, Joseph González Prada, que lo logró fusilando a sus autores; para contener la revolución en Quito, envió un ejército a cargo del general Montes, que lo consiguió con el mayor éxito; para ahogar la revolución en Chile, envió repetidas expediciones a las órdenes de los generales Gaínza, Pareja y Osorio, que al fin lo consiguieron; y para sofocar la revolución que estalló en el Cuzco, encabezada por el brigadier don Mateo Pumacahua, envió al general Ramírez que lo batió en Umachiri y lo ejecutó en Sicuani.
Mateo Pumacahua
Mateo García Pumacahua Chihuantito, militar y revolucionario. Nació en 1748 en el pueblo de Chincheros, partido de Calca (Cuzco). Sus padres fueron don Francisco Pumacahua Inca, gobernador de Chincheros, y doña Agustina Chihuantito; ambos eran naturales del mismo pueblo y pertenecían al ayllu Pongo Ayamarca, de descendientes de los incas. Se presume que Mateo haya estudiado en el colegio de indios nobles de San Francisco de Borja. En 1770, muerto su padre, se hizo con el nombramiento hereditario de cacique y gobernador de Chincheros, bajo el encargo de velar por la fiel práctica de la religión, el mantenimiento del orden y las buenas costumbres, así como la recaudación de los tributos respectivos. Tres años después se le confirió el rango de capitán de indios nobles en la provincia de Urubamba. Alrededor de 1776 debió unirse en matrimonio con doña Juliana Carihuamán, natural del Cuzco, con la cual tuvo cinco hijos: Ignacia, Polonia, Francisco de Paula, Lorenzo y María Eusebia. Como fervoroso realista combatió con denuedo las insurrecciones de indígenas, entre ellas la gran rebelión de Tupac Amaru II de 1780. Le tocó a Pumacahua participar en las operaciones de la segunda columna, mandada por el teniente coronel don Juán Manuel Campero, llevando bajo sus órdenes dos mil indios de Chincheros, Maras y Guayabamba. Así pudo detener la ofensiva de Diego Cristóbal Tupac Amaru en el Valle Sagrado de los incas y contribuir después (enero de 1781) a la derrota del cacique José Condorcanqui en el sitio del Cuzco. Su actuación en el cometido de buscar al fugitivo Tupac Amaru II y su rol desempeñado en la victoria de Checacupe, que selló definitivamente el término de la rebelión, acrecentaron sus méritos. Por ello se le encomendó luego la pacificación de la zona altiplánica del Collao, con el rango de coronel (otorgado a su favor en 1780) y con 180 pesos de sueldo mensual. Mas no sólo recibió premios y títulos, sino también el reconocimiento público del visitador José Antonio de Areche y del virrey Agustín de Jáuregui.
Finalizada la rebelión de Túpac Amaru II, Pumacahua regresó a su hogar en el pueblo de Chincheros y tomó en arriendo una hacienda en Guayabamba, provincia de Urubamba. Buscando obtener mercedes, en 1782 dio poder al marqués de Salinas para que expusiera en la corte todos los servicios que había prestado a Su Majestad. En 1783 Pumacahua recibió el título de coronel de milicias y en 1794, el rango permanente de coronel de infantería, con derecho a sueldo. Entre los indios nobles del Cuzco sale elegido alférez de la ciudad imperial, y como tal presta su juramento el 28 de junio de 1802. En una relación de méritos de 1804 lo vemos solicitar el grado de brigadier con el puesto de coronel del ejército en actividad, y ademas la gracia de un hábito de la orden de Santiago y la reducción de de parte del tributo de doce parientes suyos, a los cuales enumera en el memorial. En marzo de 1809 contribuye ya económicamente a la causa realista con dos mil quinientos pesos. Ese mismo año, bajo las órdenes de Goyeneche, participara en las acciones militares de castigo a las expediciones argentinas al Alto Perú. Llevando el comando de un ejército de 3 500 hombres marcho al Desaguadero con la finalidad de restablecer las comunicaciones entre la capital y el ejército de Goyeneche. El cacique acrecentó su fuerza con las auxiliares de Puno y Arequipa, tranquilizó a los pueblos, ocupo Sica-Sica y ordenó todos los partidos de los alrededores. En virtud de estos repetidos logros Pumacahua obtuvo el anhelado ascenso a brigadier, junto con la presidencia de la real audiencia del Cuzco, que asumió solemnemente el 24 de setiembre de 1812. Desde este alto sitial le tocó juzgar a los responsables de la asonada que tuvo lugar en dicha capital en 1813, cuando el abogado Rafael Ramírez de Arellano y treinta personas mas lanzaron una proclama, negándose a reconocer a las autoridades del municipio, en virtud del tenor liberal de la Constitución de Cádiz. A fin de evitar mayores incidentes, el presidente de la audiencia hubo de intervenir de manera mesurada y prudente.
Lo cierto es que, como resultado de las experiencias vividas y del contacto con hombres patriotas e ilustrados, Pumacahua experimentará un cambio radical en sus sentimientos. En medio de atrevidas maledicencias de la gente criolla, que odiaba su mando por su naturaleza indígena, el cacique abandona la real audiencia y se retira a la hacienda llamada “Sala” que poseía en Uruquillas. Aquí es donde lo sorprende la revolución que estalló el 3 de agosto de 1814. Todo se inicio con una riña entre un soldado y un estudiante del seminario de San Antonio Abad, que generó el ataque del Ejército a esta institución. Bajo la conducción de los hermanos José y Vicente Angulo, una turba popular atacó el cuartel en represalia. De aquí salieron emisarios para invitar a Pumacahua a participar en la revuelta como presidente de una junta gubernativa, dispuesta a abrazar la causa de la emancipación. El brigadier-presidente aceptó el cargo y, asesorado por los Angulo, decidió mandar tres expediciones para abrir un segundo frente de batalla al ejército realista del Alto Perú. La primera marchó a Huamanga, al mando del cura Béjar y Mariano Angulo, y fue derrotada en Huanta; la segunda, al mando del capitán Manuel Pinedo y el cura Muñecas, marchó hacia el Alto Perú, siendo derrotada en Chacaltaya. La tercera expedición iba bajo el liderazgo de Vicente Angulo y el propio Pumacahua, quienes consiguieron ocupar la ciudad de Arequipa, pero terminaron vencidos en la batalla de Umachiri el 1 de marzo de 1815. Pumacahua fue tomado prisionero, cuando intentaba dirigirse al Cuzco, por unos indios de Marangani que lo condujeron a la presencia del general Juan Ramírez. Éste mandó abrir un juicio sumario, en el que sin mayor dilación se condenó a muerte a Pumacahua, lo que se hizo efectivo el 17 de marzo de 1815 en Sicuani. Para escarmiento de los que se animaran a seguir la bandera de la emancipación, se ordenó enviar la cabeza de Pumacahua al Cuzco, mientras uno de sus brazos quedó fijado en una plaza pública de Sicuani. El gran militar y aristócrata nativo tendría entonces unos 67 años de edad.
Abascal renuncia como virrey
Cansado Abascal del gobierno, o tal vez convencido de que el triunfo de la causa de la independencia era inevitable, y no queriendo que el Perú se perdiese en sus manos, pidió con instancia se le relevase en el virreinato. El 14 de octubre de 1815 fue aceptada su renuncia y el 7 de julio de 1816 entregó el mando al general Pezuela. El 13 de noviembre del mismo año partió para España en la corbeta “Cinco Hermanos”. Llegado a España, fue ascendido a la clase de capitán general y nombrado consejero de Guerra.
Se desempeñó como diputado general del principado de Asturias ante las cortes. Por real despacho de 1812 obtuvo el título de marqués de la Concordia Española del Perú. Estuvo unido en matrimonio con doña María de la Merced de Asencio O’Ryan. Finalmente, su vida se extinguió en Madrid el 30 de julio de 1821, a los 78 años de edad.
Joaquín de la Pezuela y Sanchez
Joaquín de la Pezuela y Sanchez, penúltimo virrey del Perú. Nació en Naval (Huesca) el 22 de mayo de 1761. Era descendiente de ilustres familias de la región cántabra. Hijo del teniente Juan Manuel de la Pezuela y Muñoz de Velasco y de Mariana Sánchez de Aragón. En su juventud se formó en el colegio de artillería de Segovia, del cual egresó en 1778 con el grado de subteniente. Intervino en el sitio de Gibraltar (1782) y después, con el rango de capitán, en las campañas libradas en Guipúzcoa y Navarra durante la guerra contra la Francia revolucionaria.
Llegada a Perú
Fue destinado más tarde a comandar el cuerpo de artillería en Tafalla, y se encontraba sirviendo esta plaza cuando por real decreto de agosto de 1804 recibió la comisión de reorganizar el cuerpo de artillería en las guarniciones de Lima y Callao. Poseía los galones de coronel al establecerse para esta misión en el Perú, en 1805. En la capital del virreinato promovió la construcción del cuartel de Santa Catalina, el establecimiento de una fábrica de pólvora y una fundición de cañones, y la reglamentación de las prácticas de tiro. Se benefició en todo momento con el apoyo del virrey Abascal, que le permitió demostrar su inteligencia y empeño. Promovido a brigadier (1811), pasó a ser subinspector de artillería en la totalidad del Perú. Y luego, en abril de 1813, fue nombrado general en jefe del ejército que operaba en Charcas contra los pátriotas rioplatenses. Trasladándose con presteza a su destino, conduciendo tropas de refuerzo y pertrechos; restableció la disciplina, deteriorada por los reveses sufridos ante los independentistas; y obtuvo sucesivas victorias en las batallas de Vilcapuquio, Ayohuma y Viluma. A mérito de tales servicios fue ascendido a mariscal de campo (1814) y a teniente general de los reales ejércitos (1816).
Designación como virrey a Joaquín de la Pezuela
En virtud de la solicitud formulada por Abascal para ser relevado del cargo, el triunfante Pezuela fue designado el 14 de noviembre de 1815 para sucederlo como virrey, gobernador y capitán general del Perú. Su entrada oficial a la ciudad de Lima tuvo lugar el 7 de agosto de 1816. Le tocó asumir el mando en una coyuntura realmente crítica, cuando se preparaba en las costas del Plata la expedición libertadora encabezada por San Martín, cuyos avances no pudo contrarrestar Pezuela a pesar de su experiencia castrense. Intentó poner en marcha las disposiciones que le parecían necesarias para la defensa del virreinato, pero tropezó con la resistencia del general La Serna, que no aprobó su plan. El triunfo de los patriotas en Chile (1818) entusiasmó a los dirigentes criollos del Perú y fue reforzado con la misión de propaganda subversiva que desarrolló en las costas la expedición de Brown y Bouchard. Una vez conseguido el dominio del litoral, se hizo posible la llegada e instalación en Huaura de las tropas sanmartinianas. El 29 de enero se efectuó el famoso motín de Aznapuquio, lugar en el que estaba acampado el ejército de la Corona. Allí, pretextando que la inacción del virrey ante la entrada de la expedición libertadora había condicionado la peligrosa situación de las armas realistas, los oficiales superiores que integraban la junta de Guerra acordaron conminar a Pezuela a que resignara el mando.
Regreso a España
El depuesto vicesoberano se retiró inmediatamente con su familia a la quinta que había construido en el pueblo de la Magdalena, cerca de Lima, y retornó sin dilación a su patria (29 de junio de 1821). En la metrópoli fue bien recibido. Se le confió la capitanía general de las tropas de Castilla la Nueva (1825) y se le otorgó la gran cruz de la orden de San Hermenegildo. Fue premiado con el título de marqués de Viluma, en recuerdo de una de sus victorias en el Alto Perú, por real decreto del 31 de marzo de 1830. Pezuela se había casado en Santander en 1793 con doña Ángela de Ceballos y Olarria, quien lo acompañó en su expedición americana. Falleció en Madrid el 24 de setiembre de 1830, a los 69 años de edad.
INICIO DE BATALLA DE AYACUCHO
En 1821, los movimientos independentistas en otras naciones se habían extendido hasta el Perú. José de San Martín trajo refuerzos desde Chile, sintiéndose lo suficientemente cómodos con los éxitos como para declarar la independencia del Perú después de capturar partes de Lima el 12 de julio.
El general José de la Serna – Virrey del Perú después de derrocar a su predecesor – marchó con su ejército en persecución de los nacionalistas. Sabiendo que sus soldados eran los únicos que podían reunir refuerzos ya que se habían negado a salir de España desde 1820.
A medida que la administración colonial estalló en el caos hacia el final de 1823 – Fernando logró poner de cabeza al Gobierno Constitucional – Bolívar sintió la oportunidad de entrar en el Alto Perú al sur y envió a su segundo al mando, Antonio José de Sucre, a atacar durante los meses de primavera.
Sucre, consciente de que no podía ganar una batalla basada en tácticas, obligó a su ejército a retirarse cuando se encontró cara a cara con un ataque realista a principios de diciembre. Reorganizo a sus soldados cerca de Ayacucho y se las arregló para crear una batalla igualándose, los rebeldes sólo tenían unos 500 hombres menos que su contraparte realista.
La Serna y los soldados que respaldan la dominación española marcharon en dirección de Sucre y sus tropas el 9 de diciembre de 1824, perdieron el elemento sorpresa en los momentos iniciales. Una pequeña colina en el lado del campo de batalla permitió ver a Sucre al ejercito realista obligándolos a atacar, permitiéndole colocar sus tropas.
Sus hombres atacaron, el resto del ejército se deslizó en un intento de contrarrestar el avance de los nacionalistas. Las unidades de Sucre, se movieron como un frente cohesionado, capturando a de la Serna. La batalla había terminado, con más de 2 500 realistas muertos o heridos.
Esa tarde al terminar la batalla de Ayacucho, el líder en funciones José Canterac firmó la capitulación de Ayacucho dando fin a la Guerra de la Independencia del Perú. En España, el acto sería visto como una conspiración contra la corona.
Capitulación de Ayacucho
La Capitulación de Ayacucho es el tratado firmado por el jefe del estado mayor José de Canterac y el General Antonio José de Sucre después de la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
TEXTO ORIGINAL DE LA CAPITULACIÓN DE AYACUCHO
Don José Canterac, teniente general de los reales ejércitos de S. M. C., encargado del mando superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de este día el excelentísimo señor virrey don José de La Serna, habiendo oído a los señores generales y jefes que se reunieron después que, el ejército español, llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú, ha tenido que ceder el campo a las tropas independientes; y debiendo conciliar a un tiempo el honor a los restos de estas fuerzas, con la disminución de los males del país, he creído conveniente proponer y ajustar con el señor general de división de la República de Colombia, Antonio José de Sucre, comandante en jefe del ejército unido libertador del Perú, las condiciones que contienen los artículos siguientes:
- 1° El territorio que guarnecen las tropas españolas en el Perú, será entregado a las armas del ejército libertador hasta el Desaguadero, con los parques, maestranza y todos los almacenes militares existentes.
- 2° Concedido, y también serán entregados los restos del ejército español, los bagajes y caballos de tropas, las guarniciones que se hallen en todo el territorio y demás fuerzas y objetos pertenecientes al gobierno español.
- 3° Todo individuo del ejército español podrá libremente regresar a su país, y será de cuenta del Estado del Perú costearle el pasaje, guardándole entretanto la debida consideración y socorriéndole a lo menos con la mitad de la paga que corresponda mensualmente a su empleo, ínterin permanezca en el territorio.
- 4° Concedido; pero el gobierno del Perú sólo abonará las medias pagas mientras proporcione transportes. Los que marcharen a España no podrán tomar las armas contra la América mientras dure la guerra de la independencia, y ningún individuo podrá ir a punto alguno de la América que esté ocupado por las armas españolas.
- 5° Cualquier individuo de los que componen el ejército español, será admitido en el del Perú, en su propio empleo, si lo quisiere.
Concedido.
»4° Ninguna persona será incomodada por sus opiniones anteriores, aun cuando haya hecho servicios señalados a favor de la causa del rey, ni los conocidos por pasados; en este concepto, tendrán derecho a todos los artículos de este tratado.
»4° Concedido; si su conducta no turbare el orden público, y fuere conforme a las leyes.
»5° Cualquiera habitante del Perú, bien sea europeo o americano, eclesiástico o comerciante, propietario o empleado, que le acomode trasladarse a otro país, podrá verificarlo en virtud de este convenio, llevando consigo su familia y propiedades, prestándole el Estado proporción hasta su salida; si eligiere vivir en el país, será considerado como los peruanos.
»5° Concedido; respecto a los habitantes en el país que se entrega y bajo las condiciones del artículo anterior.
»6° El Estado del Perú respetará igualmente las propiedades de los individuos españoles que se hallaren fuera del territorio, de las cuales serán libres de disponer en el término de tres años, debiendo considerarse en igual caso las de los americanos que no quieran trasladarse a la Península, y tengan allí intereses de su pertenencia.
»6° Concedido como el artículo anterior, si la conducta de estos individuos no fuese de ningún modo hostil a la causa de la libertad y de la independencia de América, pues en caso contrario, el gobierno del Perú obrará libre y discrecionalmente.
»7° Se concederá el término de un año para que todo interesado pueda usar del artículo 5°, y no se le exigirá más derechos que los acostumbrados de extracción, siendo libres de todo derecho las propiedades de los individuos del ejército.
»7° Concedido.
»8° El Estado del Perú reconocerá la deuda contraída hasta hoy por la hacienda del gobierno español en el territorio.
»8° El Congreso del Perú resolverá sobre este artículo lo que convenga a los intereses de la república.
»9° Todos los empleados quedarán confirmados en sus respectivos destinos, si quieren continuar en ellos, y si alguno o algunos no lo fuesen, o prefiriesen trasladarse a otro país, serán comprendidos en los artículos 2° y 5°.
»9° Continuarán en sus destinos los empleados que el gobierno guste confirmar, según su comportación.
»10. Todo individuo del ejército o empleado que prefiera separarse del servicio, y quedare en el país, lo podrá verificar, y en este caso sus personas serán sagradamente respetadas.
»10. Concedido.
»11. La plaza del Callao será entregada al ejército unido libertador, y su guarnición será comprendida en los artículos de este tratado.
»11. Concedido; pero la plaza del Callao, con todos sus en seres y existencias, será entregada a disposición de S. E. el Libertador dentro de veinte días.
»12. Se enviarán jefes de los ejércitos español y unido libertador a las provincias unidas para que los unos reciban y los otros entreguen los archivos, almacenes, existencias y las tropas de las guarniciones.
»12. Concedido; comprendiendo las mismas formalidades en la entrega del Callao. Las provincias estarán del todo entregadas a l os jefes independientes en quince días, y los pueblos más lejanos en todo el presente mes.
»13. Se permitirá a los buques de guerra y mercantes españoles hacer víveres en los puertos del Perú, por el término de seis meses después de la notificación de este convenio, para habilitarse y salir del mar Pacífico.
»13. Concedido; pero los buques de guerra sólo se emplearán en sus aprestos para marcharse, sin cometer ninguna hostilidad, ni tampoco a su salida del Pacífico; siendo obligados a salir de todos los mares de la América, no pudiendo tocar en Chiloé, ni en ningún puerto de América ocupado por los españoles.
»14. Se dará pasaporte a los buques de guerra y mercantes españoles, para que puedan salir del Pacífico hasta los puertos de Europa.
»14. Concedido; según el artículo anterior.
»15. Todos los jefes y oficiales prisioneros en la batalla de este día, quedarán desde luego en libertad, y lo mismo los hechos en anteriores acciones por uno y otro ejército.
»15. Concedido; y los heridos se auxiliarán por cuenta del erario del Perú hasta que, completamente restablecidos, dispongan de su persona.
»16. Los generales, jefes y oficiales conservarán el uso de sus uniformes y espadas; y podrán tener consigo a su servicio los asistentes correspondientes a sus clases, y los criados que tuvieren.
»16. Concedido; pero mientras duren en el territorio estarán sujetos a las leyes del país.
»17. A los individuos del ejército, así que resolvieren sobre su futuro destino en virtud de este convenio, se les permitirá reunir sus familias e intereses y trasladarse al punto que elijan, facilitándoles pasaportes amplios, para que sus personas no sean embarazadas por ningún Estado independiente hasta llegar a su destino.
»17. Concedido.
»18. Toda duda que se ofreciere sobre alguno de los artículos del presente tratado, se interpretará a favor de los individuos del ejército español.
»18. Concedido; esta estipulación reposará sobre la buena fe de los contratantes.
»Y estando concluidos y ratificados, como de hecho se aprueban y ratifican estos convenios, se formarán cuatro ejemplares, de los cuales dos quedarán en poder de cada una de las partes contratantes para los usos que les convengan.
Dados, firmados de nuestras manos en el campo de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824.
José Canterac.-Antonio José de Sucre.