Juan Pablo Viscardo y Guzmán
Juan Pablo Viscardo y Guzman. Durante cuarenta y un años (1773-1814) y fue restablecida por Pío VII en 1814 por la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, dando comienzo al momento histórico que denominamos Restauración. Parte de los jesuitas, entre ellos Viscardo, sobrevivieron esas décadas en Prusia, Rusia e Italia, de donde brotaría la renacida orden que ha formado a muchas generaciones de líderes peruanos.
El Nuevo Mundo es nuestra patria, y su historia es la nuestra” escribió Juan Pablo Viscardo y Guzmán en su famosa “Carta a los españoles americanos”. Documento publicado en francés en 1799 y en español dos años después, la carta de treinta páginas fue el referente obligado de los revolucionarios americanos. Partiendo de una lectura histórica de un sistema imperial que promovía la desigualdad, Viscardo logró resumir su experiencia y la de miles de “compatriotas” en cuatro palabras: ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación. Tal como ocurrió con el Common Sense –el poderoso panfleto de la revolución norteamericana escrito por Thomas Paine– la carta de Viscardo capturó la imaginación de buena parte del liderazgo criollo. Descrita como “la primera proclama de la Revolución” o “el manifiesto más representativo de las ideas liberales” se asegura que no existió lugar del imperio español donde no llegase un ejemplar o un fragmento de la misiva redactada en Francia por el jesuita desterrado.
Juan Pablo Viscardo y Guzmán nació en Pampacolca (Arequipa) el 27 de junio de 1748. Sus padres fueron Gaspar Viscardo y doña Manuela de Zea. Su infancia transcurrió en la campiña arequipeña hasta que, siendo adolescente, viajó al Cusco para estudiar en el Real Colegio de los Nobles de San Bernardo, bajo la conducción de los jesuitas. A la muerte de su padre, y probablemente en busca de un destino mejor, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús donde, al igual que su hermano José Anselmo, hizo los votos. En 1767, el rey Carlos III ordenó la expulsión de los jesuitas de España y sus posesiones, por lo que Viscardo y sus compañeros fueron llevados a España, desembarcando en Cádiz. Los Viscardo se instalaron en la Toscana, donde llegaron las noticias de la rebelión de Túpac Amaru II. Al cacique rebelde se refirió Juan Pablo cuando recordó la resistencia armada que los nuevos impuestos reales generaron en el Perú, además de la sangre derramada para que España comprendiese los niveles a los que había llegado su explotación. “Gemiríamos aún” bajo la presión tributaria, si “las primeras chispas” de la indignación no hubieran forzado a los tiranos a “desistirse de sus extorsiones”.
La provocadora epístola de Viscardo, cargada de conceptos y argumentos originales, algunos de ellos recogidos por Simón Bolívar en su Carta de Jamaica, permaneció por varios años en los archivos personales de Rufus King. El embajador estadounidense en Inglaterra fue amigo y confidente del sacerdote jesuita durante la última etapa de su vida. Cuando Miranda lo visitó en Londres, Viscardo acababa de fallecer y, con el propósito de honrar su memoria, el diplomático le solicitó la traducción y difusión de su obra. Esta, bueno es recordarlo, no solo se circunscribió a la carta que Miranda imprimió para repartir a diestra y siniestra en su “expedición libertaria” a Venezuela.
¿Cuales son algunos de los temas analizados por Viscardo, a quien el reconocido historiador David Brading ubica en la transición del pensamiento criollo al liberal? Una de las ideas que afloran en la carta es la distancia geográfica entre España y sus posesiones americanas, un argumento utilizado también por Paine y que luego retoma Simón Bolívar e incluso Faustino Sánchez Carrión para defender el proyecto republicano. Con respecto a este último, Viscardo se refiere a los derechos individuales, si se quiere ciudadanos, pero también menciona el concepto de la libertad, en su acepción negativa. Esto es en respuesta a la tiranía que era la naturaleza del gobierno de España en América. Era imposible, opinaba Viscardo, la convivencia con “los amos y tiranos”, quienes no cumplían la obligación de proteger la libertad, la seguridad y las propiedades de los gobernados. Más aún, España se empeñaba en destruir las bases de un pacto político quebrado por sus propios errores.
El análisis de la carta de Viscardo obliga a mirar a un sector de la Iglesia Católica que percibe la falta de humanidad del sistema político pero que, además, entiende las bases materiales de la desigualdad social. Cuando las causas conocidas de un mal empeoraban, era una locura, opinaba el jesuita, esperar de ellas algún bien. El rupturismo de Viscardo se hace evidente en su crítica implacable a un presente sin solución pero también en su mirada optimista a un futuro pleno de oportunidades. La etapa superior ocurriría cuando desaparecieran “los odiosos obstáculos que el egoísmo” oponía al bienestar general. Viscardo, como bien lo señala Brading, imagina una utopía. En ella América es el punto de encuentro de todas las naciones pacíficas viviendo de su trabajo honrado. Dentro del espíritu de una comunidad refundada en la solidaridad era posible tender la mano al otro que sufría pero que, sin embargo, tenía mucho que aportar. “¡Cuántos, huyendo de la opresión o de la miseria, vendrán a enriquecernos con su industria, con sus conocimientos, y a reparar nuestra población debilitada!” exclama ese arequipeño universal que, sin lugar a dudas, es uno de los pensadores más lúcidos y vigentes que ha producido el Perú.