El imperio persa se formo en de la unión de los pueblos medos y persas, se desarrollaron en la meseta de la que hoy es Irán, hacia el año 1500 a.C. Se expandieron a los largo del Medio Oriente. Dario I fue su principal impulsor a nivel económico y territorial, aunque su expansión territorial se inició con el reinado de Ciro II.
Imperio Medo, inicios del Imperio Persa
En el II milenio, alrededor del año 1500, los persas ocuparon las regiones occidentales de Irán, indoeuropeos, venidos del otro lado del Cáucaso. Otros grupos penetraron en Asia Menor. Alguna de sus ramas siguió su camino hacia la India. Los que aquí se quedaron se llamaron medos y persas; éstos se establecieron en las comarcas meridionales, y los primeros en el Norte.
Mientras Asiria fue poderosa, pudo tener a raya a los montañeses vecinos, y entre ellos a los indoeuropeos de la meseta del Irán. Parte de éstos pagó tributo a Sargón. Cuando reinaba Asurbanipal, surgió un caudillo de los medos, Ciaxares. Unificó a su pueblo, llevó el límite de sus dominios hasta el río Halys, en la lucha con los lidios (585), y junto con los babilonios sublevados destruyó Nínive. Estableció la capital de su reino en Ecbatana. Su sucesor fue Astiages.
La formación del Imperio Persa. Ciro.
Si la tribu de los persas aceptó al principio el dominio de los medos, pronto surgió un caudillo que supo organizarla. Fue Ciro, descendiente de Achaimenes, que dio nombre a la dinastía (Aqueménidas). Gran político y excelente general, unificó a sus compatriotas y se incorporó los medos al vencer a su rey Astiages (550). Desde este momento se lanzó a la conquista de los reinos vecinos: Lidia y Babilonia. En 540, Ciro vence en Sardes a Creso, rey de Lidia, y se anexiona este país. Tres años más tarde se apodera de Babilonia, mal defendida.
Cuando en 529 murió Ciro, luchando contra los nómadas del Nordeste, el primer gran Imperio indoeuropeo estaba sólidamente establecido. Ciro se mostró tolerante, política seguida por sus inmediatos sucesores, y permitió a los judíos el regreso a Jerusalén (537).
Cambises y Darío
La expansión del Imperio persa continuó durante los reinados de los inmediatos sucesores de Ciro. Su hijo Cambises (530-522) conquistó fácilmente Egipto e incorporó Cirene a sus estados; pero al intentar ocupar Nubia y mandar, al mismo tiempo, una expedición al oasis de Ammán sufrió un doble fracaso; enfurecido, maltrató a los egipcios y a sus dioses. Un pretendiente que se hacía pasar por su hermano muerto se levantó en Persia, y Cambises murió al ir a sofocar la rebelión.
Darío I, de otra rama de la familia, ocupó el trono y apaciguó el Imperio. Volvió a Egipto, conquistando el afecto de su población por su trato moderado (517). La llegada al Egeo le puso en contacto con el mundo helénico. Realizó una expedición a Escitia (Ucrania), atravesando el Helesponto y el Danubio, en la que tomaron parte los griegos del Asia Menor, sometidos a su poder (515). Poco después, las ciudades jonias se sublevaron e incendiaron Sardes. Atenas les ayudó. Este es el motivo de las guerras médicas, lucha entre dos ramas de la gran familia indoeuropea, cada una con ideales distintos. A pesar de que Persia contaba con la mayor fuerza militar y política, no pudo vencer a los pequeños estados griegos.
El ejército del imperio persa era un ejercito de campesinos fuertes. Su arma era el arco, que manejaban hábilmente. Su acción a distancia desconcertaba al enemigo, que se veía en seguida atacado por una caballería muy poderosa. Contaba, además, con numerosas fuerzas auxiliares de las diversas partes del Imperio. En cambio, su flota tenía que formarse con un conglomerado de la de los países vencidos: Jonia, Fenicia, Egipto y Cilicia; frente a ella la flota ateniense tenia unidad. El soldado persa era ágil y sufrido, incansable y sobrio; un puñado de dátiles y un pedazo de duro queso le bastaban.
Darío fue un gran monarca, humano y razonable como Ciro. Con él, llega a su perfección el sistema administrativo que un Imperio tan vasto requería. Se dividía en veinte provincias, incluyendo el Penjab, en la India, conquistada hacia 510 (veintiuna con Tracia, que después se perdió). Cada provincia tenía a su frente un sátrapa, que dirigía libremente los asuntos interiores. Cada satrapía pagaba grandes contribuciones a la caja real. El oro del imperio persa se hizo famoso. Darío fue el primero que acuñó regularmente dicho metal. Sus monedas, con la imagen del rey como arquero, se llamaban dóricos. La antigua Susa, capital del Imperio, estaba unida con las comarcas más apartadas del mismo por medio de caminos muy bien conservados.
Los sucesores de Darío
Darío murió en 485 y le sucedió su hijo Jerjes, quien después de sofocar varias revueltas realizó su famosa y fracasada expedición a Grecia. Convertido en un déspota oriental fue asesinado en 465. El antiguo espíritu de las tribus de Persia había desaparecido al adoptar las modas orientales. Los persas tenían desarrollado el sentido de la imitación. Tomaron el vestido de los medos, el lujo de los babilonios, algunas prendas de los egipcios, ritos de los sacerdotes caldeos. Todo ello acentuó el despotismo de sus monarcas. Sus servidores estaban siempre expuestos a una terrible muerte. Esto explica que las intrigas fueran constantes, debilitando a la monarquía y poniéndola indefensa en manos de Alejandro de Macedonia, dos siglos después de haber alcanzado el máximo poder de Oriente.
Durante el largo reinado del hijo de Jerjes, Artajerjes I Longimano (465-424), la monarquía del imperio persa mantuvo aún su prestigio y su poder, mostrándose el rey tolerante y muy amigo de los judíos. Tuvo que sofocar varias revueltas e intrigas palatinas y muy serias insurrecciones en Egipto, apoyadas por Grecia. Continuó la lucha con Atenas, pero el monarca persa supo aprovecharse de las desacuerdos entre los Estados griegos para conseguir mejores condiciones de lo que los hechos militares permitían esperar.
Decadencia del Imperio persa
Después de un período de turbias intrigas y asesinatos palatinos, queda afianzado en el trono Darío II Ochos (424-405). Su reinado está lleno también de intrigas y es interesante en relación con las luchas entre los griegos. Gracias al apoyo imperio persa, acentuado por Ciro, el ambicioso hijo del Gran Rey, Esparta pudo vencer a Atenas.
A su suerte, en 405, Ciro intentó arrebatar el reino a su hermano Artajerjes II, con la ayuda de un ejército de mercenarios griegos. En Cunaxa los griegos vencieron, pero Ciro murió, y pasaron grandes penurias para llegar a la costa del Mar Negro (retirada de los Diez mil). Gracias a las desacuerdos entre los griegos, Artajerjes logró imponer la llamada paz del Rey, que restablecía su Imperio con la extensión que tuvo en tiempos de Darío I. Tuvo que sofocar peligrosas revueltas en Chipre y Egipto, complicadas con una gran conjuración de sátrapas. Después de un largo reinado, murió el año 359. Artajeijes III, su hijo, le sucedió y reconquistó Egipto. Murió asesinado por su favorito Bagoas, que cometió muchos crímenes hasta ser también asesinado por Darío III (336), el rey vencido por Alejandro y con el que halla su fin el Imperio persa.
La religión del Imperio Persa
En el siglo VI a. C. vivió Spithama Zaratustra, llamado Zoroastro por los griegos, mago fundador de la religión denominada mazdeismo, que Darío convirtió en la oficial de su Imperio. Con toda probabilidad, Zaratustra, acaso influido por los hebreos, pensó una religión monoteísta, cuyo dios se llamaba Ahura-Mazda (Ormuz, para los griegos). Pero un dualismo latente en su pensamiento religioso hizo que sus discípulos elaboraran una teología dualista, contenida en el Zend-Avesta, que oponía a Mazda, el dios del bien, Angra-Mainyu (Arihman, para los griegos), el dios del mal. La lucha entre ambos duraría hasta el final de los tiempos, en que vencerá Ahura-Mazda. La moral de esta religión es bastante elevada y el culto principal es el fuego.
El arte del Imperio Persa
En cuanto al arte del imperio persa, descuella la estela de Behistún, donde bajo una imagen alada de Mazda hay un relieve en el que se representa a Darío I pisoteando a Gaumata vencido, y debajo un resumen de las campañas de su reinado. Se conservan también los restos del palacio de Darío I en Persépolis, incendiado por orden de Alejandro, y la tumba del mismo rey en un acantilado de Nakch-Rustem, cerca de la capital.
Los hebreos bajo los seléucidas y Roma
En 537, Ciro permite a los judíos regresar a Jerusalén, donde gozan de autonomía. En la época de los seléucidas se renuevan las luchas, especialmente cuando Antioco IV implantó en Jerusalén el culto de Zeus en lugar del de Jehová (168). La familia dé los Macabeos dirige el movimiento de liberación, que se logró, tras heroica lucha, en 130. Gracias a su amistad con Roma, Juan Hircano (130-105) representa un nuevo apogeo de Judá, regido por reyes que son sumos sacerdotes.
Después de nuevas turbulencias, el general romano Pompeyo incorpora Judea a la provincia de Siria; pero conserva su autonomía bajo el sumo sacerdote Hircano. César da a éste el título de etnarca y el de tetrarcas a otros subordinados suyos. En el año 40, el Senado, para agradecer a Herodes su intervención contra los partos, le concedió el titulo de rey. Herodes recibió el sobrenombre de Grande, embelleció Jerusalén y ensanchó el territorio judío. Nuevas sublevaciones obligan a Roma a incorporar de nuevo a Palestina a la provincia de Siria. El tetrarca Herodes Antipas es quien hace matar a San Juan Bautista, y el que sentencia —con el gobernador romano Poncio Pilatos— a Jesús. Más tarde, Herodes Agripa, descendiente de los Macabeos, fue rey de Judea, volviendo a su muerte el país a ser provincia romana. En el año 66 de C. estalla una sublevación de los judíos. Vespasiano empieza la guerra, y su hijo Tito la termina con la destrucción de Jerusalén. Adriano convierte esta ciudad en la colonia Aelia Capitolina. Los judíos, esperando siempre al Mesías, se sublevan de nuevo. La fortaleza de Masada, junto al mar Muerto, es su último, desesperado y heroico refugio. Vencidos (132-135) por el mismo emperador, son castigados con la dispersión (la diáspora).
Fenicia bajo el dominio extranjero
Con el dominio del imperio persa, Sidón vuelve a ocupar el primer lugar. En general, los fenicios son fieles a los persas y forman el núcleo principal de su flota en la lucha contra los griegos. Se sublevan a veces, y se niegan a atacar Cartago, como quería Cambises. Artajerjes III incendia Sidón. Después de la batalla de Issos, las ciudades fenicias se entregan a Alejandro Magno. Sólo Tiro le cierra sus puertas. Tras un difícil sitio de siete meses. Tiro es tomada y saqueada.
El helenismo se impone con rapidez en Siria. Con los sucesores de Alejandro Magno, esta tierra ha de presenciar nuevas luchas, al disputarse la costa los Seléucidas y Egipto. Desde la muerte de Antíoco IV Epifanes (163), reina la anarquía. En 120 y 111, Tiro y Sidón recobran su independencia. A partir del año 64, Fenicia queda anexionada al Imperio romano.