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La Actividad solar

La Actividad solar

La actividad solar. Se suele llamar Actividad Solar al fenómeno caracterizado por la presencia de manchas, protuberancias, fulguraciones y emisiones importantes en radiofrecuencias y rayos X en el Sol.

Las manchas solares son amarillas, aunque normalmente serían manchas oscuras. Estas manchas suelen medir más de 30.000 km y aparecen en ciclos de 11 años. La actividad solar, incluido el desarrollo de las manchas solares, se asocia con el cambio de los campos magnéticos del Sol.

El periodo de julio de 1957 a diciembre de 1958 tuvo una actividad solar intensa.

Se piensa que todas estas formas de actividad solar son controladas por la liberación de energía del campo magnético del Sol. Cómo se libera esta energía y que relación hay entre los diferentes tipos de actividades solares, son algunos de los muchos enigmas que enfrentan los físicos solares hoy en día.

La cantidad de actividad solar no es constante, y está muy relacionada con el número típico de manchas solares que son visibles.

Las manchas solares tienen una parte central obscura conocida como umbra, rodeada de una región más clara llamada penumbra. Las manchas solares son obscuras ya que son más frías que la fotosfera que las rodea. Las manchas son el lugar de fuertes campos magnéticos. La razón por la cual las manchas solares son frías no se entiende todavía, pero una posibilidad es que el campo magnético en las manchas no permite la convección debajo de ellas. Las manchas solares generalmente crecen y duran desde varios días hasta varios meses. Las observaciones de las manchas solares reveló primero que el Sol rota en un período de 27 días (visto desde la Tierra). El número de manchas solares en el Sol no es constante, y cambia en un período de 11 años conocido como el ciclo solar. La actividad solar está directamente relacionada con este ciclo.

Protuberancias solares

Las protuberancias solares son enormes chorros de gas caliente expulsados desde la superficie del Sol, que se extienden a muchos miles de kilómetros. Las mayores llamaradas pueden durar varios meses.

El campo magnético del Sol desvia algunas protuberancias que forman así un gigantesco arco. Se producen en la cromosfera que está a unos 100.000 grados de temperatura. Las protuberancias son fenómenos espectaculares. Aparecen en el limbo del Sol como nubes flameantes en la alta atmósfera y corona inferior y están constituidas por nubes de materia a temperatura más baja y densidad más alta que la de su alrededor. Las temperaturas en su parte central son, aproximadamente, una centésima parte de la temperatura de la corona, mientras que su densidad es unas 100 veces la de la corona ambiente. Por lo tanto, la presión del gas dentro de una protuberancia es aproximadamente igual a la de su alrededor.

El viento solar

El viento solar es un flujo de partículas cargadas, principalmente protones y electrones, que escapan de la atmósfera externa del sol a altas velocidades y penetran en el Sistema Solar.

Los resultados de las investigaciones de los científicos de la Academia Nacional Rusa de Ciencia, en Novosibirsk (Siberia), son de lo más inquietantes: la actividad en el último ciclo solar ha superado todo lo que se había observado durante los últimos años. Este incremento ha sido puesto de manifiesto igualmente por el doctor Mike Lockwood, del Rutherford Appleton National Laboratories, en California (EE UU), según el cual, desde 1901, el campo magnético en el exterior del sol se habría incrementado en más del 230%. Los científicos rusos afirman que la heliosfera (energía que envuelve al sol) tenía hace algunos años un diámetro de 10 unidades astronómicas (UA). Cada UA equivale a la distancia Tierra-Sol, estimada en 150 millones de kilómetros. Sin embargo, actualmente sus dimensiones han aumentado hasta las 100 UA. Este enorme incremento, según los científicos, va a transformar por completo a los planetas del sistema solar y la vida que pudiera haber en ellos. La espiral del ADN estaría experimentando una importante modificación. Pero los efectos no sólo tienen lugar en la Tierra. La atmósfera de cinco planetas y de la luna también está cambiando. Según el doctor Dmitriev, la luna estaría generando una atmósfera compuesta por un elemento llamado Natrium, que cuando el hombre pisó este satélite de la Tierra no existía. Al mismo tiempo estaría cambiando la atmósfera de la Tierra y la de Marte, que se está haciendo más densa. El proceso de transformación alcanzaría asimismo a Júpiter, Urano y Neptuno. Al mismo tiempo se observa que Venus está aumentando su brillo, al igual que Urano y Neptuno. A su vez, Júpiter ha incrementado su carga energética, que ha generado un tubo de radiación de iones entre este planeta y su luna Io. El campo magnético de Júpiter se ha duplicado y el de Urano y Neptuno se está modificando, sin que se conozca la causa de estos fenómenos. Una transformación a gran escala afecta al sistema solar y, en nuestro planeta, se traduce en una dramática estadística. La actividad volcánica ha aumentado en un 500 % en un siglo, desde 1875 a 1975. Revisando el número de desastres naturales de toda clase, desde 1963 hasta 1993 el número de éstos se ha multiplicado por 5. El campo magnético de la Tierra ha ido disminuyendo progresivamente en los últimos 500 años. Y lo más preocupante es que en los últimos veinte años esta variación se ha convertido en errática e imprevisible.

La evolución espiritual

Sin embargo, para muchas personas estas anomalías cósmicas sólo son una parte de un proceso que incluye la transformación de la especie humana y que conduciría a un salto evolutivo. Durante miles de años distintas culturas del planeta han atribuido al sol un protagonismo especial. Es destacable la forma en la que era venerado por algunas civilizaciones que alcanzaron elevadas cotas de desarrollo cultural en el pasado, como la egipcia, donde fue venerado como un dios (Ra y Atón); o la maya, que lo deificó con el nombre de Kinich Ahau; o la inca que le rindió culto como Inti. Todos estos pueblos vieron en el sol algo más que un objeto celeste. Para ellos era la propia divinidad manifestada a los hombres. Por ese motivo era objeto de adoración. Podría pensarse que esta identificación espiritual con una bola incandescente de tamaño gigantesco era una superstición nacida de la ignorancia científica. Sin embargo, muchas personas a lo largo de la historia, e incluso en la actualidad, como místicos, sensitivos, chamanes, profetas de la Nueva Era, visionarios y canalizadores, afirman que el sol es, como la Tierra, un ser dotado de consciencia, con identidad propia, más allá de su apariencia física. Según esta creencia, característica del esoterismo universal, el sol no sólo sería el responsable de perpetuar la vida en nuestro planeta, sino de programar su evolución emitiendo códigos de luz que harían posible la transformación física y espiritual del ser humano. Este mecanismo produciría mutaciones periódicas (cíclicas) y respondería a un plan concebido meticulosamente por una inteligencia: el Dios Creador de los grandes mitos y religiones. En este sentido, el sol sería una encarnación física del poder divino. Si así fuese, los antiguos adoradores del astro rey no serían tan ignorantes y supersticiosos como cree el materialismo moderno. Sin duda veían en el disco solar un símbolo de la grandeza del Creador, un poder que no sólo otorgaba la vida a la Tierra y a las criaturas que la habitaban, sino que también la programaba en el tiempo. Son interminables los relatos y testimonios de personas pertenecientes a las más variadas corrientes espirituales, en los que se hace referencia a la existencia en el sol de una jerarquía tan elevada de seres como los ángeles. A título de ejemplo, en El secreto de los Andes, «Brother Philip» (pseudónimo de George H.

Williamson), asegura que «el Sol está compuesto de doce cuerpos y que sus revoluciones ocasionan el extraño ciclo de las manchas solares cada once años. Pero sus habitantes son diferentes a aquellos que habitan los mundos. Estos seres son los llamados ángeles. Miguel y sus legiones –los arcángeles– son todos moradores del sol». Estos doce soles aparecen en textos sagrados de la India, como el Srimad Bhagavat, en el cual se les describe como capas o esferas, una dentro de otra, que establecen el contacto entre Dios y el ser humano, permitiendo a éste fundirse como Uno en la Totalidad. En los Upanishads se afirma que el paso a través del sol supone un camino hacia la salvación por la liberación del espíritu. El Rig-Veda alude a un principio espiritual que reside en el sol y que da vigor y energía a todos los seres. La energía vital (no inerte) es Surya: Suryah pratyaksha devata («el Sol es Dios visible»). El Ramayana mantiene el mismo concepto de que «Dios es Luz» y está brillando siempre dentro de todos los seres. José Argüelles, autor de El factor maya, pone de manifiesto la existencia de códigos de luz revelados a la humanidad por seres de las estrellas, inteligencias que están más allá del espacio-tiempo. En este libro afirma que, así como la Tierra es un ser inteligente íntimamente conectado con la evolución del ser humano, el sol sería la inteligencia central de todo sistema planetario, en el cual los distintos mundos asumirían el papel de giróscopos armónicos, manteniendo la frecuencia resonante propia de la órbita de cada uno de ellos. En este modelo, el sol respira, actuando como un receptor de frecuencias provenientes del centro de la galaxia a través de su inhalación, mientras que por la exhalación estas corrientes de energía e información regresarían al centro galáctico, a Hunab Ku, «dador de la medida y del movimiento», tal como era llamado por los mayas, que lo identificaban con Dios, con la Fuerza y con el Conocimiento Supremo. Durante una de sus ultimas estancias en España, Argüelles explicó que esta actividad solar sin precedentes irá aumentando hasta el 2012, fecha clave de la transformación planetaria. Como parte de la visión del tiempo maya, este último gran ciclo de 5200 tuns, que supondría unos 5125 años aproximadamente (culminando precisamente en el 2012), está dividido en trece ciclos más pequeños (baktunes), de 394 años cada uno, y tendría que ver con la creación del «cuerpo de luz planetario». Esto llevaría a la humanidad terrestre a la adquisición de una auténtica conciencia galáctica, en perfecta comunión con el sol, el Kinich Ahau maya.

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