Desiertos y zonas áridas. Uno de los paisajes más sobrecogedores e impactantes de la geografía mundial son los desiertos, lugares plagados de mitos sobre ingenuos, duendes y diablillos transformados en piedra. Son territorios extraños que parecen propios de otro mundo que nos atrae y asusta a partes iguales.
Desde aquí vamos a analizarlos descubriendo sus características, su posible origen y también sus estructuras y elementos propios. Promete ser un viaje sumamente interesante, ¿te apuntas?.
Es frecuente confundir desierto con zona árida cuando realmente no son lo mismo. Una región árida es aquella cuyas precipitaciones son escasas, así como su vegetación, reducida a pequeñas matas aisladas entre las que aflora el suelo desnudo y seco. Tanto es así que las regiones polares como la que observamos en la imagen, por ejemplo, no se consideran zonas áridas porque a pesar de que la vegetación es muy escasa, el suelo no está seco debido a las precipitaciones en forma de nieve. Aún así muchos hablan de desiertos fríos o polares porque usan los factores térmicos para realizar subdivisiones y así distinguen desiertos cálidos (por ejemplo el Sáhara), templados (como los páramos del mar de Aral) y fríos (sería Islandia, entre otros).
Las regiones áridas y semiáridas ocupan aproximadamente un tercio de la superficie de nuestro planeta.
En los desiertos las precipitaciones son muy escasas y la vegetación suele concentrarse en puntos concretos llamados oasis, como se percibe en la imagen. Suelen señalar la existencia de agua a cierta profundidad. No todos los desiertos son de arena, también existen desiertos pedregosos.
Más de 600 millones de seres humanos habitan en zonas áridas, caracterizadas por su pobreza y desertización. En 1977 la UNESCO llevó a cabo un proyecto centrado en la delimitación de este tipo de territorios, calificándolos según el grado de aridez que muestran. Como resultado se produjo un mapa mundial que ha servido de referencia para los estudios ecológicos. Se detecta una ampliación de la extensión de estas regiones conforme avanza el tiempo.
El paso de agua en estado líquido a gas (vapor de agua), al haber adquirido suficiente energía como para vencer la tensión superficial que unían las moléculas de agua entre sí se denomina evaporación. En los seres vivos, por ejemplo en las plantas, este proceso se llama transpiración.
Pues bien, se considera que una zona es árida cuando sufre periodos de sequía debido a que el conjunto de evaporación + transpiración potencial (a la unión de ambos se denomina evapotranspiración potencial) supera a las precipitaciones o lluvias. Por tanto, la aridez se considera un concepto climático.
Básicamente los terrenos estériles se dividen en tres tipos o grados de aridez, mediante el uso del índice PP/ETP (esto es, la precipitación medial anual de la zona respecto a la evapotranspiración potencial anual). Son los siguientes:
1.-Zona hiperárida: índice (PP/ETP) menor que 0,03. Corresponde a desiertos propiamente dichos, con la vegetación limitada a zonas muy concretas (oasis). La precipitación media anual no supera los 50 mm. Representan aproximadamente el 5 % de la superficie de los continentes.
2.-Zona árida: índice comprendido entre 0,03 y 0,2. Son los semidesiertos y subdesiertos. La vegetación continúa siendo poco densa (matorrales, pequeñas plantas leñosas y cactus). Pastoreo de tipo nómada y a veces, cultivos de cereal. precipitación media anual (pp): 50-126 mm (las lluvias suelen concentrarse en una única estación del año). Ocupan un 15 % de la superficie de los continentes y se distribuyen alrededor de las zonas hiperáridas, a la vez que constituyen la parte central de los desiertos menos absolutos.
3.-Zona semiárida: índice comprendido entre 0,2 y 0,5. Corresponden a estepas, praderas y ciertas sabanas tropicales y gran parte de las zonas mediterráneas. 350-400 mm de pp repartida en seis meses al año (el periodo invernal en las latitudes mediterráneas y tropicales). Suelen ser regiones ganaderas y áreas de plantación de cultivos de secano. Abarcan un 14 % de la superficie de los continentes.
En las zonas marcadas por la aridez, las condiciones climáticas extremas conllevan la actuación acentuada y repetitiva de agentes geológicos externos (agua y viento). Por eso, el principal proceso que ocurre es la erosión de forma que inevitablemente la situación desembocará en la desertización posterior.
Por tanto, encontramos que una zona sin unas condiciones extremas de sequedad pero con unas condiciones fuertemente erosivas naturales o antrópicas (esto es, generadas por la acción humana) puede terminar convirtiéndose en un desierto.
Precisamente esto está ocurriendo en muchos lugares de la corteza terrestre, pero limitándonos a España se puede citar los Monegros (Aragón), las Bardenas Reales (Navarra) o la provincia de Almería (Andalucía).
La sobreexplotación de los ecosistemas fundamentalmente por comportamientos inadecuados por parte del ser humano suele desembocar en la progresiva extensión de los terrenos baldíos. Cuando la mala utilización de la tierra se suma a la instalación de fases climáticas secas, inevitablemente la zona acaba degenerando en subdesiertos y zonas semiáridas.
Tanto la desertización como la desertificación provocan la paulatina pérdida de su cobertura vegetal del suelo, lo cual desencadena unas condiciones de extrema desolación dejando tierras yermas. La diferencia entre ambos conceptos es que la desertización se produce por causas naturales, mientras que la desertificación se debe a las acciones del ser humano.
¿Qué acciones están detrás de ambas? De entrada, lo peor es que no suelen ser independientes, sino que generalmente los procesos naturales que conducen a la aridez de una zona suelen venir acentuados por malas prácticas agrícolas tales como cultivar en zonas de excesiva pendiente, arar a favor de ésta en lugar de adaptarse a las curvas de nivel del terreno, no aterrazar (construir bancales en las laderas), etc.
Una vez que un área concreta empieza a degradarse, se le suele añadir la existencia de lluvias torrenciales que arrastran gran cantidad de terreno suelto hacia zonas más deprimidas y de menos pendiente. Los suelos sufren así erosión, a la vez que los ríos cargados de sedimentos se vuelven peligrosos al sufrir obstrucción de su cauce además de ir colmatando los embalses o las zonas deprimidas. Como consecuencia, aumentará el riesgo de inundaciones en las siguientes precipitaciones, cuando se den las crecidas en los cursos de los ríos.
Un desierto viene condicionado por:
• Agentes climáticos: básicamente los aguaceros y el viento son los principales movilizadores de sedimentos, al actuar sobre los suelos y transportar sus materiales.
• Naturaleza del sustrato: la vulnerabilidad que presente al desgaste por los agentes atmosféricos es función de parámetros tales como su composición, la permeabilidad, disposición, etc…
• Topografía o relieve de una región: será trascendental de cara a la erosión que experimentará en un futuro. Cuanto más abrupto, expuesto a los factores climáticos y mayor pendiente presente, más rápidamente será desmantelado o degradado.
• Pérdida de vegetación: la cubierta vegetal es un factor fundamental en la conservación del sustrato ya que lo protege de las inclemencias del clima, a la vez que las raíces anclan los sedimentos evitando que puedan ser transportados por las aguas en la escorrentía superficial, o por los vientos.
Las causas son todas ellas de carácter antrópico:
• Deforestación: puede hacerse tanto de manera física (arranque manual, tala, quema de rastrojos,…) como química (uso de herbicidas, por ejemplo).
• Agricultura con técnicas no sostenibles: conlleva que el suelo pierda sus nutrientes y finalmente tras un determinado número de cosechas dejará de ser apto para la agricultura y el pastoreo. Es por esto que antiguamente en España estaba la costumbre de dejar algunas tierras «en barbecho», lo que quería decir que esa temporada la parcela no se trabajaría para que pudiera recuperarse de la sobreexplotación a la que estaba siendo sometida.
• Sobrepastoreo: el alimento desmedido de herbívoros junto con el excesivo paso de ganado acarrea la desaparición de vegetación en esa área y el empobrecimiento mineral del sustrato.
• Minería y canteras: producen la removilización de grandes volúmenes de tierra y rocas, así como el vertido a la atmósfera de gran cantidad de polvo en suspensión que al ser movilizado por el viento ejerce una mayor erosión sobre los relieves a los que afecte. Las lluvias depositan estas moléculas en tierra, sobre las plantas, impidiéndolas realizar la fotosíntesis adecuadamente.
• Obras públicas: muchas suponen la ruptura de taludes en las pendientes de los cerros y montañas, cortes en las laderas, formación de cárcavas,… de manera que los terrenos acaban deslizandose a favor de la pendiente, dándose peligrosas caídas de piedras de diverso tamaño hacia las carreteras, desplomándose al ceder el suelo que les sostenía, etc.
• Urbanismo: supone la creación de relieves artificiales donde antes no los había, influyendo y alterando los flujos de viento que existían hasta entonces en el lugar. Al añadir asfalto, hormigón y otros productos, cambian las condiciones de insolación/evaporación existentes afectando al clima. A la vez trae consigo una mayor demanda de agua y otros recursos a la zona, la construcción subterránea de conducciones, el tendido eléctrico en superficie, la movilización de vehículos vertiendo gases químicos a la atmósfera, etc.
Existen condiciones atmosféricas y regímenes climáticos que naturalmente dejan tras de sí tierras improductivas, sin apenas plantas en ellas. Numerosas acciones del hombre parecen favorecer y agilizar el proceso de forma que, siendo conscientes de ello, podremos evitar las consecuencias fatales, ralentizar el proceso e incluso hacerlo reversible. Pasemos a analizar cómo.
Según estimaciones científicas, un tercio de la superficie del planeta será desierto en el año 2.100. Esto puede deberse al cambio climático, que supone una radicalización en las estaciones climáticas. Cada vez hay más épocas secas, sin apenas precipitaciones y con altas temperaturas, y húmedas, con lluvias torrenciales, granizo y nevadas en cotas en las que, tiempos atrás, era impensable que nevara.
El problema de la desertización es un círculo cerrado, porque al cambiar el clima a condiciones más cálidas y secas, parte de la vegetación muere. Al desaparecer las plantas, el suelo no puede desprender humedad a la atmósfera y, por tanto, no lloverá. Además, como no hay raíces que aguanten el terreno, el suelo es arrastrado por el agua a favor de la pendiente, formándose grietas, conocidas como cárcavas.
A causa de las altas temperaturas y la exposición al sol, la poca agua que permanece en el suelo asciende hacia la superficie, evaporándose y dejando el suelo cuarteado y formando escamas por las llamadas grietas de desecación.
Para evitar que la desertización progrese en una zona, degenerando en un desierto, lo principal es llegar a conocer la potencial pérdida de suelo que podría sufrir y, para ello, suelen usarse dos tipos de métodos.
El método directo se llama así porque consiste en la observación directa del grado de erosión que está sufriendo un suelo ante nuestros ojos, día a día. Para ello se habla de:
• indicadores físicos: que consisten en clavos o varillas con ciertas marcas colocadas verticalmente en el suelo en determinadas zonas con pendiente. Al cabo de un tiempo de medir las marcas del terreno se podrá estimar la cantidad de suelo que se pierde, si se han inclinado respecto de la vertical (informaría de un peligro potencial de corrimiento de suelos), si han ido apareciendo grietas (alerta de la formación de cárcavas), aparición de manchas claras en el terreno (acumulación de sales por evapotranspiración), etc.
• indicadores biológicos: se elige una zona en la que se estudiará la evolución de la vegetación con el tiempo. En función de ella se distinguirán distintos grados de erosión: nulo (la vegetación permanece densa, sin mostrar raíces descubiertas), bajo (vegetación aclarada, con ligera exposición de raíces y pedestales de erosión o acúmulo de arena y piedras con menos de un centímetro de altura junto a las raíces), medio (vegetación aclarada, con pedestales de 1-5 cm de altura), alto (vegetación escasa con pedestales de 5-10 cm de altura) y muy alto (formación de barrancos y cárcavas, sin apenas vegetación).
El método indirecto consiste en la denominada «ecuación universal de la pérdida de suelo» o USLE (del inglés, Universal Soil Loss Equation) desarrollada en Estados Unidos hacia 1930, si bien no comenzó a usarse hasta 1965.
Dicha ecuación tiene esta forma: A = R K L S C P donde A es la pérdida de suelo en la zona considerada, R mide la erosionabilidad causada por la lluvia, L corresponde a la longitud o extensión de la pendiente, S es otro parámetro relacionado con la pendiente, C depende del uso que se le haya dado al suelo (usado para cultivo, o para el ganado, o para construir una casa, etc) y P relaciona la pérdida del suelo con la mecánica que haya sufrido (construcción de terrazas, arado en líneas paralelas, arado siguiendo las curvas del terreno, etc).
Los científicos estiman que cada año se pierden 12 millones de hectáreas debido a la desertificación, es decir, a la tendencia a instalarse condiciones desérticas en una zona por determinadas acciones llevadas por el ser humano. Esta degradación o pérdida de suelo afecta al 52% del suelo destinado a labores agrícolas, lo que perjudica directamente a 1.500 millones de personas que viven como agricultores.
Pero, indirectamente, la desertificación afecta a la totalidad de los seres humanos, pues se prevé que en 25 años el precio de los alimentos se incremente un 30%, dado a que habrá una menor producción.
Para frenar esta tendencia, de 1951 a 1962 la UNESCO realizó un programa mundial de estudios sobre las zonas áridas, que se ha continuado con el programa «El Hombre y la Biosfera» y el programa hidrológico internacional. En 1994, la comunidad internacional reconoció que la desertificación es uno de los mayores problemas ambientales globales que amenazan al planeta y a sus habitantes. Se adoptó la Convención de las Naciones Unidas de Lucha Contra la Desertificación (CNULD), que en la actualidad han ratificado 194 países.
Básicamente la prevención y corrección de la desertificación se basa en:
• Lucha contra la deforestación: instalación de cortafuegos en zonas arboladas, luchar contra la quema de rastrojos, rotar el uso del suelo en tierras destinadas a alimentar al ganado, prohibir la plantación de especies que empobrezcan los suelos (como hacen, por ejemplo, los eucaliptos; en su lugar se plantan pinos que enriquecen el contenido mineral de los suelos).
• Control de la erosión en tierras cultivadas: la mejor manera de evitar el empobrecimiento de la tierra cultivable es dando a cada una un uso compatible con sus características (algo que se conoce como «ordenación del territorio»), plantando especies vegetales de mayor cobertura y fomentando la rotación de cultivos para poder lograr una producción o cosecha próspera y sostenible
• Recuperación de zonas erosionadas/frenado de procesos erosivos en tierras de labranza: mediante la construcción de diques en las cárcavas se frena el retroceso de barrancos, repoblación con árboles en las lindes de los cultivos cuyas raíces anclen el terreno frente a la escorrentía superficial, construcción de bancales en laderas para evitar el arrastre de tierra por las aguas de lluvia, arar siguiendo las curvas de nivel
• Control de la erosión eólica: instalación de barreras cortavientos de tipo vegetal o artificial y mediante el aumento del recubrimiento del suelo; fijación de dunas si afectan a vías de comunicación, asentamientos humanos o campos de cultivo; plantación de bosques que fijen el suelo y obstaculicen las corrientes de aire
• Control de la erosión originada por las obras públicas: adaptar las obras a la morfología y topografía del paisaje, realización de cunetas; aliviaderos o drenajes adecuados; repoblación de taludes con árboles de rápido crecimiento y construcción de muros de contención en lugares con peligro de deslizamiento.
Las zonas áridas del mundo se extienden entre los 0º y 60º de latitud norte y entre los 0º y 55º de latitud sur. El modelado estrictamente árido se circunscribe a los sistemas subdesérticos (zonas esteparias, cuenca Mediterránea y norte de México entre otras), desérticos y zonas tropicales desérticas, como el Sáhara, Kalahari, Arabia, Australiano y el desiero de Sonora.
Los aspectos o relieves característicos de este tipo de sistema morfoclimático son los siguientes, divididos en distintos grupos:
Cárcavas y barrancos; pedestales de erosión; montes-isla o cerros aislados destacando en la llanura; rocas en forma de seta; arcos rocosos producidos por acción del viento cargado de finas partículas; cauces secos excepto en la época húmeda de fuertes lluvias y llamados uadis en Marruecos, barrancos en Canarias, ramblas en el SE de España y rieras en Cataluña; reg o campos de piedra (en el Sáhara), llamados hamada en Sudán, que corresponden a grandes extensiones de escasa pendiente cubiertas por infinidad de piedras.
Estas son las únicas que continúan una vez que el viento ha arrastrado en suspensión al material más fino. Suelen presentar una especie de barniz oscuro producido por la erosión continua de la arena arrastrada por el viento.
Hay varias formas de depósito: glacis o acumulación de fragmentos de roca desprendidos de los relieves de los monte-isla; pavimento desértico (acumulación de cantos de pequeño tamaño entre los mayores de los reg durante la época de lluvias esporádicas); loess o acumulación de partículas tamaño limo; erg o llanuras cubiertas de arena; dunas o acumulación de partículas tamaño arena o inferior donde se forman las características rizaduras o ripples.
Todas estas morfologías características de las zonas áridas son la consecuencia de las acciones combinadas que se explican en estas páginas:
• La meteorización física o mecánica, que es la disgregación física de las rocas en fragmentos, a causa de los cambios de temperatura, humedad y actividad biológica.
• La meteorización química, procesos llevados a cabo por medio del agua o por los agentes gaseosos de la atmósfera como el oxígeno y el dióxido de carbono.
• La acción del viento o erosión eólica. El viento forma estructuras como las dunas, pero también otras formas espectaculares, en las rocas de las regiones donde actua con mayor intensidad.
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