Situada a ambas orillas del Éufrates, la ciudad de Babilonia mantuvo en su origen una posición moderada, bajo la sombra de la cercana y más poderosa Kish. Comenzó a cobrar importancia con la llegada de los amorreos entre el 2000 y el 1800 a. C., que se erigieron reyes de la ciudad. Los amorreos, también semitas, se adaptaron fácilmente a la lengua acadia, propiciando el declive del sumerio. También se amoldaron con facilidad al panteón mixto sumerio–acadio, rindiendo culto a Marduk, deidad protectora de la ciudad.
En torno al 1782 a. C. llegó al trono el sexto miembro de esta dinastía, Hammurabi. En este tiempo al norte y sur de la ciudad se encontraban los territorios de las ciudades de Assur (que dará nombre a Asiria) y Larsa, más poderosas pero con monarcas envejecidos. En 1763 AdC Hammurabi venció a Rim–Sin de Larsa, apoderándose de la parte sur de Mesopotamia. En 1755 a. C. tomó igualmente Asus, haciéndose con el poder de todo el valle de los ríos Tigris y Eufrates. Con el triunfo de Babilonia sobre el resto de Mesopotamia, también su dios principal, Marduk, fue alzado a la cabeza del panteón de dioses locales.
Hacia el 1800 a. C. comenzaron a producirse una serie de invasiones nómadas provenientes del norte del Cáucaso y de Escitia. El ataque por parte de nómadas a la región había sido una constante durante los siglos anteriores, pero con la domesticación del caballo y su utilización para el tiro de carros de guerra, los nómadas consiguieron una ventaja militar que les permitió penetrar en la zona.
Uno de estos grupos fueron los hurritas, que ocuparon gran parte del territorio que Asiria había conquistado durante el reinado de Shamshi–Adad I, fundando el reino de Mitani hacia el 1500 a. C. y haciendo a los asirios subsidiarios suyos. También se extendieron por Canaán, donde fundaron algunos reinos, llegando hasta el Antiguo Egipto, donde conquistaron la parte norte y fueron conocidos como hicsos.
Otro de estos grupos fueron los hititas, que se establecieron en la parte oriental de Anatolia a partir del 1700 a. C. fundando el conocido como Antiguo Reino. La lengua hitita era de origen indoeuropeo, lo cual no les impidió adoptar la escritura cuneiforme de los acadios.
Durante los años siguientes, hititas y hurritas se enfrentaron en el norte de Mesopotamia. En torno al 1600 a. C., durante el reinado del rey Mursil I los hititas derrotaron a los hurritas, dominando Asiria y haciendo incursiones en Babilonia, a la cual redujeron hasta las dimensiones anteriores a la conquistas de Hammurabi. Este periodo coincidió con la entrada de los nómadas casitas provenientes de los Montes Zagros, quienes aprovecharon el debilitamiento de Babilonia para atacarla. Finalmente tomaron la ciudad en 1595 a. C.
Los casitas no tardaron en adoptar la lengua y la religión del territorio que ocuparon, restaurando incluso el templo de Marduk de Babilonia. Hacia 1330 a. C. reconstruyen Ur.
Mientras, los antiguos invasores nómadas siguieron siendo expulsados del resto de los territorios. Así, hacia 1580 a. C. los nativos egipcios derrotaron a los hicsos del bajo Egipto y continuaron su avance más allá del Sinaí, derrotando durante el reinado de Tutmosis III a una confederación de ciudades cananeas en la batalla de Megido, en 1479 a. C. Posteriormente siguieron hacia el norte, derrotando al reino de Mitanni, al cual obligaron a rendir tributo. Tras la muerte de Tutmosis III, Egipto perdió fuerza en el norte, resurgiendo los hititas, que formarían hacia 1375 a. C. el llamado Nuevo Reino.
En Asiria, Ashur–uballit I llegó al trono en 1365 a. C. y emprendió una serie de reformas hasta constituir el llamado Primer imperio asirio. Su sucesor atacó Mitani, saqueando su capital en el siglo XVI a. C. y conquistando el resto del territorio en los 30 años siguientes. En 1274 a. C. subió al trono asirio Salmanasar I, quien emprendió una serie de conquistas hacia el oeste, llegando hasta la frontera del reino hitita. Su sucesor Tukulti–Ninurta I amplió las fronteras por el norte, penetrando en el Cáucaso y por el este, hacia los montes Zagros.
Finalmente, el monarca asirio se dirigió hacia el sur, hacia los territorios administrados por los casitas, entre los que se encontraba Babilonia. Los casitas fueron vencidos, siendo obligados a pagar tributos al rey de Asiria.
Hacia 1200 a. C. comenzaron a llegar oleadas de unos nuevos invasores provenientes del Mediterráneo. Fueron conocidos como Pueblos del Mar y su presencia se sintió prácticamente en todas las regiones del Mediterráneo oriental. El pueblo que más afectado se vio por estas invasiones fueron los hititas, cuyo imperio, previamente debilitado por la expansión asiria, fue completamente destruido por ellas. Los Pueblos del Mar también dañaron tanto a Egipto como a Asiria, por lo que Babilonia y especialmente el reino de Elam –en el extremo oriental de Mesopotamia– se vieron beneficiados.
Los elamitas aprovecharon la situación marchando hacia el oeste, tomando Babilonia y las ciudades vecinas. En 1174 a. C. se llevaron de la ciudad las tablillas que contenían el código de Hammurabi y la estela de Naram–Sim.
1124 a. C. fue el año que vio el fin de la dinastía casita, con la toma del poder por un nativo babilonio, que será llamado Nabucodonosor I. El nuevo rey derrotó a los elamitas, iniciando un breve período de independencia para la región.
Hacia el 1300 a. C. en las montañas del Cáucaso se desarrolló un nuevo tipo de metalurgia, la del hierro. Durante ese período la región había sido controlada por los hititas, pero con su caída, el manejo del nuevo metal pasa a los asirios.
Es posible que el dominio de esta nueva técnica contribuyese a las posteriores victorias militares de los asirios, al dotarles de armas más resistentes que sus pueblos vecinos y proporcionarles un bien valioso con el que comerciar. Siendo o no así, en 1115 a. C. llegó al trono asirio Teglatfalasar I, quien emprendió una campaña de conquistas hasta recuperar el territorio poseído durante el reinado de Tukulti–Ninurta I. En 1103 a. C. atacó y venció a Nabucodonosor I de Babilonia.
Hacia el siglo XII a. C. un nuevo pueblo semita emergió del desierto de Arabia, fueron los arameos. Durante el reinado de Teglatfalasar I, Asiria consiguió mantenerlos fuera de sus fronteras, pero tras su muerte, los arameos comienzan a penetrar en el país, debilitándolo durante el siglo y medio siguiente. Esta situación fue aprovechada por los pueblos cercanos para fortalecerse. Es el período de auge de los reinos de Israel –reinado del rey David– y de Damasco.
El 911 a. C. Adad–nirari II ascendió al trono de Asiria, quien tras reorganizar el ejército consiguió derrotar a los principados que los arameos habían fundado. A este rey le sucedió Tukulti–Ninurta II, quien sólo reinó cinco años Durante este período se incrementó la explotación y los suministros de hierro disponibles, lo cual permitió equipar completamente al ejército con armas de este metal. Otro factor decisivo fue el desarrollo de maquinaria de asedio, como el ariete, que permitió el derribo de murallas y por tanto acabó con la necesidad de organizar largos asedios para tomar las ciudades.
Todos estos avances los aprovechó Asurnasirpal II quien consiguió derrotar definitivamente a los principados arameos, llegando hasta el Mediterráneo. Su sucesor, Salmanasar III, también contó con esta ventaja, pero sus fuerzas estuvieron divididas en tantos frentes que no consiguió infligir ninguna derrota definitiva a sus enemigos. Sus principales oponentes fueron el reino de Urartu –situado al norte del Imperio asirio, en torno a la actual Armenia–, la tribu semítica de los caldeos –proveniente de Arabia– y los medos, de origen indoeuropeo. Estos últimos introdujeron en la región un tipo de caballo, posiblemente conseguido mediante crianza, de mayor tamaño y fuerza, de forma que podían ser cabalgados por una persona. Este avance se expandió rápidamente, llegando a Asiria al tiempo que los nuevos pueblos.
Antes de la muerte de Salmanasar III su hijo mayor se rebeló tratando de tomar el trono, llegando esta revuelta hasta la muerte del rey, tras la cual será su hijo menor –Shamshi–Adad V– el que herede el trono y derrote a su hermano. Tras su muerte su hijo Adadnarari III, aún un niño, recibe el título, pero debido a su edad será la mujer del rey, Semíramis, la que gobierne como regente.
Este fue un período de estancamiento para Asiria y de reforzamiento para los reinos que la rodeaban. Así, Urartu alcanzó su apogeo en el reinado de Argistis I (778 a. C. – 750 a. C.) y el reino de Israel vivió un nuevo período de prosperidad con el reinado de Jeroboam II.
Está situación se extendió por los reinados de Salmanasar IV, Ashur–Dan III y Ashur–nirari V, terminando al producirse un levantamiento militar que culminará con el nombramiento de una nueva dinastía y un nuevo rey, Tiglath–Pileser III, quien tras reorganizar el ejército se dispuso a conquistar los reinos vecinos. Derrotó a los medos en el este, obligándoles a rendir tributo a Asiria. En el oeste, terminó con el período de independencia de los reinos locales, haciendo vasallo a Israel y conquistando el reino de Damasco. En el norte conquistó la mitad meridional de Urartu. Y en el Sur, en Babilonia, aprovechando una disputa dinástica de la dinastía caldea, se hizo con el título de rey.
A Tiglath–Pileser III le sucedió Salmanasar V, quien aparte del trono de Asiria heredó también el de Babilonia. El nuevo rey duró cinco años pues en 722 a. C. fue depuesto en una revuelta que terminó con la joven dinastía. El nuevo rey, tal vez un general, se dio el nombre de Sargón II (en acadio rey legítimo) por lo que él y sus sucesores fueron llamados Sargónidas. Con los Sargónidas Asiria vivió una etapa de esplendor militar, pero las continuas guerras y rebeliones, pese a ser sofocadas, iban socavando la economía de la región.
Este período correspondió con la entrada de los cimerios en la región, provenientes de Escitia, al norte del mar Negro. Atacaron lo que quedaba de Urartu, lo que fue aprovechado por Sargón II para invadir el país. Ante esto, Urartu tuvo que aceptar rendir vasallaje a Asiria, junto a la cual consiguió derrotar a los nómadas.
En Babilonia, un noble local aprovecho la guerra en el norte para autoproclamarse rey, haciéndose llamar Marduk–apal–idina II (llamado en la Biblia Merodac–Baladán). Conservó el título durante diez años, hasta que los asirios pudieron marchar hacia el sur y deponerlo, siendo enviado al exilio en 711 a. C. y recuperando Sargón II el título.
Tras la muerte de éste, su sucesor, Senaquerib, tuvo que enfrentarse a una nueva rebelión en Babilonia, esta vez auspiciada por los elamitas. Para derrotarlos ideó una ingeniosa campaña. En vez de atravesar Babilonia hasta llegar a Elam, mandó construir una flota en la parte superior del Éufrates, y la dirigió río abajo, hacia su desembocadura en el golfo Pérsico. Una vez allí, navegó y desembarcó directamente en Elam. Pero los elamitas idearon un contraataque igual de ingenioso. En vez de combatir contra el ejército asirio se dirigieron hacia el territorio de estos, pasando por Babilonia, y dejando sus tierras defendidas por unos pocos hombres. Ante esta situación, el ejército asirio no podía más que volverse. Senaquerib entonces se dirigió a Babilonia, la conquistó y la destruyó en 689 a. C. La destrucción fue prácticamente completa y sólo los esfuerzos de su sucesor, Asarhaddón, permitieron su reconstrucción. Durante el reinado de éste el Imperio asirio se mantuvo y llegó a su máxima extensión. Se emprendieron una serie de campañas, principalmente hacia Egipto, logrando los asirios saquear la ciudad de Memphis. Tras la muerte de Asarhaddón le sucedió su hijo menor, Asurbanipal y su reinado estuvo marcado tanto por las guerras contra cimerios y elamitas –a quienes derrotó completamente destruyendo Susa en 639 a. C. como por la construcción de la biblioteca de Nínive. Durante el final de su reinado, llegó al trono de Babilonia Nabopolasar, aún como vasallo, pero tras la muerte del rey Babilonia declaró su independencia.
La independencia de Babilonia supuso de inmediato la guerra entre ésta y Asiria. Coincidiendo con la rebelión en el sur, al noroeste, un jefe medo llamado Ciáxares consiguió unificar bajo su mando un grupo de tribus medas y escitas. Ciáxares firmó una alianza con Nabopolasar, sellándola con el matrimonio entre su hija y el hijo del rey babilonio en el 616 a. C. De esta forma, medos desde el norte y caldeos desde el sur, atacaron conjuntamente Asiria, quien, viéndose rodeada, firmó una alianza con sus antiguos enemigos de Egipto. La ayuda egipcia no llegó a tiempo. En 614 a. C. cayó la ciudad de Assur y, finalmente, en 612 a. C. medos y caldeos tomaron la capital asiria, Nínive, la cual fue saqueada de tal forma que no quedaron más que ruinas. La caída asiria fue celebrada por los reinos anteriormente sometidos. Así la Biblia lo relata:
Tras la caída de Nínive, el ejército asirio resistió unos años más en la ciudad de Harrán. El ejército egipcio, entretenido en una campaña contra los judíos, no llegó a tiempo de rescatar la ciudad, que cayó finalmente en 605 a. C. Tras la derrota asiria, el ejército babilonio, marchó a por el egipcio. Al mando ya no estaba Nabopolasar, quien había enfermado, si no su hijo, que sería conocido como Nabucodonosor II. Se enfrentó a los egipcios en la Batalla de Karkemish, derrotándoles completamente. Esta batalla supuso que toda la región de Canaán quedase bajo control caldeo. A partir de este momento nace el llamado Imperio babilónico o caldeo, que dominará una extensión de terreno tan importante como su predecesor, el Imperio asirio.
El dominio de Canaán no estuvo exento de problemas. Los egipcios alentaron las revueltas locales y se sucedieron los levantamientos de los reinos y ciudades–estado de la región. Así, en el 598 a. C. el reino de Israel se rebela. Es derrotado y algunos líderes de la rebelión son enviados al exilio, llegando al trono un nuevo rey, Sedecías. Esto no impidió que se produjeran nuevas rebeliones, y en 587 a. C. el pueblo de Israel, cuyo rey estaba siendo alentado por los egipcios, vuelve a levantarse en armas. Este periodo coincide con la actividad del profeta Jeremías, que según dice la Biblia pidió al rey judío la rendición ante los caldeos, profetizando en caso contrario la destrucción de Jerusalén:
Fueron de nuevo derrotados, y en esta ocasión la represión fue más dura: según el mismo Jeremías, los babilonios, a su entrada a la ciudad, mataron a la familia de Sedecías y a él le sacaron los ojos y le condujeron al exilio a la ciudad de Babilonia. También al exilio fue enviada el resto de la población, tanto nobles como plebeyos. Sin embargo a los pobres se les mantuvo en libertad, concediéndoles tierras. La ciudad de Jerusalén fue arrasada y el palacio real, las viviendas y las murallas destruidas.
Otro foco de insurrección en el oeste fue la ciudad de Tiro, situada entonces en una isla –hoy península– a orillas del Mediterráneo, en el actual Líbano. Nabucodonosor II envió allí su ejército, que se situó en la costa, frente a la isla, y levantó un asedio. Sin embargo, la superioridad naval tiria hizo inútil el sitio, que duró trece años, tiempo tras el cual se firmó una paz, consistente en el vasallaje de la ciudad.
Durante la segunda mitad de su reinado, Nabucodonosor II se dedicó a embellecer la ciudad de Babilonia, convirtiéndola en la mayor metrópoli de su época. Así la describió Heródoto un siglo después:
Nabucodonosor muere en el 562 a. C., siendo sucedido por su hijo Evilmerodac (Amel–Marduk) quien a los dos años fue víctima de una conspiración siendo depuesto por su cuñado, que se hizo llamar Neriglisar (Nergal–sharusur). Cuatro años después moría el nuevo rey, siendo sucedido por su hijo Labashi–Marduk, cuyo reinado acabó ese mismo año al ser víctima de una conspiración, acabando así la dinastía iniciada por Nabopolasar.
Tras esto fue puesto el trono Nabu–naid, más conocido como Nabónido, quien relegó las tareas militares en su hijo Balâtsu–usur (en acadio: Baal protege al rey), más conocido como Baltasar o Belsasar. Mientras tanto, el monarca se dedicó a tareas culturales, recopilando y estudiando antiguas escrituras.
Durante el reinado de Nabónido, en la vecina Media se sucedió la inestabilidad. Un nuevo jefe llegó al principado de Anshan, vasallo del reino medo. Se hizo llamar Ciro II de Anshan, más conocido como Ciro el Grande. En 559 a. C. el nuevo rey se declaró independiente de Media, lo que supuso la guerra. No sólo consiguió mantener la independencia del principado, si no que en 550 a. C. tomó la capital meda, Ecbatana, convirtiéndose así en el nuevo monarca de toda la región. A continuación Ciro se lanzó a la conquista del reino de Lidia, en Asia menor, cuya conquista completó en el 547 a. C.
Durante estas campañas Nabónido de babilonia se mantuvo inactivo. Sin embargo, tras la caída de Lidia, buscó la alianza de Egipto contra el posible invasor. Ésta resultó inútil y en 539 a. C. Ciro se encontraba atacando la capital babilonia. La caída de la ciudad fue narrada posteriormente por el historiador griego Heródoto:
Abrió una acequia o introdujo por ella el agua en la laguna, que a la sazón estaba convertida en un pantano, logrando de este modo desviar la corriente del río y hacer vadeable la madre. Cuando los persas, apostados a las orillas del Eufrates, le vieron menguado de manera que el agua no les llegaba más que a la mitad del muslo, se fueron entrando por él en Babilonia. Si en aquella ocasión los babilonios hubiesen presentido lo que Ciro iba a practicar o no hubiesen estado nimiamente confiados de que los persas no podrían entrar en la ciudad, hubieran acabado malamente con ellos. Porque sólo con cerrar todas las puertas que miran al río, y subirse sobre las cercas que corren por sus márgenes, los hubieran podido coger como a los peces en la nasa. Pero entonces fueron sorprendidos por los persas; y según dicen los habitantes de aquella ciudad, estaban ya prisioneros los que moraban en los extremos de ella, y los que vivían en el centro ignoraban absolutamente lo que pasaba, con motivo de la gran extensión del pueblo, y porque siendo además un día de fiesta, se hallaban bailando y divirtiendo en sus convites y festines, en los cuales continuaron hasta que del todo se vieron en poder del enemigo. De este modo fue tomada Babilonia la primera vez.
Con la conquista persa terminó la historia de Babilonia como reino independiente. Otros rebeldes y jefes locales posteriores tomarían el título de Rey de Babilonia, pero no se trató más que de actos ceremoniales o de rebeldía frente al poder central.
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