Francisco de Paula Gonzales Vigil
Francisco de Paula Gonzales Vigil. Sacerdote peruano, ideólogo y ferviente liberal que profesó el anticlericalismo y llegó a sufrir la excomunión papal sin retractarse jamás de sus ideas. Nacido en Tacna el 13 de septiembre de 1792 y muerto en junio de 1875. Fue presidente del Congreso y director de la Biblioteca Nacional en las décadas posteriores a la independencia, destacando como uno de los precursores del liberalismo.
Hijo del español Joaquín González Vigil y de la tacneña Micaela Yáñez. Era el primogénito y como tal fue consagrado a la Iglesia. En 1803 fue enviado a Arequipa para cursar estudios de Teología, Filosofía, Gramática y Matemáticas en el Seminario San Jerónimo, que dirigía el célebre Obispo Pedro José Chávez de la Rosa. También recibió enseñanzas del clérigo Javier de Luna Pizarro —otro hombre de ideas liberales que destacará luego en los primeros congresos peruanos y uno de los autores principales de la primera Constitución del año 1823— y de Mariano Melgar, poeta fusilado en 1815 por su actividad patriota.
En 1819 se ordenó párroco y en 1821 recibió el grado de Doctor en la Universidad San Antonio Abad del Cuzco. Por esos años se volcó, más que a la vida conventual, a la enseñanza, preparándose en el ejercicio oratorio, en el que luego brillaría. Fue subdirector del Seminario de Arequipa en los años previos a la independencia, aunque como él mismo referiría no participó de las ideas de la independencia: «Yo no tuve la gloria de añadir mis esfuerzos a los de los Padres de la Patria, a los de los Hombres del Año 21, por el logro de la independencia. Dedicado enteramente a los estudios, bajo la dirección de hombres de buena fe y recto corazón pero de conciencia extraviada en este punto, que extraviaban también otras conciencias, predicando el derecho divino de los Reyes, yo no pensaba (por ese tiempo) en otra cosa ni me fue permitido ver la luz».
Tras el triunfo de Ayacucho decidió lanzarse a la política «para contribuir de algún modo a la formación del edificio de que aquéllos son fundadores». Logró salir elegido diputado por Arica al Congreso de 1826, que por servilismo a Bolívar no llegó a instalarse. Fue a Chile por corto tiempo y se convirtió en profundo antibolivariano en una época en que la norma era rendirle pleitesía. El año 27 fue ratificado por Arica como su representante y se integró al Congreso, Pero debió volver a Chile, al poco, aquejado de una tuberculosis que en él se volverá crónica.
En 1832, ya con Gamarra en el poder tras la traición de Tarqui, González Vigil se reintegró al Congreso. El 8 de noviembre fue su célebre intervención contra el caudillo que apresó a Gamarra y había sido responsable antes del vergonzoso desbande después de la acción de Zepita. Luego de puntualizar las acciones deshonrosas cometidas en esos años de anarquía e impunidad, exclamó: «Por lo que hace a mí, habiéndome cabido la honra, por no decir la desgracia, de presidir la Cámara en este día, y debiendo quedar por esto privado de sufragio conforme al reglamento, me apresuro a emitir mi opinión en la tribuna, para que sepa mi Patria, y para que sepan también todos los pueblos libres, que cuando se trató de acusar al Ejecutivo por haber infringido la Constitución, el diputado Vigil dijo: ¡Yo debo acusar y yo acuso!»
La frase se hizo célebre y su acusación minó considerablemente el crédito de Gamarra. La enfermedad pulmonar le impidió seguir cultivando la oratoria. Consagróse entonces al periodismo, fundando con Francisco Javier Mariátegui «El genio del Rímac», tribuna contra Gamarra. En años posteriores colaboró en «El Correo», «La América», «El hijo del pueblo» y «El Correo del Perú». En 1834 volvió a ser presidente del parlamento, pero sus males lo devolvieron a Arequipa, de clima más seco que el de Lima. Orbegoso llegó a ofrecerle una canonjía en la Catedral de Lima, que González Vigil rechazó, como rechazaría también más tarde el arzobispado de la capital que le ofreció Castilla.
Al formarse la Confederación con Bolivia, impidió que Tacna fuese integrada al estado boliviano, como algunos tacneños lo habían solicitado. Santa Cruz lo nombró, de cualquier manera, Director de la Biblioteca Nacional, cargo que volvería a asumir con la primera presidencia de Castilla.
Después de su paso por el parlamento, González Vigil se consagró al estudio del problema religioso del Patronato. Liberal convencido, abogó por la separación de la Iglesia del Estado, publicando de su propio peculio su monumental estudio «Defensa de la autoridad de los gobiernos contra las pretensiones de la Curia romana» (1848, 6 vols.), donde defendía el Patronato civil. El obispo de Colombia, Manuel José Mosquera, denunció la obra ante el Vaticano y su autor fue excomulgado por Pío IX el 10 de junio de 1851. Nunca se retractó y prosiguió, por lo contrario, en sus ataques contra la infalibilidad papal, redactando una carta al Papa. Escribió también «Defensa de la autoridad de los Obispos contra las pretensiones de la Curia romana» (1856, 4 vols.), «Paz perpetua en América o la federación americana» (1856), «Los jesuitas» (1861), «Apéndice sobre la pena de muerte» (1862) —en el que se mostraba en contra de este tipo de castigo—, «Los jesuitas presentados en cuadros históricos, sobre las correspondientes pruebas y con reflexiones al caso, especialmente en sus cosas de América» (1863, 4 tomos) —dedicado al papa Clemente XIV— y el «Catecismo patriótico». Dejó, además, una vasta obra inédita. Escribió también artículos sobre la desamortización de los bienes eclesiásticos, el matrimonio y el divorcio, manifestando en todo un pensamiento liberal. Se dice que Lord Gladstone, primer ministro británico, aplaudió las ideas del excomulgado clérigo peruano.
En 1851 volvió al Congreso, pero asistió a muy pocas sesiones. En total, llegó a ser elegido ocho veces diputado y una senador. El año 1866 fue la última elección, la senatorial, que se negó a asumir, tal vez por el cansancio. A pesar de su enfermedad, González Vigil tuvo una larga vida para lo que era común en aquellos años. Murió a la edad de 82 años, y fue enterrado el 11 de junio de 1875.
Como González Vigil era un excomulgado impenitente, pues rechazó el perdón del obispo de Arequipa, Monseñor Goyoneche, ningún templo en Lima quiso admitir sus restos. Pero el presidente Pardo decretó el día del entierro duelo nacional y ordenó que le diesen sepultura en el Cementerio General de Lima (aunque González Vigil había escogido la isla San Lorenzo). A pesar de ser el peruano un pueblo fundamentalmente católico, eligió ocho veces al excomulgado y en hombros cargó su féretro hasta su última morada.
Figura epónima del liberalismo peruano, varios escritores han tocado la figura del insigne tacneño. González Prada escribió de él: «Pocas vidas tan puras, tan llenas, tan dignas de ser imitadas, como la vida de Vijil. Puede atacarse la forma i el fondo de sus escritos, puede tacharse hoi sus libros de anticuados o insuficientes, puede, en fin, derribarse todo el edificio levantado por su intelijencia; pero una cosa permanece invulnerable i de pie, el hombre» (conservamos la ortografía particular del autor).
Jorge Guillermo Leguía anota: «Vigil es uno de los orgullos más legítimos del Perú. Como un Mariscal Domingo Nieto nos redime de las vergüenzas del caudillaje militar, y como el heroísmo de los próceres de Angamos y de Arica nos hace olvidar el bochorno de los infames traidores y cobardes que nos condujeron al desastre del 79, el gran tacneño reivindicó el honor de nuestra política y la dignidad de nuestra iglesia…»
Menos amablemente lo ha tratado el historiador jesuita Vargas Ugarte: «El estilo farragoso e indigesto —dice— ha sepultado en el olvido sus libros. No había de sobrevivir y el tiempo lo ha confirmado». El historiador tacneño Jorge Basadre fue más simpático con su paisano: «El pensamiento de Vigil venía del progresismo confiado del siglo XVIII, absolutamente seguro de los atributos benéficos invívitos de la razón. Basábase esta idea en la premisa de que el don más grande de cualquier individuo es su capacidad para formular, expresar, comprender y criticar ideas y de que el uso ilimitado de esa facultad, es decir, el pleno desarrollo de la habilidad intelectual crítica, es lo único capaz de perfeccionar la condición humana. Este racionalismo tuvo en el polígrafo tacneño, por las características de su biografía, curiosamente fuentes teológicas y escolásticas que él trató de superar; pero no llegó a ser balanceado en ningún momento por el cientificismo y el materialismo que también son notas diferenciadas en el siglo XIX».