El realismo. El concepto de realismo permite identificar a la manera de contar, presentar, considerar o percibir lo que ocurre tal como sucede. A raíz de esto se puede decir que la postura realista tiene la particularidad de evitar exageraciones: sólo narra los acontecimientos concretos. Por ejemplo: “Miremos la situación con realismo: el paciente está grave, pero estamos trabajando para salvarlo” es una frase que hace referencia al estado de salud de una persona. Si consideramos que dicha gravedad es comprobable, expresiones como “No tiene nada, en unos días vuelve a casa” (minimiza la gravedad) o “Ya está perdido, no se puede hacer nada” (exagera la realidad) no son realistas. Cabe resaltar que el realismo también identifica una doctrina filosófica que se caracteriza por resaltar la existencia objetiva de los conceptos de carácter universal. Desde la perspectiva de la filosofía moderna, el realismo constituye un saber basado en la idea de que los objetos que pueden percibirse a través de los sentidos poseen una existencia que resulta independiente respecto de ellos mismos. En el campo del arte, se conoce como realismo a la estructura estética que busca surgir como una imitación fiel de la naturaleza. Puede hablarse de realismo pictórico (el cual pretende plasmar la realidad en cuadros) o realismo literario (cuyos textos intentan aportar un testimonio sobre una determinada época). Además, el concepto también se utiliza para denominar aquella opinión, comentario, pensamiento o doctrina que favorece a la monarquía: “En la época colonial, las fuerzas del realismo se enfrentaban en sangrientas batallas frente a los movimientos independentistas de América Latina”.
El realismo literario tuvo su origen en la primera mitad del siglo XIX y sus precursores fueron Honoré de Balzac y Stendhal. Se trató de una corriente estética que se impuso ante el imperante romanticismo de la época. Oponiéndose no sólo en cuestiones ideológicas sino también en lo estructural, provocando un rotundo quiebre entre las letras del siglo XIX. Una de las características fundamentales de esta corriente es que, a diferencia del romanticismo, centró su atención en la sociedad y no el el individuo. Los autores comenzaron a describir de forma específica cómo era el pueblo y pintaron objetivamente los problemas sociales que acontecían; así surgió la que se llamaría novela burguesa. Esta nueva inclinación no sólo se vio reflejada en las descripciones escénicas sino también en la interacción de los personajes, para los cuales se buscó una expresividad más coloquial. Se les hizo adoptar la forma de lenguaje adecuada para cada uno de ellos, teniendo en cuenta su estrato social, su educación y demás cuestiones que pueden indicar cómo debe comunicarse un individuo. Otros aspectos a resaltar de este movimiento son el uso de:
Entre los autores más destacados puede mencionarse a Miguel de Cervantes Saavedra, Benito Perez Galdós, Charles Dickens y Gustave Flaubert. También podría incluirse en la lista a Fedor Dostoyevski, aunque algunos prefieren ubicarlo dentro del existencialismo, dado su inmenso interés por temas como la psicología humana y las preguntas filosóficas relacionadas con el sentido de la vida. Existe por último una variante del realismo en la literatura, que se conoce como realismo mágico. Se trata de un movimiento de carácter literario que surgió en Latinoamérica a mitad del siglo XX y que se caracteriza por introducir elementos fantásticos en medio de una narrativa realista. El novelista colombiano Gabriel García Márquez es uno de los principales exponentes de esta corriente literaria.
Este movimiento literario aparece en la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia de las circunstancias sociales de la época: la consolidación de la burguesía como clase dominante, la industrialización, el crecimiento urbano y la aparición del proletariado. Las características básicas del Realismo literario son:
El Naturalismo surge como una derivación del Realismo, que tenía como objetivo explicar los comportamientos del ser humano. El novelista del Naturalismo pretende interpretar la vida mediante la descripción del entorno social y descubrir las leyes que rigen la conducta humana. Los escritores naturalistas representan a sus personajes en situaciones extremas de pobreza y marginación, y les gustaba describir los ambientes más bajos y sórdidos con el fin de poner al descubierto las lacras de la sociedad. La descripción de estos ambientes interesaba en la medida que permitía observar cómo influye un medio hostil sobre la forma de ser de los personajes y cuáles son la reacciones del ser humano en condiciones de vida adversas.
En esta época, la novela es el género literario preferido. Novelistas importantísimos reflejan los profundos cambios sociales en sus obras. No diferenciaremos autores del Realismo y del Naturalismo ya que todos participaron en ambas corrientes por simple evolución.
Juan Valera Nació en Cabra (Córdoba) en 1824, hijo de una familia noble. Estudió Derecho e ingresó en el cuerpo diplomático, desempeñando diferentes misiones en varios países europeos y americanos. Fue miembro de la Real Academia Española. Comenzó a escribir cuando ya tenía cincuenta años. Murió en Madrid en 1905. Fue un hombre culto y refinado, de espíritu equilibrado y libre. Su inteligencia y fino sentido estético se manifiestan en su labor como crítico y en su estilo correcto, fluido y elegante; aunque, a veces, adolece de vigor y calor humano. Su primera obra fue Pepita Jiménez en la que un joven seminarista conoce a una mujer con la que su padre, que es viudo, piensa casarse. El joven va enamorándose poco a poco de ella y, tras largas luchas interiores entre su vocación religiosa y su amor, triunfa el último. También escribió El Comendador Mendoza, Doña Luz, y una de sus mejores novelas, Juanita la Larga, cuando tenía setenta años.
Juanita la Larga (Juan Valera) Como de costumbre, jugaba al tute con la madre; como de costumbre, hablaba con Juanita en conversación general, y Juanita hablaba igualmente y le oía muy atenta manifestándose finísima amiga suya y hasta su admiradora; pero, como de costumbre también, las miradas ardientes y los mal reprimidos suspiros de don Paco pasaban sin ser notados y eran machacar en hierro frío, o hacían un efecto muy contrario al que don Paco deseaba poniendo a Juanita seria y de mal humor, turbando su franca alegría y refrenando sus expansiones amistosas. De esta suerte, poco venturosa y triunfante para don Paco, se pasaron algunos días y llegaron los últimos del mes de julio. Hacía un calor insufrible. Durante el día los pajaritos se asaban en el aire cuando no hallaban sombra en que guarecerse. Durante la noche refrescaba bastante. En el claro y sereno cielo resplandecían la luna y multitud de estrellas, que, en vez de envolverlo en un manto negro, lo teñían de azul con luminosos rasgos de plata y refulgentes bordados de oro. Ambas Juanas no recibían a don Paco en la sala, sino en el patio, donde se gozaba de mucha frescura y olía a los dompedros, que daban su más rico olor por la noche, a la albahaca y a la hierba Luisa, que había en no pocos arriates y macetas, y a los jazmines y a las rosas de enredadera, que en Andalucía llaman de pitiminí, y que trepaban por las rejas de las ventanas, en los cuartos del primer piso, donde dormían Juanita y su madre. En aquel sitio, tan encantador como modesto, era recibido don Paco. Todavía allí, a la luz de un bruñido velón de Lucena, de refulgente azófar, se jugaba al tute en una mesilla portátil, pero no con la persistencia que bajo techado. Otras distracciones, casi siempre gastronómicas, suplían la falta de juego. Juana, que era tan industriosa, solía hacer helado en una pequeña cantimplora que tenía; pero con más frecuencia se entretenían comiendo ora piñones, ora almendras y garbanzos tostados, ora flores de maíz, que Juanita tenía la habilidad de hacer saltar muy bien en la sartén, y ora altramuces y, a veces, hasta palmitos cuando los arrieros los traían de la provincia de Málaga, porque en la de Córdoba no se crían.
Benito Pérez Galdós Nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1843. Se fue muy joven a Madrid donde estudió Derecho. En la capital pasó la mayor parte de su vida dedicándose fundamentalmente a escribir. Murió en Madrid en 1920. Galdós fue un hombre sin prejuicios, abierto a toda idea de progreso y, al mismo tiempo, amaba intensamente a su patria. Vivió de forma tan comprometida con su época que escribió sus obras con la intención de encontrar la raíz de los problemas y explicarlo todo a los demás. Galdós fue un extraordinario narrador, aunque también escribió numerosas obras teatrales. La producción literaria de Galdóa es enorme. Sólo su narrativa consta de más de setenta volúmenes, clasificados por él mismo en: Episodios Nacionales, Novelas de la primera época y Novelas contemporáneas. Episodios Nacionales. En estas obras, Galdós pretende ofrecer una visión, en forma novelada, de la historia de España del siglo XIX. Consta de cinco series de diez tomos cada una, salvo la última que quedó interrumpida. Los episodios históricos mejor logrados fueron: Trafalgar, El dos de Mayo, Gerona, Zaragoza. Novelas de la primera época. Todas ellas tienen características comunes: tratan problemas políticos y religiosos, profundizan en el estudio psicológico de los personajes y sobre la contradicción entre lo tradicional y lo liberal. Doña Perfecta, La Fontana de Oro, Gloria… Novelas contemporáneas. La mayoría de estas novelas tienen como eje central de su temática la ciudad de Madrid, sus gentes, sus calles y sus barrios. Fortunata y Jacinta, La desheredada, Miau, Tristana, Misericordia… Trafalgar (Benito Pérez Galdós) Entre los soldados vi algunos que sentían el malestar del mareo, y se agarraban a los obenques para no caer. Verdad es que había gente muy decidida, especialmente en la clase de voluntarios; pero por lo común todos eran de leva, obedecían las órdenes como de mala gana, y estoy seguro de que no tenían el más leve sentimiento de patriotismo. No les hizo dignos del combate más que el combate mismo, como advertí después. A pesar del distinto temple moral de aquellos hombres, creo que en los solemnes momentos que precedieron al primer cañonazo la idea de Dios estaba en todas las cabezas. Por lo que a mí toca, en toda la vida ha experimentado mi alma sensaciones iguales a las de aquel momento. A pesar de mis pocos años, me hallaba en disposición de comprender la gravedad del suceso, y por primera vez, después que existía, altas concepciones, elevadas imágenes y generosos pensamientos ocuparon mi mente. La persuasión de la victoria estaba tan arraigada en mi ánimo, que me inspiraban cierta lástima los ingleses, y los admiraba al verlos buscar con tanto afán una muerte segura. Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el rey y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como yo no sabía más historia que la que aprendía en la Caleta, para mí era de ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos, el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.
Leopoldo Alas «Clarín» Nació en Zamora en 1852, de familia asturiana. Estudió Leyes en Oviedo y se doctoró en Madrid. Fue catedrático de las facultades de Derecho de Zaragoza y Oviedo. Fue un hombre culto, de sólida formación universitaria y aguda capacidad crítica que hizo que fuese temido y respetado. Escribió una novela muy extensa que está considerada como una de las obras fundamentales del Realismo español: La Regenta, en la que Clarín hace un análisis minucioso y detallado del ambiente hipócrita y corrompido de Vetusta, ciudad donde se desarrolla la acción y que puede ser Oviedo. Satiriza a sus personajes que, bajo apariencias honradas, esconden la hipocresía y la maldad. Clarín también destacó como uno de los mejores escritores de cuentos de su época, en los que analiza el comportamiento de personas malvadas y llenas de hipocresía. Entre ellos destaca ¡Adiós, cordera! En este cuento se nos narran las peripecias de tres amigos felices e inseparables: Rosa, Pinín y Cordera. Dos hermanos gemelos y su vaca Cordera que son felices en las montañas asturianas alejados de los peligros del mundo. Sólo un palo del telégrafo y un tren que pasa de vez en cuando son indicios de ese mundo. Pero un día ese mundo se llevará primero a la Cordera y luego a Pinín. Rosa se quedará sola con su dolor y sus recuerdos. ¡Adiós, Cordera! (Leopoldo Alas «Clarín») Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y Rosa no sosegaron. A media semana se personó el mayordomo en el corral de Antón. Era otro aldeano de la misma parroquia, de malas pulgas, cruel con los caseros atrasados. Antón, que no admitía reprimendas, se puso lívido ante las amenazas del desahucio. El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a vil precio, por una merienda. Había que pagar o quedarse en la calle. El sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a su padre. El niño miraba con horror a los contratistas de carne, que eran los tiranos del mercado. La Cordera fue comprada en su justo precio por un rematante de Castilla. Se le hizo una señal en la piel y volvió a su establo de Puao, ya vendida, ajena, tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaba Antón de Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos como puños. Rosa, al saber la venta, se abrazó al testuz de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las caricias como al yugo. (…) El viernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado del rematante de Castilla por la res. Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana la Cordera. Antón había apurado la botella estaba exaltado; el peso del dinero en el bolsillo le animaba también. Quería aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tanto y tantos xarros de leche? ¿Que era noble en el yugo, fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz… Pinín y Rosa, sentados sobre el montón de cucho, recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de los propios afanes, unidos por las manos, miraban al enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos: hubo de todo. No podían separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación del vino, cayó como en un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el corral oscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos setos, el triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por fin hubo que separarse. Antón malhumorado, clamaba desde casa: -¡Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes! -así gritaba de lejos el padre, con voz de lágrimas. Caía la noche; por la calleja oscura, que hacían casi negra los altos setos, formando casi bóveda, se perdió el bulto de la Cordera, que parecía negra de lejos. Después no quedaba de ella más que el tintán pausado de la esquila, desvanecido con la distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras infinitas. ¡Adíós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-. ¡Adiós, Cordera de mío alma! -¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno. -Adiós -contestó por último, a su modo, la esquila perdiéndose su lamento triste, resignado, entre los demás sonidos de la noche de julio en la aldea…
El realismo en el arte prehistórico y antiguo
El realismo en el arte medieval y de la Edad Moderna
El realismo en el arte de la Edad Contemporánea
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