Blas de Lezo y Olabarrieta

Blas de Lezo y Olabarrieta

Blas de Lezo y Olavarrieta (u Olabarrieta) (Pasajes, Guipúzcoa, 3 de febrero de 1689-Cartagena de Indias, Nueva Granada, 7 de septiembre de 1741) fue un almirante español —conocido por la singular estampa que le dieron sus numerosas heridas de guerra, considerado uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada Española y famoso por dirigir, junto con el virrey Sebastián de Eslava, la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741.

Don Blas de Lezo -Museo Naval-.jpgOrígenes y principios de la carrera como marino

Blas de Lezo y Olavarrieta nació en el distrito de Pasajes de San Pedro (Guipuzcao) por entonces aún parte de San Cebastian a principios de febrero de 1689 y fue bautizado en la iglesia de San Pedro de la misma localidad el día seis siguiente. Hijo de Pedro de Lezo y Agustina Olabarrieta,  pertenecía a una familia con ilustres marinos entre sus antepasados, en un pueblo dedicado, prácticamente en exclusiva, a la mar. Era el tercer hijo del matrimonio, que tuvo ocho, de los que no todos sobrevivieron a la infancia. Sus padres pertenecían a la pequeña nobleza local, acomodada, y De Lezo contaba con algunos antepasados importantes: su tatarabuelo había sido regidor de la villa a comienzos de siglo, otro había sido obispo de Perú el siglo anterior, y su abuelo había sido capitán y dueño de un galeón. El mayorazgo le privaba prácticamente de heredar bienes, así que optó por emprender la carrera militar, como marino.

Se educó en el Colegio de Francia, una institución educativa para niños de la baja nobleza de la zona donde recibió la instrucción básica. En aquel entonces la armada francesa era aliada de España en la Guerra de Sucesión, que acaba de empezar al morir Carlos II sin descendencia. Dado que Luis XIV deseaba el mayor intercambio posible de oficiales entre los ejércitos y escuadras de España y Francia, Lezo se embarcó, a sus doce años, en 1702, en la escuadra francesa —que, en la práctica, había absorbido a la española, en estado calamitoso—, enrolándose como guardiamarina al servicio del conde de Toulouse, Luis Alejandro de Borbón, hijo de Luis XIV.

Guerra de Sucesión

La guerra enfrentaba a Felipe de Anjou, apoyado por Francia y nombrado heredero por el difunto rey español, con el archiduque Carlos de Austria, apoyado por Inglaterra, ya que esta última temía el poderío que alcanzarían los Borbones en el continente en caso de unirse las dos coronas, española y francesa. Para recuperar Gibraltar —tomado por las fuerzas anglo-holandesas— y desbloquear el acceso al Mediterráneo, franceses y españoles aprestaron una gran armada. La escuadra francesa había salido de Tolón y en Málaga se habían unido a ella algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada. Frente a Vélez-Málaga se produjo el 24 de agosto de 1704 la batalla naval más importante del conflicto. En dicho combate se enfrentaron 96 naves de guerra franco-españolas (51 navios de líne, seis fragatas, ocho brulotes y doce galeras, que sumaban un total de 3577 cañones y 24 277 hombres) y la flota anglo-holandesa, mandada por el almirante Rooke y compuesta por 53 navíos de línea, seis fragatas, pataches y brulotes con un total de 3614 cañones y 22 543 hombres, dando como resultado al final de la contienda 1500 y 2719 bajas, respectivamente.

Blas de Lezo participó en aquella batalla batiéndose de manera ejemplar, hasta que, poco después de comenzar el combate, una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda, teniéndosela que amputar, sin anestesia, por debajo de la rodilla. Debido al valor demostrado tanto en aquel trance como en el propio combate, fue ascendido en 1704 a alférez de bajel de alto bordo por Luis XIV, al que el comandante francés había notificado la bizarría de Lezo. Felipe V le otorgó también una merced de hábito, que conllevaba una serie de privilegios similares a los de la baja aristocracia.

Se le ofrece ser asistente de cámara de la Corte de Felipe V. Rechazó este cargo y, una vez recuperado de la pérdida de la pierna, siguió su servicio a bordo de diferentes buques, tomando parte en las operaciones que tuvieron lugar para socorrer las plazas de Peñíscola y Palermo; en el ataque al navío inglés Resolution de setenta cañones en la costa genovesa, que terminó con la quema de este; así como en el apresamiento posterior de dos navíos enemigos en el Mediterráneo occidental, que fueron conducidos a Pasajes y Bayona, todo ello en 1705. El mando de las presas se otorgaba como premio a los oficiales que se habían distinguido en el servicio, como debió de hacer Lezo en los combates de ese año.

Evidentemente necesitó una larga recuperación y rechazó estar en la Corte, pues ambicionaba conocer las artes marineras y convertirse en un gran comandante.

Pero enseguida es requerido por sus superiores y en 1706 se le ordenó abastecer a los sitiados de Barcelona al mando de una pequeña flotilla, parte de la armada que con este fin mandaba un almirante francés. Realizó brillantemente su cometido, escapando una y otra vez de las naves enemigas y facilitando el aprovisionamiento del ejército sitiado del mariscal de Tessé. Para ello deja flotando y ardiendo paja húmeda con el fin de crear una densa nube de humo que ocultase los navíos españoles, pero además carga «sus cañones con unos casquetes de armazón delgada con material incendiario dentro, que, al ser disparados, prenden fuego a los buques británicos» Los británicos se ven impotentes ante tal despliegue de ingenio.

Posteriormente se le destacó a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón, donde participó en la defensa de la base naval francesa de la acometida de la flota del príncipe Eugenio de Saboya. En esta acción y tras el impacto de un cañonazo en la fortificación, una esquirla le reventó el ojo izquierdo.

Fragata de Blas de Lezo remolcando el buque británico Stanhope. Se supone que la captura tuvo lugar durante la época en la que estuvo destinado en Rochefort, pero no hay documentación que confirme el apresamiento.

Tras una breve convalecencia fue destinado al puerto de Rochefort, en la costa atlántica francesa, donde lo ascendieron a teniente de Guardacostas en 1707. Tres años más tarde, lo ascendieron nuevamente, a capitán de fragata. Se afirma, aunque no hay documentación que respalde esta aseveración, que durante su destino en Rochefort rindió once barcos enemigos, el menor de veinte piezas. Por estas fechas se supone que tuvo lugar el combate con el Stanhope (de setenta cañones) mandado por John Combs. Se mantuvo un cañoneo mutuo hasta que las maniobras de Lezo dejaron al barco enemigo a distancia de abordaje, momento en el que ordenó lanzaran los garfios para llevarlo a cabo: «Cuando los ingleses vieron aquello, entraron en pánico».(Victoria, 2005, p. 122)

El abordaje de los españoles era una maniobra ofensiva que los ingleses temían particularmente: los navíos españoles cañoneaban de cerca, tras lo cual lanzaban garfios y abordaban el navío contrario, buscando el cuerpo a cuerpo, hasta la rendición del enemigo. De este modo, con tripulaciones muy inferiores en número, los navíos españoles lograban apresar otros con mucha mayor dotación y porte. Blas de Lezo se cubrió de gloria en dicho enfrentamiento, en el que incluso fue herido, siendo ascendido a capitán de fragata.

En 1712, separadas nuevamente las Armadas francesa y española, pasó a servir a las órdenes de Andrés de Pes. Aunque se desconoce en qué acciones participó, se sabe que lo hizo con distinción por los informes favorables de Pes, que permitieron a Lezo ascender a capitán de navío algunos meses después de abandonar el servicio de este.

Posteriormente participó en el asedio de Barcelona al mando del Campanella, buque de setenta cañones de origen genovés, con el que estorbó el abastecimiento de la ciudad y la bombardeó. El 11 de septiembre de 1714, al acercarse con demasiado ímpetu a sus defensas, recibió un balazo de mosquete en el antebrazo derecho, que quedó sin movilidad hasta el fin de sus días. De esta manera, con tan solo veintiséis años, el joven Blas de Lezo era ya tuerto, manco y cojo. Pocos días después, participó al mando del Nuestra Señora de Begoña en la fallida escolta de la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, a España; la reina, después de unas horas en el mar, decidió abandonar la flota y viajar por tierra.

A continuación, el navío de Lezo formó parte de la flota enviada a conquistar Mallorca, aún leal al pretendiente austriaco al trono, que se rindió sin resistencia al arribar a Alcudia la flota con veinticinco mil soldados el 15 de junio de 1715.

El Caribe y el Pacífico

Terminada la Guerra de Sucesión, se le confió el buque Peibo del Primer Lanfranco, barco en calamitoso estado. Un año después, en 1716, partió hacia La Habana con la Flota de Galeones, con la misión habitual de escoltar a los barcos mercantes que viajaban a América y la especial de limpiar de naves corsarias las aguas de la región, que habían realizado algunas presas el año anterior. Cumplida la misión, Lezo regresó a Cádiz, donde en 1720 obtuvo el mando de un nuevo Lanfranco, de sesenta y dos cañones y también genovés, como su homónimo, conocido asimismo como León Franco y Nuestra Señora del Pilar.

Lima, capital del Virreinato del Perú, en el que Lezo sirvió de 1720 a 1730, cuando regresó a la península ibérica. Entre 1723 y 1729, mandó la flota virreinal, que reforzó temporalmente y con la que acabó con la piratería y el contrabando en la región.

Con este nuevo navío se integró en una escuadra hispano-francesa al mando de Jean Nicolas Martinet —francés al servicio de la Corona española— y Bartolomé de Urdizu —segundo de Martinet y capitán del único buque real que se unió a los que aportaban los corsarios franceses—, que partió en diciembre de 1716 a América con el cometido de limpiar de corsarios y piratas los llamados Mares del Sur, o lo que es lo mismo, las costas del Perú. La escuadra estaba compuesta por parte española de cuatro buques de guerra y una fragata, y por parte francesa, por dos navíos de línea. Tras diversos retrasos, el grueso de la flota alcanzó El Callao el 27 de septiembre de 1717. Urdizu y Lezo, sin embargo, tuvieron problemas para doblar el cabo de Hornos y se retrasaron; alcanzaron El Callao finalmente en enero de 1720, cuando ya las autoridades del Perú habían devuelto a Europa a los franceses por las tensiones entre las dos partes.

Las primeras operaciones de los marinos españoles encargados de la reforma de la flota virreinal fueron contra los dos barcos, el Success (70) y el Speed Well (70) del corsario inglés John Clipperton, que logró evitar a la flota virreinal durante algún tiempo, pero tuvo finalmente que abandonar la zona. La flota pasó entonces a desempeñar labores de vigilancia y patrulla en la región, que acabaron por minar la salud de De Urbizu. La mayor parte de las labores de patrulla, dada la mala salud de este, recayeron en Lezo.

Agotado Urbizu, lo sustituyó el 16 de febrero de 1723, Lezo, con el título de general de la Armada de Su Católica Majestad y jefe de la Escuadra del Mar del Sur, por entonces de escaso tamaño. Además del Lanfranco de Lezo, la formaban los navíos Conquistador y Triunfador y la fragata Peregrina.

En mayo de 1725, se casó con una limeña de la alta sociedad, Josefa Pacheco de Bustos y Solís, veinte años más joven; la boda la presidió el arzobispo de Lima, fray Diego Morcillo y Rubio de Auñón, que hasta el año anterior había sido virrey del Perú y había establecido buenas relaciones con Lezo.

Para reforzar la flota que mandaba, hizo reparar los navíos de línea con que contaba, desguazó y vendió la Peregrina, de cara recuperación y mal adaptada a las aguas de la región e hizo construir otros dos navíos. A principios de 1725 zarpó para combatir el corso y el contrabando de acuerdo a los bandos promulgados el año anterior por el nuevo virrey. Tras algunas semanas de patrulla, Lezo se topó con una escuadra holandesa de cinco barcos, que aventajaban a la suya en artillería. Sin arredrarse, la acometió; tras una denodada lucha logró derribar el palo mayor de la capitana y apresarla, y puso en fuga al resto de buques. Más tarde, atacó y se apoderó de una flota inglesa de seis barcos de guerra, de los que se quedó tres para la escuadra virreinal.

Estos éxitos y el crecimiento de la flota disuadieron a los enemigos y, paradójicamente, llevaron al enfrentamiento entre el virrey, marqués de Castelfuerte, que deseaba reducir la flota para ahorrar gastos una vez que la situación parecía controlada, y Lezo, que se oponía a ello. La relación entre ellos también había empeorado por el nombramiento nepotista del sobrino del virrey para el cargo de tesorero de los ingresos por comercio marítimo, que contravenía las disposiciones y del que Lezo se quejó. Mal avenido con el virrey, que trató de desacreditarlo mediante una inspección —juicio de residencia— de su labor que no encontró falta en el desempeño del marino, disgustado por el desmantelamiento de la flota —el virrey prefirió armar corsarios que invertir en reforzar la flota y con mala salud por la larga estancia en la región y las insalubres travesías, en septiembre de 1727 escribió al secretario de Marina, José Patiño para quejarse y solicitar su retiro. Patiño aceptó que dejase el mando de la escuadra del Perú y le llamó a España, pero no permitió que abandonase la Armada, consciente de su valía. El 13 de febrero de 1728, lo relevó como jefe de la flota virreinal y le ordenó regresar a la península ibérica, pero Lezo, enfermo, no pudo hacerlo hasta el año siguiente; el 18 de agosto de 1730 arribó con su familia a Cádiz. Tras librarse de una epidemia de vómito negro que aquejaba a la ciudad gracias a haberse inmunizado en América, acudió a Sevilla a visitar al rey, que ya mostraba signos de desequilibrio mental; la audiencia real tuvo lugar a finales de septiembre o principios de octubre.

Matrimonio y descendencia

El 5 de mayo de 1725, había contraido matrimonio en Lima con la dama criolla Josefa Pacheco Bustios, natural de Locumba (actual Tacna), e hija de los también criollos José Carlos Pacheco y Benavides, y María Nicolasa de Bustos y Palacios. El matrimonio tuvo siete hijos: Blas Fernando, nacido en Lima y primer marqués de Ovieco (1726); Josefa Atanasia, nacida también en Lima (1728); Cayetano Tomás; Pedro Antonio; Agustina Antonia; Eduvigis Antonia, que profesó como su hermana mayor como agustina recoleta; e Ignacia, que con el marqués de Tabalosos. Los cinco hijos menores nacieron en la península ibérica y, de ellos, las dos hermanas menores, en El Puerto de Santa María.

En el Mediterráneo

Jefe de la Escuadra del Mediterráneo

Estuvo inactivo en Cádiz un año, hasta que el 3 de noviembre de 1731 se lo nombró jefe de la escuadra naval del Mediterráneo. Esta contaba con tres navíos de línea, entre ellos el Real Familia, de sesenta cañones y almiranta de Lezo. La escuadra tenía un papel fundamental en las ambiciones políticas del rey, que deseaba recuperar los territorios perdidos en la península itálica en los tratados de paz de la guerra de sucesión. En reconocimiento de sus servicios al rey, este le concedió en 1731 como estandarte para su capitana la bandera morada con el escudo de armas de Felipe V, la Orden del Espíritu Santo —máxima condecoración francesa— y la Orden del Toisón de Oro —más alta condecoración española— alrededor y cuatro anclas en sus extremos.

Primeras misiones en Italia

Génova en 1766. Tres décadas antes Lezo había obligado a las autoridades de la ciudad a devolver el dinero de la Hacienda española que guardaban sus bancos, so pena de bombarderla. Fue una de sus primeras misiones como jefe de la Escuadra del Mediterráneo.

Su primera misión fue participar en diciembre de ese año en la escolta del infante Carlos, que pasaba a Italia a adueñarse de los ducados de Parma, Toscana y Plasencia. Lezo mandaba una escuadra de veinticinco navíos, parte de una flota mayor en la que participaban los ingleses.

Al demorarse los genoveses en devolver los dos millones de pesos pertenecientes a la Hacienda española que se hallaban depositados en el Banco de San Jorge, Patiño ordenó a Lezo partir a la capital de la república para reclamarlos. Lezo ancló en aquel puerto con seis navíos y exigió un inaudito homenaje a la bandera real de España y la devolución inmediata del dinero. Sus seis buques apuntaban los cañones al palacio Doria, como amenaza al Senado de la ciudad. Mostrando el reloj de las guardias a los comisionados de la ciudad, que buscaban el modo de eludir la cuestión del pago, fijó un plazo, transcurrido el cual la escuadra rompería el fuego contra la ciudad. De los dos millones de pesos recibidos, medio millón fue entregado al infante don Carlos y el resto fue remitido a Alicante para sufragar los gastos de la expedición que se alistaba para la conquista de Orán.

Expedición a Orán

En junio de 1732, volvió de Cádiz a Alicante para sumarse a esta expedición. El objetivo de esta era recuperar la plaza, que había estado en manos españolas desde 1509 hasta 1709, cuando se había perdido durante la guerra de sucesión. Retomarla era una cuestión de prestigio para la Corona y un modo de demostrar el renovado poderío militar y naval español con la nueva dinastía. Lezo quedó como lugarteniente del capitán de la flota de la expedición, Francisco Cornejo, mientras que José Carrillo de Albornoz, conde de Montemar, mandaba las tropas de tierra. Lezo participó en la operación a bordo del Santiago, parte de la flota de doce navíos de guerra, dos fragatas, dos bombardas, siete galeras, dieciocho galeotas, doce barcos varios y más de quinientos transportes que componían la escuadra de la expedición.

Desembarco de las tropas españolas de la expedición a Orán de 1732. De Lezo participó en la toma de la ciudad como lugarteniente del almirante que dirigía las fuerzas navales y meses más tarde tuvo que regresar para socorrerla del asedio de su antiguo señor.

El asedio de Orán comenzó el 29 de junio, con el desembarco de los veintiséis mil hombres de Montemar. Tras varios choques, se apoderaron de la plaza el 1 de julio. Sofocadas las últimas resistencias, que habían costado más bajas que la conquista de la ciudad, la expedición regresó a España el 1 de agosto, dejando una guarnición. El 2 de septiembre, Lezo estaba de vuelta en Cádiz.

Cuando la expedición marchó creyendo cumplida su meta, Bey Hassan, señor de Orán hasta la reconquista española, logró reunir tropas, aliarse con el bey de Argel y sitiarla. Bombardeó el castillo de Mazalquivir y aplastó una salida de los defensores, en la que murió el gobernador español y perecieron mil quinientos soldados. Ante la desesperada situación de la plaza, el 13 de noviembre se ordenó a Lezo socorrerla. Este partió de inmediato con los barcos que estaban listos para realizar la travesía: dos navíos de línea, cinco menores y veinticinco transportes, que llevaban cinco mil soldados de refuerzo a la guarnición. Tras dos días de navegación alcanzó Orán, desbarató el acoso de las nueve galeras argelinas, que se retiraron al llegar la escuadra española y abasteció a la guarnición.

Decidido a acabar con la amenaza que suponía la flota argelina, decidió perseguirla. En febrero de 1733 logró finalmente localizar la capitana de sesenta cañones, que se refugió en la bahía de Mostagán, defendida por dos castillos fortificados. Ello no arredró a Lezo, que entró en la bahía tras la nave argelina despreciando el fuego de los fuertes, logró poner en fuga una galeaza que surgió inesperadamente para auxiliar a la galera, abordarla, incendiarla y, a continuación, destruir los castillos. Retornó entonces primero a Orán y luego Barcelona, donde recogió cuatro regimientos de infantería que trasladó a África. Luego reanudó la patrulla de la zona, entre Tetuán y Túnez durante dos meses, hasta que una epidemia que se desató en la escuadra lo forzó a regresar a la ciudad de Cádiz.

Último periodo en Cádiz

Hasta 1737, mantuvo un continuo litigio con el virrey de Perú por el sueldo que se le adeudaba, que este se negó hasta entonces a pagarle, aduciendo falta de fondos. Lezo, empero, no pasó apuros económicos, tanto por la fortuna de su mujer como por los ingresos que obtuvo de diversos negocios, entre ellos el comercio en plata, oro y esclavos, que había realizado mediante un representante durante su estancia en el Perú. Parte de las ganancias las invertía en rentables pagarés y deuda; a pesar de sus continuos combates con los ingleses, mantuvo una cuenta en un banco londinense.

El 6 de junio de 1734 ascendió a teniente general de la Armada y se lo nombró comandante general del Departamento de Cádiz. Tras realizar una visita a Madrid, dos años más tarde, en 1736, se lo trasladó a El Puerto de Santa María como comandante general de los galeones, responsable de la seguridad del comercio transatlántico. Se dispuso a preparar la escuadra que escoltó a la última Armada de los Galeones de la carrera de Indias, la de 1737. Los preparativos se retrasaron tanto por las distintas dificultades —aprestar los buques de guerra, reclutar las tripulaciones, asegurar el matalotaje, etc.—, que Lezo suscitó el disgusto de Patiño, que le intimó que los acelerará. Cuando por fin la flota estuvo lista en noviembre de 1736, tuvo que esperar a que los barcos mercantes cargasen las mercancías y no pudo partir hasta el 3 de febrero de 1737. El convoy, formado por ocho mercantes, dos navíos de registro y los dos navíos de escolta de Lezo, realizó la travesía sin contratiempos y arribó a Cartagena de Indias. La familia de Lezo —por entonces, formada por su esposa y seis hijos, ya que uno había fallecido— permaneció en El Puerto de Santa María y no acompañó al marino a su nuevo destino en América.

De vuelta a América: Cartagena de Indias

Plano de Cartagena de las Indias realizado en 1735 y publicado en la obra Relación histórica del viaje a la América meridional, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

 Plano de la Bahía de Cartagena de Indias realizado en 1735 y publicado en la Obra Relación histórica del viaje a la América meridional, de Jorge Juan y Antonio de Ulloa.

Regresó a América con los navíos Fuerte y Conquistador en 1737 como comandante general de Cartagena de Indias, plaza que tuvo que defender de un sitio (1741) al que la había sometido el ataque del almirante inglés Edward Vernon. En los primeros años en Cartagena, Lezo se encargó de labores de guardacostas, que debían desbaratar el creciente contrabando, que acabó precipitando la nueva guerra con el Reino Unido. Con este mismo objetivo, creó junto con el gobernador de Cartagena una compañía de armadores de corso. El contrabando británico había crecido aprovechando las concesiones comerciales que el Reino Unido había obtenido en el Tratado de Utrecht: al comercio legal —quinientas toneladas ampliadas a mil en 1716—, se unieron pronto los contrabandistas, que amenazaban el comercio español y trataban de no pagar los derechos (impuestos) a la Corona. A pesar de la renuencia del Gobierno británico a enfrentarse a España y favorecer así su acercamiento a Francia, las quejas de los comerciantes afectados por las actividades de los guardacostas y el debilitamiento del gabinete de Horace Walpole acabaron por aumentar la tensión entre los dos países y condujeron finalmente a la guerra.

La justificación de los británicos para iniciar un conflicto con España fue, entre otros muchos incidentes, el apresamiento de un barco mercante mandado por Robert Jenkins cerca de la costa de Florida en 1731. Juan de León Fandiño apresó el barco y supuestamente cortó la oreja de su capitán al tiempo que le decía: «Aquí está tu oreja: tómala y llévasela al rey de Inglaterra, para que sepa que aquí no se contrabandea». A la sazón, el tráfico de ultramar español se componía en gran parte del contrabando.

Rechazado en La Guaira el 22 de octubre de 1739, de la que había pensado apoderarse sin encontrar resistencia, Vernon conquistó la plaza de Portobelo (Panamá) en noviembre, y desafió a Lezo, a lo que el marino español contestó:

 puedo asegurar a V. E.que si me hubiera hallado en Portobelo para impedírselo, y si las cosas hubieran ido a mi satisfacción, aun para buscarle en cualquier otra parte, persuadiéndome que el ánimo que faltó a los de Portobelo, me hubiera sobrado para contener su cobardía .

A continuación y de acuerdo al plan trazado, que los españoles conocían por los informes de un espía que trabajaba en Jamaica, Vernon se dirigió en marzo de 1741 contra Cartagena. Antes había realizado dos ataques exploratorios, con escasas fuerzas, en marzo y mayo de 1740, que Lezo rechazó.

La flota británica sumaba dos mil cañones dispuestos en casi ciento ochenta barcos, entre navíos de tres puentes (ocho), navios de línea (veintiocho), fragatas (doce), bombardas (dos) y buques de transporte (ciento treinta), y en torno a treinta mil combatientes entre marinos (quince mil), soldados (nueve mil regulares y cuatro mil de las milicias norteamericanas) y esclavos negros macheteros de Jamaica (cuatro mil). Las defensas de Cartagena incluían tres mil hombres entre tropa regular (unos mil setecientos ochenta), milicianos (quinientos), seiscientos indios flecheros traídos del interior, más la cuantiosa marinería y tropa de desembarco de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad (ciento cincuenta hombres): el Galicia, que era la nave capitana, el San Felipe, el San Carlos, el África, el Dragón y el Conquistador. Tras tomar algunas de las defensas de la ciudad, el asalto británico al castillo San Felipe de Barajas, el último baluarte importante que la defendía, fracasó el 20 de abril; con gran parte de la tropa enferma, grandes bajas sufridas en los combates y la llegada de la época de lluvias, los británicos optaron por destruir las defensas a su alcance y abandonar el asedio.

Las pérdidas británicas fueron graves: unos cuatro mil quinientos muertos, seis barcos perdidos y entre diecisiete y veinte muy dañados. Estas últimas obligaron al Gobierno británico a concentrar sus fuerzas en las defensa de la metrópoli, el Atlántico septentrional y el Mediterráneo, y a desechar nuevas campañas en las colonias españolas en América. La derrota en Cartagena desbarató los planes británicos para la campaña y permitió que continuase el dominio español en la región durante varias décadas más. Los ingleses, que contaban con la victoria, se habían precipitado a acuñar monedas y medallas para celebrarla. Dichas medallas decían en su anverso: «Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741» y «El orgullo español humillado por Vernon».

Muerte y castigo póstumo

Sebastián de Eslava, virrey de Nueva Granada y responsable de la defensa de Cartagena de Indias. Militar veterano y ambicioso político, mantuvo un tensa relación con Lezo que llevó finalmente a pedir su castigo por sus acciones durante el asedio de la ciudad, que obtuvo cuando Lezo ya había fallecido.

El 4 de abril, el día que los británicos habían comenzado el bombardeo sistemático del castillo de San Luis de Bocachica, uno de los que protegía la ciudad, una bala de cañón había impactado en la mesa del Galicia en torno a la que estaban reunidos los mandos españoles en junta de guerra. Las astillas de la mesa hirieron en el muslo y en una mano a Lezo; la infección de estas heridas le acabó causando la muerte. La mala relación entre Lezo y el virrey Sebastián de Eslava, jefe de la plaza y responsable de su defensa, se agudizó una vez levantado el cerco británico. El primero había abogado constantemente por adoptar medidas más ofensivas y por acosar al enemigo, mientras que el segundo había mantenido una actitud más prudente y defensiva, que para el marino pareció inactividad y desidia en la defensa.

Lezo, cada vez más enfermo, apenas abandonó su residencia a partir del 20 de mayo y mantuvo una guerra epistolar con el virrey, tratando de defender su actuación durante el asedio, por la que el virrey llegó a solicitar y obtener el castigo del rey para el marino. Lezo intentó que se reconociese su carrera mediante la obtención de un título nobiliario, petición para la que recabó el apoyo de José Patiño y de parte de sus compañeros de armas de la Armada, pero que el rey, que había recibido los informes desfavorables del virrey y de otros adversarios de Lezo, rechazó. Blas de Lezo falleció en Cartagena de Indias de «unas calenturas, que en breves días se le declaró tabardillo» a las ocho de la mañana del 7 de septiembre. Fue el único de los principales protagonistas del asedio de Cartagena que no obtuvo recompensa alguna por sus acciones. Su destitución como jefe del apostadero y la orden de que regresase a la península ibérica para ser reprendido se aprobó el 21 de octubre. El rey Carlos III recompensó al hijo de Lezo por las acciones de su padre, nombrándolo marqués de Ovieco en 1760. Se desconoce dónde fue enterrado, ya que las fuentes indican distintos lugares posibles: la iglesia de la Orden Tercera, la capilla de la Vera Cruz aneja al convento de San Francisco o la catedral de Cartagena.

El Puerto de Santa María y Blas de Lezo

La estancia de los Lezo en El Puerto de Santa María tuvo varias fechas. El almirante ya había estado en 1719-20 y en 1730 en Cádiz. De allí partió, ya viviendo en El Puerto de Santa María, el 3 de febrero de 1737 hacia Cartagena dirigiendo la que sería la última carrera de Indias y donde encontraría, como ya se ha reflejado, su fatal destino.

Tras las investigaciones realizadas en los padrones de la época de la iglesia Mayor Prioral portuense, se ha constatado que Blas de Lezo, su mujer, sus hijos y un criado afroamericano llamado Antonio Lezo, vivieron desde 1736 en una casa de la calle Larga, para ser más exactos en Larga, 70, hoy reconvertida en apartamentos de alquiler. Tras su muerte, su viuda —conocida en la localidad como «La Gobernadora»— y sus hijos permanecieron en ella hasta la muerte de ésta el 31 de marzo de 1743.

Josefa Pacheco fue enterrada en el convento de Santo Domingo, sito en la calle del mismo nombre. A partir de esta fecha, los descendientes de Blas de Lezo desaparecen de los padrones portuenses.

Durante su residencia en la ciudad, el Cabildo Municipal, siendo conocedor del prestigio del almirante, hizo a su familia diferentes concesiones, entre las que destacó una toma de agua para la casa.

Hasta hace pocos años, la ciudadanía portuense siguió llamando a la mansión casa de «La Gobernadora».

 

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