BIOGRAFIAS

Diego de Benavides y de la cueva

Diego de Benavides y de la cueva

Diego de Benavides y de la Cueva. Conde de Santisteban y XVIII virrey del Perú. Nació hacia 1605 y fue hijo de don Francisco Benavides y de la Cueva, VII conde de Santisteban, y de doña Brianda de Bazán. Le correspondió en herencia la capitanía general de la frontera de Jaén. A muy tierna edad (1612) ingresa al servicio de la familia real en calidad de paje. Realiza estudios en el colegio mayor de San Bartolomé, en Salamanca, donde mostró una marcada inclinación lírica, sobre todo por la poesía latina, en cuyo conocimiento llegó a ser un experto. Más tarde, ya como soldado, es destinado a la defensa de Milán. Logra su ascenso al grado de capitán de los tercios de Saboya y se le otorga el título de marqués de Solera (1637), que ostentó junto con el más antiguo condado de Santisteban del Puerto, originario del siglo XV. Ejerció el mando de las fuerzas del sector de Extremadura en la guerra con Portugal, en 1643, pero sin que los laureles ciñeran su frente; y su comportamiento timorato en esta campaña le granjeó el mote de “conde de Mariesteban”. Integró el consejo de Guerra, fue comendador de Montreal en la orden de Santiago, gobernador de Galicia, virrey de Navarra, tomó parte como plenipotenciario (1658) en la denominada Paz de Pirineos, que puso fin a la guerra entre Francia y España, acordando igualmente el matrimonio de Luis XIV y la infanta María Teresa. Fue nombrado virrey del Perú y presidente de la audiencia de Lima por despachos signados el 5 de agosto de 1659.

Viaje al Perú

Hizo el viaje a ultramar en compañía de su tercera esposa, doña Ana de Silva y Manrique, y de dos de sus hijos. Salió del puerto de Cádiz a inicios de 1660, deteniéndose en los puertos de Cartagena, Portobelo, Panamá y Paita. Toma posesión oficial de su gobierno el 30 de julio de 1661 y aunque su gestión puede calificarse de equitativa, corrieron con insistencia rumores acerca de la influencia que sobre él ejercía su consorte: en los anónimos que fabricaban los desafectos a su autoridad se censuraba la excesiva injerencia de la virreina en el manejo de los asuntos gubernativos, y aun se permitían afirmar que las plazas de corregidores se proveían de acuerdo con las recomendaciones de ella, rumoreándose que mediaba el cohecho para los nombramientos. Poseyó, en cambio, el mérito de la laboriosidad. Según testimonios de sus contemporáneos, aun padeciendo gravemente de la gota, se hacía conducir por dos servidores en una silla de manos a su oficina, para no descuidar los asuntos confiados a su administración. Mandó a construir el hospital de San Bartolomé, dedicado a la asistencia de los negros ancianos e impedidos. Con el fin de mejorar la condición de los indios en los obrajes, dictó una serie de ordenanzas, entre ellas la que prohibía trabajar en dichos talleres de manufactura textil a los menores de doce años. Concurrió al auto de fe inquisitorial de enero de 1664 y favoreció la construcción del primer teatro de Lima -destruido más tarde por un incendio-, hecho que sí se corresponde evidentemente con sus aficiones poéticas.

Sublevaciones durante su periodo

Además, en este período se erigió la audiencia de Buenos Aires y se aplacó una sublevación de mestizos en la provincia de Chuquiabo. Pero el suceso más significativo fue la explosión de los disturbios en el asiento minero de Laicacota, cercano al lago Titicaca, que pertenecía a los hermanos Gaspar y José de Salcedo; estos magnates de origen sevillano no pudieron contener el fermento amotinador entre los indios que laboraban en los yacimientos de plata, y en junio de 1665 estalló un feroz ataque contra empresarios vascongados (enemigos de los Salcedo) y fuerzas del gobernador lugareño. De aquí se pasó a un estado de rebelión, en que se profirieron mueras “al Rey y al Papa”.

Muerte del virrey Diego Benavides y de la Cueva

Hallándose las cosas en tal estado ocurrió la muerte del conde de Santisteban, en Lima, el 17 de marzo de 1666. Sus funerales tuvieron lugar en la iglesia del convento de Santo Domingo, y su cadáver fue sepultado al pie del retablo de la Adoración de los Reyes Magos. De su inclinación por las letras ha quedado un volumen compilatorio de sus poesías latinas, bajo el título Horae successivae sive elucubrationes (1660). Los enlaces matrimoniales de este noble personaje fueron los siguientes tres: en 1629 con doña Antonia Dávila y Corella, marquesa de las Navas; en 1649 con doña Juana Ruiz de Corella, hermana de la anterior; y en 1655 con doña Ana de Silva y Manrique, quien le sobrevivió.

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