Época helenística. El helenísmo es un término creado por la historiografía contemporánea. Fue acuñado por el historiador alemán J. G. Droysen en el siglo XIX. Con él aludía al fenómeno de difusión de la civilización helénica más allá del mundo egeo, así como al resultado de la fusión cultural entre Oriente y Grecia, impulsada por Alejandro Magno. La valoración de estos procesos implicó la incorporación del mundo greco-oriental al campo de estudio de la Historia Antigua, pues desde el Renacimiento el concepto de Antigüedad había estado limitado al período y ámbito clásicos: Grecia en los siglos VIII-IV a.C. y Roma desde sus orígenes hasta fines del Imperio romano, mientras que Oriente se incluía en el campo de la entonces llamada Historia Bíblica.
El cambio de visión historiográfica coincidió con el auge del Romanticismo en Europa. Dentro de esta corriente historiadores como J. G. Droysen comenzaron a hacer hincapié en el concepto de “civilización mixta”. Influyeron también los grandes descubrimientos arqueológicos de la segunda mitad del siglo XIX, junto al desarrollo de especialidades como la Egiptología y la Asiriología. Todo ello contribuyó a que el ámbito de competencia del historiador de la Antigüedad se ampliara considerablemente.
Figura 1: Johann Gustav Droysen, introductor del término Helenismo. La denominación de Helenismo se ha mantenido hasta el presente para designar grosso modo el período histórico que abarcó los tres siglos anteriores al cambio de Era en el ámbito territorial de la antigua Grecia y del Imperio alejandrino. Sin embargo, ha sido cuestionado el alcance de la pretendida fusión de culturas promovida por Alejandro Magno. Muchos investigadores niegan que ésta haya sido la verdadera esencia del Helenismo y reivindican la importancia del elemento indígena en los reinos que se conformaron a partir de los diadocos, sobre todo en el medio rural. Otra cuestión debatida son las fechas. Por convención el período helenístico se considera comprendido entre el año 323, en que murió Alejandro Magno, y el 30 a.C., en que el reino de Egipto fue anexionado a Roma. En realidad, ambos hitos cronológicos son discutibles. Como ya se ha indicado, el inicio del Helenismo podría remontarse perfectamente a la época de Filipo II y, en concreto, al año 338 a.C. en que tuvo lugar la derrota de los griegos en Queronea. En cuanto al final, éste depende siempre del lugar al que estemos refiriéndonos, pues viene marcado por la incorporación de los distintos reinos helenísticos al Imperio Romano. Unos territorios fueron anexionados a Roma antes que otros y cada uno de ellos lo hizo de forma más o menos brusca o gradual, en el marco de sus propios contextos y circunstancias.
El estudio del período helenístico plantea grandes dificultades debido a la escasez de fuentes. Veamos a continuación cuáles son las más importantes. a) Literarias En la Antigüedad se escribieron varias historias universales que abarcaban todo el período helenístico, pero sólo una de ellas se ha conservado íntegra. Se trata de la obra de Justino, autor latino del siglo II o III. El relato de Justino se inicia en la época de los asirios y continúa hasta el reinado del emperador Augusto. Los libros del XI al XLIV tratan sobre Alejandro Magno y la época helenística. Toda esta obra es un resumen de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, escritas en época de Augusto. Otra obra primordial es la Biblioteca Histórica de Diodoro de Sicilia (siglo I a.C.), si bien ésta no ha llegado a nosotros completa. Su historia se remonta a la Guerra de Troya. Para el estudio del período helenístico nos interesan los libros XVIII al XX, centrados en los diadocos. Además de las dos historias universales citadas, disponemos de otras obras históricas que son generales, en el sentido de que abarcan toda la geografía conocida, pero no universales, pues cada historiador continúa la cronología de su predecesor. La más importante es la de Polibio. Este historiador, nacido en Megalópolis hacia el año 204 en el seno de una familia noble, fue llevado como rehén a Roma en el 168 a.C., donde entabló amistad con Escipión Emiliano. Viajó por países como Egipto, la Galia e Hispania y, tras su liberación en el 151 a.C., volvió varias veces a Roma. Murió hacia el 121 a.C. Polibio cuestiona la interdependencia de los hechos históricos. Al igual que Heródoto y Tucídides fue consciente de que estaba viviendo en una etapa nueva, en su caso la del dominio de Roma sobre el mundo. De los cuarenta libros que componían su obra se conservan sólo cinco. El propio autor advierte al lector de que ésta se circunscribe a la historia pragmática, es decir, al relato de los hechos políticos y militares. Debido a que fue amigo de los Escipiones, Polibio pudo utilizar datos de archivo en Roma. A la hora de escribir provechó también su propia experiencia política y militar, así como la información recopilada con motivo de sus viajes. El relato abarcaba del año 220 al 146 a.C., pero sólo se conserva la parte correspondiente hasta el 216 a.C. Disponemos, no obstante, de información sobre el resto gracias a Tito Livio. Es característica de Polibio la atención prestada a la personalidad de los dirigentes políticos y militares, como también al carácter de los distintos pueblos. La economía y la cultura no le interesaron, pero sí todo lo referente al ámbito político e institucional. Como es común en la historiografía clásica, en su obra el ámbito rural y los campesinos no son visibles. Afortunadamente la Papirología permite llenar en parte este vacío. La pérdida de las historias universales se ve compensada por la conservación de obras históricas sobre temas particulares, centradas en reyes, ciudades, pueblos y regiones. Un ejemplo son las obras ya mencionadas sobre Alejandro Magno, escritas por autores como Arriano, Quinto Curcio y Plutarco. Otro autor que debe incluirse en este género es Jerónimo de Cardia, autor de una obra que abarcaba del 323 (muerte de Alejandro) al 272 a.C. (muerte de Pirro), la cual fue muy utilizada por todos los demás historiadores que tratan sobre los diadocos. En un balance final sobre las fuentes literarias del Helenismo, debe destacarse la existencia de grandes lagunas. En especial, existe poca información sobre el siglo II a.C. Por otra parte, la pérdida total o parcial de obras no es exclusiva de la Historia sino común a otros géneros literarios, como la Filosofía: ninguna obra filosófica de la época helenística se ha conservado completa. También se ha perdido la obra de los médicos alejandrinos, la de sabios como Eratóstenes o Hiparco y las obras de gramáticos, filólogos y poetas. A Galeno, Estrabón, Plinio el Viejo y Ptolomeo debemos información sobre algunas de estas obras perdidas. b) Epigrafía Se trata de una fuente directa y por fortuna abierta a nuevos descubrimientos. Para la época helenística deben considerarse inscripciones en griego, pero también en latín, arameo y egipcio. Entre las limitaciones de la Epigrafía se encuentra, además de los problemas que con frecuencia plantean las dataciones, el carácter selectivo de los temas tratados en los epígrafes, pues sólo se grabó en piedra aquello que reyes, ciudades o particulares consideraron digno de difundir y de pasar a la posteridad, a saber: Tratados entre ciudades o entre reyes y ciudades. Leyes sagradas, cuentas e inventarios de los templos. Epitafios.
Asuntos que tenían relación con la vida interna de las ciudades: magistraturas, asambleas, recursos fiscales, aduanas, financiación de obras públicas (murallas). Todo este tipo de datos concretos prácticamente sólo los conocemos a través de los epígrafes.
Documentos jurídicos sobre aplicación del derecho privado: transacciones comerciales, hipotecas, actas de manumisión de esclavos. Dedicatorias votivas, imprescindibles para conocer la vida religiosa y el desarrollo del culto real. Marcas o firmas en obras de arte. c) Papirología En la época helenística Egipto tuvo el monopolio de la producción de papiro para la escritura, material que exportaba a otros lugares del Mediterráneo. Además de disponer de la materia prima necesaria, pues la planta del papiro crecía en abundancia en el valle del Nilo, el clima seco y caluroso de Egipto favorecía su conservación. Los papiros son útiles para conocer el desarrollo de la vida rural en el reino ptolemaico. Se han publicado hasta la fecha más de 5.000 documentos. Este elevado número no debe hacernos olvidar la desigual distribución geográfica de los hallazgos, pues la mayoría de los papiros procede de archivos localizados en determinados lugares, como es el caso de la aldea de El Fâyun, donde apareció el archivo de Zenón, administrador de un gran dominio de mediados del siglo III a.C. Tampoco debe pasarse por alto que la información registrada en los papiros no ilustra por igual todo el período helenístico. Seguramente debido al azar muchos se datan a mediados del siglo III y otros en la segunda mitad del II a.C., precisamente la época en que las fuentes historiográficas acusan mayores pérdidas. La documentación sobre papiro, por otra parte, no puede suplir completamente la ausencia de fuentes narrativas, pues el tipo de información que proporciona aquella es muy diferente: por lo común se trata de datos relacionados con la gestión de la tierra y la resolución de disputas cotidianas en el campo. Una limitación importante de la Papirología es que los datos que proporciona sobre Egipto no pueden extrapolarse a otras zonas geográficas del mundo helenístico, pues el reino ptolemaico tiene una marcada especificidad.
Figura 2: Papiro de Oxirrinco, I, 29. Fragmento de la obra Elementos de Euclides. d) Numismática Las monedas son una fuente de conocimiento útil sólo cuando aparecen en contextos arqueológicos bien documentados. El desconocimiento del lugar de hallazgo de las piezas suele ser un problema, como también la datación, pues ciertos reyes acuñaron moneda con la efigie de un predecesor. También puede ser problemática la identificación de la ceca, pues ésta se representaba con monogramas y en ocasiones varias ciudades acuñaron moneda valiéndose de un mismo símbolo. La Numismática es fundamental para conocer el desarrollo de la vida económica en el mundo helenístico. La distribución geográfica de los hallazgos arroja luz sobre las vías de circulación monetaria. A su vez, ésta puede revelar las causas económicas de ciertos fenómenos o procesos, como la importancia comercial de ciudades sobre las que se interesaron determinados monarcas. e) Arqueología La investigación arqueológica ha permitido descubrir y conocer abundantes centros urbanos y santuarios de época helenística. Hablamos de una época privilegiada, pues en muchas ciudades helenísticas de la costa egea del Asia Menor se han realizado trabajos arqueológicos, por ejemplo en Mileto, Esmirna, Éfeso, Pérgamo, Pirene, Cos y Rodas. Se han documentado murallas, puertos, ágoras, conjuntos monumentales y zonas de hábitat urbano. Por el contrario, el ámbito rural no se conoce bien desde el punto de vista arqueológico, entre otras razones porque las casas en el campo solían ser de adobe. Destacan, sin embargo, algunos yacimientos rurales que han podido ser investigados en Egipto. En este período proliferó la construcción de edificios públicos de toda clase: teatros, pórticos, gimnasios, palestras, baños, bibliotecas, cisternas, acueductos y monumentos conmemorativos. Esta documentación puede reflejar procesos de helenización en ambientes urbanos del Oriente helenístico. Ciertos monumentos no se conocen de forma directa, pero sí por medio de su representación en monedas y mosaicos, o gracias a descripciones proporcionadas por autores como Vitruvio, Estrabón y Pausanias. Con frecuencia los edificios públicos son también el soporte de la epigrafía y su estudio permite analizar aspectos tales como la extensión de cultos orientales en el mundo greco-latino, por ejemplo el caso de Isis y Serapis. Por último, la Arqueología revela itinerarios comerciales a través del estudio de objetos de cerámica (en particular ánforas y otros recipientes), vidrio, metal, marfil y terracota. B) LA REALEZA HELENÍSTICA Los reyes helenísticos se denominaron a sí mismos basileis y se rodearon de una corte o consejo real, formada por philoy, “amigos”. Por derecho de conquista se consideraban propietarios del territorio que gobernaban. El carácter patrimonial del reino tenía por consecuencia que los hombres que vivían en él eran considerados súbditos del rey y sólo tenían los derechos que éste les reconocía.
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El poder de los monarcas era absoluto: los asuntos de Estado eran los “asuntos del rey” (basilikai pragmata); el ejército se designaba como “las fuerzas del rey” (basilikai dinameis) y las finanzas del reino como “los ingresos del rey” (basilikai prosodoi). Sólo debido a las necesidades de gestión ciertas tareas de gobierno fueron delegadas en funcionarios reales. En el caso de Egipto conocemos bien la jerarquía burocrática de la administración real gracias a los documentos conservados en papiro. Como el rey personificaba la ley, no era precisa una legislación escrita. No obstante, las decisiones de los monarcas helenísticos fueron publicadas en forma de cartas o decretos (diagramma, prostágma) que acabaron por conformar una jurisprudencia. Esta legislación real atañía al derecho público, principalmente a los asuntos de la administración y del fisco. Los reyes difundieron por medio de su correspondencia una “ideología moralizante” que intentaba marcar una neta distancia entre la figura del basileus y la del tirano. El monarca se presentaba a sí mismo como un rey paternalista, preocupado por el bienestar de sus súbditos. Además de este tipo de propaganda, emanada de la propia corte real, en los ambientes culturales de los distintos reinos se desarrolló todo un debate filosófico en torno a la figura del monarca y se escribieron varios tratados sobre la realeza. Hay que tener en cuenta que en su mayoría los griegos no simpatizaban con los regímenes monárquicos. Veían la monarquía como algo propio de los persas y de las regiones bárbaras o casi bárbaras del norte de Grecia, como Macedonia, Tracia o Epiro. Ciertamente, también en la primitiva Grecia había habido reyes, pero hacía mucho tiempo que éstos habían desaparecido de las constituciones. Esparta era la excepción, pero incluso en este poderoso Estado la realeza había adquirido rasgos atenuados, como ya se ha explicado. Posteriormente, a raíz del expansionismo de Filipo II por la Hélade, los griegos tuvieron que adaptarse de nuevo a la realidad de un gobierno monárquico de estilo macedónico y, más tarde, con Alejandro Magno, el concepto macedónico de realeza se fusionó con el oriental y adquirió nuevos tintes, difíciles de encajar en el pensamiento griego tradicional. En este contexto los reyes helenísticos sintieron la necesidad de eliminar cualquier posible recelo que pudiera subsistir hacia la institución monárquica, desarrollando la doctrina del “monarca ideal”. El rey se presentaba como alguien poderoso e incompatible con el gobierno del pueblo, pero por encima de todo como un gobernante conveniente y benévolo con sus súbditos. Varios adjetivos laudatorios acompañaban su nomenclatura: Evergetes (“benefactor”), Soter (“salvador”), Epiphanés / Theus epiphanés (“el dios manifiesto”, “el que se aparece”), Nicéphor (“vencedor”), etc. Atributos reales fueron la diadema, la corona de oro, el trono decorado con materiales preciosos (oro y marfil), la túnica real, el anillo sello y la guardia real (hipaspistas). Al fortalecimiento de la figura del rey contribuyó la religión. Se desarrolló el culto real, al igual que en Roma los emperadores serán divinizados. Este culto se materializó en la consagración de altares y santuarios o templos donde se colocaban estatuas de los reyes divinizados junto a las de los dioses del panteón griego. Aunque el origen del culto real con frecuencia se ha considerado oriental, entronca con la ideología religiosa de los griegos: heroización del jefe victorioso que garantiza la victoria. El precedente inmediato se encuentra en Alejandro Magno. En general, la institución monárquica fue aceptada en mayor o menor medida dentro del mundo helenístico. Fueron más reticentes hacia ella las regiones urbanizadas de Grecia, donde existían ciudades con una larga tradición política, como Atenas, Corinto o Rodas. Aunque en realidad éstas estaban supeditadas a las órdenes del rey, en ellas se mantuvo el barniz de una cierta autonomía: constitución, magistrados, asamblea, etc. Por el contrario, en las ciudades de nueva fundación en el Oriente helenístico, sobre todo entre los Seléucidas, la figura del rey fundador fue aceptada sin reparos.
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Carta de Aristeas a Filócrates. Siglo II a.C. ¿Qué es lo mejor para el pueblo, que se les imponga un rey nacido de un particular o un rey nacido de un rey? Y aquél respondió: el de mejor naturaleza. En efecto, los reyes nacidos de reyes se presentan ante sus súbditos inhumanos y duros, pero mucho más los que han nacido de particulares, ya que después de haber experimentado desgracias y haber recibido su parte de miseria una vez que han asumido el mando el pueblo resultaron mucho peores que los tiranos impíos. Pero como yo decía, un carácter noble y que ha compartido la educación es capaz de ejercer el poder; así tú eres un gran rey, destacando tanto por la fama del poder y la riqueza, cuanto que has superado a todos los hombres en bondad y humanidad al haberte concedido la divinidad estas cualidades. Tras haber alabado durante largo tiempo a éste, preguntó al que quedaba después de todos: ¿Qué es lo más grande de la realeza? A esto dijo: el que los súbditos se mantengan continuamente en paz y que obtengan una pronta justicia en los juicios. Esto sucede por causa del soberano cuando es enemigo del mal y amigo del bien y estima en mucho el salvar una vida humana: así tú que consideras la injusticia el mayor de los males, al gobernar con justicia has adquirido una gloria eterna al haberte concedido la divinidad poseer una inteligencia pura y sin mezcla de todo mal.
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Traducción de Francisco Javier Gómez Espelosín
Figura 3: Antíoco III el Grande. Museo del Louvre. C) LOS REINOS HELENÍSTICOS
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El reino de los Ptolomeos es el mejor conocido gracias a la gran cantidad de papiros que ha proporcionado. Se trata también del reino más homogéneo, duradero y estable, debido a varios factores: a) en Egipto no existía una diversidad de etnias tan grande como en el Imperio seléucida; b) el dominio greco-macedónico se superpuso a la vieja civilización faraónica, sin apenas introducir cambios; c) el sistema monárquico era conocido y aceptado por los egipcios. Al rey le correspondía la propiedad de toda la tierra de Egipto, salvo la que estaba adjudicada a los templos o había sido donada a personas influyentes de la corte o del ejército. La capital se estableció en Alejandría, ciudad que sustituyó a Menfis, residencia tradicional de los faraones egipcios. El esplendor de Alejandría no debe hacernos olvidar que la inmensa mayoría de la población egipcia vivía en el campo. Los campesinos (laoi) cultivaban los dominios reales en régimen de arrendamiento. Los monarcas tuvieron a su disposición una importante red de funcionarios y almacenes donde se atesoraban los tributos. La presión fiscal sobre la población era muy grande. Esto se explica por la opulencia de la corte y por los gastos del ejército, compuesto por mercenarios que era preciso pagar. El rey se presentaba ante el pueblo como su salvador y benefactor; de ahí la proliferación de desfiles y procesiones que era preciso sufragar. Los Ptolomeos desarrollaron una política doble. En el exterior del país se presentaban como basileis griegos, defensores de la cultura helénica. Animaban a los griegos a emigrar a Egipto con la promesa de hacer fortuna y dentro del Mar Egeo rivalizaban con los Antigónidas por el control de los estados independientes. En el interior de Egipto, sin embargo, los Ptolomeos se presentaban como herederos legítimos de los faraones, no como reyes extranjeros. Utilizaban de hecho la titulatura y los símbolos faraónicos. Además, se preocupaban de mantener buenas relaciones con el clero; de ahí los generosos privilegios fiscales y donaciones de tierras a los templos. Aunque supuestamente eran protectores del pueblo ante los abusos de los funcionarios, en realidad existía una enorme brecha entre los reyes y sus súbditos, e incluso entre aquellos y su corte. La corte ptolemaica estaba compuesta fundamentalmente por griegos y macedonios que residían en Alejandría y que explotaban el país. Los indígenas sufrían las consecuencias de la presión fiscal. Los únicos que escaparon de los abusos fueron el clero y algunos miembros de la clase alta, a cambio de una helenización real o fingida. Los Lágidas conservaron la administración territorial preexistente. El territorio de Egipto continuó subdividido en unos cuarenta nomos, gobernados por nomarcas. Estos nomos a su vez estuvieron subdivididos en toparquías, con toparcas a su cabeza. Las toparquías aglutinaban varias aldeas o komai, regidas por comarcas. Numerosos funcionarios de origen greco-macedónico se ocupaban de garantizar la explotación económica del país. Los estrategos se encargaban del ejército y los ecónomos del fisco y la economía dentro de los nomos. El sistema de economía dirigida impuesto por los Lágidas no sólo obedecía al deseo de sacar el mayor rendimiento posible de la explotación económica, sino que también se explica por las condiciones naturales del país; en concreto por la necesidad de abordar importantes obras hidráulicas y rehacer el catastro en las zonas afectadas anualmente por las inundaciones del Nilo. Asimismo, fue decisiva la necesidad de abastecer de productos básicos a la gran ciudad de Alejandría.
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La historia del Egipto ptolemaico se inició en el año 305 a.C., cuando Ptolomeo se proclamó basileus, convirtiéndose así en el primer rey de la dinastía Lágida. Su aceptación por el clero y pueblo egipcios no fue difícil, dado que ya Alejandro Magno había sido reconocido como faraón. Ptolomeo I aprovechó la inestabilidad política del momento para desarrollar una política expansionista que le permitió ampliar los límites de Egipto más allá del territorio que habían controlado los últimos faraones. Las rivalidades de los Ptolomeos con los Antigónidas y Seléucidas se debían sobre todo a motivos económicos. A los primeros les interesaba controlar los territorios del Egeo oriental y del Sur del Mediterráneo donde finalizaban las grandes rutas comerciales procedentes del Medio Oriente y del Golfo Pérsico. El reino vivió una época de apogeo económico mientras fue capaz de mantener dichos territorios exteriores, esto es, desde su fundación hasta mediados del siglo III a.C., sobre todo bajo Ptolomeo II Filadelfo y Ptolomeo III Evergeta. Luego estallaron las llamadas “Guerras Siriacas” (241-168 a.C.), largos enfrentamientos militares entre Lágidas y Seléucidas por el control del Mediterráneo oriental. Tras la pérdida de sus posesiones exteriores en el Mar Egeo, los Ptolomeos tuvieron que intensificar la explotación del país, con el fin de compensar la pérdida de ingresos de la corte. Desde entonces el descontento popular fue en aumento y estallaron frecuentes rebeliones en el campo. Paralelamente hubo intentos de secesión en el sur del país (Alto Egipto). El clero indígena se hizo cada vez más fuerte frente a la realeza, exigiendo más tierras y privilegios para los templos. Los campesinos comenzaron a huir de las tierras reales para refugiarse en las haciendas sacerdotales. Asimismo la emigración se dirigió o bien hacia el sur, donde la administración no era tan opresora, o bien a la gran urbe de Alejandría.
A partir de Ptolomeo VI (180-145 a.C.) se iniciaron también disputas en la corte y comenzaron a cobrar protagonismo las reinas, denominadas Cleopatras. Con motivo de las “Guerras Siriacas” Roma comenzó a intervenir en los asuntos de Egipto. Estas guerras no concluyeron hasta la intervención militar romana contra Antíoco IV. La ayuda que Roma prestó a los ptolemaicos se convirtió en una especie de tutela política. Así se explica que los reyes no obstaculizaran los planes expansionistas romanos por Oriente. Finalmente, la independencia de Egipto era sólo formal cuando Octavio, tras derrotar en Accio a Marco Antonio y Cleopatra VII (31 a.C.), decidió convertir el país del Nilo en provincia romana.
Figura 4: Cleopatra VII. Pergamon Museum (Berlín).
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Oposición de los egipcios a los Ptolomeos. Oráculo del Alfarero
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La organización de este reino es mal conocida debido a la escasa documentación interna que se ha conservado y también debido al hecho de que las fuentes literarias sobre Macedonia suelen estar centradas en acontecimientos militares y diplomáticos. Su historia se extiende desde el año 277, en que fue proclamado rey Antígono II Gonatas, hasta el 168 a.C., en que tuvo lugar la derrota de Macedonia en la batalla de Pidna. Cuando hablamos del territorio de la monarquía Antigónida debemos diferenciar dentro de él entre el reino de Macedonia propiamente dicho (junto con Tesalia) y su zona de influencia griega. Grecia no fue considerada tierra de conquista de los Antigónidas, ni formó parte de un “imperio territorial” macedónico. Los reyes se limitaron a asegurar las comunicaciones de Macedonia con el sur del país y a controlar Grecia, frenando todo posible expansionismo por esta zona de los reinos de Egipto y Epiro. Para ello dispusieron guarniciones militares en lugares estratégicos, como Corinto y Atenas. Asimismo, intentaron garantizar la fidelidad del mayor número posible de ciudades griegas, favoreciendo en ellas regímenes filo-macedónicos o tiranías. Entre los grandes reinos helenísticos Macedonia es el único que podría llamarse “nacional”: los Antigónidas reinaron sobre su propia patria. No se trataba como en los demás casos de un Estado con un aparato militar y político extranjeros. Por consiguiente, el adjetivo de “helenístico” no tiene en este caso un sentido cultural, sino meramente cronológico. El reino estaba dividido en circunscripciones administrativas llamadas merides, las cuales sobre todo servían de base para el reclutamiento militar. Cada una de ellas dependía de la autoridad de un epistatés nombrado por el rey. Al igual que en otros reinos helenísticos, en esta época Macedonia experimentó un notable desarrollo urbanístico, acercándose hasta cierto punto al nivel cultural de la Grecia continental. Destacaron las ciudades de Casandrea y Tesalónica. Por otro lado, cabe señalar que la emigración de los greco-macedonios hacia Oriente repercutió negativamente en el crecimiento de los núcleos urbanos y en la economía de la zona greco-macedónica.
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Este reino fue el más grande y complejo de todo el mundo helenístico. En origen abarcaba los extensos territorios iranios de Persia y Bactriana, la zona mesopotámica, Siria y Asia Menor. Los reyes Seléucidas debieron luchar contra las dificultades que implicaba la administración de un territorio tan grande y heterogéneo y en parte por ello su gobierno tuvo un marcado carácter militar. El reino alcanzó su máxima extensión hacia el año 303, con Seleuco I Nicátor, pero ya a mediados del siglo III a.C. se vio muy reducido. Los reyes perdieron a manos de los partos todo el territorio oriental más allá de la línea que une el Mar Caspio con el Golfo Pérsico. Al final el Estado fue replegándose cada vez más hacia Occidente hasta llegar a ser una pequeña región al norte de Siria en el 129 a.C., tras la muerte de Antíoco VII. Las ciudades más importantes fueron Antioquía, Sardes y Seleucia. Al problema de tener que controlar un reino de enorme extensión territorial, donde habitaban pueblos de etnias y lenguas distintas, se añadía la dificultad de mantener un sistema eficaz de comunicaciones. Los reyes optaron por conservar lo sustancial del sistema administrativo persa, de modo que el territorio siguió dividido en satrapías. El número de satrapías fue cambiando con el tiempo, pero sabemos que a principios del siglo III a.C. rondaba la veintena. La extensión territorial de cada una de ellas también variaba mucho: en Asia Menor eran pequeñas, mientras que en Mesopotania e Irán tenían grandes dimensiones. Algunas estuvieron subdivididas en unidades territoriales menores y, a su vez, otras fueron reagrupadas en distritos: las “satrapías superiores”, al Este del Éufrates, estaban bajo la autoridad de un gobernador general. La explotación económica de las tierras reales era la principal fuente de recursos del Estado seléucida. La tierra era cultivada por laoi basilikoi adscritos a determinadas aldeas (kómai). No sabemos muy bien cómo se realizaba la recaudación de impuestos, pero es posible que los campesinos reales tuvieran que entregar una parte de la cosecha al Estado (algo parecido a un diezmo). En cualquier caso, estos laoi basilikoi no eran “siervos de la gleba”, como en ocasiones se ha sugerido.
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Al igual que en Egipto, no todas las tierras pertenecían al rey. Existían también dominios sacerdotales asignados a un santuario o templo, así como dominios nobiliarios que provenían de la época aqueménida y territorios atribuidos a las póleis griegas. Siguiendo la política iniciada por Alejandro Magno, los Seléucidas fundaron ciudades, en especial Seleuco I y Antíoco I. Muchas de estas ciudades se llamaron Antioquía o Seleucia. La mayoría de nuevos centros urbanos se concentró en Asia Menor y el norte de Siria. A estas zonas acudió el grueso de los colonos greco-macedonios, en especial a Antioquía, Apamea de Orontes, Seleucia y Laodicea. Los objetivos de estas fundaciones urbanas son discutidos, pero se piensa que fueron sobre todo de carácter militar y administrativo. La finalidad habría sido diseminar en el reino núcleos habitados por la minoría étnica gobernante, de origen helénico. Las nuevas ciudades se instalaban en territorios reales. En ellas la construcción de edificios y servicios públicos corrió a cargo del tesoro real. Eran núcleos urbanos totalmente nuevos o bien ciudades indígenas que recibían el estatuto de polis, ya sea por haber recibido un gran número de colonos griegos o por mostrar un elevado grado de helenización. Algunas alcanzaron un gran desarrollo económico y se convirtieron en centros difusores de la cultura griega. La implantación de la vida ciudadana debilitó sin duda las estructuras políticas de la sociedad indígena. La cuestión del estatuto jurídico de las póleis seléucidas y de su relación con la monarquía seléucida es objeto de debate en la historiografía moderna. En general se piensa que estas comunidades no fueron verdaderamente libres ni autónomas, aunque estuvieran dotadas de leyes e instituciones.
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Pérgamo había sido una ciudad griega poco importante, situada cerca de la costa del Asia Menor. Tras ser conquistada por Alejandro Magno había pasado a depender del reino Seléucida, hasta que en el 283 a.C., con Filetero, se convirtió en un principado independiente. Posteriormente, con Átalo I, se creó el reino, en el año 241 a.C. El éxito militar de los reyes de Pérgamo frente a las incursiones de los gálatas favoreció su legitimación en el poder. Los Atálidas controlaron el área noroeste de Asia Menor, en cuyo centro estaba la capital, Pérgamo. Curiosamente, presentaron más sintonía con los Lágidas que con los Seléucidas, de quienes se sentían enemigos. Desde fines del siglo III a.C., fueron fieles aliados de Roma, lo que explica que en el 133 a.C. Átalo III entregara su reino como herencia al pueblo romano. Debido sin duda al elevado número de griegos residentes y a la localización del reino cerca del Mar Egeo, los reyes de Pérgamo no se presentaron nunca ante sus súbditos como divinos. Su legitimidad en el trono se basó, como ya se ha dicho, en sus victorias militares, además de en su condición de primeros ciudadanos. Los Atálidas tenían un fuerte ejército de mercenarios a su servicio. En lo económico se inspiraron en el mercantilismo egipcio, apoyando el comercio con las islas griegas y el Mar Negro. Al igual que en el vecino reino de los Seléucidas, en Pérgamo hubo también campesinos atados a la tierra, los cuales podían ser trasladados de un lugar a otro por voluntad del rey. Por medio de estos laoi era controlada la producción agrícola. Asimismo, en Pérgamo se desarrolló la industria y hubo afamados talleres reales al servicio de los monarcas. La fabricación de pergaminos fue muy importante, como también el trabajo de la plata. Fue famosa la producción de vasijas metálicas que se comercializaron por el Mar Negro, las ciudades del entorno minorasiático, Delos y la Península Itálica. Estos recipientes de plata fueron imitados en cerámica decorada en relieve, primero en color negro y luego en rojo. Las imitaciones acabaron por producirse en Italia, donde surgió la célebre terra sigillata itálica.
El reino de Pérgamo fue rico y brillante. La riqueza permitió a los reyes Atálidas ser grandes evergetas: embellecieron la capital y levantaron numerosos edificios públicos. La arquitectura y la escultura pergamenas alcanzaron un nivel exquisito. Incluso existieron cuerpos de arquitectos y albañiles al servicio de los monarcas que eventualmente fueron enviados a otras ciudades del mundo helenístico para prestar sus servicios. Sabemos que trabajaron en Atenas, Delos, Antioquía y Alejandría.
Figura 5: Átalo I. Pergamon Museum (Berlín).
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D) SOCIEDAD EN EL MUNDO HELENÍSTICO En época helenística hallamos dos grupos de población diferenciados y contrapuestos: por un lado, los greco-macedonios que continuaron viviendo en sus comunidades de origen o bien que emigraron hacia los reinos de Egipto y Oriente, y por otro, los indígenas residentes en dichos reinos.
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Muchos griegos y macedonios emigraron a los nuevos reinos en busca de mejores condiciones de vida. Eran emigrantes dispuestos a abandonar una situación económica poco favorable en su patria, o bien gentes que acudían a la llamada de los monarcas necesitados de personas cualificadas para ocupar puestos en la administración civil y militar. El principal flujo migratorio se produjo a comienzos del período helenístico, entre fines del siglo IV y fines del III a.C. Los procesos migratorios facilitaron cierta helenización en los lugares donde se asentaron los griegos. Ahora bien, el proceso de aculturación de los indígenas no fue tan intenso como quisieron creer los historiadores del siglo XIX. Por otra parte, los migrantes no constituían una población homogénea, sino que pertenecían a varios grupos sociales. Los miembros de la elite residían en grandes ciudades, como Alejandría. Algunos se dedicaban a los negocios y otros a desempeñar funciones políticas y administrativas de alto nivel. Vivían en casas lujosas, y disponían de ocio para disfrutar de la cultura. Los veteranos del ejército constituían un grupo aparte. Éstos recibían lotes de tierra (kleroi) en las nuevas ciudades y disfrutaban de ventajas fiscales. Por último, la clase popular estaba formada por greco-macedonios que trabajaban en el campo o vivían en barrios populares de las ciudades. Era el grupo de población extranjera más propensa a mezclarse con los autóctonos. No disfrutaban de la cultura refinada de la época, pero sí de otra más vulgar e igualmente griega, como las celebraciones públicas con motivo de la coronación de los monarcas o la divinización de las reinas.
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Los indígenas eran la población mayoritaria en los reinos de Oriente y Egipto. Salvo excepciones no ocupaban altos puestos en la administración. Dentro de este grupo es preciso diferenciar entre quienes vivían en el campo y quienes lo hacían en las nuevas ciudades creadas por los reyes. Los primeros tendieron a continuar con sus costumbres sin dejarse influir demasiado por la cultura helénica. Sufrían el sometimiento y las cargas fiscales. Por el contrario, quienes vivían en la ciudad tendieron a mezclarse más con la minoría greco-macedonia y estuvieron más afectados por el proceso de aculturación helénica. Muchos trabajaban en los talleres y vivían en barrios segregados. No tenían derecho a la ciudadanía local y, por lo tanto, no recibían lotes de tierra en las nuevas ciudades.
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Las élites indígenas tendieron a helenizarse a cambio de mantener o conquistar parcelas de poder; el grueso de la población, sin embargo, asumió de forma mayoritaria la dominación greco-macedonia, sin abandonar por ello su propia cultura. En lugares como Egipto cuando el sometimiento o las cargas fiscales dejaron de ser soportables se produjo un fenómeno de huida (anachoresis): los campesinos abandonaron las tierras reales para trasladarse a Alejandría o a los dominios sacerdotales del sur del país. Estallaron también rebeliones de la población indígena contra los reyes, con el objetivo de expulsarlos y evitar así la explotación económica abusiva. Este tipo de reacción fue acompañada de un rechazo de la cultura greco-macedonia y de un afianzamiento de los factores de identidad local. Se dio en los reinos Seléucida (Judea) y Lágida.
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Oposición de los egipcios a los Ptolomeos. Oráculo del Alfarero El río, [como no tendrá] agua suficiente [se desbordará], pero sólo un poco, de manera que se desecará [la tierra] […] pero de forma contraria a la naturaleza. [Pues] en la [época] de los tifonios [la gente dirá] «desdichado Egipto, [tú has sido] maltratado (5) por los [terribles] malhechores que han cometido males contra ti». Y el sol se oscurecerá ya que no deseará contemplar los males de Egipto. La tierra no responderá a las semillas. Estas cosas serán parte de su plaga. [El] agricultor será ensombrecido por los impuestos ya que no podrá plantar. Habrá lucha en Egipto ya que la gente se hallará en necesidad de comida (10). Lo que uno planta, [otro] lo cosechará y se lo llevará. Cuando esto suceda habrá [guerra y masacre] que [causará la muerte] de hermanos y esposas. Pues [estas cosas sucederán] cuando el gran dios Hefesto deseará regresar a la [ciudad], y los que visten fajas se darán muerte unos a otros ya que [son tifonios] […] mal estará hecho. Y los perseguirá a pie (15) [hasta el] mar [en] cólera y destruirá a muchos de ellos por ser impíos. El rey vendrá desde Siria, aquel que resultará odioso a todos los hombres, […] y desde Etiopía vendrá […] Él junto con algunos de los impíos vendrá a Egipto y se establecerá [en la ciudad que] más tarde quedará desierta. […] (20) […]. Sus hijos enfermarán y el país se hallará en confusión, y muchos de los habitantes de Egipto abandonarán sus casas y viajarán a lugares del exterior. Entonces habrá matanza entre amigos; y la gente lamentará sus propios problemas aunque ellos sean menores que los de otros. (25) Los hombres morirán a manos unos de otros; dos de ellos acudirán al mismo lugar para prestarse ayuda. Entre las mujeres que están encintas la muerte también será común. Los que visten fajas se darán muerte a sí mismos ya que son tifonios. Entonces el Buen Demon abandonará la ciudad que había sido fundada y entrará en Menfis, y (30) la ciudad de los extranjeros que había sido fundada, quedará desierta. Esto sucederá al final de los males del tiempo cuando llegó a Egipto una muchedumbre de extranjeros. La ciudad de los que visten fajas será abandonada como mi horno a causa de los crímenes que ellos cometieron contra Egipto. Las imágenes de culto que habían sido transportadas allí serán devueltas de nuevo a (35) Egipto; y la ciudad junto al mar será refugio de pescadores ya que el Buen Demon y Knephis se habrán marchado a Menfis, de manera que los transeúnte s dirán «Alimentadora de todos fue esta ciudad en la que todas las razas de los hombres se establecieron». Entonces Egipto florecerá cuando aparezca el generoso gobernante que reinará cincuenta y cinco años (40), el rey descendiente de Helios, el que concede las cosas buenas, el instalado por la más grande Isis, de manera que los vivos suplicarán para que los muertos se levanten a compartir la prosperidad. Finalmente las hojas caerán. El Nilo, que había estado falto de agua, volverá a estar repleto y el invierno, que había cambiado sus formas ordenadas, (45) recorrerá su curso adecuado y entonces el verano volverá a retomar su propia senda, y serán normales las brisas del viento que habían sido previamente débiles. Pues en el tiempo de los tifonios el sol se oscurecerá para resaltar el carácter de los males y para revelar la codicia de los, que visten fajas. Y Egipto […]. Habiendo hablado con claridad hasta este punto, él cayó en silencio (50). El rey Amenofis, que se hallaba afligido por los muchos desastres que había referido, enterró al alfarero en Heliópolis y puso el libro en los archivos sagrados allí y desinteresadamente lo reveló a todos los hombres. Discurso del alfarero (55) al rey Amenofis, traducido de forma tan precisa como era posible, concerniente a lo que tendrá lugar en Egipto.
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Papiro Rainer, 19813 E) CULTURA EN EL MUNDO HELENÍSTICO Los helenos que se asentaron en Oriente y Egipto conformaban un grupo relativamente uniforme desde el punto de vista cultural, a pesar de las diferencias sociales que existían entre ellos y del hecho de que procedían de distintos lugares de Grecia. A esta homogeneidad de los ambientes “coloniales” griegos contribuyó mucho el triunfo del llamado griego koiné, dialecto ático con influencias jónicas. Esta lengua común de los griegos que se hallaban fuera de Grecia se difundió gracias a la administración y las escuelas. El Helenismo se caracteriza por un aumento del nivel cultural en muchas zonas. Los papiros revelan que el número de personas que sabían leer y escribir era considerable. El auge de la vida urbana contribuyó a una mayor difusión de la cultura. También influyó la producción de papiros y pergaminos, así como la utilización de esclavos instruidos para copiar obras. La cultura helenística estuvo muy ligada al medio urbano. En las grandes urbes era posible el ocio y existían grandes centros del saber, como bibliotecas o gimnasios. Con frecuencia estas instituciones eran fruto del mecenazgo de los reyes helenísticos, a quienes interesaba presentarse ante el pueblo como protectores de las artes y las letras. Antioquía, Pérgamo, Pella y, sobre todo, Alejandría, fueron los centros intelectuales más importantes del mundo helenístico. En la capital ptolemaica brillaban con luz propia la Biblioteca y el Museion (“santuario de las musas”), algo parecido a un instituto de investigaciones científicas de la época. Según Estrabón a él acudían sabios de distintas procedencias. El complejo incluía laboratorios y salas de conferencias, así como jardines y un comedor, todo ello costeado con cargo al tesoro real. En cuanto a la Biblioteca, su objetivo fue reunir la literatura helena del momento y traducciones al griego de textos orientales, como la Biblia. Llegó a tener un millón de ejemplares y en ella los bibliotecarios desarrollaron la Filología, esto es, la edición e interpretación de obras con problemas de interpolaciones debido a su larga tradición oral, como era el caso de los poemas homéricos. También se hicieron resúmenes de obras y se elaboraron catálogos. Algunos de los bibliotecarios fueron preceptores de los infantes reales. Los Ptolomeos se ocuparon de reclutar dentro de su área de influencia a sabios y hombres de letras para trabajar en la Biblioteca y el Museion; de ahí que el mayor esplendor cultural de Alejandría haya tenido lugar en el siglo III a.C., cuando Egipto dominaba territorios exteriores. La fama de Alejandría atrajo también a otras personalidades de la cultura que acudieron a la capital egipcia para desarrollar su trabajo. Hay que tener en cuenta que no sólo existían sabios reputados, sino también otros de nivel más modesto: se conoce el nombre de más de 1.100 autores helenísticos. Alejandría suplantó a Atenas como capital cultural del Mediterráneo, salvo en el terreno de la Filosofía. Esto no sólo se explica por la importante tradición filosófica ateniense, sino también por el hecho de que en las antiguas ciudades de Grecia existía un ambiente de mayor libertad de pensamiento que en los nuevos centros urbanos creados por los reyes helenísticos. Estos, como fue el caso de Alejandría, eran adecuados para cultivar la ciencia y la erudición, pero no para la reflexión filosófica.
Pérgamo poseía también una excelente Biblioteca, con 400.000 ejemplares. No llegó al nivel de la alejandrina entre otras razones porque fue creada más tarde, cuando ya los mejores manuscritos habían sido recopilados por los Lágidas. Además, se vio mermada cuando Marco Antonio se llevó de ella 200.000 rollos para depositarlos en Alejandría.
Figura 6: Alejandría ptolemaica
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La época helenística se caracterizó por la fragmentación del saber en especialidades. De la Filosofía se derivaron otras ciencias, como la Física. También se desarrollaron las Matemáticas, con sus dos ramas de Geometría y Aritmética. Destacaron en estos campos, respectivamente, Euclides (Elementos) y Arquímenes (El método). Creció el interés por la observación de los fenómenos físicos y por la experimentación, lo cual dio lugar a grandes avances, por ejemplo en el terreno de la Astronomía. La mejora en los instrumentos de medición facilitó la labor de los científicos. Eratóstenes fue capaz de calcular el meridiano terrestre con escaso error, Aristarco de Samos defendió que la tierra giraba alrededor del sol y Posidonio se interesó por el fenómeno de las mareas. Pero la ciencia helenística tuvo una grave limitación: no prestó atención a las posibles aplicaciones prácticas de los conocimientos teóricos; por consiguiente los avances científicos no contribuyeron a mejorar la calidad de vida. Una excepción fue el “tornillo de Arquímenes”, utilizado en las minas para extraer el agua de los pozos; pero lo normal es que los artilugios inventados no pasaran de ser meros prototipos. Los intelectuales no mostraron interés por el desarrollo tecnológico en parte por la abundancia y buen precio de la mano de obra. El desarrollo de máquinas de guerra en cambio fue promovido por los reyes para su uso en el asedio de ciudades. Asimismo, fue promovida la práctica de la medicina. En el siglo III a.C. se desarrolló la “escuela médica de Alejandría”, centrada en el conocimiento anatómico como paso previo al tratamiento de las enfermedades. Los médicos alejandrinos practicaban autopsias y la vivisección para estudiar los órganos humanos. En esto quizás influyó la tradición egipcia en las embalsamaciones. Junto a los anatomistas, acusados de no mejorar el nivel de curaciones, surgió otra escuela en Alejandría más empírica, basaba la experiencia clínica y el desarrollo de fármacos. Por otra parte, la medicina científica coexistió con la mágica, muy floreciente en época helenística y, en general, en toda la Edad Antigua. Amuletos y conjuros eran utilizados para combatir enfermedades. No sólo en el campo de la medicina se mezcló el espíritu científico con lo irracional: la Astrología y la Alquimia (cuyo objetivo era la fabricación de oro) tuvieron gran auge.
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Atenas siguió siendo la capital de los filósofos, continuando con la tradición de los sofistas y de maestros como Sócrates, Platón y Aristóteles. Siguieron funcionando la Academia y el Liceo. En esta época se escribieron millares de obras filosóficas. La separación de varias ramas a partir de la Filosofía provocó una división en escuelas. Las dos principales corrientes fueron el Epicureismo y, sobre todo, el Estoicismo. Ambas se centraban en el individuo y en la búsqueda de la felicidad. El Epicureísmo recibió su nombre de Epicuro, filósofo de origen ateniense que hacia fines del siglo IV a.C. inauguró el “Jardín”, donde se reunía su escuela. Los epicúreos propugnaban un ideal de bienestar basado en la ausencia de dolor corporal y de perturbaciones en la mente (ataraxia). El Estoicismo, por su parte, recibió el nombre del lugar donde se reunían los seguidores de Zenón de Chipre (ca. 334-262): la Stoa Poikilé en el ágora de Atenas. Los estoicistas se centraban en la virtud, a la que se podía llegar por medio de la razón. Con Panecio esta corriente filosófica se difundió por Roma.
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El arte helenístico hace tiempo que no se interpreta en clave de decadencia del clasicismo. En él se valora ante todo la renovación de temas y la creación de nuevos géneros. En las artes plásticas hubo una tendencia al realismo, así como un inusitado gusto por lo anecdótico y lo patético. En los retratos se dejaron de esconder los signos de la vejez, la enfermedad o la miseria. Triunfó el interés por el movimiento del cuerpo y la expresión exagerada, como se observa en las representaciones de Ménades danzantes. Perduraron géneros literarios, al tiempo que surgieron otros nuevos, en consonancia con las diferencias socio-culturales propias de la época. Dentro de la poesía se cultivaron subgéneros: Calímaco de Cirene desarrolló el epigrama, Teócrito la poesía bucólica y Apolonio de Rodas la poesía épica precursora de la novela (Argonáuticas). La Comedia nueva o de costumbres está bien representada en Menandro. En este tipo de obras se hicieron visibles personajes de condición social media o baja y fueron tratados temas de amor y de la vida cotidiana, como relaciones entre padres e hijos, problemas de herencias familiares, etc. Menandro se inspiró en Aristófanes y en Eurípides y a su vez influyó en los latinos Plauto y Terencio. En la época helenística se escribieron tratados variopintos, sobre temas muy diversos. Hubo un gusto especial por la novela y por los relatos de viajes fantásticos. La Paradoxografía refleja el nuevo interés por lo exótico en un mundo que se había hecho grande.
Por último, el teatro fue un importante medio de transmisión cultural. Toda ciudad helenística tenía uno, en ocasiones de grandes dimensiones, como en Epidauro. Eran comunes las representaciones de obras del pasado, particularmente de Eurípides. Hablamos de un espectáculo muy popular y extendido en esta época.
Figura 7: Teatro de Pérgamo.
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En época helenística no se introdujeron grandes cambios en el sistema educativo griego. Éste consistía en la enseñanza de dos grandes conjuntos de materias: poesía, filosofía y retórica, por un lado, y música y ejercicio físico, por otro. La paideia o formación inicial era recibida por los niños de los 7 a los 14 años. Se impartía en instituciones privadas, algunas de las cuales admitían también a niñas y esclavos domésticos. Los grammatistas se ocupaban del magisterio y los pedagogos de conducir a los niños a la escuela. En ellas se usaban para el aprendizaje de la escritura tablas enlucidas de cera y hojas de papiro. Tras finalizar la paideia, los jóvenes de 14 a 21 años continuaban sus estudios en el gimnasio, institución a la que acudían también los adultos. Frecuentar el gimnasio era una actividad típicamente griega y un signo de distinción de los helenos en las ciudades de Oriente donde predominaba la población indígena. En un principio filósofos y hombres de letras acudían a esta institución en busca de un auditorio digno al que dirigirse. Con el tiempo, la función del gimnasio como centro educativo se oficializó y ello provocó una adaptación de su arquitectura, mediante la incorporación de pórticos, bibliotecas y exedras que servían de aulas para las clases. El gimnasio era presidido por magistrados públicos de las ciudades denominados gimnasiarcas. Éstos se encargaban del aprovisionamiento de aceite, del sueldo de los profesores, de la remuneración de los conferenciantes y del embellecimiento del gimnasio. No cobraban por su función, sino que, al contrario, debían contribuir a ella con su propio dinero. La financiación de la enseñanza permitía a los ricos adoptar el papel de evergetas. Su generosidad era recompensada con honores dentro de la comunidad, como la erección de estatuas en homenaje suyo. Los propios reyes helenísticos contribuyeron también al mantenimiento de los gimnasios. Es interesante comprobar cómo las instituciones políticas en las ciudades helenísticas tuvieron menos protagonismo que las de tipo educativo y cultural. Dado que la autonomía de las póleis era más bien teórica, las urbes dejaron de ser centro políticos para pasar a ser, esencialmente, centros culturales. Así se explica el gran prestigio de los gimnasiarcas, comparable al de los magistrados clásicos, y también el hecho de que la vida pública dejara de tener por principal escenario el ágora para pasar a concentrarse en el gimnasio y el teatro. En el gimnasio los alumnos eran divididos en tres grupos de edad más o menos equivalentes en todas las ciudades: a) paides o muchachos de 14 a 18 años; b) epheboi, de 18 a 20 años; y neoi o jóvenes de 20 a 22 años. En el caso de Pérgamo existió incluso un gimnasio propio para cada uno de estos grupos o niveles educativos. La práctica del deporte era básica. En el gimnasio se enseñaban disciplinas atléticas, como la carrera y la lucha, así como el manejo de armas. Hay que tener en cuenta que en Oriente algunos de los jóvenes griegos que acudían al gimnasio eran hijos de militares destinados a heredar el oficio de sus padres. Además de la educación física y militar, los jóvenes recibían formación literaria. Se enseñaban lectura en voz alta, caligrafía, recitación, narrativa y canto, así como comentario de textos. No había evaluaciones, pero sí concursos a los que los jóvenes podían presentarse con el único incentivo de obtener el honor de ganar. En este sentido puede decirse que la educación helenística conectaba con el tradicional espíritu cívico de los griegos. La celebración de concursos se documenta en inscripciones dedicadas a los jóvenes ganadores. En ellas constan las listas de “victorias” obtenidas en certámenes atléticos, competiciones de lectura, recitación, música, dibujo y aritmética. Al terminar la educación en el gimnasio, con 21 ó 22 años, los alumnos interesados y con recursos podían acudían a la escuela de algún maestro para ampliar estudios. No existía nada parecido a lo que hoy llamamos universidad. Esta enseñanza, más especializada y privada, no solía ser de tipo práctico, salvo en el caso de los médicos y quizás también de otros profesionales, como arquitectos, ingenieros y los juristas. Un tema discutido es el de la participación de los indígenas en las instituciones educativas griegas. No existe mucha información al respecto, pero cabe suponer que el acceso de éstos a la cultura griega fue posible en algunos casos, pues se conocen nombres de intelectuales de origen oriental. F) VIDA ESPIRITUAL DEL HOMBRE HELENÍSTICO
Crisis de la religiosidad tradicional griega En la época helenística los griegos dejaron de vivir integrados en estados de pequeñas dimensiones como habían sido las póleis. Su condición de ciudadanos cambió por la de súbditos de reinos extensos con cuyos gobiernos no se sentían comprometidos. Todo ello provocó un cambio en las mentalidades y en la forma de vivir la religión. El hombre se hizo más individualista y menos inclinado a la vivencia colectiva del fenómeno religioso. Dejaron de tener sentido las fiestas y prácticas cultuales entendidas como una obligación cívica. En su lugar, cobraron fuerza viejos y nuevos cultos ligados a una experiencia personal y mística de la religión. Las divinidades olímpicas fueron relegadas, salvo aquellas asociadas a funciones esenciales de la condición humana, como la búsqueda de la salud en el caso de Asclepio.
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Bajo la pritanía de Cabiro, el día veinte del mes de Panteo. El Consejo y el Pueblo, a propuesta de los estrategos, han resuelto sobre el sacerdocio de Asclepio que éste pertenezca por siempre a Asclepíades y a los descendientes de Asclepíades. A la buena fortuna. Pareció bien al Consejo y al Pueblo que el sacerdocio de Asclepio de los otros dioses que tienen su sede en el templo de Asclepio pertenezca a Asclepíades, hijo de Arquias, y a los descendientes de Asclepíades por toda la eternidad y que el que de ellos sucesivamente vaya ocupando el sacerdocio sea el portador de la corona, y que reciba como presente de todas las víctimas que se sacrifiquen en templo la pata derecha y la piel, además de todas las demás ofrendas que se depositen sobre la mesa sagrada … y lo disfrute y lo consagrado … sea por toda la eternidad. Asclepíades, quien en el futuro siempre tendrá la corona, gozará de la inmunidad de todos los impuestos fijados por la ciudad y se convocará al sacerdote para que ocupe la presidencia en todos los juegos. El sacerdote se ocupará también del buen orden dentro del santuario como a él le parezca mejor y de forma piadosa, siendo él el señor de los siervos sagrados. Para que todo esto se mantenga en vigor por siempre en beneficio de Asclepíades y de sus descendientes, la ciudad realizará un juramento en el ágora sobre el altar de Zeus Salvador, y jurarán las magistraturas: verdaderamente la ciudad se mantendrá fiel a lo que se ha decretado en favor de Asclepíades y sus descendientes. Los estrategos de la pritanía de Cabiro serán los encargados de que el juramento se realice tal y como está escrito. Éstos inscribirán también este decreto sobre tres estelas de mármol y colocarán una de ellas en el templo de Asclepio de Pérgamo, otra en el templo de Atenea en la Acrópolis, y la tercera en el templo de Asclepio sito en Mitilene. Este decreto se inscribirá también entre las leyes de la ciudad y se la considerará por siempre como una ley en vigor.
IvP II, 251
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a) Cultos mistéricos Los dioses mistéricos ofrecían una salvación del individuo después de la muerte. Su culto exigía realizar complicadas y secretas ceremonias de iniciación, llamadas misterios. Debido precisamente a su carácter secreto, se conoce mal la doctrina de estos cultos. Cobró auge el culto a Dioniso, dios de la fertilidad venerado en Grecia desde una época muy antigua. En las fiestas dionisiacas, celebradas en invierno, las mujeres vagaban por los bosques y practicaban la omofagia. Este rito consistía en descuartizar un animal vivo y comerlo crudo. De esta forma se contactaba con la divinidad, encarnada en el animal sacrificado. Se difundió también el culto a Cibeles junto a su amante Atis. El principal centro religioso estaba en Persinunte (Frigia). A Cibles se asociaba el rito del taurobolium o sacrificio de un toro en una fosa.
Divinidades mistéricas de origen egipcio muy extendidas en el mundo helenístico fueron Isis y Serapis. La primera, diosa madre de Horus, estuvo asociada al trono de Egipto. Sus misterios pretendían simular una muerte y renacimiento posterior. Isis era conocida de antiguo en el mundo griego, donde fue asimilada a Deméter. Serapis, sin embargo, fue una divinidad nueva, introducida en Menfis por Ptolomeo I, tras el traslado del cadáver de Alejandro Magno a esta ciudad. Era fruto de una mezcla entre el buey sagrado Apis y Osiris, dios de los muertos. La nueva divinidad fue concebida para ser venerada tanto por griegos como por egipcios. En pareja con Isis tuvo una amplia difusión.
Figura 8: Ménade con un tirso. Ca. 480 a.C. b) Culto real El culto al soberano fue promovido por los propios monarcas helenísticos. Su antecedente inmediato se encuentra en Alejandro Magno. Primero se produjo la adoración de los reyes una vez muertos, pero más tarde fueron divinizados también en vida. Los Lágidas promovieron su asimilación a Dioniso. Sabemos por una inscripción que Ptolomeo III fue reconocido como descendiente de Heracles por vía materna y de Dioniso por la paterna, de modo que su ancestro habría sido Zeus por ambas partes. Los Seléucidas asociaron el trono a Apolo, divinidad muy venerada en Asia Menor. Por su parte, continuando con la tradición macedónica, los Antigónidas se hicieron pasar por descendientes de Heracles. c) Otras creencias La magia y otras creencias se popularizaron en época helenística. Desde Babilonia la Astrología se extendió por otras zonas y ciudades, como Alejandría. Paradójicamente, uno de sus seguidores fue el astrónomo Hiparco de Nicea. Por otra parte, el Orfismo difundió la doctrina de la transmigración de las almas. Esta teología recogía la creencia, muy extendida en el mundo helenístico, de la existencia de vida después de la muerte. Asimismo, propugnaba el castigo de los malvados en el Hades y la felicidad eterna de los buenos.
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La vida económica en el período helenístico se caracterizó por una mayor proyección geográfica. Podría hablarse de un fenómeno de “globalización”. El comercio a larga distancia creció, facilitando la conexión del mundo griego con regiones muy alejadas de Oriente y Egipto. Aumentó la circulación monetaria y se desarrolló la banca. M. Rostovtzeff distinguió entre una economía pública y otra privada en el marco de los reinos helenísticos. El Estado gestionaba gran parte del sector productivo y reunía amplios capitales gracias a su aparato fiscal. Lo recaudado se destinaba sobre todo al mantenimiento del ejército y a cubrir los gastos de la corte. En manos privadas existieron también grandes fortunas y negocios, normalmente centrados en la industria, la banca y el comercio.
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Las actividades agropecuarias siguieron siendo el sector básico de la economía productiva. En época helenística se realizaron importantes trabajos de desecación de lagos y de zonas pantanosas con objeto de aumentar la cantidad de tierras roturadas. También mejoraron los sistemas de irrigación de los cultivos, especialmente en Egipto. La amplitud geográfica del mundo helenístico facilitó los intercambios de semillas y de crías de ganado. Se cruzaron animales y se implantaron cultivos nuevos en ciertas regiones, o bien se mejoraron los ya existentes. Por ejemplo, con objeto de aumentar la producción, los Ptolomeos implantación en Egipto especies de trigo de Grecia y Siria. Los aperos de labranza y los métodos de cultivo apenas variaron. Continuó siendo común el barbecho alternante. El sistema trienal, con rotación de cosechas, no fue frecuente. Tampoco hubo cambios en los sistemas de preparación de la tierra, ni en el modo de realizar la recolección o la trilla. El cultivo de la “triada mediterránea” siguió siendo protagonista: cereal, viñedo y olivo. Las explotaciones mineras más importantes fueron gestionadas directamente por los monarcas helenísticos. Los métodos de extracción del mineral apenas cambiaron, excepción hecha de la ya mencionada aplicación del “tornillo de Arquímedes”. La metalurgia fue una industria muy importante. Abarcaba la elaboración de instrumentos y herramientas, así como armas y armaduras, atalajes de caballo, objetos de arte (estatuas y bajorrelieves), vasijas, lámparas y candelabros, artículos de tocador, joyas, etc. La industria de la cerámica se conoce especialmente bien, sobre todo el sector de producción de vasijas finas para el servicio de mesa. Al principio de la época helenística predominó en el mercado la cerámica ática, de color negro, pero pronto ésta comenzó a ser imitada en Asia Menor, Alejandría y la Península Itálica. Más tarde cobró gran fama la cerámica “samia” de color rojo. Hubo también una producción abundante de lámparas y estatuillas de terracota, por lo común centrada en talleres locales. En Grecia el vidrio era conocido desde antes de la época helenística, pero se consideraba un producto de lujo. Por el contrario, en Egipto y Fenicia era de uso bastante común. Eran muy apreciados los vasos alejandrinos. A partir del siglo I a.C. el vidrio se difundió enormemente gracias a la invención de la técnica del vidrio soplado. La primacía de la industria textil recayó por completo en Oriente. Babilonia, Egipto, Pérgamo y Fenicia fueron las zonas productoras y comercializadoras de telas finas y alfombras. En Grecia se adoptó el telar vertical de tipo egipcio, lo que permitió una mejora de la producción. También mejoraron en general los sistemas de teñido de las telas. La Alquimia intentaba crear sistemas para producir los preciados tejidos dorados. En Alejandría había afamados talleres reales y en el resto del territorio egipcio talleres particulares y de los templos. En época helenística se construyeron importantes obras de fortificación en las ciudades, instalaciones portuarias y grandes edificios, palacios, templos y mausoleos. Mejoraron las carreteras y las infraestructuras urbanas: acueductos, sistemas de saneamiento, red viaria, etc. En un mundo donde la guerra era habitual, se comprende el desarrollo de nuevos ingenios de arte militar, como carros de guerra con hoces, máquinas para facilitar el asedio de ciudades, sistemas de artillería, etc. Los arquitectos e ingenieros fueron muy populares en el mundo helenístico. Los más importantes estuvieron protegidos por los reyes y escribieron tratados sobre su profesión. Conocemos los nombres de algunos de ellos a través de Vitruvio.
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En la época helenística la moneda se difundió en zonas de Oriente donde apenas se había utilizado con anterioridad. Siguieron existiendo regiones, no obstante, donde el trueque o el pago en especie no desaparecieron del todo. Se rompió la unidad monetaria de la época alejandrina, pero siguió habiendo bastante uniformidad. La acuñación monetaria fue competencia exclusiva de los reyes. Tan sólo algunas importantes ciudades griegas escaparon a esta norma, como fue el caso de Atenas y Rodas, las cuales emitieron moneda propia. En los reinos Seléucida y Antigónida se usó el patrón ático: tetradracma de 17 gr. En Egipto, sin embargo, se aplicó el patrón fenicio (tetradracma de 13 a 15 gr) y se prohibió la circulación de moneda extranjera. El Estado ptolemaico se ocupaba de reacuñar las monedas introducidas en el país y cobraba una comisión por el cambio. El comercio fue floreciente. Hubo intercambios entre el mundo helenístico y otros territorios exteriores, como la India, Partia, Arabia, la Península Itálica, Sicilia y las regiones del Mar Negro. Existieron también relaciones comerciales entre los distintos reinos helenísticos y un comercio interno dentro de cada uno de ellos. En función del medio de transporte utilizado, podemos hablar de un comercio marítimo a lo largo del Mediterráneo, del Mar Negro y el Mar Rojo. El comercio terrestre fue importante sobre todo en Oriente, donde el transporte de mercancías se realizaba a través de grandes rutas “caravaneras”. Las vías fluviales también fueron usadas, especialmente en los casos del Nilo y el Éufrates. Las relaciones comerciales fueron fluidas gracias a factores favorables como la relativa unidad cultural y lingüística dentro del mundo helenístico, la mejora de las comunicaciones y la difusión generalizada de la moneda como medio de cambio. Factores negativos fueron la tendencia a la autarquía económica en cada estado, las guerras, la piratería, el bandidaje y los riesgos de la navegación en el caso del transporte marítimo. El comercio de larga distancia con la India, Arabia y África oriental estuvo controlado por los Seléucidas y parcialmente también por los Ptolomeos. Se basó en rutas caravaneras combinadas con otras marítimas. Objetos de este comercio fueron mercancías de lujo y escaso peso: incienso, ungüentos, perfumes, tintes como el índigo, especias alimentarias, piedras preciosas, perlas y tejidos de seda. El tráfico de caravanas propició el desarrollo de ciudades elegidas como lugares fijos de parada y centros comerciales. Es el caso de Petra, Seleucia de Tigris y Palmira. En estas ciudades vivían los mercaderes y los banqueros que financiaban las caravanas. Roma y otras ciudades itálicas se surtían de esclavos y de productos orientales llegadas de los puertos de Rodas y Delos. Sicilia exportaba conservas de pescado a los mercados greco-orientales. Este mismo tipo de mercancía llegaba también a las ciudades helenísticas desde las regiones ribereñas del Mar Negro, junto a trigo y esclavos. Los distintos reinos intercambiaron entre sí alimentos, productos industriales, materias primas (madera y metales) y esclavos (salvo Egipto). Las principales zonas productoras de cereal se encontraban en Egipto, el Bósforo y Tracia. Muchas ciudades griegas importaban grano de estos lugares, al no ser autosuficientes, y compensaban sus importaciones con la exportación de vino y aceite de oliva. El comercio de este último producto fue siempre floreciente debido a su buena calidad; no así el del vino, que entró en crisis tras la implantación del viñedo en Egipto y Siria. Objetos de lucrativo comercio fueron también el papiro egipcio y el pergamino de Siria y Pérgamo, las telas teñidas de púrpura de Fenicia, las alfombras y tapices de Persia y los vestidos de Pérgamo. Por último, dentro de las ciudades helenísticas existía un comercio al por menor que abastecía de productos alimentarios y enseres para la vida cotidiana. Estaba en manos de pequeños comerciantes y de los campesinos que llevaban sus productos a la ciudad para venderlos.
Época helenística
La exportación de esclavos sobre todo era lo que los incitaba a los actos delictivos, pues se producía con ello una gran ganancia y no sólo eran fáciles de capturar, sino que además había un mercado grande y rico no demasiado lejos, el de Delos, capaz de recibir y despachar en un mismo día miles de esclavos, hasta el punto de que surgió por ello un dicho: “mercader, desembarca, descarga, todo se ha vendido». Causa de ello es que los romanos, que se hicieron ricos tras la destrucción de Cartago y de Corinto, usaban muchos esclavos y los piratas, percatándose de la facilidad de la ganancia, florecieron en masa dedicándose ellos mismos a la piratería y además comerciando con los esclavos. A estas actividades se unieron también los reyes de Chipre y los de Egipto, que eran enemigos de los sirios. Tampoco los rodios eran amigos de los sirios, por lo que no les prestaron ayuda, y mientras tanto los piratas, simulando ser comerciantes de esclavos, se mantuvieron inquebrantables en sus fechorías.
Estrabón, Geografía, 14.5.2
/ En Grecia existían tres tipos de bancos: privados, de los templos y de las ciudades. Los tres crecieron en época helenística, pero sobre todo los bancos privados. En Oriente, donde no había existido este tipo de actividad económica, la banca se implantó como una novedad aportada por los griegos. Rodas y Delos se convirtieron en grandes centros bancarios. En general, los tipos de interés ofrecidos por los banqueros eran muy altos, sobre todo en el caso del préstamo marítimo, debido a los grandes riesgos que implicaba. También en este ámbito Egipto fue una excepción. En el reino de los Ptolomeos existió un Banco del Estado con sede en Alejandría y sucursales en las capitales de los nomos, así como oficinas menores en las aldeas más importantes. Sin embargo, los bancos privados en el reino Lágida tuvieron poco desarrollo, debido sin duda al escaso desarrollo de la iniciativa privada en materia económica.
Figura 9: Moneda de Antíoco V Eupátor (164-162 a.C.).
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